Por Omar Colío
Si bien la historia demuestra que la vida es
cambio, el cambio es un caracol caprichoso que avanza lentamente para herir con
su pereza a todos aquellos que esperan que la realidad alcance al utópico
presente que han dibujado en sus mentes. Al igual que hace más de cuatro
siglos, los ojos del planeta voltean a ver como España e Inglaterra se disputan
el trono del mundo.
Al igual que en ese entonces, la armada
española luce invencible, tan invencible que tienen en la banca a Alexia
Putellas, ganadora de los dos últimos balones de oro, quien tras una
lesión no ha podido recuperar el ritmo que hizo que fuera considerada la mejor
futbolista del mundo, por lo cual ha tenido que ver el arrollador paso de la
Roja hacia la final desde el banquillo de suplentes.
Si bien la armada española luce imposible de
conquistar, la sangre, la historia, la estirpe de las inglesas las hace no
tener miedo, en el pasado su nación logró prevalecer en escenarios similares
gracias a la inteligencia, el tesón y la enjundia, riquezas que abundan en el
equipo femenil de la Rosa, que se lanzó con inteligencia y vehemencia a
enfrentar a las gigantas rojas con el objetivo de decapitarlas para por fin
llevar oro a su nación, al derruido imperio que alguna vez fue dueño de
todo y que ahora en su decadencia se conforma con autodenominarse
como el inventor del juego más popular del planeta.
Pero las españolas saben que eso de que los
ingleses inventaron el futbol son puras patrañas, Aitana Bonmatí —que
fue galardonada como mejor jugadora del torneo—sacó un cuchillo y le arrebató
la esférica a la genial Ella Toone en media cancha, la bola fue a dar
caprichosamente a los pies a Teresa Abelleira, quien condujo el balón para
después urdir un exquisito cambio de juego que fue el primer trazo de una obra
de arte tan estéticamente satisfactoria como el alucinante trabajo
de Remedios Varo.
Mariona bajó el hermoso trazo
de Teresa, encaró y con la misma perezosa elegancia que caracterizó
a Juan Román Riquelme, perdió un tiempo para ver el paisaje y sólo
entonces dar la siguiente pincelada de la obra maestra.
Por el extremo izquierdo del campo, galopando
como Secretariat, galopando como Marc
Márquez,
la capitana Olga Carmona pasó volando, Mariona miró de reojo como su
capitana la rebasaba a toda velocidad montada en el rocín de la victoria y le
lanzó un venenoso pase adelantado, Olga galopó más rápido que los veleros ingleses
que regresaban para defender su tierra y alcanzó el trazo de Mariona
en el extremo izquierdo del área inglesa, mismo que remató de primera y sin
acomodarse con toda la potencia de su prodigiosa zurda, su cañonazo logró
superar la estirada de la magnífica guardameta Mary Earps —quien
merecidamente ganó el premio a mejor cancerbera del torneo —y se
clavó al mismo tiempo en el ángulo inferior izquierdo de la portería y en el
rincón más del Palacio de Buckingham, abollándole la corona al inepto rey de Inglaterra.
Del pecho de Olga surgió una explosión que
envolvió primero a todo el estadio de Sídney y después a todo el mundo,
enfundada en la infinita dulzura de la ignorancia, Olga
gritó lo que sólo se grita cuando se logra el orgasmo supremo, cuando se anota
un gol que gana la Copa del Mundo.
Ay, Olga. Si supieras, si tan sólo en ese
momento de éxtasis máximo pudieras haber visto los rostros llorosos de tus
familiares lo habrías entendido todo al instante, sabrías por qué el gol que
anotaste, un gol que le dio catarsis a toda una nación, fue aún más catártico
para ellos. Porque ellos no estaban el cielo como tú, ellos gritaron tu gol
desde el infierno.
Olga levantó la Copa del Mundo, celebró con
sus compañeras, vio como el presidente de la Federación Española de Futbol
abusó sexualmente de una de sus compañeras (Jenni Hermoso) en frente de todo el
mundo y sólo después se enteró de que
horas antes del partido había fallecido su padre. Hay que ir al paraíso
para apreciar verdaderamente el infierno. El 20 de agosto de 2023, Olga Carmona
abrió las puertas del cielo, conoció toda la dulzura de la gloria deportiva y
una vez en la cima, como la piedra de Sísifo, cayó hasta el infierno, a las
amargas llamas de la tragedia que es la existencia humana.
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