Crónica de una muerte anunciada


 

Por Omar Colío

Mientras la oscuridad caía sobre el Desierto de Sonora, el pueblo mexicano se levantó de las tinieblas para una vez más ver a su equipo nacional de futbol. Aunque los resultados recientes han hecho que la fe en la selección del aficionado mexicano se haya vuelto tan cínica como la fe que tiene en sus instituciones corruptas, sus deidades inexistentes, sus mesías de barro y sobre todo en sí mismo, dentro de cada uno de los millones de globos oculares atentos al partido ardía la veladora de la esperanza de que, como en el pasado, el equipo nacional iba a enmascarar sus enormes carencias con juego colectivo y un par de gigantescos huevos e iba a trascender en la Copa que más prestigio internacional le ha ganado históricamente.

El equipo mexicano saltó a la cancha cobijado, como siempre, por el candor de la esperanza de su público que llenó el estadio y simbólicamente invadió el territorio usurpado y por los millones que desde la casa prendimos la tele para beber el agridulce veneno que hace más tolerable la ponzoña de la araña de hierro que nos tiene atados en su red capitalista.

La esperanza es la peor de las drogas, las ilusiones mexicanas se derramaron sobre el campo de los Cardenales de Arizona que en el pasado ha sido testigo de epopeyas y milagros. No obstante, en el desierto no aparecieron ni la épica, ni la mística, ni siquiera una exhibición de futbol digna. El espectáculo fue un espejismo de nuestro delirio. El equipo mexicano, miserable de alma y de talento hizo gala del pésimo nivel al que ha sido condenado, ya ni siquiera tiene el carácter que tenían las selecciones de antaño que les permitió relucir en momentos críticos.

Del otro lado, los ecuatorianos, que tantos años fueron el saco de boxeo de la selección mexicana, y que hoy, gracias a la alta competencia que enfrentan se han convertido en un equipo competitivo a nivel mundial, escondieron todos sus avances técnicos e hicieron gala del lado más rácano y marrullero del futbol sudamericano, del lado oscuro de la Copa América.

Mientras el alcohol entraba por las gargantas mexicanas y hacía aflorar en los cogotes la desesperación previa al llanto, la afición mexicana contemplaba la pobrísima actuación de su equipo nacional sólo salvada por el desempeño del mexicano más atinado y que más huevos le estaba poniendo, que desgraciadamente no estaba en la cancha, sino cabina de transmisiones. En lo que por culpa de los intereses económicos del grupito que controla al futbol mexicano puede ser el último juego de México en la Copa América en la historia, Christian Martinoli tuvo una muy buena noche y nos regaló una actuación a la antigua, como en sus mejores años. La desesperación hizo que la cosa se pusiera metatextual, el honoris causa Luis García resaltó lo malo que era el juego, reveló que la emoción que sentíamos al ver el encuentro provenía únicamente de que uno de los dos equipos sería eliminado, que era nuestra sed de sangre lo único que nos mantenía frente al televisor, lo que Martinoli calificó del “circo romano del doctor”. Después, Martinoli confesó que “le pagaban para vender ilusiones”. Me parece que este par de comentarios son dignos de un análisis profundo para todos los aficionados al futbol.

En fin, si hablo de los comentaristas más que de los futbolistas es porque en la cancha no hubo mucho que fuera digno de resaltar. Es cierto que la falta de talento en el tricolor también alcanza al director técnico. Pero para ser honestos, aún si el entrenador del equipo no se llamase Jaime Lozano sino Rinus Michels, César Luis Menotti o Pep Guardiola la falta de imaginación e inteligencia en los futbolistas mexicanos me hace pensar que el resultado no habría sido muy distinto.

Al igual que en el juego anterior, en el que México fue derrotado por Venezuela por primera vez en su historia, el equipo tricolor no se vio superado futbolísticamente por sus rivales, el peor enemigo de la selección mexicana, fue la selección misma,  que aquejó de falta de creatividad y sobre todo de falta de definición, la falta de gol se ha vuelto un mal histórico de la selección mexicana,. Antes producíamos matadores y goleadores, ahora frente al arco sólo tenemos artilleros pusilánimes y virginales. El impúber centro delantero de la selección está ahí únicamente gracias al nepotismo, sus fallas son tan exasperantes que dan ganas de pegarle un tiro a la televisión mientras se piensa en  Omar Bravo, Luis Hernández o Jared Borgetti. Queda claro que Santiago Giménez no es capaz de trascender en la alta competencia, que está un par de niveles más arriba de la liga de granjeros en la que juega.

Y, justamente ese es el problema, que la selección mexicana está integrada por futbolistas que están ahí gracias a la corrupción y al tráfico de influencias, los jugadores con más talento en el país se quedan muy lejos de la primera división a la que ahora sólo acceden jugadores apadrinados. El futbol mexicano profesional ha traicionado sus raíces al dejar atrás a las clases populares, las medidas neoliberales han alejado al futbol del barrio, de donde tradicionalmente han surgido los mejores futbolistas no sólo en México sino en el mundo entero. La burguesía ha secuestrado al futbol mexicano, convirtiéndolo en una industria reservada para aquellos con los contactos y recursos adecuados. Han transformado el juego del pueblo en un negocio exclusivo, distorsionando su esencia y alejando a los verdaderos talentos. Es esta élite corrupta la que ha condenado al tricolor a la mediocridad. Y esto no sólo afecta al futbol profesional, también daña al futbol amateur, si no me creen dense cuenta de cómo jugar en una cancha de pasto se ha vuelto un privilegio.

En fin, de nada sirve repetir lo que se dice en todos lados. Hay que ser más radical y directo. Hay que llamar a los usurpadores por su nombre: Burgueses, parásitos, oligarcas que actúan impunemente sólo en función de sus intereses. Esta oligarquía tiene un poder absoluto sobre el futbol mexicano. No hay ni siquiera una democracia simulada, no hay nada. La burguesía mexicana actúa en el futbol igual que actúa en todos los otros ámbitos: Por sus huevos. Y si algo nos ha demostrado la burguesía mexicana a través de la historia es que son una bola de pendejos en busca del dinero fácil, incapaces de crear algo a largo plazo ni siquiera en favor de sus intereses. Pobre México, tan lejos de la gloria y tan atado por su burguesía. Mientras el futbol no se vuelva algo horizontal, democrático y bien pensado, el nivel del futbol mexicano únicamente decaerá más y más.

Y eso lo verdaderamente triste, esa es la verdadera tragedia. La devoción del mexicano a su equipo nacional de futbol proviene de que el seleccionado es un reflejo de nosotros mismos. Es  un espejo terrible, en él vemos reflejados todos los vicios de nuestra sociedad. La desigualdad, la injusticia, la precariedad y la frustración con la que vivimos día a día se ve reflejada en el rectángulo verde. Si las selecciones del pasado presumieron cierta personalidad y carácter era gracias a que provenían de una cultura más combativa, más dispuesta a luchar contra las injusticias y exigir sus derechos. Esta selección es un fiel reflejo de la dócil y desamparada sociedad en la que vivimos en los tiempos del neoliberalismo. Al igual que le pasa a la selección, el mexicano es su propio peor enemigo. Mientras no rompamos las cadenas con las que la oligarquía nos ha atado nada cambiara, ni en el futbol, ni en nuestras vidas.

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