Jugué el Super Bowl con una pierna rota



Por Omar Colío

Hola, mi nombre es Jack Youngblood, y aunque mi sangre ya no es joven todavía se enciende cuando veo jugar a mis amados Rams. equipo para el cual jugué los 14 años de mi carrera.  ¿Por qué será que siempre que los Rams llegan al Super Bowl hay un final de película? Veamos, entre los Super Bowls que han jugado los Carneros tenemos éste en el que los Rams están tratando de ganar el partido grande en su nuevo palacio para así ganarse a la apática y exigente afición angelina que no se presentó al juego de Campeonato frente a su rival más odiado, tenemos el primer milagro de Brady, tenemos el de la historia imposible de Kurt Warner que fue de cerillo de supermercado a Jugador Más Valioso de la liga a Campeón del Super Bowl, que por cierto terminó con Mike Jones tacleando a Kevin Dyson a 1 yarda de conseguir el empate con el reloj en ceros, hace un par de años tuvimos la actuación heroica de Cooper Kupp y por supuesto tenemos el mío….que por cierto, jugué con una pierna rota.

Todos disfrutamos los pases perfectos, las atrapadas espectaculares y las imposibles fugas, pero en las trincheras está la verdadera belleza del juego. Las trincheras son la razón por la que este juego es poético. Estás ahí parado, bufando con dificultad frente al aliento de otro gigante nervioso que también respira con dificultad, de repente el quarterback recita la palabra mágica y comienza la jugada.  En décimas de segundo ¡Bam! Se produce el impacto, primero llega el sonido y después el dolor, los huesos crujen, los esternones se estrujan, las piernas se doblan, la vista se nubla, el aire se comprime, los corazones saltan, los traseros caen humillados al suelo…y después de que la ofensiva gana una miserable y heroica yarda te tienes que levantar y volver a hacerlo todo de nuevo.

En los Rams nos tomamos muy en serio eso de la línea defensiva, hoy pueden verlo con Aaron Donald, el mejor jugador de la liga. Pero todo empezó en los 60 cuando el coach George Allen, un maquiavélico hijo de puta salido del mismo molde que Richard Nixon, usó sus poderes maquiavélicos para ensamblar a “El Temible Cuarteto” Deacon Jones, Merlin Olsen, Rosey Grier y Lamar Lundy, estos cuatro eran la mejor línea defensiva que había visto la liga en su historia, aterrorizaron a quarterbacks y corredores a una dimensión sin precedentes, se volvieron parte del folklore de la época, los cuatro eran puro Hollywood, todos actuaron después de retirarse: Lundy estuvo en Perdidos en el espacio, Grier se volvió un famoso evangelista y hasta apareció en el capítulo del Super Bowl de Los Simpson, Olsen tuvo una carrera exitosa en la televisión como actor y comentarista y luego estaba Deacon Jones.



Deacon es famoso por inventar el término sack (saquear) para cuando se captura al quarterback detrás de la línea de golpeo, esa era su especialidad, él decía que era como tomar a todos los linieros ofensivos y al quarterback y ponerlos dentro de una bolsa y luego tomar un bate de beisbol y golpear con él la bolsa.  Deacon jugaba con mucha ira, había acumulado odio de sobra en su infancia viviendo en la Florida segregada, peleando con blancos a los que se negaba a cederles su asiento en el autobús, siendo apaleado por esos blancos, viendo una vez como unos adolescentes blancos humillaban a una anciana negra golpeándola con una sandia, la anciana murió, nunca hubo una investigación al respecto.

Así es que dentro de Deacon sólo había ira, cuando empezaba la jugada encendía sus ojos de asesino, corría con más intensidad que todos, lanzaba a la desolación al tackle que tuviera la desgracia de toparse con sus brazos y su torso, que era como un roble, y luego golpeaba con toda esa ira acumulada al quarterback. Para Deacon era como ser Godzilla devastando una ciudad, y como Godzilla lo hacía para encontrar una manera de liberar todo ese odio que lo carcomía por dentro.

Yo estoy en el Salón de la Fama gracias a que cuando llegué a los Rams, proveniente de la Universidad de Florida, pude aprender un año de Deacon, que a mi juicio es el mejor ala defensiva de toda la historia, pero también fue un gran mentor. Cuando llegué a Los Ángeles, tuve lo que aquí llamarían un malviaje, todo era tan psicodélico, tan ostentoso, tan estrambótico, tan brillante, tan plástico, nada que ver con mi natal Florida hundida en la oscura simpleza del pasado, a los dos días estaba de regreso en Jacksonville aterrado en casa de mi madre. Pero decidí volver y pude aprender de Deacon, pude ver su intensidad, su furia, pero sobre todo su dedicación y su compromiso con el equipo. Él era el perro alfa, un ejemplo para todos, todos lo seguíamos, yo creo que el compartir equipo con él aunque sea un año me enseñó muchas cosas que iba a hacer en el futuro, también de él aprendí a usar el poder de mi voz, a distraer a los ofensivos con mi palabrería, a hacerle saber al quarterback que iba por él y aterrorizarlo con la idea. Estoy en el Salón de la Fama por eso y porque tuve el lujo de jugar con Merlin Olsen, el único del Temible Cuarteto que jugó en los Rams después de mi año de novato. Merlin Olsen era el tipo más agradable del planeta, pero en el emparrillado era un vikingo gigante devastando una aldea, llevándose a los niños para comérselos.

En ese entonces la NFL vendía la violencia como parte de su atractivo, no es que el juego de ahora no sea violento, lo es, violentísimo, pero después del escándalo de las conmociones, la NFL dejó de utilizar la brutalidad del juego en su estrategia de marketing. Pero, en ese entonces si había algo que los coaches, los aficionados y nosotros amábamos era la brutalidad del juego y por eso la liga estaba llena de locos, los hombres ideales para el trabajo, todos estábamos tan locos y jugábamos como el toro que sale desconcertado a jugarse la vida contra el torero. Con base en la fuerza, la brutalidad y la violencia me convertí en una de las alas defensivas más dominantes, junto con Merlin, Fred Dryer, que también tuvo una carrera exitosa en Hollywood y Larry Brooks formé parte de la segunda encarnación del Temible Cuarteto, nos volvimos el equipo dominante de nuestra división pero nunca logramos trascender en los playoffs por culpa de los Vikingos de Fran Tarkenton y Bud Grant y sobre todo de los Vaqueros de Roger Staubach y Tom Landry.

Mucho se habla de Jack Lambert, de Ray Nitschke de Dick Butkus o de Ray Lewis como el más duro golpeador en la historia de la Liga, como el más chiflado, como el más cabrón de todos los cabrones que jugó en esta condenada liga, pero la verdad es que yo soy el más duro hijo de perra que alguna vez jugó en la NFL. Me gustaba jugar sin mangas, con el casco lleno de pasto, con el jersey lleno de sangre y con el alma llena de fango, la prensa decía que tenía un aura como de John Wayne, sabías que al final de la película John Wayne iba a atrapar al malo así como yo siempre iba a atrapar al quarterback.

Una vez en la temporada muerta del 81, mi mano estaba inflamada y yo pensé que me había mordido una araña, así pasaron días hasta que no pude doblar mis dedos ni ponerme el reloj así que fui con el médico del equipo, cuando le mostré mi mano él casi se desmaya, inmediatamente tomó el teléfono y fui llevado al hospital a tener una cirugía de emergencia, me sacaron un coágulo del tamaño de un hot dog gigante, supongo que eso pasó porque tengo una alta tolerancia al dolor, lo cual puede explicar lo que hice en los playoffs del 79.

Para entonces parecía que nuestro momento había pasado, el Coliseo de Los Ángeles, nuestro hogar, nos había quedado grande y Carroll Rosenbloom, que en el ‘72 por una disputa con la ciudad de Baltimore cambió con Robert Irsay el ser dueño de los Colts por ser dueño de los Rams, decidió mudarnos al estadio de Anaheim., así que iba a ser nuestra última temporada en el condado de Los Ángeles. Ya no estaba Merlin Olsen, tampoco estaba Chuck Knox, el coach que nos había guiado al éxito a mediados de los 70. Cuando Knox llegó a los Rams, el quarterback titular era el legendario John Hadl, una amenaza por la vía aérea, pero para 74 el brazo de Hadl ya no era el mismo y Chuck se dio cuenta así que lo cambió a los Packers por un paquete de selecciones colegiales sin precedentes que ayudó a que seleccionáramos jugadores que fueron importantes para mantenernos competitivos y le dio la posición más importante del juego a James Harris, que se convirtió en el primer quarterback afroamericano en ser titular a tiempo completo. Nos fue muy bien con él al timón de la ofensiva, nos guio a dos temporadas y media muy exitosas, pero eventualmente Knox lo mandó a la banca tras recibir presión de Rosenbloom para hacerlo en favor de Pat Haden, el chico dorado egresado de la Universidad del Sur de California, los verdaderos dueños del Coliseo y del corazón de Los Ángeles. Knox renunció después de un juego de playoffs en casa en que cayó un aguacero sobre Los Ángeles, lo que hizo que el campo se llenara de lodo y perdiéramos porque Haden tuvo problemas toda la noche para quedarse con el ovoide en un juego que sería bautizado el Tazón del Fango.

Se decía de la historia de Kurt Warner que era tan irreal que si la hubieran propuesto a un estudio de Hollywood la hubieran rechazado pues era muy inverosímil y fantasiosa, sin embargo hace un par de años por fin hicieron la película. De la temporada del 79, Hollywood hizo una película un año antes de que sucediera. En 1978 se estrenó El cielo puede esperar en la que Warren Beatty es un quarterback suplente de los Rams a punto de recibir su gran oportunidad cuando es atropellado por un camión y justo antes de morir, un ángel despistado saca su alma de su cuerpo, cuando llega al cielo el quarterback no se la cree y después de investigar se da cuenta que no estaba destinado a morir pero su cuerpo ya ha sido cremado, así que deciden darle un nuevo cuerpo, el de un millonario que está a punto de ser envenenado por su esposa con el que compra al equipo, se nombra a sí mismo quarterback titular y los lleva hasta el Super Bowl.





En el ’79, Rosenbloom, un apostador empedernido, murió ahogado en la Florida en circunstancias sospechosas, de nuevo teníamos una buena defensiva liderada por mí, Dryer, Brooks, Jack Reynolds y Jim Youngblood, que no era mi pariente aunque ni yo mismo lo creyera, era tan duro como yo, Jim y yo intimidábamos a los rivales con nuestro juego físico, nuestros duros golpes y nuestro poético apellido. Sin embargo, a media temporada tuvimos una mala racha que empezó con un mal partido en Dallas, de ahí recibimos 4 palizas en 5 juegos, la ofensiva simplemente no podía producir todos los puntos que recibíamos, parecía que nuestro dominio de 6 años sobre el Oeste de la Nacional iba a llegar a su fin y  que ese año no llegaríamos a los playoffs,  pero una  temporada de la NFL es larga y sinuosa, todo puede suceder, todos nuestros problemas se resolvieron de milagro cuando Haden se rompió el dedo y entró a sustituirlo Vince Ferragamo, un quarterback que había salido de la nada ¡Y que se parecía a Warren Beatty! Que nos llevó a 4 victorias seguidas y a ganar nuestra división con una marca mediocre de 9-7.



Todo comenzó en el único lugar que podía empezar, en el Texas Stadium, un estadio que según los viejos iba a ser cerrado pero se mantuvo abierto “para que Dios pudiera ver a su equipo favorito”. Teníamos que enfrentar a los poderosos Vaqueros de Dallas de Tom Landry, que un par de años antes habían ganado el Super Bowl, a los bicampeones de la Conferencia Nacional, que el año pasado nos habían eliminado en ese mismo estadio propinándonos un vergonzoso 28-0.

Norteamérica aplastó el trasero contra sus sillones esa tarde de domingo, la última de los años 70,  para ver su programa favorito. Los Vaqueros de Dallas, comandados por Tom Landry, que para todos era como un gran sabio, como una especie de padre de todo el pueblo americano que había ensamblado “La defensiva del día del juicio” una de las mejores en la historia de la NFL. A la ofensiva tenían verdaderas armas, como Tony Dorsett y Drew Pearson y en el centro de todo estaba el Capitán América, Roger Staubach, que nunca se daba por vencido y se había hecho famoso por sus regresos en el último cuarto. Empezamos perdiendo,  pero nos mantuvimos en la pelea. De repente, en una jugada quedé enroscado con el gigantesco tackle Rayfield Wright, pero con un manotazo lo dejé atrás como si estuviera nadando, Wright trató de bloquearme desde el suelo y me tomó por la pierna derecha al mismo tiempo que el guardia Tom Rafferty me empujó por la espalda, mi pierna quedó atrapada en una especie de tenaza, todos mis 110 kilos cayeron sobre ella y me causaron una fractura de peroné.

Al tocar mi pierna, los médicos sabían que estaba fracturada, pero yo sólo les pedí que me vendaran. Sabía que podía correr a pesar del dolor que era como un cuchillo afilado apuñalándome en la espinilla a cada paso que daba, así que me vendaron, tomé un par de aspirinas y regresé al campo. En el último cuarto, Ferragamo usó su magia hollywoodense y logró ponernos adelante 21-19 con un pase a Billy Waddy quien se escapó para un touchdown de 50 yardas. Pero aún teníamos que detener al Capitán Regreso, en el último cuarto, Staubach salió de la bolsa de protección hacia mi lado, intentó pasarme con su velocidad, pero con todo y el hueso roto me lancé al suelo, me estiré lo más que pude y alcancé su pie para derribarlo detrás de la línea de golpeo y sellar nuestro triunfo en lo que sería el último juego en la legendaria carrera de Staubach.



De Texas Stadium salí brincando pero una vez pasada la adrenalina comenzó el dolor verdadero, por supuesto que los médicos me recomendaron que no jugara el Juego de Campeonato, pero yo sentí que era mi responsabilidad como capitán del equipo seguir jugando. Además, no iba a desaprovechar mi última oportunidad de llegar al Super Bowl. Amo este juego y jugarlo es lo que más he disfrutado hacer en la vida. Quizás no soy duro, sino estoy loco, así que el siguiente domingo jugué en el Juego de Campeonato en Tampa. Ese día yo y el resto de la defensiva logramos neutralizar a la ofensiva de los Bucaneros. Nuestro pateador, Frank Corral, nacido en Delicias, Chihuahua, pateó tres goles de campo y ganamos 9-0. Fue el primer juego en la historia de la postemporada de la NFL en el que no se anotó un solo touchdown y nosotros nos convertimos en el primer equipo en la historia del Super Bowl en llegar al gran partido después de perder 7 juegos en temporada regular.  Ahí enfrentaríamos a los poderosos Acereros de Pittsburgh de Chuck Knoll, el mejor equipo que había jugado en nuestra liga hasta ese punto de la historia, no había manera de que pudiera perdérmelo.

Ese año no jugamos el Super Bowl precisamente en casa pero sí jugamos bastante cerca, en el Rose Bowl de Pasadena, a unos 17 kilómetros del centro de Los Ángeles, a pesar de que el juego fue en nuestro territorio el Rose Bowl estaba lleno de toallas terribles. 103, 985 personas abarrotaron el estadio, un récord del Super Bowl hasta la fecha, la mayoría estaban ahí esperando ver a Terry Bradshaw, Franco Harris, Lynn Swann, John Stallworth, Jack Ham, Jack Lambert, Mean Joe Greene, Mel Blount y el resto de ese maravilloso equipo de los Acereros de los 70 ganar su cuarto trofeo Lombardi y así duplicar la cantidad de victorias que tenían sus más próximos perseguidores. Nadie nos daba una oportunidad de ganar, Sports Illustrated llamó al Campeonato de la NFC “un juego para perdedores jugado por perdedores”, un escritor le sugirió a Bradshaw que lanzara con la mano izquierda para hacerlo un juego más parejo…aghhh y pensar que tuvimos el juego en nuestras manos.

Empezaron ganando con un gol de campo, pero Vince, que a lo Joe Namath había pronosticado una victoria improbable, parecía convencido a darnos ese final de película y guio a la ofensiva a una serie meticulosa de 59 yardas diseñada por el coach Ray Malavasi a base de precisos pases cortos y un sólido ataque terrestre que concluyó con un acarreo de 1 yarda de Cullen Bryant que nos dio la ventaja.

En el segundo cuarto, Pittsburgh empezó una serie en muy buena posición tras un regreso de kickoff largo de Larry Anderson, que fue el héroe secreto del partido pues todo el juego realizó largas devoluciones ante la ineficiencia de nuestros equipos especiales dejando a la ofensiva de Pittsburgh en terreno corto y acorralándonos contra nuestras espaldas, Bradshaw guio a su ofensiva a la zona de anotación en un acarreo de Franco Harris. Pero Vince siguió efectuando a la perfección el plan de juego, Corral anotó un gol de campo y después de una intercepción de Bradshaw anotó otro más para darnos la ventaja al medio tiempo, nosotros nos fuimos al vestidor eufóricos y ellos se fueron con caras preocupadas, incrédulos de lo que estaba pasando.

Anderson comenzó la segunda mitad con otro gran regreso de patada, pocas jugadas después ya estaban dentro de nuestro territorio, mandamos presión con 5 hombres y por fin pude vencer a Larry Brown, el gigantesco tackle derecho de los Steelers al mismo tiempo que Jack Reynolds, el linebacker que mandamos en la presión, los dos estábamos en la cara de Bradshaw, en primera fila para ver el bombazo de 47 yardas que le mandó a Lynn Swann, que estaba siendo cubierto por dos hombres, Swann usó una vez más sus habilidades de bailarín de ballet para brincar entre mis compañeros y muy arriba en el aire atrapar el pase de anotación que de nuevo los ponía en ventaja. Pero seguimos en la pelea, inmediatamente después,  Vince soltó el brazo en un pase de 50 yardas para Waddy y después vino una jugada de trampa en la que el corredor Lawrence McCutcheon recibió el balón y roló a la derecha, donde sorpresivamente lanzó un pase de anotación de 24 yardas para Ron Smith. Después de eso, Lynn Swann salió noqueado del partido tras un duro golpe e interceptamos a Bradshaw en un par de ocasiones, pero nuestra ofensiva no logró convertir esas oportunidades en puntos ante “La cortina de acero”, aun así, nos fuimos al último cuarto ganando 19-17.



Pero como dijo John Facenda, los equipos grandes no son grandes todo el tiempo, sólo son grandes cuando deben serlo. En el último cuarto, Bradshaw aprovechó una confusión en nuestra secundaria para conectar con John Stallworth para 73 yardas y una anotación. Nuestra ofensiva marchó valerosa una vez más por el campo, Vince empezó a hacer lanzamientos que los que nadie lo creía capaz de hacer, el público estaba encendido, las más de cien mil almas en el Rose Bowl estaban en vilo, el cínico público angelino poco a poco empezó a abrir sus gargantas, empezó a vitorearnos a alentarnos, pero llegó la noche y el sueño se convirtió en calabaza, Vince cometió un error, teniendo solo a Waddy forzó un pase al centro con Smith,  que interceptó Jack Lambert…aghhh tenía que ser Lambert, al final ellos ganaron como todo el mundo había pronosticado, pero al menos les dimos juego, fue uno de los Super Bowls más emocionantes hasta ese punto de la historia y todavía mantiene el récord histórico con 7 cambios de liderato.

Yo no tuve un buen partido, la línea ofensiva me dominó todo el tiempo, no pude hacer una sola tacleada, mi pierna dolía más que nunca, se sentía como si mis nervios se estuvieran incendiando, en el último cuarto tuve la oportunidad de apuntarme una intercepción en un mal pase de Bradshaw pero simplemente no pude saltar lo suficiente para atrapar el ovoide, si mi pierna hubiera estado sana, hubiera interceptado ese pase, lo habría devuelto para anotación y habríamos ganado. A pesar de todo, no me arrepiento. Gracias a mi decisión puedo decir que jugué en un Super Bowl y puedo contar una buena historia al respecto, y eso fue todo, bueno, no para mí, a la semana siguiente todavía me presenté a jugar al Pro Bowl porque ey, después de todo esto necesitaba un viaje a Hawái.

 

 

 

 

 

 

 

 

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