Por Omar Colío
Creo que para este punto todos los aficionados al futbol
mexicano conocemos la noticia de los actos de violencia que acaecieron el
pasado domingo a las afueras del estadio de Torreón después del juego entre
Santos y Monterrey y sus letales consecuencias.
Me gustaría tomar este evento trágico para hacer una
reflexión sobre como el status quo, es decir, el capitalismo, usa al futbol y a
toda actividad que satisfaga la necesidad humana de crear una identidad para
generar sectarismo entre la clase obrera y que nos matemos entre nosotros por
algo tan banal como un partido del futbol.
De cómo nos dividen, nos hacen odiarnos por diferencias absurdas para
que nos cueste trabajo cuestionar las estructuras a las que nos tienen
sometidos.
No es necesario desperdiciar palabras hablando sobre la importancia que se le da al futbol en la sociedad moderna. Todo el mundo conoce la influencia que tiene el futbol en muchísimas culturas hoy en día. Hemos llegado a este punto gracias a la enorme cualidad que tiene el juego por reflejar lo impredecible de la vida, lo surrealista de la realidad y la tragedia en la condición humana. Por eso es tan popular, por eso somos tan apasionados al respecto, porque la gente se ve reflejada en él, en los jugadores, en los equipos. Sufrimos sus derrotas con el luto que le reservamos a nuestros muertos, festejamos sus triunfos con más euforia que cuando recibimos una buena noticia.
Desgraciadamente, el espectáculo futbolístico es un arma de
doble filo, donde la pasión genuina que la gente siente por el juego se ve
distorsionada y aprovechada para beneplácito de los intereses privados a través
de la creación y alimentación rivalidades artificiales. El capitalismo, máximo
profeta de la doctrina de la competencia, con su astucia ha encontrado en el futbol
un terreno fértil para sembrar la discordia entre la sociedad, para polarizar y
antagonizar a grupos, que en otras áreas de la política puedan tener intereses
similares se enemisten. Divide y vencerás.
Y es que, como todos
los que tienen perspectiva crítica saben, el sistema utiliza las competiciones
deportivas como una cortina de humo que distrae a la población de las
verdaderas problemáticas sociales. Mientras los estadios se llenan de cánticos
y banderas, el sistema se regocija al ver cómo la atención de las masas se
desvía de cuestiones cruciales como la desigualdad, la explotación laboral y la
falta de oportunidades para la clase obrera.
Las ligas deportivas, convertidas en imperios
multimillonarios, se benefician de esta maquinaria de división, por eso no
hacen nada por frenarla, de cualquier modo se han convertido en máquinas de
hacer dinero completamente deshumanizadas. Por eso los directivos de la Liga
MX, que causarían la admiración del mismísimo Diógenes de Sinope, padre de la
escuela cínica, realizaron ahí mismo un partido de la liga femenil apenas un día
después de la tragedia.
Los medios de comunicación, perros falderos de capitalismo,
en su afán de obtener ganancias alimentan la rivalidad entre aficiones, creando
narrativas sensacionalistas que exacerban las diferencias. Las horas y horas de
contenido dedicadas a analizar cada detalle de los partidos contribuyen a la
creación de un fanatismo artificial que enmascara el verdadero propósito del futbol:
la celebración del juego y la conexión entre comunidades.
Y las autoridades son felices sosteniendo todo este
teatrito, todo esta creación de divisiones sociales, por eso no hacen nada por
regularlo, por tratar de verdaderamente evitar las expresiones violentas “inspiradas
por el futbol”, e inclusive, en casos como en el de la tragedia de Torreón,
obstaculizan el diálogo y la rendición de cuentas cuanto pueden.
Es doloroso observar cómo, en nombre de la pasión por el futbol,
la violencia se apodera de los estadios y las calles. Las mismas rivalidades
que el sistema ha fomentado se convierten en excusas para enfrentamientos
violentos entre aficionados. Sin embargo, las ligas, los medios de comunicación
y las autoridades, lejos de asumir su responsabilidad en la creación de este
clima hostil, prefieren lavarse las manos y culpar a los aficionados del
fanatismo que ellos mismos han cultivado.
El futbol, en su esencia más pura, debería unir a las
personas. De hecho, en muchas ocasiones ha servido para crear unidad popular y
mitigar conflictos. El deporte en general ha sido históricamente una herramienta
para derribar barreras sociales y culturales. Por ello el futbol profesional debería
ser un reflejo de la pasión compartida por el juego, como una fantástica
alegoría de la vida para el disfrute de todos, como un rito solemne en donde
jugadores y aficionados se unan en la celebración de la habilidad, el esfuerzo
y la camaradería. Sin embargo, el capitalismo ha tomado este hermoso deporte y
lo ha convertido en una herramienta para dividir, para desviar la atención y
para perpetuar un sistema que se beneficia de la desunión de las clases
populares.
Es imperativo que los amantes del futbol reconozcan esta
manipulación y se unan para reclamar el verdadero espíritu del juego. La
resistencia contra la instrumentalización del futbol no solo es una lucha por
el deporte en sí, sino también por la unidad de la humanidad en busca de un
cambio significativo en la sociedad. Y esto sólo lo lograremos con empatía, con
el reconocimiento y respeto de la otredad, al vernos reflejados no sólo en el
espejo de lo que creemos nuestro, sino en el espejo que es el otro. Cuando la
pasión por el futbol se libere de las cadenas del sectarismo artificial
podremos apreciar verdaderamente el poder transformador de este deporte y
recuperar los valores deportivos y colectivos que lo definen en su esencia más
pura.
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