LA UEFA Champions League y el colonialismo



Por Omar Colío

¿Qué tranza banda? Se viene la final de la UEFA Champions League, la última Champions antes de que el formato vuelva al torneo de futbol con más alcurnia en el mundo en un desastre. Es por eso que ha llegado el tiempo de hablar de este torneo y de desnudar las partes más horribles de su cuerpo.

La Champions es un espectáculo de luces brillantes, estadios repletos e histeria global. Un pan y circo que eclipsa hasta los más innobles ideales de la antigua Roma. Pero no se dejen engañar por el brillo y el glamour. Detrás de esa fachada se esconde una operación de saqueo neocolonial, tan descarada y cínica como la de cualquier imperio que haya saqueado el mundo en siglos pasados.

La Champions League no es sólo un torneo de futbol; es una máquina bien engrasada que funciona al servicio del poder europeo, los equipos que disputan esta competencia también compiten en el saqueo de talento que ejecutan a escala global. Los clubes europeos, con sus carteras interminables y su influencia mediática, recorren el planeta en busca de los mejores talentos, jóvenes prodigios que han pasado sus días pateando balones en campos polvorientos de África, América del Sur y Asia. Estos jóvenes, llenos de sueños y esperanzas, son arrastrados al corazón del imperio futbolístico, donde se les explota y se les blanquea. Estos mismos jugadores hijos del tercer mundo se vuelven en muy buenos embajadores de los clubes y las instituciones europeas, a quienes alaban zalameramente, cegados por los millones y millones que reciben de estas instituciones capitalistas sólo por jugar al futbol, si no me creen escuchen hablar a Hugo Sánchez.

El proceso es simple y brutal. Los mejores jugadores del mundo son arrebatados de sus contextos originales, arrancados de sus raíces y llevados a los coliseos europeos. Allí, se espera que abandonen cualquier rastro de su identidad y se adapten a los estándares del fútbol europeo. Se convierten en peones en un juego donde los verdaderos ganadores son los magnates del fútbol, esos titanes de la industria que se sientan en sus tronos de marfil, acumulando riquezas y poder mientras sus estrellas brillan en el campo y con ese brillo ciegan a la población.

¿Y qué me dicen de cómo la Champions promueve los estereotipos de superioridad europea? Ah, la vieja narrativa de que solo Europa puede cultivar la grandeza. Que solo bajo la tutela de los venerados entrenadores europeos, estos talentos pueden alcanzar su verdadero potencial. Es una mentira tan vieja como el colonialismo mismo. Una narrativa construida para mantener el control y justificar la hegemonía europea a través deporte más popular del mundo. Por cierto, esta mentira es fácil de creerse porque nos las han repetido millones de veces en nuestra educación, que es tan colonialista como domesticadora.

El colonialismo de la UEFA Champions League no sólo roba el talento; perpetúa una estructura de poder que refuerza la supremacía europea y minimiza al futbol de otras regiones. Los clubes de Europa no sólo compiten por trofeos; compiten por el dominio cultural y económico, perpetuando la idea de que Europa es el pináculo del éxito futbolístico.

Así que, la próxima vez que vean a esos jóvenes prodigios levantar la orejona, recuerden que detrás de cada golazo, detrás de cada noche mágica de Champions hay una historia de explotación y blanqueamiento. Una historia que recuerda, de manera inquietante, a las peores facetas del colonialismo. Porque en el gran teatro del fútbol moderno, la UEFA Champions League no es más que una extensión de esa vieja y sucia historia: el poder europeo consolidando su dominio, un saqueo tras otro, bajo el disfraz de la competencia deportiva.

¡Muerte al colonialismo!

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