La comedia es un
género abandonado por la literatura. Desde la existencia de los medios
electrónicos todo este género tan importante y tan humano ha abandonado las
páginas y las estanterías y se ha ido a postrar a las pantallas de toda clase
de medios digitales donde ha adquirido muchísimas más dimensiones. ¿Dónde está
hoy en día un Rabelais escribiendo nada más porque lo que escribe es gracioso?
¿Queda aunque sea algún escritor picaresco? Pues claro que sí, sólo que no
escriben libros. En el último siglo la sociedad ha entrado en un acuerdo cínico
en el que se pretende que los libros se deben ocupar de cosas más serias, de
ahí viene la falacia de que la gente que lee es más inteligente y que todos los
libros aportan conocimiento.
En mi opinión, esto
tiene que ver con que escribir comedia es complicadísimo, probablemente es el
género más difícil de escribir (más aún que la poesía). Como dice la máxima de
la literatura: conmover a una persona es fácil, pero hacerla reír está cabrón.
Como en un libro se carece de otro medio para expresarse más allá del lenguaje,
para que una obra literaria sea graciosa todas las decisiones del autor deben
ir en ese sentido, cada palabra, cada signo de puntuación, cada aspecto de la
prosa, cada recurso técnico, cada decisión estilística debe ser perfecta para
que la broma carbure, para que el gran chiste largo que es un libro de comedia
funcione, el libro del que voy a hablarles logra este cometido.
Háganse esta
pregunta, ¿Cuándo fue la última vez que leyeron un libro que los hizo cagarse
de risa? Y no me refiero a esos libros que nos hacen pitorrearnos por lo malos
que son, me refiero a la comedia intencional, después de todo la comedia, al
igual que la literatura, es una cualidad única de los seres humanos, además
ambas están entre los aspectos más maravillosos y más intrigantes de nuestra
naturaleza. ¿Entonces por qué nos reímos tan poco con los libros?
¿Qué es eso? ¿Es un
águila? ¿Es un avión? ¡No! ¡Es el maestro Armando Ramírez volando sobre su
amado barrio de Tepito para salvar a la comedia! Quién más podía ser si no
Armando Ramírez, un güey famoso por juntar a todos los que opinan que la
literatura es cosa seria (y académica) y decirles: ¡Huevos!
Si bien este libro
también pertenece a otro género literario además de la comedia del cual hablaré
en seguida, quiero aclarar que la razón por la que lo elegí para reseñarlo es
que me pareció un libro divertidísimo y me hizo cagarme de risa varias veces y
ya por eso me parece un libro extraordinario, quien lea esto debe de considerar
que quien escribe esta reseña es un güey amargado al que le cuesta trabajo
encontrar cosas que le parezcan graciosas, por lo cual considero que haberme
hecho reír hace de éste un gran libro.
Por supuesto que este
libro no sólo entra en el género de la comedia sino en el de la sátira
política, un género perfeccionado en el Siglo XVIII por las mentes ácidas de
Jonathan Swift, Voltaire y muchos otros perversos, un género que es mucho más
“aceptable” dentro de la literatura que la comedia pura, porque como todos
sabemos, los escritores son seres muy serios y no se interesan por las
banalidades de la vida.
Al ocuparse de temas
políticos la sátira si cuenta con el “prestigio” necesario para entrar en el
mundo de los libros. Cómo no va a ser prestigiosa si la que es considerada la
mejor obra en nuestro idioma es una sátira, y aun así no es un género que se explote
mucho en estos días.
Toda sátira tiene un
grado de humor, pero en esto los escritores son como los bebedores de café con
el azúcar, cada quien le echa según su gusto, de hecho, sátiros modernos como
William S. Burroughs optaron por escribir sátiras más oscuras en las que la comedia
apenas aparece, y cuando lo hace a veces falla en su cometido por la naturaleza
repulsiva de las imágenes descritas por el autor, es por eso que rescato que
este libro se haya escrito en el Siglo XXI usando primordialmente elementos
humorísticos como medio para realizar la sátira.
Como alguna vez dijo
Julio Cortázar, a veces a los latinoamericanos nos falta usar el humor para
sacudirnos la tragedia de nuestras vidas y me parece que esto aplica a este
libro, es decir, si este libro fuera únicamente un libro que hablara de todas
las fechorías realizadas por Vicente Fox y Marta Sahagún durante el sexenio del
bigotón no sería un gran libro, mucho menos para mí, alguien que creció durante
ese sexenio y que por lo tanto recuerda una buena parte de las cosas
mencionadas por Ramírez, pues fueron parte de la agenda pública nacional de esa
época, tampoco creo que hubiera funcionado si el autor hubiera escogido
escribirlo en forma de una sátira oscura, el escoger la comedia como centro de
la sátira es el gran mérito de Ramírez, porque, como dije antes, al elegir este
género toda decisión del autor tiene que ser acertada para que un libro como
éste funcione.
Bueno, después de
este choro comparativo, ahora sí ¡A lo que te truje, Chencha! entremos en El
presidente entoloachado, que es lo más importante. La novela narra la
historia de amor entoloachado entre Fito C. Quesadilla de Requesón y María
Jesusa del Sagrado Corazón de Melón (Vicente Fox y Marta Sahagún), dos
tortolitos católicos y ultraconservadores que viven un romance de cuento de
hadas una vez que Fito logra ganar la presidencia de la república bananera
de Tan Pendécuaro (México), además de la
relación amorosa la novela narra también las vicisitudes que sufre la pareja presidencial al tratar de imponer
sus intereses, lo cual los llevará a enfrentarse a instituciones, políticos
nacionales y extranjeros y hasta a la mismísima iglesia católica. Una de las
tramas más relevantes del libro es el sueño que María Jesusa tiene de
reemplazar a su marido en la presidencia una vez que termine su mandato, sueño
que perseguirá a toda costa y con ambición maquiavélica sin permitir que nada
ni nadie se le ponga enfrente, para lograr su cometido María Jesusa no dudará
en usar todo tipo de artimañas, inclusive darle altas dosis de toloache a su
marido.
Cualquiera que
recuerde el sexenio de Fox, notará que el primer gran desafío que encuentra
esta sátira es que está ridiculizando a un personaje que ya de por sí es
absurdo. Lo único que México puede agradecerle a Fox es que nos dejó
muchos memazos (José Luis Borgues, Hoy, hoy, hoy, chiquillos y chiquillas, etc.)
Para que el libro surtiera efecto el autor tuvo que tomar una
serie de decisiones muy inteligentes, la primera fue salirse del humor político
clásico, que se puede encontrar por ejemplo en los caricaturistas, y contar su
historia en el formato de novela rosa, presentando su obra como la historia de
amor de dos locos desenfrenados inmediatamente le da otro toque de ironía y
absurdismo, esta decisión es una de las claves para que la novela funcione.
Me parece que la comedia emana principalmente
de dos factores, el primero obedece a una de las máximas de la comedia que
dice: "la comedia es poner algo donde no pertenece" y vaya que es
efectivo aquí al narrar las vicisitudes de dos tortolitos ingenuos tratando de
vivir una historia de amor romántico cuando deberían de estar gobernando un
país, cosa que no tienen idea como hacer, vamos, no tienen idea ni de como
aparentar que saben lo que hacen, sus interacciones con otros personajes de la
política nacional e internacional son siempre absurdas y por ende muy
graciosas, otra cosa que me parece genial es que a pesar de que Ramírez está
hablando de dos personajes muy específicos, siento que podría estar hablando de
cualquier gobernante en cualquier época en cualquier parte del mundo (mi
opinión como historiador es que los gobernantes no se volvieron más estúpidos
este siglo sino que con el boom de las tecnologías de comunicación su estupidez
se ha vuelto más visible) son personajes entrañables (por lo siniestros que
son) y atemporales.
El segundo gran elemento cómico de
la obra viene de la maestría que tiene Ramírez sobre el lenguaje, esta vez, a
diferencia de Chin Chin el Teporocho, Ramírez usa la ortografía como la
Real Academia manda, pero sus remates casi siempre son con expresiones
coloquiales. El humor lingüístico puede ser peligroso como se puede comprobar
en cualquier sketch de mierda protagonizado por Eugenio Derbez, los cuales no
son otra cosa que una serie de forzadísimos chistes lingüísticos muy poco
efectivos, pero en Ramírez, el humor lingüístico funciona porque su dominio del
lenguaje es magistral, cada remate está bien pensado no sólo en términos
cómicos sino también en términos poéticos, sí, poéticos, hay una enorme poesía
en los chistes lingüísticos de Ramírez, esto puede apreciarse por ejemplo en
los nombres que elige para los personajes, nombres que podrían parecer chistes
simples pero que combinados con la solemnidad y la seriedad que le trata de
imprimir el narrador omnisciente se vuelven poéticos (como Fito C. Quesadilla
de Requesón, María Jesusa del Sagrado Corazón de Melón, sus hijos Hugo, Paco y
Luis y el cardenal Ojésimo Zepeda y se Reempeda, acierta con cada uno de los
nombres, no sólo en los de los personajes, sino también hace muy bien cosas
pequeñas como llamar el Pirrín al PRI y el Perrón al PRD),
el recurso del narrador omnisciente reluce, funciona porque los chistes no son
forzados, sino deliciosamente naturales, se puede escuchar la pícara voz
tepiteña del maestro Ramírez en cada uno de los versos impresos en las páginas,
a su vez es el lenguaje del chisme de lavadero, ese que por alguna razón
fascina al ser humano. En lugar del lenguaje ñero que utiliza en
Chin chin el Teporocho aquí utiliza un lenguaje coloquial más neutro,
más que ñero el lenguaje es el que usaría la mamá del ñero.
Al igual que otras de
sus obras, Ramírez usa capítulos muy cortos, lo cual es benéfico para la trama
porque además de hacerla más fluida, le da un aura de chisme, el chisme es el
recurso que el autor usa para desarrollar su sátira política, así trata de hacer
accesible para todo público la crítica de las estructuras de poder en México
durante un sexenio que prometía el cambio.
En fin, me despido reiterando que
este es un gran libro de comedia y recomiendo muchísimo su lectura, pero antes
de irme quiero decir una cosa más: La frase con la que cierra
la novela “todos los políticos son unos culeros” debería de estar escrita en
todas las boletas electorales e inscrita en letras de oro a la entrada de todos
los edificios de gobierno.
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