¿Por qué es una abominación que la Serie del Caribe se celebre en Miami?

 



Por Omar Colío 

La Serie del Caribe, un evento que tradicionalmente ha unido a los amantes del beisbol latinoamericano en un ambiente de camaradería y competencia, ha caído presa de la voracidad económica al ser trasladada a la ciudad de Miami. ¡Miami, esa tierra de excesos y superficialidades, donde la autenticidad se ahoga en un mar de luces brillantes y dólares fáciles! Este movimiento es una aberración que socava al beisbol latinoamericano en pos de unos cuantos billetes verdes.

El beisbol en América Latina es más que un deporte; es una droga que fluye por las venas de los aficionados a la pelota. La Serie del Caribe debería ser el éxtasis de esa conexión cultural compartida, una bacanal de pasión y competencia entre países hermanos. Sin embargo, al trasladarla a Miami, se la arrebata a la afición que le da vida a estos equipos, convirtiéndola en un espectáculo desalmado, lejano de la autenticidad que hace palpitar el corazón del beisbol latinoamericano.

La mudanza no sólo es una bofetada a la tradición, sino también un golpe bajo para los verdaderos fanáticos. Estos devotos del beisbol merecen más que ver el evento por televisión (pagando unos cuantos dólares de por medio). La afición necesita tener el beisbol cerca, apoyar y celebrar con sus equipos y sumergirse en la pasión que sólo el entorno latinoamericano puede brindar. Pero no, les han arrebatado esa experiencia única y les han dejado con el sabor amargo de la traición.

Y qué decir del riesgo de convertir la Serie del Caribe en un espectáculo elitista. Miami, con su fachada glamorosa y su obsesión por la opulencia, amenaza con transformar el beisbol, un deporte que en el Caribe pertenece al pueblo, en una fiesta exclusiva para aquellos con tarjetas de crédito sin límite. Esto va en contra de la esencia misma del béisbol latinoamericano, que siempre ha sido para las masas. En los países del Caribe los niños juegan a la pelota con bates hechos de palos de escoba y guantes hechos de cartones de leche.

Este cambio de sede no solo es una bofetada a la autenticidad, a la pasión y a la tradición, sino una patada en los huevos al verdadero espíritu del béisbol. La Serie del Caribe en Miami es una abominación que debe ser enfrentada, una desviación insensata de su verdadero propósito. Es hora de levantar la voz, cargar nuestras gargantas como lanzas y luchar por el alma auténtica del beisbol latinoamericano. ¡Que retumbe el grito de resistencia, y que la Serie del Caribe regrese a sus raíces antes de que sea demasiado tarde!

Y no sólo nos centremos en la Serie del Caribe, en toda América Latina debemos luchar en contra de la gentrificación del beisbol, batalla que en México por cierto vamos perdiendo, si no me creen vayan a darse una vuelta por el Estadio Alfredo Harp. No permitamos que el beisbol se gentrifique y se vuelva un espectáculo sólo para aquellos con poderío económico.

Y sí, ya sé que las Series del Caribe de 1990 y 1991 también se celebraron en Miami, pero en ese entonces yo no había nacido. No podía decirles que la Confederación de Beisbol Profesional del Caribe es igual de oscura y corrupta que el resto de instituciones que pretenden regular el deporte mundial, a las que sólo les interesa la ganancia económica y no el juego en sí ni mucho menos los aficionados, al menos no los aficionados que no ganen en dólares. Para ver lo alineada con los intereses capitalistas que puede ser la Confederación del Caribe sólo hay que ver cómo se cepillaron de un plumazo a los equipos cubanos, grandes animadores de este torneo, en el 2020.

Así que, afición al beisbol: ha llegado la hora de manifestarse, no permitamos que los intereses capitalistas se lleven este torneo tan nuestro a Miami, no permitamos que el beisbol se gentrifique y se aleje del pueblo.

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