Por Omar Colío
Jed Snow contaba los pocos instantes que faltaban para convertirse en el hombre más famoso del mundo mientras se abría paso entre la gran multitud que esperaba por entrar a Disneylandia. Ya faltaba poco para convertirse en el nuevo mesías, aquel que vendría a redimir al mundo del pecado con su evangelio de fuego y sangre.
Llevaba
con orgullo una gorra de MAGA y una gigantesca cruz de madera colgando de su
pecho que lo hacía sentir como un cruzado, como un mártir, como un santo. Después
de todo consideraba que la historia eventualmente le daría la razón a sus actos
y los americanos del futuro lo verían como el padre fundador de la Nueva
América, la América limpia, la América pura. Al pensar en esto, se emocionó y
empezó a frotarse los tatuajes que llevaba en el cuello para que le dieran
suerte, de un lado tenía la bandera de Gadsden y dos rifles cruzados, bajo las
armas se podía leer NRA 4EVER, del otro llevaba la bandera confederada.
Hacía más
de 300 años que sus ancestros se habían establecido en el oeste de
Pennsylvania, donde Jed había nacido y crecido, inclusive era descendiente
directo de soldados que pelearon en la Guerra Civil del lado de la Unión, pero
eso no le impedía llevar tatuada en el cuello la bandera confederada, ya que en
sus propias palabras: “¡Odiaba a los putos negros! y a los latinos y a los
chinos y a los árabes terroristas y a todos los blancos liberales que no iban a
la iglesia”.
“¡Puta
madre, cuánta gente!, espero traer municiones suficientes para cargármelos a
todos” pensaba Jed, mientras su obeso cuerpo se asaba y sudaba prominentemente
en la explanada. Y sí, había mucha gente, al fin y al cabo este no era un día
normal en Disneylandia. Hoy los New York Jets harían un desfile para festejar
el haber roto más de medio siglo de sequía tras vencer a los Dallas Cowboys en
el Super Bowl más épico de la historia, que había concluido cuando el
quarterback Matt Rodríguez completó para touchdown un espectacular pase Ave María
desde medio campo para darle el triunfo a su equipo. “¡Maldito espalda mojada!
¡Que se joda!, ¿cómo se atreve a hablar mierda del país que le da de comer”,
pensaba Jed mientras le daba tragos a su gran botella de Coca-Cola para
refrescarse. Rodríguez, que no era de origen mexicano sino español, y que al
igual que la gran mayoría de las estrellas de la NFL normalmente votaba por los
republicanos, alguna vez bajo la provocación de los medios se había tomado un
segundo para hacer una crítica a las políticas migratorias norteamericanas. “No
lo sé, me parece que habría una manera más fácil de hacer una política
migratoria. Es decir, debería ser más fácil el dejar entrar a los latinos para
que hagan los trabajos que nosotros no queremos hacer.”, había dicho Rodríguez.
“Hijo de puta, cómo se atreve a sugerir que los espaldas mojadas puedan venir
aquí a quitarnos los trabajos”, pensaba Jed lleno de rabia.
Finalmente,
después de horas de espera, Jed logró llegar hasta la taquilla, pagó los mil
dólares que costaba la entrada y se dispuso a ingresar al parque, pero el
guardia de seguridad de la entrada le dijo: “Disculpe señor, pero antes de que
entre tendremos que revisar su mochila”, Jed pensó en entrar por la fuerza,
pero antes de que pudiera actuar se vio rodeado por diez gigantescos gorilas que
lo condujeron a un pequeño cuarto oscuro desde donde operaban toda la seguridad
del parque, en una de las paredes había un pantagruélico letrero rojo que
decía: “Recuerda siempre disparar a la gente sospechosa”, debajo de él había
fotografías de gente considerada sospechosa, todas eran de gente de color. En
otra pared que los guardias llamaban “El muro del orgullo” se podían ver
imágenes de agentes disfrazados en un traje de Goofy disparándole con un taser
a personas inocentes de todos los colores. Bueno, todos menos el blanco.
Mientras Jed observaba la habitación fue recibido por un gigantesco negro cuya
etiqueta con su nombre decía Darren.
—Buenas
tardes señor, antes de que ingrese al parque tendré que revisar su mochila.
—dijo Darren.
—¡Jódete!,
eso va en contra de mi libertad, la Constitución me protege. —le respondió Jed.
—Lo siento
señor, pero la carta de derechos no tiene jurisdicción aquí —aseveró
autoritariamente Darren mientras le arrebataba la mochila a Jed y se ponía a
hurgar entre sus cosas. “Veamos, ¿Qué tenemos aquí?”, dijo Darren mientras
sacaba de la mochila una botella de moonshine. “Oh, parece que alguien está
buscando pasarla bien”, Jed se mantuvo en silencio pues había aprendido de la
televisión que todo lo que dijera podía ser usado en su contra, después Darren
sacó un ejemplar de Mi lucha. “Hmmm, parece que alguien es un gran
admirador de la historia”, dijo el guardia de seguridad al verlo. Eso le gustó
a Jed que se había debatido profundamente por semanas si debía llevar Mi
Lucha o la Biblia a su gran ascensión a los cielos. Después de mucha
deliberación Jed decidió que Mi lucha era la mejor opción pues iba más
al punto.
Darren
siguió esculcando y sacó unos arneses, un chaleco antibalas, unos cuantos
rifles de asalto, una provisión casi infinita de municiones, una docena de
granadas y una bazuca, Darren se quedó contemplando el fondo de la mochila, su
rostro que había permanecido calmo, se había transformado en el de un furioso
ogro y finalmente le dijo a Jed:
—Señor,
¿Me podría explicar esto?
—Eso lo
llevo por protección. ¡Conozco mis derechos maldito animal! ¡La Segunda
Enmienda me protege! —respondió Jed.
—Señor, sé
lo que dice la Segunda Enmienda, pero por favor acérquese y vea dentro de su
mochila—Le respondió Darren, su cara estaba rígida y sus arterias faciales
tensas, como si estuvieran a punto de estallar.
Jed se
acercó y echó un vistazo, lo único que quedaba en su mochila eran un poco más
de municiones, un montón de papeles desordenados y su cajetilla de cigarros.
—¿Y bien?
—dijo Darren.
—¿Y bien
qué?, maldito mapache hijo de puta, ya te dije que la Segunda Enmienda me
prote…—antes de que Jed pudiera terminar su alegato, Darren lo interrumpió con
un grito tan poderoso que casi le reventó los tímpanos.
—¡Silencio,
puto psicópata! ¿No te das cuenta que no puedes entrar aquí con eso? ¡Jesús,
éste es un lugar familiar, no puedes pasar aquí con productos de tabaco!
Eso enojó
mucho a Jed, pero al final decidió que el nacimiento de la Nueva América y su
ascensión al cielo como el nuevo mesías eran más importantes que una cajetilla
de cigarros así que los tiró a la basura. Darren sonrío y le dijo a Jed:
—Bien, ya
puedes pasar, sólo no te acerques al ratón con esas armas, eh.
—¡Puto
negro! Disfruta tu momento de gloria, ya falta poco para que tu cara tenga más
agujeros que un queso suizo—pensó Jed mientras entraba al parque.
Los
papeles que Darren no inspeccionó constituían un guion especulativo sobre la
historia de su vida y los eventos que estaban por suceder, Jed no tenía mucha
esperanza de que los judíos maricas de Hollywood herejes de Satanás contaran su
historia desde su perspectiva, pero también pensaba que lo que más amaban los
judíos era el dinero y una película sobre el hecho histórico, el hecho bíblico
que estaba por suceder sería un exitazo de taquilla, muchos ángeles, muchos
niños, muchos seguidores del presidente (del verdadero presidente no del
usurpador que estaba en la Casa Blanca) lo verían y después de pagarle sus
dólares ganados con el sudor de su frente a las ratas judías, saldrían a
aniquilarlas inspirados por su sacrificio. Ante sus ojos sería para siempre un
mártir, siempre un cordero de Dios, siempre un mesías, así que saldrían a la
calle para culminar lo que él había iniciado. En realidad el guion, que Jed
había escrito con la ayuda de Chat GPT, no era muy bueno, era más que nada un
gran plagio de El guardián entre el centeno. Bueno, si la obra maestra
de Salinger fuera una película de acción de los 80 estelarizada por Sylvester
Stallone o Arnold Schwarzenegger.
Mientras
todo el mundo estaba distraído con el desfile, Jed aprovechó para escalar hasta
la cima del Castillo de la Bella Durmiente, una vez que llegó ahí se tomó un
segundo para contemplar la hermosa vista, era una bellísima tarde, todo parecía
suceder de manera normal en Disneylandia, la gente vomitaba por todos lados, ya
fuera por dar vueltas en las tazas o por una intoxicación causada por la
comida del
parque, en los juegos mecánicos la gente moría de un infarto, todo el mundo
llenaba sus arterias con colesterol y azúcar. “Dios bendiga a América”, pensó
Jed mientras se secaba las lágrimas de los ojos.
Plantó uno
de sus rifles de asalto automáticos y decidió echar un vistazo por la mirilla.
¡Mierda!, en uno de los techos cercanos, Jed observó como otro par de
francotiradores se alistaban para el ataque. Jed aumentó el alcance de su
mirilla y pudo ver que los francotiradores eran árabes, Jed no iba a dejar que
esos sucios terroristas color diarrea robaran su momento de gloria. Por suerte
para él los otros francotiradores estaban tan atentos al paso del desfile que
nunca vieron a Jed, que con un par de descargas rápidas por la espalda acabó
silenciosamente con sus vidas.
Después de
esperar varias horas mientras desfilaban todos los malditos personajes
propiedad de Disney—que Jed aprovechó para darle los últimos toques a su guion—
finalmente el carro que llevaba a los Jets se postró frente a él. ¡Era el
momento de cambiar la historia! ¡Era el momento de la purificación!
Con el
primero que acabó fue con el hombre más odiado de América, el comisionado de la
NFL, una vez que explotó su cabeza, su peluca salió volando y cayó justo sobre
la cabeza de su esposa que cubría el evento como miembro de los medios, esto
generó un gran grito de júbilo por parte de la diversa multitud, pues si bien
entre ellos había gente de muchas posiciones políticas encontradas, si en algo
podían estar de acuerdo era en que todos odiaban al comisionado. Después le
apuntó a Matt Rodríguez y al grito de “Dile hola a mi amiguito” lo voló en mil
pedazos con su bazuca.
La
explosión hizo que el pánico reinara entre la multitud, todo el mundo salió
corriendo, había confusión por todas partes, las personas chocaban contra los
personajes de Disney, contra los miembros de la prensa, contra los jugadores,
contra los borrachos, contra los postes, todos caían al suelo, se revolcaban.
Hubo quien
trató de pedirle ayuda a la policía, pero los oficiales estaban muy ocupados
disparándole a los negros desarmados, no tardaron mucho en acabar con las vidas
de más del 80% de los campeones del Super Bowl, incluidos el ala defensiva
Tre’Davious Davis, descendiente directo de Miles Davis y ganador de los últimos
cinco galardones a Mejor jugador defensivo del año y Terrell Moss, el
estrafalario receptor estrella que había atrapado el Ave María de Matt
Rodríguez que coronó a su equipo. Una vez que el chofer de su carro alegórico
salió corriendo por su vida, las porristas de los Jets trataron de pedirle
ayuda a la gente, pero en lugar de ayudarlas, los espectadores decidieron
saquear el carro y manosearlas, una de las porristas trató de defenderse con
una pistola, pero fue abatida por la multitud.
Naturalmente,
la multitud no tardó mucho en devolverle a Jed los disparos, no sólo el equipo
de seguridad contratado para el evento, sino toda la gente que como Jed, ese
día había decidido llevar su arma al desfile, inclusive los niños trataron de
defenderse con sus pistolas. Asustado por un par de tiros que le pasaron cerca,
Jed exclamó: “Jesús, este lugar sí que está lleno de gente armada”. Sin embargo
nadie logró a atinarle a Jed y él acabó con una buena parte de la gente
armada—no con toda porque el número de personas armadas en el parque superó
exponencialmente sus expectativas—mató inclusive a los niños, a los cuales Jed
no titubeó en enviar al más allá. Como lo veía, era mejor que murieran a que siguieran viviendo
en este mundo de pecado y depravación.
Para
sorpresa de nadie, el único de las botargas que iba armado era el Pato Donald,
que empezó a disparar con una AK-47, pero erró sus disparos y Jed lo aniquiló
con una gran descarga, “Cuac, cuac,
cuac, ¡Maldito bastardo! Cuac, cuac, cuac”, dijo Donald como despedida en su
voz tan particularmente aguda y nasal. Las princesas de Disney hicieron lo que
mejor sabían hacer, salir corriendo despavoridas a la espera de que un hombre
las salvara, afortunadamente para ellas acudieron a su ayuda los mismísimos Avengers.
Todos los superhéroes se pusieron en formación y trataron de detener a Jed,
pero él los acabó uno por uno—Bueno, para ser honestos, Jed no mató a todos,
Spiderman trató de escalar el castillo para detenerlo, pero resbaló y se partió
el cuello. —primero a Iron Man, luego a Hulk, después a Thor y a la Viuda
Negra, sintió un placer especial cuando acabó con la “puta lesbiana feminista” que
era la Capitana Marvel, buscó por todos lados a Black Panther, pero no lo
habían invitado. Le dolió cuando una de sus balas penetró por el centro del
escudo del Capitán América y se hundió en su pecho, después de todo era su
superhéroe favorito. Al ver que sus sables laser no servían para gran cosa, el
elenco de Star Wars trató de detener a Jed con sus poderes jedi, pero tampoco
funcionó. Fue para este punto que Jed comenzó a lanzar las granadas, mientras
hacían explosión gritaba extático: “Maldita gente que se ofende por todo ¡Tomen
esto cabrones! ¡Esto es por volver negra a la Sirenita!”.
Mientras
la masacre acontecía, en su desesperación muchas de las víctimas empezaron a
cantar a coro God Bless America, alguien lo grabó y lo subió al
internet, lo que provocó que en cuestión de minutos en Twitter se volvieran
tendencia los hashtags #PrayForAmerica y #PrayForMickey. Instantes después las
celebridades de Hollywood iniciaron una transmisión en vivo en la que todos
cantaron a coro Imagine de John Lennon desde sus mansiones, pero aunque
todo el mundo estaba cantando y todo el mundo estaba tuiteando y todo el mundo
estaba orando, Jed seguía matando gente a diestra y siniestra.
Cuando la
gente en el parque vio que el apoyo brindado por sus celebridades favoritas no
servía de nada, todo el mundo empezó a perder la esperanza, hasta que sucedió
un milagro. El chico que portaba la botarga de Mickey, que se escondía detrás
de un kiosco, vio como un oficial era abatido, el arma del oficial cayó a sus
pies y a pesar de estar aterrado, decidió tratar de defenderse, pues los
disparos de Jed ya le habían pasado tan cerca que le habían volado sus dos
gigantescas orejas, además él era Mickey y era su responsabilidad más que la de
nadie cuidar del mundo mágico de Disney. Por lo que simplemente tomó el rifle
automático, rezó un Ave María y disparó una ráfaga, la tercera ley de Newton lo
hizo salir volando de espaldas. No obstante, sus disparos, que muchos dirían
que fueron guiados por la providencia, le hicieron un agujero a Jed justo en el
centro del cráneo. Cuando su cuerpo cayó de la cima del Castillo de la Bella
Durmiente y golpeó el suelo, todo el mundo salió de su escondite para celebrar
y aplaudir. Para festejar sacaron sus armas y las dispararon al aire al grito
de “Yeeh-hah”, cuando las balas regresaron del cielo, acabaron con la vida de una buena parte de los sobrevivientes.
El chico
detrás del disfraz del ratón también se llamaba Mickey, antes de tomar el rifle
del oficial muerto nunca en la vida había disparado un arma. Era un chico
pequeño y asmático que había sufrido bullying toda su vida. Nunca le había ido
muy bien, seguía siendo virgen, es más ni siquiera había dado su primer beso a
pesar de ya estar a punto de cumplir 30. Pero le gustaba toda la mierda de
Disney y le quedaba el disfraz, así que su trabajo de mierda en Disneylandia
había sido hasta antes de ese momento el punto cumbre de su vida.
Los
sobrevivientes no tardaron en señalarlo como el héroe del día, lo vitorearon y
lo levantaron en hombros mientras él blandía su arma hacia el cielo. Mickey se
sintió embriagado por esta sensación, se sentía poderoso con el rifle en las
manos. Mientras los fuegos artificiales hacían explosión en el cielo, Mickey
sintió el calor de la Historia, se sentía como un héroe, como un salvador, como
un Mesías, como un nuevo padre fundador de América. Así que tomó el rifle y
decidió hacer aun más memorable la ocasión acabando el trabajo, mientras
disparaba contra la multitud, Mickey pensaba que Jed y los otros —y por los
otros se refería a toda América —le habían hecho el trabajo más fácil.
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