
Por Omar Colío
Independientemente de si argentinos o colombianos logran alzarse como campeones de la Copa América el domingo. Una de las imágenes que perdurará más en la historia de este torneo continental celebrado en Estados Unidos, será la de jugadores de la selección uruguaya peleando a puño limpio con aficionados colombianos en la grada del estadio de Charlotte tras la semifinal. Las imágenes de la pelea ya inundan las pantallas de todos los medios de comunicación sensacionalistas.
Y es que el sensacionalismo vende .y también divide, haciendo que a veces se asuman posturas radicalmente antagónicas. Por eso durante la Copa América no me sorprendió entrar a las redes sociales y encontrarme con un alto nivel de odio entre los hinchas de distintas selecciones. A fin de cuentas, los valores difundidos desde arriba a través de los medios hegemónicos tienen repercusión en la manera en la que la gente piensa y actúa. Como era de esperarse, la violencia verbal era brutal, muchos espacios se llenaron de insultos bajos, burdos y francamente absurdos. Casi todos relacionados con cosas que no se eligen, como la madre, el color de piel, o el lugar donde se ha nacido.
Todo esto me llamó la atención y me hizo preguntarme cómo un evento como la Copa América crea sentimientos de odio entre personas que viven más o menos en las mismas condiciones de precariedad simplemente por algo tan banal como defender a un equipo de futbol o a una bandera. ¿Pero este odio proviene del futbol o de los que les conviene crear nacionalismos para separar a gente en condiciones similares y con los mismos intereses para que los poderosos sin escrúpulos manejen sus vidas? ¿O a lo mejor es una especie de terapia a distancia en la que la gente saca la frustración que le generan las condiciones en las que vive? ¿Tal vez si la gente que se insulta por estos motivos se encontrara cara a cara no se diría nada de eso y hasta se llevaría bien? Todas estas son preguntas a las que se les buscará dar respuesta en este humilde ensayo.
Tanto la Copa América como la Eurocopa celebradas este año sirvieron como plataformas para un gran despliegue de odio tanto en espacios físicos como en los digitales muy acorde al que se despliega diariamente en la vida cotidiana del presente. En las gradas y en las redes, el odio y la violencia se desplegaron con la furia de una tormenta. Es curioso cómo hemos hecho que un evento como la Copa América, que debería ser una celebración de la hermandad entre los pueblos latinoamericanos, se convierta en un campo de batalla verbal, emocional y hasta literal. En esta vida, personas que comparten las mismas angustias y esperanzas, que sufren de los mismos males y supuran por las mismas heridas causadas por la misma arma maldita, se enfrentan ferozmente entre ellas por cosas tan estúpidas como el lugar en que nacieron. ¿Pero acaso este odio nace del fútbol o es sembrado por aquellos que encuentran provecho en la división?
En mi opinión, este odio proviene de cómo las clases dominantes utilizan la cultura para domesticarnos y dividirnos. Al mantener a las masas que hacen funcionar al sistema divididas por cosas tan banales como tener un equipo de futbol favorito diferente o los colores de una bandera. Los que ejercen el poder se aseguran de que no nos unamos para luchar por mejores condiciones de vida en este partido de futbol arreglado llamado vida en el mundo capitalista.
¡Las banderas sólo sirven para dividirnos! Los nacionalismos y demás diferencias absurdas y superficiales son implantados y cuidadosamente alimentados en la casa, la escuela y a través de los medios, son herramientas útiles para mantener a la gente enfrentada y distraída. Mientras los hinchas se lanzan insultos y amenazas, los verdaderos beneficiarios observan desde sus torres de marfil, manipulando las emociones colectivas para sus propios intereses. Los gobernantes y sus amigos, los millonarios sin escrúpulos, dueños de equipos de futbol, corporaciones y hasta naciones enteras, manejan las vidas de las masas como titiriteros invisibles, asegurándose de que el odio entre los oprimidos se mantenga vivo y ardiente.
Quizás, en el fondo, este odio que manifestamos no es más que una forma de terapia a distancia. En un mundo donde las frustraciones se acumulan como agua en un pozo sucio, los insultos y las agresiones se convierten en válvulas de escape. La gente encuentra en el otro, en el rival, un espejo en el que reflejar sus propias inseguridades, miserias y frustraciones.
¿Y si estos enemigos virtuales, estos guerreros de teclado, se encontraran cara a cara? ¿Descubrirían que comparten más de lo que los separa? Tal vez, en la cercanía, el odio se disolvería y surgiría una solidaridad inesperada. Quizás, si se pensaran las cosas con más detenimiento en lugar de actuar impulsivamente e insultarse, se podrían reconocer como iguales, como hermanos en la lucha por una vida mejor.
El problema es que esto no pasa, que la mayoría de las veces, la gente está tan saturada por el ritmo de sus vidas y tan intencionalmente privada de herramientas críticas por el sistema, que rara vez se sienta a pensar las cosas con calma y es por ello que desgraciadamente en todo el mundo se han escrito tragedias por algo tan banal como un partido de futbol. Ah, y cuando eso pasa los medios son los primeros en salir a culpar a los propios aficionados a los cuales califican con insultos simulares a los que la gente utiliza en las redes sociales y demás foros donde se le da la posibilidad de expresarse.
Básicamente creo que, si queremos que deje de haber violencia relacionada con el futbol, no hay salida fácil, sólo queda trabajar todos juntos por un mundo mejor. Y esto es triste, porque ninguno de los actores involucrados parece interesado por caminar en esa dirección.
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