Franz Beckenbauer y las dos caras del futbol



 




Por Omar Colio

“Contra la dominante tendencia al fútbol de pura fuerza,  estilo divisiones Panzer, él demostraba que la elegancia puede ser más poderosa que un tanque y la delicadeza, más penetrante que un obús.”

Eduardo Galeano

El Káiser ha muerto. Franz Beckenbauer ha partido de este mundo. Su legado dentro de la cancha de futbol es incuestionable y manifiesto; el futbol que conocemos hoy en día se moldeó gracias a la influencia de revolucionarios del balón como Beckenbauer. Incluso en la actualidad, a más de cuarenta años de su despedida como futbolista profesional, el Káiser sigue siendo reconocido como el mejor jugador alemán de todos los tiempos a pesar de la abundancia de grandes futbolistas en la historia del balompié teutón. El nombre de Franz Beckenbauer es tan inherente a la cultura, al zeitgeist alemán que el famoso grupo cómico Monty Python alineó a Beckenbauer en el XI alemán junto a grandes pensadores germanos de la talla de Hegel, Nietzsche, Kant y Marx en su famoso sketch titulado Futbol filosófico.

Beckenbauer en la cancha representaba el virtuosismo, la inteligencia, la elegancia, lo bello y lo placentero que puede llegar a ser ver un simple partido de futbol. Como jugador, Beckenbauer simbolizaba todo lo hermoso que puede ser el juego más popular del mundo. Sin embargo, cuando colgó los botines, cuando empezó a vestirse con pantalón largo,  Beckenbauer representó todo lo horrible que puede ser el futbol como elemento de manipulación, alienación y manejo de las masas.

Por eso, el caso de Beckenbauer es paradigmático. A través de su vida, podemos observar tanto lo hermoso como lo desagradable que puede ser el deporte que amó. Su legado es dual, marcado por los contrastes del deporte: desde la gracia y la maestría que pueden ser alcanzados jugando dentro de la cancha hasta lo corrompida, salvaje, cruel y manchada de sangre que puede ser la realidad fuera de ella. La vida de Beckenbauer es un recordatorio de que, detrás de la gloria en el terreno de juego, hay dimensiones complejas que merecen ser exploradas y comprendidas.

Comencemos por el principio, Franz Anton Beckenbauer nació en una Múnich devastada por la Segunda Guerra Mundial el 11 de septiembre de 1945, apenas unos meses después del fin del conflicto bélico más mortífero de la historia. Hijo de un cartero que odiaba el futbol, Beckenbauer creció en el barrio obrero de Múnich donde empezó a jugar al futbol, juego en el que desde niño mostró una habilidad prodigiosa.

Influido por su ídolo Fritz Walter —héroe del campeonato mundial que consiguió Alemania Occidental en 1954 —Beckenbauer jugó en los albores de su carrera como centro delantero, lo hizo tan bien que llamó la atención de varios equipos profesionales, incluido el Bayern München, equipo al que se unió en 1959. Hoy en día, cualquier aficionado al futbol en el mundo reconoce al cuadro bávaro como uno de los equipos más poderosos del orbe, pero  en ese entonces el Bayern ni siquiera era el equipo más poderoso de su ciudad, tanto así que cuando en 1963 se fundó la Bundesliga, con la regla de que sólo podía haber un equipo por ciudad, el Bayern ni siquiera fue considerado para ser parte de ella, el lugar de Múnich fue ocupado por el TSV 1860 München, equipo favorito de la infancia de Beckenbauer, con el que de niño soñaba jugar algún día y al que estuvo a punto de unirse una vez que a los 14 años se hizo consciente de que su equipo juvenil, el SC München ’06, no tendría los recursos para seguir manteniéndose con vida. Sin embargo, en su último torneo con el SC München su equipó llegó a la final en la que la suerte lo hizo enfrentarse con el equipo juvenil del 1860 München. En aquel partido, Beckenbauer tuvo una pelea con el defensor central de los leones, tan fuerte fue esa discusión que Beckenbauer decidió renunciar a su sueño infantil de jugar en el 1860 y unirse a las inferiores del Bayern. Pfff, imagínense las repercusiones que tuvo esta decisión como efecto mariposa. ¿Quién dice que el futbol amateur no puede cambiar la historia?



En fin, todo esto era para decir que gracias a él y a otros grandes compañeros que tuvo de la talla de Sepp Maier y Gerd Müller, el Bayern es el monstruo que es hoy, el gigante indomable de la Bundesliga. Beckenbauer y el Bayern ascendieron a la primera división en la temporada 65-66, misma en la que sorprendieron a toda Alemania ganando la Copa y quedando terceros en la Bundesliga. Al final de ese torneo, un Beckenbauer de 20 años fue convocado a formar parte de su selección en la Copa del Mundo del 66, en la que jugó como un híbrido entre defensor central y mediocampista y en la que, después de sorprender a toda Alemania ahora fue el turno de sorprender a todo el mundo con una gran actuación en la máxima justa del futbol, donde sorprendió urdiendo el juego alemán y uniéndose al ataque desde atrás, el joven Beckenbauer anotó cuatro goles y condujo a su selección a la final del mundial, misma que perdieron con la anfitriona Inglaterra en circunstancias polémicas después del gol fantasma de Geoff Hurst que le dio el título a los ingleses.

Aunque también nos regaló actuaciones legendarias en las dos siguientes Copas del Mundo, el de Inglaterra fue su mejor mundial, en él dejó su más grande aporte en el mundo del futbol (más allá de la belleza de su juego), ya que revolucionó la posición del líbero, jugadores legendarios como Franco Baresi, Fernando Hierro o Rafa Márquez no hubieran podido existir sin los aportes tácticos del Káiser, quien le dio a esa posición una dimensión completamente nueva en la que desde ahí un jugador puede también contribuir a la ofensiva. No en vano Beckenbauer ha sido el único defensor en la historia en ser reconocido dos veces con el Balón de Oro. De no ser porque Eusebio tuvo individualmente uno de los mejores mundiales de la historia en el 66, Beckenbauer habría sido reconocido como el mejor jugador de esa copa.

Beckenbauer marcando a Bobby Charlton en la Final del Mundial del '66,  hasta la fecha el programa de televisión más visto en la historia de la BBC y todavía considerada por algunos como la mejor final en la historia de los mundiales



Pero en fin, esto se está alargando mucho y  el resto de esta historia ya más o menos todos la conocen; y si no, pueden consultarla, junto con todo su palmarés, en cualquiera de los miles de obituarios escritos después de la muerte del Kaiser. Pfff, si alguna vez me convierto en uno de esos güeyes que solo escriben listas de cosas que ganaron otros, vayan preparando mi obituario. Sólo mencionaré su momento insignia, mismo que sucedió curiosamente en un partido que perdió. Semifinales de México 70, Italia contra Alemania Occidental, los italianos tomaron ventaja temprano y la mantuvieron durante casi todo el encuentro. Hasta que en el tiempo de reposición, siguiendo el ejemplo de Beckenbauer, el defensor central Karl-Heinz Schnellinger apareció en el área para rematar y mandar el partido a tiempo extra. Tras el gol, Beckenbauer abrazó a Schnellinger para celebrar, fue lo último que haría con su brazo derecho en esa tarde legendaria, pues al inicio de los tiempos extra apareció con un vendaje improvisado por el cuerpo médico alemán que le pegaba el brazo al cuerpo. La lesión la sufrió al minuto 70 después de un choque con el capitán italiano, el durísimo Giacinto Facchetti, que le resultó en un hombro dislocado. Los alemanes habían agotado sus sustituciones y Beckenbauer tuvo que jugar el resto del tiempo regular y los tiempos extra a pesar del dolor. Esa muestra de coraje es la imagen más icónica de ese legendario encuentro en el Estadio Azteca que fue denominado “El juego del Siglo”. Esa imagen se recuerda más aún que los legendarios tiempos extra que se jugaron con un enorme vértigo, a un ritmo mucho más trepidante que con el que se juega al futbol hoy en día, mismo que produjo un ida y vuelta con muchas llegadas de peligro en ambas porterías.  Durante la épica prórroga se marcaron cinco goles y concluyó con el triunfo de los italianos 4-3.

Los médicos alemanes atendiendo el hombro de Beckenbauer antes de la legendaria prórroga del "Partido del Siglo". 


Todos recordamos aquella romántica imagen del Káiser con el brazo pegado al cuerpo, con su número 4 en la espalda apachurrado por el vendaje, es por eso que lo recordamos con ese número y no con el 5, su número predilecto, con el que levantó la Copa del Mundo 4 años más tarde. Esa imagen pasó a ser un icono internacional de la resiliencia, pero también fue una imagen capitalizada para hacer publicidad a Adidas, una compañía fundada por miembros del Partido Nazi que patrocinó a Beckenbauer toda su carrera. Esto es un perfecto ejemplo de la dicotomía que representa el legado de Beckenbauer, de las dos caras del futbol, pero hablaré a profundidad de ello más adelante.

Aprovechando su experiencia jugando como delantero, mediocampista y defensor, Beckenbauer era un gran estratega del campo, un mariscal que además controlaba y le pegaba el balón como ninguno. A la ofensiva tocaba la pelota como Satie tocaba el piano, con la delicadeza que una mariposa extiende sus alas; a la defensiva podía arrebatarle el esférico al rival con una elegancia que habría hecho excitarse a los padres de la estética. Dicho por sus propios compañeros, su estilo era más brasileño que alemán, más hermoso que severo, aunque también era capaz de avasallar y morder al rival como un pitbull si así lo deseaba. Sin duda es de los pocos futbolistas cuya forma de jugar puede ser comparada con la poesía, lo que hacía Beckenbauer en el campo de juego era arte, la belleza de su juego radicaba en la dicotomía (otra vez esa palabrita), era tan bueno creando como destruyendo, era tan romántico como un verso de Hölderlin, como un lienzo de Caspar David Friedrich, donde la belleza de la naturaleza y la vida se entrelazaban con la melancolía de la ruina.





Le pegaba bien con la derecha y con la izquierda y con todas las partes del pie: la interna, la externa y el empeine. Su tipo de gol característico era un trallazo desde afuera del área, ya fuera con la derecha, como en su primer gol en la Bundesliga o en el gol que le marcó al mismismo Lev Yashin y la Unión Soviética en las semifinales de Inglaterra ’66, o de zurda como en el tanto que marcó cuatro años más tarde en el Estadio Jalisco en los cuartos de final contra los ingleses, en el partido de revancha de la final del mundial anterior en los cuartos de final de México 70, aquel gol de Beckenbauer fue el primero de una épica remontada con la que los alemanes cobraron venganza.

Después de retirarse como jugador, Beckenbauer no pudo mantenerse alejado del futbol, aprovechó sus vastos conocimientos tácticos para convertirse en un entrenador muy exitoso, que logró coronarse como campeón mundial en Italia 90, dándole a su país un regalo de reunificación y convirtiéndose en apenas uno de apenas tres hombres que han logrado ganar la Copa del Mundo como jugador y entrenador. Curiosamente el primero en hacerlo, Mario Zagallo, falleció dos días antes que Beckenbauer, por lo que Didier Deschamps se mantiene como el único hombre vivo en ostentar esa hazaña).

La selección de Alemania Occidental dirigida por Beckenbauer fue campeona del mundo en 1990, en medio de la reunificación alemana. 


El siguiente capítulo en su trayectoria fue su etapa de pantalón largo, de verdadero pantalón largo. Se volvió directivo, fue una de las figuras más poderosas en el organigrama del Bayern München, la Federación Alemana de Futbol y la mismísima FIFA y es aquí donde tenemos que explorar la otra cara de Beckenbauer, la otra cara del futbol: la fea. Es hora de ver cómo se hace la salchicha alemana que tanto nos gusta llevarnos al plato.

Como dirigente, Beckenbauer enfrentó críticas por su papel en la organización de la Copa Mundial de la FIFA 2006 en Alemania. Surgieron acusaciones de irregularidades en la asignación del torneo, lo que llevó a investigaciones y debates en torno a su ética y transparencia en el ámbito administrativo del fútbol. Además, su relación con patrocinadores y negocios relacionados con el deporte levantaron cejas, provocando debates sobre posibles conflictos de interés y la línea borrosa entre su papel como ícono del fútbol y sus actividades empresariales. A estos escándalos también hay que sumar el hecho de que Beckenbauer fue uno de los más notorios deudores de impuestos en toda Europa.



Para la década siguiente, Beckenbauer estuvo en el ojo del huracán cuando una investigación lo acusó de haber recibido sobornos para promover las (exitosas) candidaturas mundialistas de Sudáfrica, Rusia y Qatar. Al negarse a cooperar con la investigación, Beckenbauer fue vetado del futbol profesional. Aunque en 2021 este veto fue revocado, esto representó el alejamiento definitivo de Beckenbauer y el juego que amó durante toda su vida, el que fue capaz de convertir en arte.

Franz Beckenbauer fue un hijo del proletariado que, como muchos, una vez que alcanzó el éxito,  le dio la espalda a su clase. Fue un genio absoluto en la cancha capaz de hacer sentir a los aficionados que el futbol puede ser más que un simple juego, puede crear sentimientos y convertirse arte. Pero también fue un hombre que corrompido por el dinero promovió sin escrúpulos a quienes quisieron usar el futbol como medio para justificar su poderío sobre las masas, quienes quisieron usarlo para alienar y someter a la gente, para quienes quisieron manchar la imagen del juego que él tanto había embellecido.

Es por eso que para mí Franz Beckenbauer es como Jano, representa las dos caras del futbol: la de la belleza inherente al juego y la de la putrefacción del negocio que hay detrás de él, la del futbol como el opio de las masas, la del teatro que sirve al poder para controlar y someter las vidas de la mayoría.



 

 

 

 

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