Reseña de El presidente entoloachado de Armando Ramírez

 



Por Omar Colío

La comedia es un género abandonado por la literatura. Desde la existencia de los medios electrónicos todo este género tan importante y tan humano ha abandonado las páginas y las estanterías y se ha ido a postrar a las pantallas de toda clase de medios digitales donde ha adquirido muchísimas más dimensiones. ¿Dónde está hoy en día un Rabelais escribiendo nada más porque lo que escribe es gracioso? ¿Queda aunque sea algún escritor picaresco? Pues claro que sí, sólo que no escriben libros. En el último siglo la sociedad ha entrado en un acuerdo cínico en el que se pretende que los libros se deben ocupar de cosas más serias, de ahí viene la falacia de que la gente que lee es más inteligente y que todos los libros aportan conocimiento.

En mi opinión, esto tiene que ver con que escribir comedia es complicadísimo, probablemente es el género más difícil de escribir (más aún que la poesía). Como dice la máxima de la literatura: conmover a una persona es fácil, pero hacerla reír está cabrón. Como en un libro se carece de otro medio para expresarse más allá del lenguaje, para que una obra literaria sea graciosa todas las decisiones del autor deben ir en ese sentido, cada palabra, cada signo de puntuación, cada aspecto de la prosa, cada recurso técnico, cada decisión estilística debe ser perfecta para que la broma carbure, para que el gran chiste largo que es un libro de comedia funcione, el libro del que voy a hablarles logra este cometido.

Háganse esta pregunta, ¿Cuándo fue la última vez que leyeron un libro que los hizo cagarse de risa? Y no me refiero a esos libros que nos hacen pitorrearnos por lo malos que son, me refiero a la comedia intencional, después de todo la comedia, al igual que la literatura, es una cualidad única de los seres humanos, además ambas están entre los aspectos más maravillosos y más intrigantes de nuestra naturaleza. ¿Entonces por qué nos reímos tan poco con los libros?

¿Qué es eso? ¿Es un águila? ¿Es un avión? ¡No! ¡Es el maestro Armando Ramírez volando sobre su amado barrio de Tepito para salvar a la comedia! Quién más podía ser si no Armando Ramírez, un güey famoso por juntar a todos los que opinan que la literatura es cosa seria (y académica) y decirles: ¡Huevos!

Si bien este libro también pertenece a otro género literario además de la comedia del cual hablaré en seguida, quiero aclarar que la razón por la que lo elegí para reseñarlo es que me pareció un libro divertidísimo y me hizo cagarme de risa varias veces y ya por eso me parece un libro extraordinario, quien lea esto debe de considerar que quien escribe esta reseña es un güey amargado al que le cuesta trabajo encontrar cosas que le parezcan graciosas, por lo cual considero que haberme hecho reír hace de éste un gran libro.

Por supuesto que este libro no sólo entra en el género de la comedia sino en el de la sátira política, un género perfeccionado en el Siglo XVIII por las mentes ácidas de Jonathan Swift, Voltaire y muchos otros perversos, un género que es mucho más “aceptable” dentro de la literatura que la comedia pura, porque como todos sabemos, los escritores son seres muy serios y no se interesan por las banalidades de la vida.

Al ocuparse de temas políticos la sátira si cuenta con el “prestigio” necesario para entrar en el mundo de los libros. Cómo no va a ser prestigiosa si la que es considerada la mejor obra en nuestro idioma es una sátira, y aun así no es un género que se explote mucho en estos días.

Toda sátira tiene un grado de humor, pero en esto los escritores son como los bebedores de café con el azúcar, cada quien le echa según su gusto, de hecho, sátiros modernos como William S. Burroughs optaron por escribir sátiras más oscuras en las que la comedia apenas aparece, y cuando lo hace a veces falla en su cometido por la naturaleza repulsiva de las imágenes descritas por el autor, es por eso que rescato que este libro se haya escrito en el Siglo XXI usando primordialmente elementos humorísticos como medio para realizar la sátira.

Como alguna vez dijo Julio Cortázar, a veces a los latinoamericanos nos falta usar el humor para sacudirnos la tragedia de nuestras vidas y me parece que esto aplica a este libro, es decir, si este libro fuera únicamente un libro que hablara de todas las fechorías realizadas por Vicente Fox y Marta Sahagún durante el sexenio del bigotón no sería un gran libro, mucho menos para mí, alguien que creció durante ese sexenio y que por lo tanto recuerda una buena parte de las cosas mencionadas por Ramírez, pues fueron parte de la agenda pública nacional de esa época, tampoco creo que hubiera funcionado si el autor hubiera escogido escribirlo en forma de una sátira oscura, el escoger la comedia como centro de la sátira es el gran mérito de Ramírez, porque, como dije antes, al elegir este género toda decisión del autor tiene que ser acertada para que un libro como éste funcione.

Bueno, después de este choro comparativo, ahora sí ¡A lo que te truje, Chencha! entremos en El presidente entoloachado, que es lo más importante. La novela narra la historia de amor entoloachado entre Fito C. Quesadilla de Requesón y María Jesusa del Sagrado Corazón de Melón (Vicente Fox y Marta Sahagún), dos tortolitos católicos y ultraconservadores que viven un romance de cuento de hadas una vez que Fito logra ganar la presidencia de la república bananera de  Tan Pendécuaro (México), además de la relación amorosa la novela narra también las vicisitudes que sufre  la pareja presidencial al tratar de imponer sus intereses, lo cual los llevará a enfrentarse a instituciones, políticos nacionales y extranjeros y hasta a la mismísima iglesia católica. Una de las tramas más relevantes del libro es el sueño que María Jesusa tiene de reemplazar a su marido en la presidencia una vez que termine su mandato, sueño que perseguirá a toda costa y con ambición maquiavélica sin permitir que nada ni nadie se le ponga enfrente, para lograr su cometido María Jesusa no dudará en usar todo tipo de artimañas, inclusive darle altas dosis de toloache a su marido.

Cualquiera que recuerde el sexenio de Fox, notará que el primer gran desafío que encuentra esta sátira es que está ridiculizando a un personaje que ya de por sí es absurdo. Lo único que México puede agradecerle a Fox es que nos dejó muchos memazos (José Luis Borgues, Hoy, hoy, hoy, chiquillos y chiquillas, etc.) Para que el libro surtiera efecto el autor tuvo que tomar una serie de decisiones muy inteligentes, la primera fue salirse del humor político clásico, que se puede encontrar por ejemplo en los caricaturistas, y contar su historia en el formato de novela rosa, presentando su obra como la historia de amor de dos locos desenfrenados inmediatamente le da otro toque de ironía y absurdismo, esta decisión es una de las claves para que la novela funcione.

Me parece que la comedia emana principalmente de dos factores, el primero obedece a una de las máximas de la comedia que dice: "la comedia es poner algo donde no pertenece" y vaya que es efectivo aquí al narrar las vicisitudes de dos tortolitos ingenuos tratando de vivir una historia de amor romántico cuando deberían de estar gobernando un país, cosa que no tienen idea como hacer, vamos, no tienen idea ni de como aparentar que saben lo que hacen, sus interacciones con otros personajes de la política nacional e internacional son siempre absurdas y por ende muy graciosas, otra cosa que me parece genial es que a pesar de que Ramírez está hablando de dos personajes muy específicos, siento que podría estar hablando de cualquier gobernante en cualquier época en cualquier parte del mundo (mi opinión como historiador es que los gobernantes no se volvieron más estúpidos este siglo sino que con el boom de las tecnologías de comunicación su estupidez se ha vuelto más visible) son personajes entrañables (por lo siniestros que son) y atemporales.

El segundo gran elemento cómico de la obra viene de la maestría que tiene Ramírez sobre el lenguaje, esta vez, a diferencia de Chin Chin el Teporocho, Ramírez usa la ortografía como la Real Academia manda, pero sus remates casi siempre son con expresiones coloquiales. El humor lingüístico puede ser peligroso como se puede comprobar en cualquier sketch de mierda protagonizado por Eugenio Derbez, los cuales no son otra cosa que una serie de forzadísimos chistes lingüísticos muy poco efectivos, pero en Ramírez, el humor lingüístico funciona porque su dominio del lenguaje es magistral, cada remate está bien pensado no sólo en términos cómicos sino también en términos poéticos, sí, poéticos, hay una enorme poesía en los chistes lingüísticos de Ramírez, esto puede apreciarse por ejemplo en los nombres que elige para los personajes, nombres que podrían parecer chistes simples pero que combinados con la solemnidad y la seriedad que le trata de imprimir el narrador omnisciente se vuelven poéticos (como Fito C. Quesadilla de Requesón, María Jesusa del Sagrado Corazón de Melón, sus hijos Hugo, Paco y Luis y el cardenal Ojésimo Zepeda y se Reempeda, acierta con cada uno de los nombres, no sólo en los de los personajes, sino también hace muy bien cosas pequeñas como llamar el Pirrín al PRI y el Perrón al PRD), el recurso del narrador omnisciente reluce, funciona porque los chistes no son forzados, sino deliciosamente naturales, se puede escuchar la pícara voz tepiteña del maestro Ramírez en cada uno de los versos impresos en las páginas, a su vez es el lenguaje del chisme de lavadero, ese que por alguna razón fascina al ser humano. En lugar del lenguaje ñero que utiliza en Chin chin el Teporocho aquí utiliza un lenguaje coloquial más neutro, más que ñero el lenguaje es el que usaría la mamá del ñero.

Al igual que otras de sus obras, Ramírez usa capítulos muy cortos, lo cual es benéfico para la trama porque además de hacerla más fluida, le da un aura de chisme, el chisme es el recurso que el autor usa para desarrollar su sátira política, así trata de hacer accesible para todo público la crítica de las estructuras de poder en México durante un sexenio que prometía el cambio.

En fin, me despido reiterando que este es un gran libro de comedia y recomiendo muchísimo su lectura, pero antes de irme quiero decir una cosa más: La frase con la que cierra la novela “todos los políticos son unos culeros” debería de estar escrita en todas las boletas electorales e inscrita en letras de oro a la entrada de todos los edificios de gobierno.


 

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