Por Omar Colio
A Hunter S. Thompson
En el resplandor decadente de los reflectores, en medio del caos frenético de la
ronda de comodines, me encuentro sumido en una extraña mezcla de
desesperanza y desilusión. La NFL, ese coloso de la América moderna, nos
ofreció un espectáculo dantesco el pasado fin de semana, una parodia grotesca
de lo que alguna vez fue un deporte apasionante. Cinco de los seis juegos que
nos ofrecieron para evitarnos la terrible desgracia de tener que pensar en todas
las injusticias de este mundo se convirtieron en epopeyas trágicas, en auténticos
remedios para el insomnio que habrían puesto a dormir hasta a Travis Bickle, en
una serie de eventos desafortunados que nos hicieron cuestionar si valía la pena
despojarnos de nuestro tiempo, o incluso de nuestra cordura, para presenciar
semejante carnaval de desgracias. Ya que el hecho de que los juegos sean
aburridos no impide que las dolorosas lesiones se sigan acumulando y que un
aura de sufrimiento nos empape a todos en éste, el que según los científicos es el
fin de semana más triste del año. La desgracia y el sufrimiento no sólo cayó sobre
los jugadores, sino también sobre los aficionados, no sólo en los que se
congelaron el culo en Buffalo y Kansas City, sino sobre todo en los que sufrieron
por la eliminación de sus equipos, algunos de ellos acuchillados por las cebras.
La promesa de enfrentamientos épicos se desvaneció más rápido que la dignidad
de muchos de los quarterbacks que vieron acción esta semana. ¿Es esto a lo que
hemos llegado, fanáticos de la NFL? ¿Hemos vendido nuestras almas a la maquinaria del entretenimiento capitalista, sólo para ser recompensados con un desfile de
mediocridad disfrazada de competencia feroz?
Y eso por no hablar de cómo la NFL cínicamente le llegó al precio a los
descendientes de Martin Luther King para que aparecieran sobre el emparrillado
de Tampa para decirnos que no nos preocupemos, que los intereses de la NFL
definitivamente responden a lo mismo que por lo que luchó su padre y tantos otros
que lucharon y cayeron asesinados en la lucha por los derechos civiles, que por
favor no nos preocupemos en revisar de dónde viene el dinero de los dueños, que
no cuestionemos sus políticas laborales, que ni se nos ocurra pensar que dentro
de la liga existe ningún tipo de práctica racista, que nos relajemos, apaguemos
nuestros cerebros y nos sentemos a ver un chingo de futbol americano.
Y eso es un decir porque en realidad en todo el largo fin de semana terminamos
viendo más comerciales que futbol americano y nos pasamos sentados, bebiendo,
bebiendo, bebiendo, matando nuestras neuronas, tragando, tragando, tragando,
apostando, apostando, apostando, enriqueciendo a los casinos, creando más
desigualdad, haciendo como que estamos viviendo al máximo, como que no
podríamos estar en otro lugar mejor, oliendo una rosa, haciendo el amor,
respirando la montaña, disfrutando de la vida. Diciéndonos que no hay nada mejor
que esto, que conmemorar el Día de Martin Luther King mientras vemos a Jason
Kelce cantar a todo pulmón el himno de los que lo asesinaron.
Pero basta de hablar de nosotros, de los fieles aficionados, de cómo nos
congelamos el culo y malgastamos valioso tiempo, un recurso irrecuperable,
viendo 14 horas de asquerosa propaganda yanqui, de un producto que nos brindó
tan solo un juego competitivo de seis que hubo. Ha llegado el momento de hablar
de nuestros héroes, de la razón por la que aguantamos tanta mediocridad,, de los
creadores de la poesía oculta que existe dentro del juego y que es la que nos
mantiene adictos a él, principalmente en los playoffs. Esta semana ofreció pocas
emociones deportivas, pero una gran riqueza en cuanto a narrativas y poesía . Así
que hagamos como los fanáticos en Buffalo y cavemos entre la nieve como
marmotas para encontrar nuestro asiento.
Cleveland Browns 14-Houston Texans 45.
¿Ven?, ¡Esta es la poesía de la que estaba hablando! El primer duelo de
comodines enfrentó a los dos equipos que se vieron involucrados en el
intercambio por Deshaun Watson, para fortuna de todos, en especial para el
propio Watson, el polémico quarterback estuvo fuera de acción por lesión y los
Browns fueron capitaneados por el viejo y sensual pistolero, Joe Flacco.
Mi teoría es que Flacco es tan guapo que hizo olvidar a los analistas que, aunque
había jugado bien, también había sufrido 8 intercepciones en sus 5 aperturas esta
temporada. Impulsados por la poca confianza que le tenían a los Texans y su
quarterback novato, por la injustificada confianza que le tenían a la defensiva de
Cleveland y, sobre todo, por el deseo de ver a Flacco jugar un partido de playoffs
contra Baltimore, señalaron a Cleveland como favorito a pesar de que jugaban de
visitante, casualmente olvidando que el equipo ha estado plagado por las lesiones,
que Flacco fue un bomberazo —el cuarto quarterback de Cleveland este año—,y
que si bien era el mariscal más experimentado, estaba claro que el veterano era el
quarterback inferior en la contienda y, sobre todo, que estamos hablando de los
Browns, un equipo sinónimo con el dolor y la tragedia.
El juego empezó con fuegos artificiales; ambas ofensivas comenzaron imponiendo
su voluntad. La de Cleveland con base en su dominio del juego en las trincheras y
la de Houston con la explosividad que caracteriza a jugadores como C.J. Stroud,
Nico Collins y Devin Singletary, y para el inicio del segundo periodo los locales
tenían una cerrada ventaja de 17-14.
El partido prometía ser un clásico, pero para cuando a los aficionados por fin nos
dio tiempo para acomodarnos a ver el partido, C.J. Stroud se había convertido en
un verdadero semental, había deshebrado por completo a la defensiva de
Cleveland que durante la pretemporada fue comparada con las mejores de la
historia (un gesto exagerado para mi gusto, ninguna defensiva que le ceda 38
puntos a Gardner Minshew y 29 a Russell Wilson puede ser llamada histórica).
Stroud lanzó un par de prodigioso bombazos a sus alas cerradas para vacunar a
Cleveland, demostró tener fogosidad, temple, magia y cualidades que solo le
había visto a Mahomes.
Houston puso a Cleveland en un candado al cuello y el veterano pistolero se vio
forzado a lanzar, a honrar su legado en la NFL, pero el que a hierro mata a hierro
muere. Flacco, que quiere decir flácido en italiano, hizo honor a su nombre y a su
legado y lanzó dos pases de anotación…¡al equipo rival!, que capitalizó con dos
pick-six y anotó 35 puntos sin respuesta para llevarse el juego por paliza.
La verdad es que da gusto ver a Stroud y a este hambriento equipo de Houston,
encabezado por DeMeco Ryans, quien llegó para cambiar por completo la cultura
del equipo. Hace apenas un año este equipo era un desastre de pies a cabeza
encabezado por, aunque usted no lo crea, un ministro religioso, un tumor llamado
Jack Easterby que saboteó por años al equipo. Afortunadamente el equipo texano
se dio cuenta de que la religión es el opio de las masas, se deshizo de Easterby y
ahora cobijado por el liderazgo de Ryans y la magia de Stroud están entre los
ocho candidatos a llevárselo todo.
Miami Dolphins 7-Kansas City Chiefs 26
Hacía frío, mucho frío en Kansas City, Estaba tan helado que parecía que el juego
se estuviera jugando en el culo de Dios. El frío era tan penetrante que las
cervezas se congelaban en mitad del aire y los aficionados temblaban más que un
político frente a un detector de mentiras. Era como si el mismísimo Invierno
hubiera decidido tomarse unas vacaciones en el estadio, convirtiendo el ovoide en
una roca y cada golpe en el campo en una tortura tan dolorosa que ni la CIA la
aplicaría en Guantánamo.
El frío también congeló a Tua Tagovailoa, quien en su debut en postemporada
volvió a regalarnos una actuación cutre en la tundra, como las que acostumbra. A
pesar de que, como ha sido la tónica de toda la campaña, los receptores de
Kansas City soltaron muchos pases, Patrick Mahomes, Isiah Pacheco y la
ofensiva de los Chiefs se aprovecharon de una muy lastimada defensiva de Miami
que no contaba con sus tres mejores hombres (Bradley Chubb, Jaelan Phillips y
Andrew Van Ginkel) y mantuvieron el dominio de la posesión del balón y por ende
del juego.
En su regreso a Arrowhead, Tyreek Hill atrapó un bombazo de Tua para
touchdown, pero sirvió de poco, pues la ofensiva de Mike McDaniel, que lucía tan
bien en septiembre, lució como un ataque caótico, pobre e incapaz de triunfar en
las rondas definitorias, la defensiva de Kansas City, que ha sido el motor del
equipo esta campaña descuartizó a la rota línea ofensiva de los Delfines y congeló
a la ofensiva de los visitantes a tal grado de que, aunque la ofensiva dejó ir
muchas oportunidades, los Chiefs no tuvieron contratiempos para sellar el partido,
mismo que estuvo tan divertido que me arrulló más que un juego de semana 1 de
la Liga MX.
Al menos este “emocionante” cotejo, en el que Kansas City se impuso por primera
vez a Miami en postemporada, nos dejó dos imágenes históricas. la del casco roto
de Mahomes y la del bigote congelado de Andy Reid, que lo hizo parecerse aún
más a una morsa.
Tras la victoria de Detroit, Miami se convirtió en el equipo de la NFL que más
tiempo ha pasado sin ganar en postemporada.
Green Bay Packers 48-Dallas Cowboys 24
¡Jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja!
Esta fue la reacción de todos los no aficionados a los Cowboys al ver este partido.
Dallas saltó al campo alentado por el estruendoso grito de su afición, que sigue
aferrada a los ya lejanos días de gloria. Y el pasado de los Cowboys se manifestó
el domingo en Arlington, no ya el lejano pasado glorioso, sino el reciente, el de las
humillaciones en postemporada, en el que el equipo de Dallas es propiedad no del
megalómano que le tiene hundido en la mierda, sino de los Green Bay Packers, su
bestia negra.
Si bien el equipo de la estrella solitaria lució durante la temporada regular como un
contendiente al título, partidos como los que perdieron ante San Francisco y
Buffalo en los que les corrieron a placer sí que desnudaron sus falencias a la
defensiva. Esto fue aprovechado por Matt LaFleur que en su plan ofensivo hizo
énfasis en el juego terrestre encabezado por Aaron Jones, quien se despachó con
118 yardas terrestres y 3 touchdowns. El ataque terrestre exitoso de Green Bay le
abrió la puerta a la ofensiva aérea; un Jordan Love muy confiado, que parecía un
híbrido entre Brett Favre y Aaron Rodgers, despedazó la secundaria de Dallas
apoyándose principalmente en sus armas jóvenes como Romeo Doubs y Luke
Musgrave.
Desde el primer momento la ofensiva de los visitantes marcó el ritmo del
encuentro y teniendo que venir de atrás, Dak Prescott, mariscal de campo que
para muchos en un sólido candidato a Jugador Más Valioso respondió en sus
propias palabras “apestando”, teniendo uno de los peores partidos de su carrera.
Prescott y compañía fueron incapaces de atacar el punto débil de Green Bay, su
defensiva comandada por el criticadísimo coordinador Joe Barry, quien contuvo los
embates de los Vaqueros e inclusive interceptó a Prescott en un par de ocasiones,
lo que representó otros 14 puntos para Green Bay.
Para la segunda mitad el juego estaba completamente definido, no quedó sino la
desesperación de los aficionados vaqueros y las risas y el schadenfreude del resto
de nosotros, que nos divertíamos compartiendo memes y datos como que con
esto Green Bay tiene más victorias en postemporada en el estadio de Dallas (3)
que los propios Vaqueros (2), o que los Packers han ganado en las 4 ocasiones en
las que se ha enfrentado a Dallas en su nuevo inmueble, o que es la primera vez
en la historia de la postemporada en la que un equipo sembrado #7 elimina a uno
sembrado #2.
Del lado de los ganadores hay que destacar a Jordan Love, quien al principio de la
temporada parecía un fracaso, pero que ha cambiado la narrativa y en este
momento está convertido en el quarterback más encendido de toda la liga. ¿Será
que es buena estrategia esa de Green Bay de sentar a sus quarterbacks durante 3
años mientras aprenden de un mentor antes de lanzarlos al ruedo? Quién diría
que si a alguien le proporcionas paciencia, conocimiento y confianza en sí mismo
lo pones en la dirección del éxito. Para reflexionarse, tanto en la NFL como en la
vida.
De Dallas, pues ni que decir salvo:
¡Jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja! y
que de nuevo con un equipo que en el papel tiene dar mucho más termina
decepcionando, especialmente Dak Prescott, que a través de su carrera ha
demostrado que es un mariscal que se derrumba en cuanto llega la
postemporada. También hay que señalar a Mike McCarthy, que se vio humillado
ante su ex equipo y que de nueva cuenta fue incapaz de proporcionarle soluciones
a su escuadra, tal como le advirtieron los aficionados de los Packers a los de los
Cowboys, que también dicen que ese título de Super Bowl que ostenta el
entrenador en realidad lo ganó Aaron Rodgers a pesar de McCarthy.
Jerry Jones ya anunció que la posición de McCarthy no está en peligro, aunque a
mí me parece que este debería ser el fin del macartismo en Dallas. y hablando del
macartismo, los fanáticos de los Dallas Cowboys me recuerdan a los proletarios
aleccionados que defienden al sistema capitalista, pues al igual que ellos siguen
creyendo en el status quo, siguen sostienendo la creencia ferviente de que un
millonario rancio que tiene monopolizado el poder puede conducirlos hacia la
gloria, creencia que la realidad no ha hecho otra cosa que refutarla una y otra vez.
Los Angeles Rams 23-Detroit Lions 24.
Llegamos al juego del morbo, el juego con más narrativas, con más implicaciones
personales: Stafford contra Detroit, McVay contra Goff. Sin duda este es el duelo
más propenso a la aparición de la crueldad, la crueldad fría e implacable que es
inherente al juego, especialmente en las eliminatorias.
Nadie en la liga sabe más acerca de la crueldad que los aficionados de Detroit,
que desde que Bobby Layne dejó el equipo hace ya casi siete décadas, han
pasado años y años de futilidad, frustración y corazones rotos. Y ahora que por fin
han encontrado la manera de darle la vuelta a la tortilla de su triste historia y
meterse a la postemporada como un equipo aspirante, se encuentran frente a
ellos a su hijo pródigo, que vuelve con un título de Super Bowl ganado con otro
equipo a cuestas, listo para eliminarlos. Ésa sí que sería la manera más cruel en la
que la temporada acabe para los Lions, la manera más Detroit
Pero Detroit es una ciudad proletaria que sabe sufrir y sabe levantarse y esa
noche se abalanzó con toda su resiliencia intrínseca a apoyar a su equipo en su
primer juego de postemporada en casa en más de tres décadas. . Alentados por
el ardiente rugido de su entrenador, Dan Campbell, por el incondicional apoyo de
su sufrida afición y por el férvido deseo de venganza en el corazón de Jared Goff,
que quería probarle a Sean McVay, el entrenador con el que hizo tándem para
llevar a los Rams al Super Bowl LIII, que se había equivocado en deshacerse de él
en favor de Stafford, los Leones se lanzaron a la ofensiva y con las garras afiladas
rápidamente hirieron el corazón de la defensa de los Carneros, arrastrándola
como Aquiles arrastró el cuerpo de Héctor alrededor de las murallas de Troya
hasta conseguir una anotación, vía David Montgomery, que hizo que el estadio
estallara y el alarido de su éxtasis se escuchara hasta el Polo Norte.
Fue entonces momento de que el hijo pródigo de Detroit, Matthew Stafford,
respondiera. El quarterback egresado de Georgia llegó al equipo después de una
temporada en la que se fueron 0-16 y los llevó a tener cierta relevancia, lo que lo
hizo ganarse el cariño y respeto de la parcialidad de los Leones, aunque nunca
pudo ganar un partido de postemporada con el equipo. Esa noche, la afición con la
que compartió un romance que duró una docena de años, lo vituperaba y
vilipendiaba como una ex novia resentida, hinchaba y gritaba contra él con todas
sus fuerzas. Fue así como la ofensiva de los Carneros saltó al matadero de
Detroit, pero en lugar de ser presa fácil, Stafford no se achicó ante el estruendo de
la fanaticada rival y haciendo más gala de sapiencia que de enjundia condujo a su
equipo hasta las faldas de la zona de anotación, donde la ofensiva de los Rams se
comportó con la impaciencia de un amante inexperto y no pudo acariciar las zonas
erógenas del campo ni penetrar en la zona de anotación, lo que los hizo
conformarse con un gol de campo. Este comportamiento de la ofensiva de los
Rams en la zona roja sería una constante a través del encuentro y una clave para
su desenlace.
Jared Goff es gracioso de la misma manera que lo es Michael Cera; ambos son
como tres niños apilados sobre los hombros del otro, simulando ser adultos. En
ninguna parte de su presencia se percibe la típica aura de un macho alfa, sin
embargo, en la siguiente serie ofensiva Goff se comportó como el más alfa de los
machos, como el león dominante de la manada, de la manada de la línea ofensiva
que empujó a la defensiva rival y permitió a Goff diseccionarla, en tan solo 5
jugadas los Leones volvieron a anotar por la vía terrestre, ahora cortesía del
novato Jahmyr Gibbs para tomar una ventaja de 14-3.
Nunca me he enamorado tanto de un jugador de los Rams como de Puka Nacua,
no sólo es el hecho de que haya salido de la nada y se haya convertido en uno de
los mejores receptores de la liga, no sólo es la rebeldía con la que vuelan su
melena y sus ojos soñadores, no sólo es que la vibra efusiva que proyecta me
hace pensar que podemos ser grandes compas, que me lo pude haber encontrado
en el Lagartijero o en el Pino con un porro, una caguama y un suéter de jerga —el
uniforme de la ENAH— y pudimos tener una apasionada charla sobre
antropología, no sólo es el hecho de que cuando juega es un torbellino de
intensidad, también es que el tipo es el hombre, es magnífico, lo hace todo, sus
bloqueos son fundamental en el esquema de McVay a la hora de correr el balón,
puede hacer cualquier atrapada, puede ser diáfano como una pluma y de repente
materializarse justo en el lugar preciso, o puede llegar ahí a base de fuerza, de
vigor, de lanzar su cabeza hacia adelante con la enjundia de un huracán, con la
furia de un verdadero carnero. Puka es un poeta guerrero, lucha con toda su
energía por seguir ganando yardas cada que se hace con el ovoide. Me encanta
como da vueltas en el campo buscando girar el cuchillo que clavó en el cuerpo del
rival con sus atrapadas para provocar más daño; como gira salvajemente en
busca del recoveco donde pueda colarse la poesía. En la siguiente serie ofensiva,
Stafford lanzó desde atrás de medio campo una preciosa espiral dorada perfecta
que habría puesto a Leonardo Da Vinci verde de envidia y que encontró a Puka
Nacua, quien apareció súbitamente de entre el aire como la centella de una
supernova y giró para eliminar a los dos hombres que lo perseguían para anotar
un touchdown que puso a los Rams de vuelta en el juego. Esa noche Puka
demostró su valía apareciendo en todos los momentos clave y sumando un nuevo
récord a su lista, el de más yardas por aire para un novato en un juego de playoffs
con 181.
Pero después de esta bofetada, Goff y la ofensiva de los Leones volvieron al
emparrillado a hacer lo que habían hecho toda la noche, empujar hacia atrás a la
defensiva rival. Sin embargo, en esta ocasión hubo un titubeo frente a la zona de
anotación lo que forzó a que Campbell tuviera que tomar la difícil decisión de
jugársela o no en 4ta oportunidad. Campbell hizo lo que ha hecho durante toda su
carrera como entrenador, se agarró los huevos y mandó a su ofensiva al campo.
Su vehemencia fue recompensada por los dioses del emparrillado, que le hicieron
ganar la apuesta tras un magnífico pase de Goff al gran ala cerrada novato Sam
LaPorta, quien con todo y una lesión de rodilla, atrapó el balón en el borde de la
zona de anotación para volverle a dar a su equipo 11 de ventaja, fue entonces
cuando el griterío del estadio se escuchó hasta la estratósfera.
Pero la explosión ofensiva continuó, la ofensiva de Los Ángeles se aprovechó de
la ineficacia que había mostrado toda la temporada la secundaria de Detroit y
rápidamente Stafford le puso un pase con precisión de teodolito a Tutu Atwell,
quien lo llevó hasta la zona de anotación para mantener el partido en el alambre.
Y de repente, la pólvora se mojó y la explosión ofensiva cesó. La mezcla de
emociones fuertes en Detroit dejó de generar una bola de fuego y pasó a producir
una bola negra de angustia y pesadumbre. Los ajustes al medio tiempo de los
coordinadores defensivos Aaron Glenn y Raheem Morris surgieron efecto y las
defensivas por fin se hicieron presentes en el juego. Detroit anotó un gol de campo
en su primera serie ofensiva de la segunda mitad y no volvió a anotar en todo el
juego. Stafford y Puka continuaron con sus actuaciones heroicas y acercaron a los
Rams al corazón de los Leones en par de ocasiones, pero en ambas volvieron a
mostrarse impotentes frente a la zona de anotación y McVay prefirió no arriesgar y
conformarse con un par de goles de campo que pusieron el marcador 24-23 en
favor de Detroit.
Después de otra serie en la que la defensiva de los Rams se impuso a la ofensiva
de Detroit y los obligó a despejar, el veterano general Stafford guio a sus tropas
valerosamente en busca de la anotación de la victoria. Valientemente el maduro
mariscal curtido al fuego de la guerra se enfrentó a los ajustes defensivos de
Glenn, que básicamente fueron: lanzar la carga para darle oportunidad a sus
frontales —particularmente al estelar Aidan Hutchinson— de herir a Stafford, cosa
que consiguieron en la segunda mitad, particularmente en una jugada de la última
serie ofensiva de los Carneros en la que tres defensivos lo golpearon, lo
sacudieron y lo remataron, hiriéndolo en la espalda, la cadera la cabeza, la mano y
en todas las partes del cuerpo, el impacto fue tal que aparentó haber noqueado a
Strafford, quien echó los ojos hacia atrás, hizo involuntariamente la inconfundible
posición de esgrima y lució por un instante como un cadáver que todavía no
termina por alcanzar el rigor mortis.
Sin embargo, el vetusto guerrero se levantó y siguió marchando hacia adelante
con su ofensiva, se repuso inclusive a la pérdida de su ala cerrada titular, Tyler
Higbee, por una lesión de ligamentos de la rodilla y consiguió llevar la bola hasta
el territorio de los Leones, ahí, en la cueva de los Leones fue cuando Hutchinson
volvió a generar caos y cuando estaba a punto de derribar nuevamente a Stafford,
fue jalado ilegalmente por el tackle Rob Havenstein, lo que provocó un castigo en
contra de los Rams, en lo que fue la jugada clave del partido, pues sacó a los
Carneros de la zona de gol de campo. Una jugada después, Stafford buscó otra
atrapada milagrosa de Nacua entre dos hombres, que lo jalaron, lo golpearon y no
lo dejaron atrapar el balón. A pesar de tanto contacto sobre Puka, los réferis no
marcaron nada, continuando con el patrón de tomar decisiones cuestionables
contra los Carneros que siguieron todo el partido.
Los Rams decidieron despejar y esperar que Jared Goff les devolviera el balón,
una intercepción dramática estaba en el aire, podía sentirlo. Pero esta vez, Goff
tenía una misión: tenía que probar fehacientemente que la directiva de los Rams
se había equivocado al despreciarlo, al deshacerse de él. Y lo hizo al sobriamente
conducir a su ofensiva al par de primeros y diez que necesitaba para ganar el
partido, mismo que selló con una bella daga al corazón de los Rams atrapada por
Amon-Ra St. Brown, quien por cierto también tuvo un gran partido. Después de
esta recepción que definió el juego, el rugir de la afición de los Leones se escuchó
hasta Júpiter.
Al final, la crueldad se hizo presente, como es inevitable en un partido con tantas
implicaciones personales como éste, pero en esta ocasión la crueldad decidió no
agraviar a la víctima de siempre, sino una nueva. A pesar de superar a los Leones
en yardas totales, mis amados Rams no fueron efectivos en la zona roja y
perdieron de la manera más cruel posible, por un punto. Dolor, dolor, dolor y
tristeza en mi corazón. Al menos me quedo con el consuelo de que éste era un
año en el que no se esperaba nada del equipo, pero gracias al surgimiento de
grandes jugadores novatos como Nacua, Kobie Tuner, Byron Young y Steve Ávila,
el resurgimiento de la vieja guardia y un gran labor de desarrollo de jugadores de
McVay y compañía, llegaron mucho más lejos de lo que se esperaba y el futuro
luce brillante, pero aun así queda ese comezón, ese ardor que te queda para
siempre en el alma cunso se pierde así. Pffffff, qué dolor, qué sentimiento más
agridulce corre en mis venas. Bueno, al menos éste fue el único buen partido de
todo el fin de semana.
Pittsburgh Steelers 17-Buffalo Bills 31
Después de una terrible tormenta de nieve que hizo que el partido se pospusiera
un día y que los aficionados tuvieran que hacerse camino entre las paredes
blancas de la nieve para encontrar un asiento donde sentarse a congelarse el culo
y ver el juego, este encuentro se desarrolló en condiciones menos sinuosas. Lo
cual fue una excelente noticia para el espectáculo y principalmente para los Bills,
ya que son el equipo con jugadores más habilidosos de los dos.
Tras tener èxito en su primera serie ofensiva y marcar un touchdown,
Buffalo se aprovechó de un fumble de George Pickens para ir rápidamente a la
yugular y con un pase largo de Josh Allen al novaro Dalton Kincaid (¡Es la
postemporada de los novatos!) ponerse arriba 14-0.
Una subsecuente intercepción de Mason Rudolph en la zona de anotación puso la
mesa para la jugada icónica del juego: En 3ª oportunidad y largo, todavía dentro
de su propio campo, Allen tomó el balón, superó la línea defensiva y se lanzó a
conseguir la primera oportunidad con sus piernas. Cuando ya la tenía, fingió que
se iba a deslizar sobre el campo para acabar con la jugada, pero siguió corriendo.
Con este movimiento, Allen destrozó las caderas del defensivo Demontae Kazee,
como alguna vez Lio Messi despedazó las caderas de Jerome Boateng. Una vez
que evadió a Kazee, Allen siguió los bloqueos de sus compañeros y se internó
hasta las coronarias de Pittsburgh para una anotación terrestre de 52 yardas, la
segunda más larga en la historia de los playoffs para un quarterback.
La siguiente ofensiva de Buffalo concluyó con un gol de campo bloqueado, lo cual
le dio un poco de vida a los Acereros, que anotaron un touchdown antes del medio
tiempo para ilusionar a sus millones de aficionados. En el último cuarto, Pittsburgh
logró poner el marcador 24-17 a favor de Buffalo, colocándose a una sola
anotación de distancia. Pero en la siguiente serie ofensiva, Allen puso orden y
llevó a su ofensiva a la zona de anotación con un pase a Khalil Shakir, quien
aguantó el contacto de un defensivo y movió las caderas como Shakira hasta que
encontró la zona prometida, con lo que puso a todo Buffalo a bailar y a saborearse
un anticipadísimo duelo de revancha ante Kansas City.
Antes de irme quisiera decir que así como para los Acereros es una bendición que
Matt Canada, Kenny Pickett y Mitch Trubisky no tomaran parte en este juego, es
una maldición, una pena, una lástima que T.J. Watt no haya podido jugar por haber
sufrido una enésima lesión fruto de su febril y apasionada manera de encarar el
juego.
Philadelphia Eagles 9-Tampa Bay Buccaneers 32.
La última batalla
Si alguna vez yo hiciera una película sobre futbol americano, el primer plano sería
totalmente oscuro, luego haría un zoom out mientras se escucha al quarterback
gritar ¡Blue seventy-four! ¡Blue seventy-four! ¡Hut hut hut!, y justo en el momento
del snap el zoom revelaría que la oscuridad provenía del agujero del culo del
centro unos instantes antes de parir el ovoide, que es como un cuchillo de
pedernal, entre sus piernas para que inicien las hostilidades. Luego, se
escucharía el crujir de los huesos cuando la línea ofensiva recibe la embestida de
la línea defensiva y después un corte a negro.
Mi nombre es Jason Kelce, probablemente han oído hablar de mí, hoy vengo a
platicarles un poco de mi vida como centro de los Philadelphia Eagles. Si te pones
a pensar las cosas con detenimiento, jugar futbol americano profesional es una
locura, en especial ser centro. Antes del choque inicial de la jugada, el resto de la
línea ofensiva está en guardia, lista para protegerse del tremendo impacto que los
sacudirá en fracciones de segundo, pero yo tengo que centrarle el balón al
quarterback, muchas veces no tengo tiempo de protegerme del golpe seco que me
atizará, me sacudirá y me hará sentir descargas eléctricas en mi columna. Pero
amo este maldito juego, amo cada maldito segundo en el terreno, aunque cada uno de ellos me
cueste años de dolor crónico. Me gusta ser centro, es una posición muy
subestimada, para ser centro hay que ser un líder, tú marcas el ritmo del
encuentro, cada jugada inicia en tus manos, entre tus piernas, cuando el balón
atraviesa por tu trasero. El centro es el único jugador que toca el ovoide en el cien
por ciento de las jugadas de su equipo, así de importantes somos. No soy el
capitán de la nave (ése es el quarterback), pero sí soy el timón que determina el
derrotero del barco, soy quien lo encamina hacia buen puerto.
Eso sí, te tiene que gustar tener tipos todo el tiempo en tu trasero, si eres centro te
tienes que acostumbrar a que otro hombre arrime su miembro, lo acerque a ti
mientras estás en posición sumisa y con el culo abierto y asì de vulnerable como estàs, acerque sus dos heladas manos a tus genitales y te agarre el trasero. Y así
como para ser centro te tiene que gustar que te agarren el culo, para ser
quarterback te tiene que encantar el olor a culo, tienes que amarlo tanto como para portarlo toda la vida en las manos y untàrtelo como una lociòn .
Un día en la vida de un centro de la NFL es como sumergirse en un pantano de
dolor, sudor y caos. Pero una vez adentro hay que mantenerse con vida, hay que
verlo todo con un toque de humor negro para mantener la cordura. Desde el
momento en que me levanto, siento que en mi cuerpo se está librando una eterna
batalla cuya única tregua es durante el breve sueño que me permiten las
medicinas.
La alarma suena como un toque de corneta indicando que la batalla está a punto
de comenzar. Al levantarme de la cama, mi espalda protesta como si estuviera
siendo atacada por un ejército de agujas. Me miro al espejo y observo moretones
y cicatrices que cuentan historias de enfrentamientos anteriores en el terreno de
juego. Me pregunto si mi cuerpo es un templo o simplemente un montón de ruinas
en espera de colapsar.
Mi desayuno consiste en pasarme analgésicos con café negro, en contemplar con
nostalgia mi juventud perdida en el emparrillado a cada sorbo. Mi esposa me mira
con preocupación, como si estuviera casada con un soldado que regresa de la
guerra todos los días. De alguna manera, me las arreglo para arrastrarme hasta el
coche, que parece un hospital ambulante lleno de almohadillas térmicas y
vendajes.
Cada juego es como entrar en una descarnada zona de guerra. El fango y el
césped parecen sedientos de sangre, ansiosos por engullirme y recordarme que
soy solo un peón en este juego brutal. Para quitarnos los nervios precedentes a la
batalla, mis muchachos y yo intercambiamos chistes oscuros mientras nos
enfundamos en nuestras armaduras de gladiadores modernos. "Hoy, la
ambulancia tiene mi nombre escrito en la frente", bromea uno. Nos reímos, pero todos
sabemos que hay una verdad incómoda escondida en cada broma.
El sonido de los choques de cascos y el chirriar de los tacos en el barro se
convierte en la banda sonora de mi día. Cada golpe resuena en mi cráneo como
un recordatorio de que mi cabeza es la moneda de cambio en este juego. Entre
jugadas, el olor a sangre y sudor se mezcla con el barro y crea una fragancia que
ningún diseñador de perfumes podría replicar. Es una sinfonía nauseabunda que
sólo los amantes del fútbol americano pueden apreciar.
Las lesiones son parte del paquete y cada moretón es como una medalla de honor
en este circo sádico. A veces me pregunto si mis huesos son realmente míos o si
pertenecen al equipo de fisioterapeutas que trabaja horas extras para mantenerme
en pie. He perdido la cuenta de cuántas veces he sido intervenido
quirúrgicamente, cada que me veo al espejo pienso en el daño que este juego le
ha hecho a mis pierna, a mis brazos, con las que cargo a mis hijas, a mis huesos,
a mi espalda, que es de donde sale mi voluntad de vivir, a mi cerebro…¡Mierda! A
mi cerebro. Cada jugada estrello mi cabeza contra la del rival y mi cerebro baila
gelatinosamente en mi cráneo. No quiero acabar como Mike Webster,
probablemente el mejor centro del Siglo XX, quien a los cincuenta años el ETC le
había devorado las neuronas a tal punto que había vendido sus anillos del Super Bowl para
poder inhalar solvente.
Soy un tipo modesto, trabajador y agradecido con mis compañeros pero para mí
no ha habido nadie mejor en mi posición que yo en este siglo. Soy el mejor centro
del Siglo XXI, soy mejor que Birk, que Saturday, que Kreutz, que Mawae, que
Pouncey. Soy el mejor y quiero recordarlo. ¡Puta madre! quiero recordarlo, quiero
jugar con mis hijas, con mis nietos y poder recordar que fui el mejor. Tengo 36 y
mientras marchamos a las trincheras de aquel juego de eliminatorias, sé que el
final se acerca.
No había pensado en lo violenta que es la palabra eliminatoria. Quiere decir que
uno elimina al otro, que lo acaba para siempre, que lo hace dejar de existir, que lo
mata. No sé si hoy dejaré de existir en la NFL, en el centro de la NFL que es
donde estoy.
Canté el himno con emoción porque soy de Ohio y en Ohio amamos el himno
nacional, ademàs porque la batalla podía ser especial, podìa ser la ultima. Iba a
ser una batalla naval en el barco pirata de Tampa, donde los aficionados se la
pasaban bien aquel lunes por la noche, viendo el futbol americano, festejando los touchdowns de su equipo tirando cañonazos y evadiendo impuestos.
Ellos ganaron el volado y anotaron primero. Esos tres puntos de desventaja
que teníamos que remontar no eran nada a comparación de la montaña interior que
teníamos que escalar cuesta arriba como equipo, estábamos golpeados física y
emocionalmente. Después de empezar la temporada con marca de 10-1 la
entropía empezó a obrar en nuestra contra y todo empezó a desmoronarse,
perdimos 5 de los últimos 6 juegos. Nuestro quarterback, Jalen Hurts, juega
herido, ha enfrentado la temporada cobijado por el dolor, pero trata de ser un líder
y jugar a pesar del sufrimiento. Nuestro jugador estrella, A.J. Brown también está
lesionado y frustrado. Su desilusión lo hizo a tener problemas en el vestidor y
abandonar al equipo, hace días que no sabemos de él.
La pesadilla en el campo de juego es solo la culminación de la tragedia que ha
envuelto al equipo. El vestuario, una vez un refugio de camaradería y espíritu de
equipo, ahora es un campo de batalla emocional marcado por divisiones y
desconfianza. La racha de derrotas ha dejado cicatrices más profundas que
cualquier golpe recibido en el campo.
El espìritu del equipo se ha convertido en un terreno minado de egos heridos y
frustraciones acumuladas. Las conversaciones se limitan a susurros enojados y
suspiros de exasperación, como si la derrota se hubiera infiltrado en las mismas
paredes de nuestras almas.
Los jugadores se señalan y se acusan entre sí, la frustración ha generado
pequeñas fricciones que arden como brasas en la oscuridad. Las discusiones
tácticas se tornan en acusaciones personales. El vestuario,
que alguna vez resonó con risas y bromas, ahora se llena de un silencio incómodo
y miradas esquivas. El coach Sirianni hizo lo posible por matizar las discordias,
pero el espíritu del equipo luce fracturado y la desesperación prolifera en nuestros
interiores, empezando por los del cuerpo técnico.
Aún así, nos alineamos en el emparrillado, marchamos hacia la muerte y
cargamos hacia adelante…y somos rebotados, la defensiva rival nos empuja hacia
atrás y nos hace caer al fango con el culo.
Los jugadores de la línea defensiva avanzan como sombras siniestras que
devoran nuestra línea ofensiva con voracidad, y Jalen queda atrapado entre su
propio cuerpo de guardaespaldas, sintiendo la respiración ronca de los defensores
en su cuello en cada jugada, en cada golpe estruendoso.
No saben lo que es alinearse frente a un monstruo de 160 kilogramos como Vita
Vea, no saben el dolor que uno siente inclusive antes del contacto, desde que se
lanza contra ti con todo su poder y velocidad. Además del experimentado frente
defensivo de Tampa, tienen a un novato llamado Diaby que con su explosividad
nos está matando, el muy hijo de perra se irgue como un coloso que se cierne
sobre nosotros con la amenaza de una derrota inminente.
Ni hablar, a despejar el balón, a esperar que nuestra defensiva pueda frenarlos,
pero Baker está teniendo uno de sus buenos partidos y nuestra defensiva parece
haberse dado por vencida. En serio, a quién se le ocurrió darle el puesto de
coordinador defensivo a Matt Patricia.
Después de muchas series ofensivas frustradas, de contemplar impotentes como
los defensivos de Tampa nos siguen pateando el trasero por un rato, de como
Landon Dickerson o yo mismo fallamos una cobertura y le causamos más dolor a
Jalen, por fin DeVonta Smith empezó a hacer grandes jugadas y pudimos armar
una ofensiva decente que concluimos con un pase a Dallas Goedert en la zona de
anotación. Yo festejé ese touchdown como el primero que anotamos conmigo estando en el
campo, todos los touchdowns que hemos anotado a lo largo de mi carrera los he
festejado así, nunca se sabe cuando puede ser el último.
Eso puso el marcador 16-9 a favor de ellos y después de un castigo en su contra
en el punto extra, el coach Sirianni decidió mandarnos de vuelta al campo para ir
por la conversión de 2 puntos. Todo el estadio, todo el mundo sabía que jugada
íbamos a usar, el Brotherly shove, conocido vulgarmente como Tush push ha sido
nuestra jugada insignia, nuestro legado a la historia del futbol americano. Todo
aficionado nos ha visto ejecutar esa bellísima jugada en la que toda la ofensiva
nos volvemos uno y empujamos en conjunto hacia adelante, uniendo nuestras fuerzas con la de la Tierra, cuyo movimiento de rotación alteramos levemente mientras empujamos su superficie, y nos
lanzamos hacia adelante para conseguir una yarda. Todo el mundo nos ha visto
hacerlo y cuando nos alineamos para ello, todo el universo sabe lo que vamos a
hacer y aún así nadie ha podido detenernos.
Hay quien ama el Brotherly shove, hay quien lo odia y pide que sea prohibido. Yo,
aunque amo la camaradería, la unión y el éxito que demostramos cada que la
ejecutamos, personalmente estoy entre quienes la odian. Ni se imaginan como es
para mí que soy el ariete de esa masa demoledora, naturalmente quedo atrapado en medio de
los empujones de mis compañeros y de mis rivales y acabo siempre en el suelo, al
fondo de la pila de 22 monstruosos cuerpos bajo los que quedo sepultado. Cada
que ejecutamos esa jugada yo pienso: ¡A la verga mi vida, me lleva la chingada!
Así que, aquella noche en Tampa, nos alineamos para la conversión de dos puntos, comenzamos a empujar, nos hicimos uno, alteramos levemente el movimiento de rotaciòn de la Tierra, yo acabè sepultado al fondo de la pila y….NOS DETUVIERON...fallamos, esta vez fallamos, no
logramos avanzar y nos fuimos sin puntos. A la verga mi vida, me lleva la
chingada! Pésimo augurio, símbolo inequívoco de nuestra decadencia física,
mental y espiritual.
En el banquillo, la camaradería se desvaneció y dio paso a miradas perdidas y
suspiros resignados. La estrategia se desmoronó y la esperanza se nos escurrió
entre los dedos como agua sucia.
A pesar de toda la sinfonía de desaciertos, de que nuestra defensiva hizo agua y
nuestra ofensiva habìa sido inoperante, la inconsistencia de nuestro rival nos mantuvo
todavía con vida en la segunda mitad. Al menos hasta que la línea ofensiva, mí
línea ofensiva, de la que soy el líder, cometiò un grave error en el bloqueo y Jalen
se vio forzado a ceder un safety. Después de eso, Baker nos lanzó dos dagas que
se clavaron en el corazón de nuestra defensiva y sentenciaron el juego.
Cuando Godwin anotó el touchdown que puso cifras definitivas, no pude sino
llorar. Lloré pensando en la entropía, en el fin, en Goedert, en
Lane Johnson, en Brandon Graham, en Fletcher Cox, en mis camaradas con los
que gané el Super Bowl hace unos años, que, como yo, sólo han jugado para este equipo con el que sentimos que pudimos haber ganado mucho más. Lloré, volteé a ver la noche y tuve
una visión oscura del futuro. A la verga mi vida, me lleva la chingada! ¡El futuro
será una mierda!
Habrá quien no entienda como un hombre grande, fuerte, exitoso y universalmente
respetado como yo pueda llorar ante una banalidad como el fin, que es una parte
natural de la vida. ·Todo tiene fin", dicen. Pero quienes dicen eso no entienden que
la camiseta es parte de la piel, es parte de uno y a su vez es parte de la
colectividad, eso es lo hermoso, eso es lo hermoso del deporte en equipo. Por
eso, a pesar de todos los efectos negativos que tiene sobre mí, amo el Brotherly
shove y odio que le llamen Tush push. Amo esa maldita jugada porque te hace
sentir parte de algo más grande, es la jugada colectiva por excelencia en el
deporte colectivo por excelencia.
No sé si este es el fin, creo que lo es, al menos me queda de consuelo pensar que
alguien recordará este equipo, recordará como nos unimos para lograr el éxito
colectivo, como representamos esto con una jugada imbatible que dejamos como
legado a la historia del futbol americano, como con nuestro esfuerzo alteramos
ligeramente el movimiento de rotación de la Tierra.
Eso ha sido todo en este recuento de la decadencia del fin de semana pasado. Nos vemos la pròxima semana para hablar de la ronda divisional, en la que por cierto veo favoritos a los cuatro equipos locales. ¿O sì creen que Mahomes va a ganar solito?
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