Reseña de Ángeles de desolación de Jack Kerouac

 


Por Omar Colío

Jack Kerouac es uno de los mejores prosistas del Siglo XX. Esto quedó demostrado en aquel legendario rollo de papel que se convirtió en En el camino, la novela que lo consagró y que volvió a la Generación Beat no sólo un tema de discusión para las tardes de borrachera de los bohemios sino en un estilo de vida.

La obra de Kerouac es su vida escrita en prosa, cada letra es un paso en el camino, una mueca, un silbido, un movimiento, el orgasmo de un vagabundo que camina ciegamente por los eternos caminos del dharma. Una vida exquisitamente triste, llena de bellas alegorías que ilustran la desolación de un mundo lleno de hambre y cenizas y drogas y sexo y jazz y vértigo y tristeza y efímeros momentos de felicidad, es cuerpo y alma, yin y yang en constante sucesión, placer y tragedia y tragos y tragos y tragos, tantos tragos y bocanadas de vacío y vitalidad con tantos maravillosos borrachos, que ebrios de alcohol o marihuana o peyote o beatitud –¡Ebrios de Dios! –cuentan historias increíbles, que dementes se hunden en la noche para poder saltar desde la luna. Su vida es su obra y su obra es jazz –¡Bop, Bam, Wham– porque su prosa es un poema sagrado que viene desde la infinita mente del cosmos, es el orgasmo de Dios que no merece ser interrumpido ni editado. Todos estos elementos están más presentes que nunca en Ángeles de Desolación.

Kerouac es un hombre honesto, no le molesta presentarse a sí mismo como imperfecto, como errante, como humano, su obra trata de ser lo más fiel a la experiencia de estar vivo, así comenzamos este viaje, en la soledad de la cima del Pico Desolación, en la frontera entre Estados Unidos y Canadá, donde el protagonista ejerce el trabajo veraniego de guardia forestal(que es por cierto donde nos deja el final de Los Vagabundos del Dharma) frente al pico triple del majestuoso Hozomeem y las solemnes nieves del Monte Baker. Kerouac (Duluoz[1]) sube ahí buscando la iluminación como lo hicieron los antiguos sabios chinos o los románticos, pero lo que encuentra es vacío, subió buscando a Dios y lo encontró en la majestuosidad de las montañas, pero Dios es vacío, Dios es silencio, ¿Qué es lo que queda para los vivos sino desolación? ¿Qué es la vida sino un largo periodo ininterrumpido de soledad?

A pesar de estar literalmente elevado, está lejos de la totalidad del cosmos, de la perfección del nirvana, del caldo primigenio, del huevo cósmico, del útero universal, no hay escape, arriba en la montaña no hay drogas, ni alcohol, ni amigos, ni mujeres, ni nada. Sólo están él y Dios, que es mudo y cruel. ¿Qué le queda? Sus recuerdos, una radio para hablar con el resto de los ángeles solitarios en las atalayas de los otros montes, un viejo juego imaginario de béisbol con equipos y jugadores que inventó él mismo y escribir, escribir, escribir, escribir sobre la vida que ha llevado recorriendo los caminos, conviviendo con los tipos más locos del mundo, escribir es lo único que le queda, el último escape, la fantasía de los recuerdos, ahí arriba, elevado, como Han Chan, está buscando el acorde trascendental, la palabra sagrada que lo saque del estado de desolación en el que se encuentra su vida y la vida de todos los seres vivos, pero lo único que encuentra es el terrorífico grito del silencio y el ominoso eco de sus pensamientos.

De pronto el verano pasa como un sueño, baja el ángel de nuevo a los abismos terrenales. Vuelve a ser el vagabundo de la carretera haciendo dedo para llegar al Nirvana. Baja del autoexilio en el Pico Desolación donde si bien no logró su objetivo de olvidar el sufrimiento del ciclo infinito de vida, muerte y reencarnación, al menos logró escribir, pero la desolación lo sigue a todos lados, todo es desolación porque como dice la primer verdad noble del Buda: “la vida es sufrimiento” esto lo aterra, Jack sabe lo que tiene que hacer para detener la desolación “el sufrimiento es causado por el apego” pero no está listo para esto, para abandonar todo, necesita saber qué están haciendo sus amigos, los viejos héroes beat, de su miedo surge un rechazo hacia el budismo y un retorno al catolicismo que lleva en los huesos, inclusive al llegar a San Francisco accede a usar una cruz en su cuello regalada por un nuevo ángel beat, Gregory Corso[2].

Abandona la desolación en soledad y se dirige a toda velocidad a la desolación en el mundo y su cuerpo grita ¡Carne! Así que en una escala del camino en Seattle visita un strip club, de nuevo hay jazz y mujeres y alcohol y humo de cigarrillo, y aquí Kerouac hace la mejor descripción que yo he leído de un congal, aunque su sangre hierbe excitada por los sensuales y sagrados bailes de las strippers, lo único que encuentra allí es nuevamente el ciclo infinito de tristeza que arrasa el universo, el lugar es absurdo, inclusive entre bailes se presentan dos cómicos vestidos de payasos, desolación, desolación, todas las almas están secas, todas buscan un poco de calor en la banalidad absurda de la existencia.

¡San Francisco! De nueva cuenta está en el paraíso beat en un periodo que los historiadores del arte llamaron “El Renacimiento de San Francisco” pero más importante ahí están Gregory Corso y Allen Ginsberg[3], además a su legendaria aventura se suman nuevos ángeles, Peter Orlovsky[4], tierno, atento, inteligente, pareja sentimental de Ginsberg, y su hermano Julius[5], un niño avispado, silencioso, flojo, similar a un gato. ¡En San Francisco está Neal Cassady[6]! Su viejo compañero de aventuras en el camino a quien está impaciente por ver, llega ahí y los encuentra viejos, aburguesados, circunscritos en el tinglado de la sociedad capitalista que no detiene su madriza perpetua sobre ellos como si fuera una alegoría material de la madriza que les está acomodando a sus almas la Rueda del Samsara, esto lo deprime, no importa el cariño que le muestran, ni sus locas aventuras, ni sus interesantísimas discusiones epistemológicas, ni los poemas en prosa que salen a cada segundo de sus bocas, para él ya no son los mismos, están muriendo, ya no están llenos de la misma vitalidad, Neal está casado y tiene que trabajar para mantener a sus hijos, Allen ya no es el mismo joven Rimbaud que conoció en Nueva York, Peter es tierno pero se ha metido en el lodo de la desolación y ha arrastrado con él a su inocente hermano adolescente, Gregory es insolente y sin buscarlo se ha metido en el camino de la autodestrucción por el que todos ellos transitan, no importa cuantas fiestas hagan o cuantas drogas se metan o a cuantas carreras de caballos vayan o cuantas mujeres se cojan o cuantas cosas geniales piensen o escriban, todos ellos están llenos de desolación y la desolación no la cura ni la locura.

Hay muchas cosas a destacar de esta parada en San Francisco, pero las más interesantes son en primer lugar cuando alguien le cuestiona sobre la prosa espontánea, preguntándole “¿Pero qué pasa si lo que estás escribiendo es una estupidez?” A lo que el responde: “No importa, es como cuando alguien está contando una historia en un bar, no se detiene, no se edita, cuenta todo bajo un flujo único, bajo el ritmo que le dictan sus pensamientos”, aquí Kerouac nos propone que la prosa (así como la vida) debería ser como el jazz, se parte de una base y se improvisa como va saliendo, no hay manera de regresar al pasado a corregir los errores y las estupideces de la vida, lo mismo en la prosa.

También hay que destacar el encuentro que tiene en un restaurante con Salvador Dalí y Marlon Brando, a Jack le gusta Dalí, le gusta que le diga que es más guapo que Marlon Brando[7], le gusta que muestre interés por el movimiento Beat, le gusta que le exponga su conocida teoría capitalista del arte, en el fondo le gustaría ser como él, pero no se atreve a aceptarlo, se queda con su vida madreada, con su vida de poeta maldito, aquí vuelve a salir en él el espíritu católico, tan alejado del budismo que había pretendido seguir en los años pasados, a fin de cuentas ¿Qué es su escritura sino un frenesí espiritual? Sino el sudor y la sangre del Cristo crucificado colgado en cada iglesia, en cada pared, en cada cuello.

También hay que mencionar la descripción que hace de una noche de jazz en el Cellar donde describe majestuosamente la escena beat en San Francisco, “¡Ahora es jazz!” en donde la prosa se vuelve vertical como en aquellos viejos días en el camino, en este fragmento describe a la Generación Beat extática en medio del frenesí del jazz con una prosa deliciosa, única, todo es musical, Kerouac encuentra la partitura invisible en la hoja en blanco y lanza su canción al viento, a que rebote contra nuestros cráneos y cimbre nuestras mentes, como una canción de Charlie Parker, Su estilo es jazz puro, sin límites, sin márgenes, ni formas, ni direcciones, todo es un poema muy largo, la tragedia de la vida es un poema muy largo, la tristeza es sagrada, como las caras tristes de los ángeles beat en el frenesí del mundo que se les abre como una ostra mística cuando retumba el jazz por todas partes. En esta escena el narrador se vuelve prácticamente omnisciente, en esta escena finalmente alcanza al presente y se da cuenta que en realidad el presente es la conjunción de los tiempos, el verdadero presente es atemporal, es una mezcolanza de pasado y futuro, es místico y misterioso como las vidas que se encuentran frente a sus ojos y que él casi alcanza a tocar con su prosa.

Después decide mandar toda esta vida de locura, alcohol, drogas y decadencia a la mierda y retirarse a una nueva soledad, para ello deberá volver a su viejo amigo el camino, se despide de Neal en el fantasma de medianoche[8], no lo volverá a ver en mucho tiempo, después de esto el máximo héroe del panteón beat pasaría unos años en la cárcel.

Jack regresa a México, a la casa en la Roma donde vive Bill Garver[9], un viejo homosexual severamente sumido en la heroína, en esa casa, como en cualquier casa de un heroinómano que se respete todo es quietud, Garver encuentra la paz mirando las paredes con las venas llenas de heroína y Kerouac la encuentra escribiendo, allí escribirá un par de novelas y varios poemas libres, la paz sólo se ve interrumpida por las turbias idas a las farmacias a buscar codeína o a buscar heroína con los dealers de Garibaldi, que siguen ahí hasta hoy en día, para conseguir droga para Garver, Jack se reencuentra con la serenidad cantando su blues por las tristes calles de la Roma, y de repente como un cataclismo llegan a visitarlo Ginsberg, Corso y los hermanos Orlovsky y la paz muere entre las febriles aventuras turísticas que tienen en México, a destacar la tarde que se tomaron aquella famosa foto en el Parque Luis Cabrera y su visita a Teotihuacan donde heroicamente se fuman un porro en la cima de la Pirámide del Sol, ahí en el pináculo del mundo indígena vuelve a encontrar la desolación, ve al mundo moderno devorando inmisericordemente al mundo antiguo, la enorme serpiente de piedra que habita dentro de la tierra del presente abriendo sus fauces para devorar el pasado, éste es el movimiento perenne del cosmos. La eterna persecución del presente que Neal y él hicieron en el camino no importa, nada importa, el presente, al igual que el futuro, no existe, el tiempo destruye todo, hasta el infinito será devorado por el tiempo. Jack aprecia la compañía, pero ve interrumpida su paz creativa, así que cuando acaba el tour de sus amigos decide regresar con ellos a Nueva York, se despide de Garver, que enfermo le pide que no se vaya, no lo volverá a ver, hacia el final del libro nos enteramos de su muerte, desolación en todas partes.

Tras un camino interesante lleno de divertidas peripecias paseándose como un maniaco zen, teniendo locas borracheras en casas de escritores y editores llega a Nueva York, donde todo vuelve a ser frío como en aquellos inviernos entre los viajes en la carretera descritos en su obra más famosa, Ginsberg lo convence de acercarse al mundo de los editores en el cual él ya ha penetrado, Kerouac logra publicar y se lanza a una nueva aventura, esta vez en un nuevo continente, va a visitar a su viejo amigo William S. Burroughs[10] en Tánger. Ahí, bajo el sol del desierto, Kerouac se sume junto con su amigo en el abismo del hachís y del opio entre pensamientos oscuros y dispersos, Burroughs es un hombre consumido por la pena, sufriendo por el afamado asesinato de su esposa y por sus intentos fallidos de establecer una relación sexual con Ginsberg, ahí sumidos en este extraño sueño oscuro contemplan la profundidad primigenia del alma del desierto, a su rescate llegan nuevamente sus amigos, los ángeles de desolación, inclusive él y Ginsberg logran alejar a Burroughs de la heroína y lo ayudan a escribir lo que se convertiría en El Almuerzo Desnudo, a mi juicio uno de los mejores libros de vanguardia de todos los tiempos.

Al salir de ese abismo, a Jack sólo le queda huir, después de un paso lleno de niebla mental por París y Londres, donde ocurren algunas cosas interesantes, pero poco relevantes para la trama regresa una vez más a América. Desolación, desolación, desolación en todo el mundo. No hay Nirvana, sólo el infierno de la vida terrenal judeocristiana, no hay salvación, la existencia es un ciclo eterno de vacío y sufrimiento.

Y es aquí cuando llegamos al capítulo final de la novela en la que Jack nos presenta a la verdadera heroína de todas sus historias, su madre, este es sin duda la parte más tierna del libro, la prosa se vuelve dulce cuando habla de su madre, quien no comparte su filosofía de vida, pero aún así le permite vivir su vida como él quiere sin cuestionarlo y le brinda amor incondicional, es por eso que buscando consuelo de la desolación que lo persigue por todo el mundo, vuelve a los brazos de su madre, vuelve a ser Ti Jean[11], y con el dinero que ha ganado por la publicación de sus libros decide llevársela a vivir con él a San Francisco, esto conlleva un viaje sinuoso y chusco en el que cruza los viejos caminos de América una vez más pero esta vez con su madre, una mujer mayor que viaja con todas sus cosas (muebles incluidos) esta vez las locas aventuras en el camino son sustituidas por anécdotas tiernas, el momento más intenso es el éxtasis religioso que ambos experimentan cuando Jack lleva a su madre a conocer Ciudad Juárez y ambos explotan en una fiebre religiosa al ver a una mujer indígena hacer penitencia, Kerouac encuentra el éxtasis seráfico que buscaba en una iglesia mexicana.

 Al final tras muchas peripecias llegan a California, pero la cosa no va bien, a las tres semanas la madre no soporta el estilo de vida de San Francisco y regresa a la costa este, por su parte Jack cierra su novela una vez más en Nueva York donde está con sus viejos amigos que han dejado de ser los ángeles de desolación para convertirse en autores más o menos famosos, Jack cree que es el inicio de una nueva vida en la que puede dejar atrás la desolación.

Los libros de Kerouac hablan del viaje del alma, en este libro su alma está muy lejos de la de aquel niño travieso de América buscando aventuras (o, en sus palabras, buscando a dios) de En el camino, de la del idealista zen de Los vagabundos del dharma y de la del necio loco, alcohólico y enfermo de Big Sur, el libro está escrito con franqueza, con ternura, con agonía, reconociendo la debilidad, la carnalidad, la mortalidad del hombre que la escribe.

Me parece que la lectura de Kerouac sigue siendo relevante, ya que muchas de las inquietudes que él expone y padece en sus libros son inquietudes que sentimos y padecemos los jóvenes en el presente, la incertidumbre total, la falta de oportunidades, la pobreza, la desesperación y la angustia son temas recurrentes en las generaciones jóvenes, en las nuevas generaciones madreadas.


[1]En la novela Kerouac usa el seudónimo de Jack Duluoz

[2] En el libro Raphael Urso

[3] En el libro Irwin Garden

[4] En el libro Simon Darlovsky

[5] En el libro Lazarus Darlovsky

[6] En este libro Cody Pomeray, en En el camino Dean Moriarty

[7] Como curiosidad, Francis Ford Coppola compró los derechos para llevar En el camino al cine, en alguna ocasión Kerouac le mandó una carta al famoso director proponiéndose a sí mismo como protagonista de la película y sugiriendo a Marlon Brando para hacer el papel de Dean Moriarty

[8] Tren nocturno que viajaba de San Francisco a Los Ángeles

[9] Old Bull Gaines en el libro

[10] Bull Hubbard en el libro

[11] Apodo que le decían de pequeño

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