Por Omar Colío
Una temporada de la NFL decepcionante tuvo un par de juegos
de campeonato decepcionantes. Como toda la temporada, los juegos fueron
apretados hasta el último suspiro, pero no porque los partidos se hayan jugado
excelsamente, sino porque la ineficiencia y los errores de todos los conjuntos
fue lo que los mantuvo en el alambre. Los playoffs dejaron de ser el terreno en
el que galopaban los dioses para convertirse en el terreno en el que tropiezan
los hombres. Quizá es por eso por lo que los encontramos tan fascinantes. En
fin, hagamos un recuento del pánico, la locura y las demás turbaciones que
envolvieron esta delirante, angustiosa y frustrante ronda de campeonato que nos
dejó con un Super Bowl de pesadilla:
Kansas City Chiefs
17-Baltimore Ravens 10.
Este fue el primer juego de campeonato alojado por la ciudad
de Baltimore en 54 años. Este partido, que pintaba para convertirse en un
clásico moderno, más bien se pareció a una epopeya de principios de los 70. Más
que una celebración de la agilidad física del futbol americano de nuestros
días, encarnada en los dos mariscales titulares, el encuentro fue una pelea con
piedras, una epopeya desgarradora. El golpeo fue duro, las ofensivas avanzaron
en el campo avanzaron lentamente como la melaza y las defensivas marcaron el
tono. Fue un juego feo, férreo y
melodramático. Un juego color moretón, de esos que se ganan con los
huevos y no con la cabeza.
Desde su primera serie ofensiva, Patrick Mahomes hizo gala
de sus cualidades etéreas e inefables. Guio precisa y valerosamente a la banda
de villanos que comanda, supo descifrar a la poderosa defensiva de los Ravens
y, sobre todo, encontrar en los momentos de más apremio a su ancla llamada
Travis Kelce, quien durante el partido se convirtió en el jugador con más
recepciones en la historia de los playoffs de la NFL, superando al mismísimo
Jerry Rice. Un pletórico pase de Mahomes
a Kelce puso adelante a los Jefes.
Lamar Jackson enarboló sus propias habilidades mágicas para
responder la bofetada y empatar el encuentro. Pero, después de que en la
siguiente serie ofensiva la precisión y pericia de Mahomes puso a Kansas City de
nuevo en la delantera, Baltimore sintió pánico y se traicionó a sí mismo, dejó
de lado su filosofía ofensiva de mover el balón principalmente por tierra. Esto
puso el partido en las manos de Lamar, quien volvió a tener otra tormentosa
actuación de postemporada, como las que ha tenido en el pasado. Esto se tradujo
en impotencia ofensiva, balones perdidos
y que Baltimore enfrentara un déficit de 17-7 al medio tiempo.
Tras el descanso, la defensiva de Baltimore, que ha sido
históricamente identidad histórica del equipo, se alzó como en los tiempos de
gloria. Como si Ray Lewis, Ed Reed y Terrell Suggs todavía estuvieran en el
campo, la defensa de los Cuervos se posó sobre el busto de futuro miembro del
salón de la fama de Mahomes y le dijo: Nunca más. Al igual que la semana pasada
contra Houston, la unidad defensiva comandada por Mike Macdonald no admitió ni
un punto en toda la segunda mitad.
El sello del equipo se mantuvo peleando, pero el quarterback
insignia, el que próximamente será oficialmente nombrado como Jugador Más
Valioso de la temporada, fue quien no estuvo a la altura de las circunstancias.
La presión mandada por el experimentado coordinador defensivo Steve Spagnuolo
hizo mella en la psique del quarterback de los Ravens y no le permitió lanzar
cómodo ni destrozar las líneas defensivas de los Jefes con sus piernas.
Y en los momentos en los que Baltimore pudo acercarse a las
zonas erógenas del terreno, los Cuervos no dejaron de tropezarse con sus
propias alas. Como en aquel pase que lanzó Lamar a la zona de anotación que fue
interceptado porque su receptor estaba cubierto por tres hombres, o aquel
momento en el que Zay Flowers atrapó un maravilloso bombazo de Jackson para una
gran ganancia, se levantó y se burló del defensivo profundo L’Jarius Sneed, por
lo que fue penalizado quince yardas. Un par de jugadas más adelante, a Flowers
no le faltaron yardas, sino centímetros para anotar, pero cuando se lanzó hacia
la zona de anotación por karma instantáneo el balón le fue arrancado por el
mismísimo Sneed antes de que pudiera cruzar el himen imaginario de la tierra
prometida y recuperado por los contrarios. Una vez en la banca, Flowers hizo
berrinche, azotó su casco y cuando éste rebotó, le hirió la mano. Esta tragedia
shakespeariana de Flowers me parece una alegoría perfecta del sentimiento
trágico que envolvió a los Cuervos todo el partido.
De nada sirvió el titánico y heroico esfuerzo realizado por
la defensiva de Baltimore, que no sólo luchó contra la poderosísima ofensiva
rival, sino contra los réferis, que marcaron cada jugada polémica a favor de
Kansas City eso por no hablar de los
poderes fácticos de la NFL que se morían por tener a Taylor Swift en el Super
Bowl para ver si así las mujeres se acercan al juego. Al final, fueron las múltiples
heridas autoinfligidas, las quemaduras de cigarro que la ofensiva se había
hecho en el ala como grito desesperado de ayuda las que terminaron matando a
los Cuervos. A nadie debe sorprenderle que un equipo nombrado en honor de Edgar
Allan Poe tenga tendencias autodestructivas.
Para acabarla de amolar, fue el criticadísimo receptor
Marquez Valdes-Scantling quien hizo una gran atrapada para por segunda semana
consecutiva sellar el triunfo de los Chiefs, sólo para echarnos más ácido en la
cara a los críticos de los campeones defensores. Así, Patrick Mahomes, Travis
Kelce, Chris Jones y Andy Reid acrecentaron sus leyendas y de nueva cuenta irán
al Super Bowl, por cuarta ocasión en las últimas cinco oportunidades…justo como
la NFL quería. ¡Que Dios nos ampare!
Detroit Lions 31-San Francisco 49ers 34
¡Despierten a los muertos¡ ¡Ha llegado el momento del rugir
del León de Judá! Aficionados de Detroit: ¡Al fin ha llegado su día de gloria!
El león legendario ha despertado y ha herido al mismísimo oro de California, su
sangre roja y dorada corre por todos los ríos ¡El día de juicio ha llegado!
¡Prepárense para la gloria eterna!
Dándole la espalda a su dolorosa historia, el conjunto
dirigido por Dan Campbell saltó al emparrillado de Santa Clara dispuesto a
devorar titanes, colosos y deidades. Desde el primer momento, Detroit dominó
las trincheras, le arrancó las rodillas con los dientes al gigante de la
Conferencia Nacional para derribarlo y le corrió el balón hasta por encima del
cogote.
Contra todo pronóstico, los Lions corrieron en contra de su
historia y le saltaron a la femoral a los históricamente privilegiados. Frente
a los ojos incrédulos de todo el mundo, tomaron una ventaja de 21-7 mientras
Brock Purdy y los Niners abrumados por los afilados colmillos de los condenados
de la historia, se cagaban en sus calzones de seda.
Antes de la conclusión de la primera mitad ocurrió un acto
significativo: Los Leones paseaban el ovoide cerca de la yugular del rival. En
una situación de 4ª oportunidad y con el reloj a punto de expirar, el coach Dan
Campbell tomó la decisión correcta de ir por el gol de campo para tomar una
ventaja de tres posesiones, yendo en contra de su estilo superagresivo e
hipermasculinizado de manejar los hilos de su equipo. No obstante, esta
decisión correcta, esta pequeña pero necesaria traición a su esencia caló
profundamente en Campbell, hizo arder sus vísceras, hirió su orgullo, esta
herida sería lo que condenaría a los Lions a nuevamente hundirse en un charco
de podredumbre y miseria.
Si la tragedia de Baltimore es una shakespeariana, avivada
por sus malas decisiones, la de Detroit es una griega: inevitable, inherente a
su ser. Los Leones cayeron simplemente por ser los Leones, por ser ellos
mismos, un equipo condenado a los asquerosos pantanos del sufrimiento. Si los
Leones no hubieran sido los Leones, si por un momento hubieran sido como otro
equipo, habrían llegado por primera vez en su historia al partido de partidos.
Después de que San Francisco apenas logró conseguir un gol
de campo en su primera serie ofensiva de la segunda mitad que los puso a 14 puntos
de distancia, la ofensiva de Detroit siguió arrastrando a los Niners dispuesta
a sellar el destino del encuentro. Penetraron hasta estar adentro de la yarda
30 del rival, donde el drive se estancó y Dan Campbell tomó la primera de las
decisiones que encaminarían a su escuadra rumbo a su inevitable caída. En esta
ocasión, el coach Campbell decidió no intentar el gol de campo que lo podía poner
de nueva cuenta a tres posesiones de distancia, sino jugársela en 4ª oportunidad.
Una apuesta arriesgada, pero consistente con la filosofía que Campbell ha
practicado desde que llegó al equipo hace tres años. Como un joven león que irgue
sus garras, afila sus colmillos, presiona sus testículos y se lanza al ataque desafiando
al macho alfa para convertirse en el nuevo líder de la manada; en 4º down,
Jared Goff lanzó un pase que Josh Reynolds—quien, por cierto, podría ser responsable
de la caída de su equipo tanto como Campbell—no logró controlar, por lo que los
Leones se fueron con las manos vacías y entregaron el balón a los Niners.
Hay un viejo adagio que dice: Si le apuntas al rey, será
mejor que no falles. Sólo tuvimos que esperar un par de jugadas para confirmar
que el impulso del partido había cambiado, que el orden se había reestablecido
y que estos dos equipos seguirían caminando por los mismos derroteros que han
caminado en toda su historia reciente. Purdy lanzó un pase profundo buscando
conectar con Brandon Aiyuk, el envío fue desastroso, voló a Aiyuk por mucho y
quedó en el lugar perfecto para que el defensivo Kindle Vildor lo interceptara.
Sin embargo, Vildor se lanzó por el balón de una forma poco ortodoxa y errónea,
sólo alcanzó a batear el balón con la mano derecha, con tal mala suerte que el
ovoide terminó rebotando en su careta y se mantuvo flotando en el aire por lo
que parecieron décadas antes de que Aiyuk pudiera reaccionar y con un gran
esfuerzo hacerse con el balón y poner a los Niners en los linderos de la zona
prometida. En ese momento supe que la tragedia griega se había cocinado, que San
Francisco remontaría y ganaría este encuentro. Un par de jugadas después, Purdy
encontró a Aiyuk en las diagonales para poner a su equipo a una sola anotación de
distancia.
El público de San Francisco, que llevaba callado desde
principios de diciembre, olió la sangre y reaccionó en ese instante formando un
coro de ánimas encendidas para poner presión a los visitantes. Los Lions
inmediatamente se cagaron encima, Jahmyr Gibbs, que había sido un arma segura
toda la campaña, soltó el balón en la siguiente jugada y puso a los Niners a
tiro de piedra de conseguir el empate. Purdy acercó el balón a la tierra
prometida y Christian McCaffrey penetró en las diagonales para empatar el
partido.
En la siguiente ofensiva, Reynolds volvió a dejar caer un
pase de Goff y los Lions tuvieron que despejar, la patada de Jack Fox fue
excelente y habría dejado encajonados en la yarda 1 a los Niners de no ser porque
el jugador de equipos especiales de los Lions, en un movimiento muy torpe, terminó
tocando la zona de anotación rival, con lo que le regaló 20 yardas de espacio a
San Francisco, las cuales fueron fundamentales pues los locales terminaron
anotando un gol de campo para tomar la ventaja. Esto probó que los dioses del
emparrillado habían tomado la decisión de nuevamente meterle el pie a Detroit y
decantar el juego en favor de San Francisco.
Pero no hay equipo más terco en la liga que el dirigido por
Dan Campbell, la ofensiva de nuevo marchó por el emparrillado faltándole al
respeto a la supuestamente gran defensiva de los Niners, que terminó por
reaccionar una vez que los Lions nuevamente
se encontraron en su yarda 30, donde Detroit nuevamente se enfrentó a una 4ª oportunidad.
En lugar de intentar el gol de campo que podría darle el empate, Campbell de
nueva cuenta se agarró los huevos y decidió ir por todas las canicas. Pero en
esta ocasión la defensiva de San Francisco al fin logró crear caos en la bolsa
de protección de Goff, quien forzado a lanzar corriendo tiró un pase
descontrolado imposible de atrapar, que le dio el balón a los Niners con la
ventaja en el último cuarto.
En esta última ofensiva, Purdy empezó a cocinar, empezó a hacer
jugadas que nos recordaron por qué el verlo jugar inevitablemente nos hace
pensar en Tom Brady. Purdy destrozó la resistencia defensiva y guio a su equipo
a anotar el touchdown definitivo cuando quedaban únicamente 3 minutos en el
reloj de juego.
Mientras hay vida, hay esperanza. Y el obstinado equipo de
Dan Campbell no iba a tirar la toalla a pesar de ir perdiendo por 10 puntos en
los últimos instantes del encuentro. De nueva cuenta, Goff llevó a su ofensiva
a los linderos de la gloria, pero ahí la defensiva local se irguió y les causó
problemas, haciendo que el reloj, el verdadero enemigo de Detroit en este
punto, siguiera corriendo. Fue en 3ª y gol cuando Campbell cometió la verdadera
decisión imperdonable del encuentro al no anular la decisión del coordinador
ofensivo Ben Johnson de correr por el centro; el corredor David Montgomery se
estrelló con una pared carmesí y Campbell pidió un tiempo fuera, esto le dio virtualmente
el triunfo a los Niners, ya que con las nuevas reglas es prácticamente
imposible recuperar una patada corta hoy en día. De nada sirvió el touchdown en
la subsecuente jugada, pues el destino trágico de Detroit estaba sellado desde mucho
antes.
Es cierto que hay que señalar a Campbell como artífice de la
derrota de su equipo y decir que de haber tomado decisiones más conservadoras,
probablemente habría ganado el encuentro. Pero también hay que decir que Campbell
es el líder de esta revolución cultural en el equipo de Detroit, él es la
fuerza que convirtió este equipo de uno hecho añicos a un contendiente a
ganarlo todo. Y es gracias a esa actitud agresiva, efusiva, estridente y
valiente proyectada por su entrenador en jefe que este equipo empezó a creer en
sí mismo y gracias a eso llegó a hasta estas instancias. Es fácil culpar a
Campbell, pero es difícil ir contra uno mismo cuando con base en esas tácticas
agresivas has conseguido el éxito. Además, es aún más difícil ir en contra de
los hados del destino, hay una razón por la que San Francisco irá a su octavo
Super Bowl y Detroit es el único equipo de la NFC que nunca ha probado las
mieles del partido de partidos.
Así es como terminamos con un Super Bowl de pesadilla. Por
un lado tenemos a Kyle Shanahan y sus
Nepo Babies, —los oligarcas de Silicon Valley —, que al igual que el equipo que
los representa, en los últimas tres décadas han vivido más de la pomposidad y
la arrogancia que de la efectividad. Del otro tenemos a los poderes fácticos
detrás del capitalismo, la mafia de cuello blanco, que hábilmente enarboló a un
equipo proveniente del corazón de la Unión Americana cuyos íconos son Patrick
Mahomes y Taylor Swift, el hombre y la mujer más malvados del mundo. Iughhh,
¡Que Dios nos ampare!
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