Sobre el juego colegial



Por Omar Colío 

Anoche en Houston se disputó el campeonato de futbol americano colegial de la NCAA entre las universidades de Michigan y Washington. Estas instituciones, al igual que muchas otras, parecen estar más enfocadas en hacerse cada vez más y más millonarias y en buscar prestigio a partir de sus triunfos deportivos que en priorizar la impartición de conocimiento para generar una sociedad más inteligente y equitativa.

Usted cuestionará, con toda razón, la lógica detrás de esto, ¿Cómo un resultado deportivo puede verdaderamente aumentar el prestigio de una institución o un régimen? Es una pregunta válida. Pero pensar racionalmente no lo llevará a descifrar este mundo. Para penetrar en él se tiene que tomar por sentado el hecho de que la medición de penes ha sido una actividad muy importante a través de la historia humana, si no me cree sólo voltee a ver la ciudad de Dubái o los Juegos Olímpicos.

El interés de estas escuelas por aumentar su prestigio a través de los deportes parece rivalizar con la promoción de sus modelos educativos. En este contexto, la educación a menudo se percibe más como una domesticación, una adoctrinación, una manera de mantener a los estudiantes obedientes y adheridos al sistema, esto es reflejado simbólicamente en la elección de mascotas animales para los equipos universitarios, por ejemplo los Wolverines de Michigan o los Huskies de Washington.

Estas instituciones son financiadas por el Estado pero aun así, le cobran una fortuna a cualquiera que busque obtener una educación universitaria. Esto claro, a menos de que seas lo suficientemente bueno en un deporte, en un deporte redituable, como para que te den una beca, misma que te pueden quitar si tu rendimiento deportivo no es el esperado ¡Ah, las maravillas del capitalismo yanqui! Además, el fútbol americano de la NCAA ha sido históricamente objeto de numerosas críticas fundamentadas. Desde la explotación de estudiantes-atletas hasta desafíos éticos y la falta de participación de los jugadores en decisiones clave, a su vez se ha cuestionado la equidad y la sostenibilidad del sistema. Además, la desigualdad financiera entre los programas universitarios de futbol americano agrega otra capa de preocupación, evidenciando disparidades significativas en recursos y competitividad entre las instituciones.

Al menos ahora, gracias a la lucha estudiantil, los chicos que juegan ya pueden recibir legalmente una compensación; algunos han firmado contratos millonarios con patrocinadores. Sin embargo, la abrumadora mayoría continúa recibiendo poco o nada a cambio de sus esfuerzos, lo que enriquece a las instituciones educativas debido al enorme negocio que representa el fútbol americano colegial. Además, la brutalidad del juego hace que todos los competidores corran el riesgo de lesionarse, o peor aún, sufrir conmociones cerebrales que comprometan el futuro de su salud mental.

En este contexto Michigan y Washington, dos equipos invictos, salieron a jugar en el emparrillado de Houston. La escuadrada comandada por Jim Harbaugh no tardó en dominar las trincheras y establecer su juego terrestre, el cual es mucho más efectivo en este nivel que en la NFL, pues los jugadores no son tan veloces. En este juego hipermasculinzado, Michigan hizo gala de su tradición de formar hombres grandes, es decir linieros ofensivos y defensivos como los que han pasado por esa escuela a través de la historia (figurativamente hablando, pues todos sabemos que en estos casos, el futbol americano es mucho más importante que la formación de un estudiante), jugadores de la talla de Dan Dierdorf, Jon Runyan, Jake Long, Taylor Lewan, Tom Mack, Jumbo Elliott, Steve Hutchinson, Jonathan Goodwin, César Ruiz, Graham Glasgow, David Bass, Aidan Hutchinson, Frank Clark y Taco Charlton quienes parecían estar jugando en este partido todos al mismo tiempo, ya que el dominio de los Wolverines en ambas líneas fue claro, impusieron su voluntad a base de fuerza y testosterona, típico de la Universidad de Michigan. No hay que olvidarnos de que, aunque no fue precisamente una estrella a nivel colegial, de ahí salió el quarterback con la verga más grande en la historia de la NFL.

Pero ya basta de los chistes de penes. Bueno, quizás haga uno que otro más adelante. En fin, todo esto era para decir que desde temprano Michigan se puso adelante aprovechando su tamaño y empuje, mismo que permitió a sus corredores obtener muchísimas yardas, 303 en total, 134 cortesía de Blake Corum y otras 104 ganadas por Donovan Edwards, quienes además anotaron dos touchdowns cada uno.

Michigan también avasalló a la línea ofensiva de Washington. Su quarterback, Michael Penix, bailoteó por el emparrillado pero lució flácido a la hora de lanzar sus balazos con la zurda, no pudo penetrar a la defensiva de Michigan con sus pases profundos. La presión generada por los Wolverines lo puso en jaque, lo hirió físicamente y lo hizo ser impreciso en particular cuando buscó a su receptor estelar Rome Odunze, quien también dejó mucho que desear en varias jugadas clave.

Hacia la mitad del partido, el juego terrestre de Michigan perdió un poco de su efectividad, principalmente porque el coach Harbaugh decidió poner el juego en manos de su quarterback J.J. McCarthy para regocijo de todos los idiotas, como yo, que le apostaron a los Huskies, lo cual emparejó un poco el juego e hizo parecer que Washington tenía una oportunidad de ganarlo, sobre todo hacia la mitad del último cuarto en la que tuvieron el balón perdiendo apenas por siete puntos. Sin  embargo, la defensiva de Michigan resistió y le entregó el ovoide a su ofensiva, que volvió a imponer su dominio y acabó con las esperanzas de Washington.

La dominación impuesta por Michigan puede atribuirse al gran trabajo que hicieron los entrenadores y jugadores, aunque también hay que aclarar que Michigan es uno de los equipos con más recursos en toda la liga, muchos más de los que tiene por ejemplo Washington y que Harbaugh y el equipo fueron acusados y castigados durante la temporada por supuestamente robar las señales radiales de los equipos contrarios para saber qué jugada venía. ¡Hurra! Así que, ¡Felicidades a la NCAA por otra gran temporada llena de intriga, suspenso, partidos cerrados, miseria, dolor, escándalos, trampa y sobre todo mucha, mucha, mucha corrupción! Y felicidades a Michigan porque además de ganar un título, ganaron un asterisco para que lo acompañe por el resto de la historia, o al menos hasta que se nos olvide el escándalo, que será como en dos semanas. ¡Les deseó mucha suerte en la defensa de su título el año entrante, una vez que Harbaugh regrese a la NFL!


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