Por Omar Colío
La semana pasada se retiró Aaron Donald. Cuando me enteré, mi
corazón se hundió en lo más profundo de mi ser, caí en el pozo de la melancolía
y ya no pude escribir. Dentro de mí nació y creció una especie de luto por el
fin de la carrera del jugador de futbol americano que más he admirado, el mejor
jugador de mi equipo en la historia que yo he estado aquí para ver, el que
llegó en el momento más calamitoso en la historia del equipo y lo llevó hasta
lo más alto. No es tanto su retiro lo que me causa el vacío interior que me ha
bloqueado momentáneamente la capacidad de escribir, sino lo complicado que me
resulta escribir algo sobre él, porque Aaron Donald además de ser uno de los
mejores jugadores de futbol americano en toda la historia, para mí siempre ha
sido un enigma, uno de los enigmas más grandes en el mundo del deporte.
¿Se puede saber algo de un tipo que no quiere que sepas nada
acerca de él?, uno que sólo muestra la cara muy de vez en cuando y sólo detrás
de la máscara de plástico que da un ambiente controlado, diseñado por una
trasnacional especializada en imagen pública. De la aversión a los reflectores
de Donald en la época de las redes sociales parece provenir el origen del
enigma que lo envuelve. A los jugadores de la NFL siempre les ha encantado
hablar, sobre todo les gusta hablar de ellos mismos, los de esta generación la
tuvieron más fácil debido al boom de los medios de (des)información personales,
pero siempre les ha gustado hablar, por eso Terry Bradshaw sigue en la
televisión. Donald sólo hablaba dentro del emparrillado, fuera de él sólo alzó
la voz un par de veces, ambas para
exigirle a los Rams un contrato más lucrativo.
Pero en el campo de juego, ahí sí que habló, era el Dios del
caos, usó la demoledora fuerza destructiva que emana de la rabia que oculta
debajo de sus músculos e hizo reinar al pánico, Donald escribió su evangelio exclusivamente sobre
el emparrillado. Los números están ahí, fue seleccionado al Pro Bowl en sus
diez años como profesional, en ocho de ellos fue seleccionado al primer equipo
All-Pro, ningún jugador en la historia de los Rams ha logrado tantas capturas
como él (111) y sólo el elocuente John Randle logró más capturas desde la
posición de tackle defensivo, ganó 3 veces el premio a Jugador defensivo del
año y debió ganar más, así como debió haber ganado el premio a Jugador Más Valioso
de la Liga en al menos un par de ocasiones, si no fuera un premio que los
votantes, en su infinita ignorancia, han reservado para los quarterbacks. Pero la
estadística de Aaron Donald que más me impresiona es ésta: Durante los últimos
cinco años, la tasa promedio de victorias en la carrera de pases de
la NFL contra un solo bloqueador de pases fue del 17% para un
cazamariscales calificado. Donald registró una tasa de victorias de presión del
18% contra equipos dobles en ese lapso, lo que lo hace mejor contra dos
bloqueadores de pases que el cazamariscales promedio contra uno en los últimos
cinco años.
Pero, como siempre, las estadísticas no pintan el retrato
completo. Más que hablar de eso, hay que
hablar del impacto tangible que tenía dentro del juego, el cual era mayor al
impacto que cualquier otro jugador que yo haya visto. Hasta el aficionado
casual al deporte de las tacleadas podía darse una impresión de su valía al
verlo luchar (y vencer) a tres hombres por sí solo y en los momentos clave…¡Puffff!
Pues Donald tenía proclividad por aparecer en el momento más apremiante del
encuentro, generalmente para sellar la victoria, era un jugador de los que
llaman clutch como demostró en la postemporada del año 2021 donde una
jugada suya estampó el triunfo de los Carneros en el juego de campeonato de la
NFC contra sus odiades rivales, los Sanfrancisco 49ers. Y más importante
aún fue su actuación un par de semanas
después en el Super Bowl LVI, donde una captura suya inflamó a la defensiva
para cerrarle el grifo de la ofensiva de los Bengals, y en la jugada final, tal
como predijo Sean McVay, Donald destrozó a la línea ofensiva rival y obligó a Joe Burrow
a tratar de deshacerse de la manera más rápida posible del balón, dejándolo sin
opción de contactar al peligrosísimo Ja’Marr Chase, quien se encontraba solo,
listo para anotar el touchdown de la victoria tras un tropezón del esquinero Jalen
Ramsey.
El hecho de que una jugada de Donald le haya sellado la
victoria de los Carneros en el Super Bowl es poesía pura, porque fue él quien
inició el repunte radical del equipo, que antes de su llegada llevaba más de un
lustro siendo el hazmerreír de la liga. Mucho se habla de cómo la llegada de
Sean McVay unos años después sería el punto de quiebre para que el equipo
volviera a los primeros planos, pero la llegada de Aaron Donald fue no sólo el
primer movimiento maestro en la gestión del gerente general Les Snead, sino la
chispa que encendería la esperanza de un equipo desamparado, además el haber
jugado en la etapa del equipo en St. Louis lo unge en un aura especial, lo hace
todavía más inherente, más encarnado a la historia del equipo.
Sin embargo lo que más me intriga ahora que su carrera en la
NFL ha concluido es: ¿Por qué Aaron Donald no es una superestrella, por qué no
está en todos lados? Obviamente todos los aficionados de hueso colorado a la
NFL saben quién es, pero no es un rostro reconocible en la cultura popular,
como sí lo es el de muchos deportistas que no cosecharon tantos méritos. Entonces
preguntémonos por qué ¿Será porque a pesar de ser uno de los tipos más mamados
del planeta, su complexión lo hace lucir gordo? ¿Será porque comete el pecado
de apellidarse Donald en la oscura era de Trump? ¿Será porque secretamente es
un comunista antisistema? ¿Será porque no habla? ¿Será porque es muy
inteligente para la banalidad del mundo del espectáculo? ¿Será porque
secretamente es más listo que todos?
No lo sé, hay demasiadas hipótesis y en la era posmoderna no
hace demasiada falta responder las preguntas y hablando de la era posmoderna,
creo que en parte tiene que ver con el hecho de que las investigaciones
científicas sobre las secuelas que deja el futbol americano han hecho que el
juego sea menos violento y que se le dé menos énfasis a las crudas jugadas
ejecutadas por los defensivos.
Aunque hay que decir que Donald no es precisamente igual a
los grandes jugadores defensivos del pasado, sí es el prototipo de defensivo
legendario, de esos que infunde miedo en los rivales, pero es diferente a
digamos, Lawrence Taylor, Donald no es la fuerza de la rabia, no es la furia
animal alimentada por la testosterona, los esteroides y la cocaína, Donald es más fino, hay más
inteligencia en su juego, en su manera de destruir los muros, de atravesarlos
como si fuera la muerte misma, Donald es la furia encendida de la voluntad, más
parecida a la rabia que produce defender una causa justa.
No sé qué más decir. El bloqueo originado por el luto de la
separación definitiva de Donald y los emparrillados me envuelve de nuevo y
además mis palabras, las palabras de cualquiera, se quedan cortas para
describir las hazañas de este héroe mitológico, en mi memoria quedará tatuada
para siempre la imagen de Donald peleando contra toda la banca de los Bengals
en el Super Bowl, y la de la secuela, que fue aún mejor, cuando se armó aquella
gresca durante un entrenamiento de pretemporada conjunto, donde Donald se lanzó
de nueva cuenta contra todos los Bengals
y emergió con un casco, que digo con un casco, con una cabeza de tigre en cada
mano, como si fuera el mismísimo Perseo.
Los Carneros han sido la casa de históricos jugadores
defensivos de la talla de Jack Youngblood, Merlin Olsen y Deacon Jones, titanes
todos, pero ninguno a la altura de Aaron Donald. ¡Adiós, Aaron! ¡Adiós, héroe
mitológico! ¡Adiós, héroe mío! La NFL nunca volverá a ser la misma sin ti
luchando y venciendo a tres hombres, provocando el caos y la tempestad en las
ofensivas, dándome la seguridad de que tú me cubrías la espalda, le cubrías la
espalda a mi amado equipo.
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