El blues de la ronda divisional

 



Por Omar Colío 

Después de sumergirnos en las oscuras profundidades de una ronda de comodines que más parecía una travesía por el abismo de la desesperación, donde la desilusión, la decadencia y la depravación bailaban como fantasmas melancólicos en el escenario, los sádicos genios detrás del guion de la NFL decidieron dar un giro a la trama. El fin de semana divisional fue una explosión de intriga, con encuentros épicos y emocionantes que hicieron que los ratings de televisión se dispararan hacia las estrellas, llevando consigo el índice de alienación capitalista hasta la estratósfera. Pero, por ahora, dejemos la política a un lado; sumerjámonos de lleno en la recapitulación cáustica y literaria del fin de semana divisional del año 2024.

Kansas City Chiefs 27-Buffalo Bills 24.

No hay mejor manera de iniciar esto que hablando de este juego. La revancha más esperada por los aficionados a la NFL por fin arribaba.  El tercer round de la rivalidad de postemporada entre Josh Allen y Patrick Mahomes tomaba el escenario. Pero para que esta sea una buena rivalidad debe haber triunfos en ambos bandos, simetría de la que desgraciadamente carece este enfrentamiento, pues Allen fue incapaz de eliminar a Mahomes en las dos ocasiones anteriores. Al menos tiene como atenuante, como consuelo, el hecho de que ha logrado vencer a Mahomes y a los Chiefs en las últimas tres ocasiones en las que se vieron las caras en temporada regular (todas en Arrowhead) y que lo dio todo en el maravilloso juego divisional que tuvieron estos dos equipos hace dos años, el famoso juego de los 13 segundos, que se ha proclamado como el juego de futbol americano más icónico y maravilloso en esta década, en el que la suerte no le dio la oportunidad a Allen de tener la pelota en el tiempo extra y sólo pudo observar desde el banquillo cómo Mahomes hizo pedazos a su defensiva para empatar el partido con 13 segundos restantes en el tiempo regular y cómo la arrastró en el tiempo extra para asegurar la victoria de su equipo de la manera más dolorosa posible.

Pero la incondicional afición de Buffalo confiaba en que su equipo podría cambiar la narrativa en esta ocasión, la primera en la que tendrían la ventaja de jugar en casa. La Bills Mafia, como siempre, se embriagó, cantó, saltó de lugares altos para atravesar mesas en llamas, abarrotó su estadio y le dio una hosca bienvenida a los Chiefs, quemándolos con el estruendo de sus gritos y las brasas ardientes de sus apasionados sentimientos por su equipo.

Desde la primera serie ofensiva, los Bills demostraron que estaban dispuestos a todo con tal de vencer, inclusive a hacer trucos de magia y hasta ilusiones ópticas —como en el pase lanzado ilegalmente hacia adelante por Josh Allen más allá de la línea de golpeo en 3ª &17 que Andy Reid no tuvo tiempo de desafiar. —Desde aquella primera ofensiva del juego se sentó la tónica del encuentro, se estableció que los Bills tendrían el balón por más tiempo, que utilizarían su juego terrestre para tener laaaargas y desgastantes series ofensivas en las que Josh Allen iba desenmarañando poco a poco la gran defensa de los Jefes, encontrando a sus hombres de confianza en el momento clave o lanzándose él mismo como bala de cañón contra la defensiva para romperla. Sin embargo, esa primera serie no concluyó en la zona de anotación, sino en un intento de gol de campo de Tyler Bass —que venía de una actuación titubeante la semana pasada, en la que sólo concretó uno de tres intentos de gol de campo contra Pittsburgh —que el viento arrastró casi lo suficiente como para desviarlo de su trayectoria entre los postes, pero que entró rozando una de las astas de la hache para abrir el marcador. No obstante, anoten esto como el primer presagio ominoso en el derrotero de los Bills.

Así como Buffalo estableció su plan de juego desde su primera ofensiva, los Chiefs hicieron lo mismo instituyendo su plan ofensivo. Desde el primer momento en el que tuvo el ovoide en su posesión, Mahomes creó caos en la defensiva rival disminuida por lesiones con su habilidad diáfana de urdir poemas imposibles desde la nada. El quarterback de los Jefes engendró jugadas fulminantes aprovechando la explosividad que tienen sus receptores cuando son lo suficientemente competentes como para de hecho atrapar la bola.

Aquí quiero interrumpir la narración del encuentro para contarles algo. Estaba viendo el juego de Detroit y Tampa con alguien que nunca ha visto futbol americano. De repente, interrumpieron la transmisión y nos mandaron satelitalmente a Buffalo para mostrarnos la llegada de Mahomes y los Chiefs al estadio. Al ver a Mahomes caminar, esta persona que nunca lo ha visto ni una vez en acción en el terreno de juego me dijo: “Se nota que no suele pasar mucho tiempo con los pies sobre la tierra”. Ese comentario me pareció acertadísimo, pues dice mucho sobre Mahomes, tanto de sus cualidades etéreas, poéticas e inefables en el terreno que tanto admiramos los aficionados como de su posición como nuevo villano de la liga.

Tarde en el segundo cuarto, con el marcador 10-6 en su contra, Mahomes lanzó una flecha que atrapó Travis Kelce en la zona de anotación para poner a su equipo al frente. Tras anotar, el menor de los Kelce celebró haciendo una señal de corazón (bueno, en realidad dibujó con sus manos un culo, pero un culo dibujado en la cultura occidental por alguna razón representa un corazón) hacia el palco de lujo donde se encontraban sus allegados, misma que fue respondida no por quien todo el mundo esperaba, sino por su hermano mayor, el gran Jason Kelce, quien festejó la hazaña de su hermano exponiendo su torso desnudo al frío de Buffalo después de su 36º trago de la noche, en lo que se ha vuelto una de las imágenes icónicas de esta postemporada.

Aquí nuevamente debo interrumpir la narración, en esta ocasión para sincerarme y decirles que en este partido aposté a los Bills. Debo reconocer que hice esa apuesta más con el corazón que con la cabeza. Si al momento de hacer la apuesta hubiera sabido que los Bills iban a correr para 182 y Josh Allen no iba a entregar el balón, habría pensado que le había apostado al bando correcto. Sin embargo, desde el momento en el que vi a Jason Kelce enfundado en los colores de los Chiefs, bebiendo palmo a palmo con la Bills Mafia previo al partido, supe que estaba jodido.

El touchdown de Kelce inició una maravillosa reacción en cadena en la que ambos equipos se combinaron para anotar cinco touchdowns en cinco series ofensivas consecutivas para poner el marcador 27-24 a favor de los Chiefs en los albores del último cuarto. Esta avalancha de fieros porrazos de dos pesos pesados nos hizo rememorar el magnífico toma y daca del duelo que tuvieron hace un par de postemporadas. A destacar el maravilloso pase que le puso Allen a Khalil Shakir en las comisuras de la zona de anotación que hizo a la fanaticada de Buffalo estallar y lanzar su júbilo al aire en forma de bolas de nieve, la jugada hermosamente trazada por Andy Reid para el segundo touchdown de Kelce y sobre todo, el touchdown de Isiah Pacheco para que los Jefes tomaran ventaja en el último cuarto, el cual fue una muestra de su grandiosa actuación en la que, a mis ojos, se irguió como Jugador Más Valioso del encuentro. Toda la noche, Pacheco aprovechó que la línea ofensiva de Kansas City le ganó la batalla a la defensa de los Bills para galopar salvajemente sobre el helado concreto pintado de verde, pasándole por encima a una manada de bisontes azules, para penetrar el esternón de la defensiva y hacerla trizas.

Los Bills respondieron al final de esta reacción en cadena sin poder lograr ni una primera oportunidad en su subsecuente ofensiva. A pesar de estar en las profundidades de su propio territorio y de que al reloj de juego todavía le quedaba mucha cuerda, el coach Sean McDermott sintió que en aquel momento era imperativo ser agresivo, por lo que decidió jugársela en cuarta oportunidad fingiendo una patada de despeje, poniendo el balón en las manos de alguien con experiencia en situaciones escabrosas.  En la jugada de engaño, en la que por cierto los Chiefs sólo tenían diez hombres sobre el terreno de juego, Damar Hamlin fue el encargado de llevar el corazón de todos los aficionados de los Bills en sus manos. Hamlin, quien como Orfeo, supo regresar de la muerte, esta vez quedó enganchado en la trampa trazada por los designios de la tragedia. Los equipos especiales de los Jefes identificaron el engaño y se lanzaron furiosamente sobre la línea rival para bloquear el avance de Hamlin, quien se atascó entre su propia trinchera, quedó atrapado entre el alambre de púas amigo y capturado por los Chiefs muy por detrás de la línea del primero y diez.

En ese momento pensé que si Hamlin lograba ese primero y diez, los Bills iban a ganar el Super Bowl, pero que ahora que no lo habían logrado,  mi apuesta ahora sí había valido madres. Sobre todo una vez que una jugada después, Pacheco llevó el ovoide hasta casi la zona de anotación. Sin embargo, ocurrió un milagro. Reid y el infame Matt Nagy cometieron el error de poner el balón en las manos de Mecole Hardman, quien fue tacleado prodigiosamente por Tyler Dodson y, antes de cruzar la zona de anotación, el veterano safety Jordan Poyer, uno de los consentidos de la Bills Mafia, se lanzó sobre él para arrancarle el ovoide, mismo que por designios del destino salió por la zona de anotación, haciendo que se marcara un touchback que le devolvió la posesión a los locales.

Tras intercambiar despejes, la ofensiva de los Bills saltó al campo con dos misiones: anotar un touchdown para darle la vuelta al encuentro y acabarse el reloj para que en esta ocasión Mahomes no tuviera tiempo de responder. Pesada y caóticamente fueron moviendo las cadenas y asesinando los segundos. En el camino se encontraron con un par de situaciones al límite que pudieron resolver gracias a la suerte, tras recuperar un fumble de Allen y a la pericia, en el subsecuente pase pantalla hermosamente trazado en el que Allen se combinó con Shakir en un 4º down para conseguir un nuevo primero y diez.

Así lograron mantener un rato a Mahomes congelándose el culo, sin embargo Allen erró un pase a la zona de anotación a un Shakir completamente solo y tras otro intento fallido a la zona prometida, los Bills se vieron forzados a intentar un gol de campo para empatar el encuentro. Mismo que, como todos sabemos, el viento se llevó, haciendo que Tyler Bass fallara hacia la derecha, de la misma manera que lo había hecho Scott Norwood en la oportunidad que tuvo para darle a Buffalo un título de Super Bowl hace 33 años, rompiéndole el corazón a la sufridísima pero incondicional afición de los Bills de la manera más devastadora posible. Esta derrota es particularmente desgarradora para la Bills Mafia, pues luce como su mejor y última oportunidad de por fin destronar a su némesis y trascender en la postemporada.



Después de un par de furiosos acarreos de Pacheco, los campeones defensores lograron el primero y diez que les hacía falta para volver a derrotar a Buffalo en postemporada y acceder a su sexto campeonato de conferencia consecutivo. La verdad es que estos campeones defensores, estos nuevos villanos de la liga lucen tan afinados como siempre en esta, la parte más crítica de la temporada. ¡Mierda!, ¡Que Dios nos ampare!

Tampa Bay Buccaneers 23-Detroit Lions 31

Después de tres décadas de ausencia, los playoffs de la NFL visitaron la ciudad de Detroit por segunda semana consecutiva. Motown respondió acorde a la ocasión y dejó que la euforia de sus pechos incendiados saliera por sus bocas durante todo el partido, su alarido ardió en el aire entre la herrumbre y la podredumbre de la asquerosa fábrica de la NFL. El grito de rabia proletaria de Detroit era tan efusivo que un marxista melancólico se hubiera atrevido a decir que en ese momento se podía haber iniciado una revolución en ese estadio, omitiendo el detalle de que esa supuesta clase revolucionaria pagó exacerbantes sumas de dinero a los poderes fácticos del capitalismo para entrar a un estadio de futbol americano que más bien tiene forma de una de las terribles fábricas que han explotado a la gente de Detroit por generaciones y que el inmueble mismo lleva el nombre del diseñador de la estructura terriblemente opresora conocida como fordismo.

Aunque en momentos fue vacilante, la acción en el ruedo también se comportó acorde a la ocasión y Leones y Bucaneros saltaron al emparrillado hambrientos de gloria. En la primera mitad el juego fue dominado por las defensivas, la de Detroit desgarró, hizo añicos a la línea ofensiva de Tampa y sembró el caos y el miedo a Dios en sus corazones. Pero la experimentada defensiva bucanera mantuvo el barco a flote deteniendo a Detroit en momentos clave, a pesar de que en muchas ocasiones se encontraron en una situación precaria por los errores que había tenido el equipo a la ofensiva.

Cuando después de un pase de touchdown de Jared Goff a Josh Reynolds parecía que Detroit se iba a llevar la ventaja al medio tiempo, Baker Mayfield empezó a tejer una interesante ofensiva protagonizada por Mike Evans, el mejor receptor en la historia del equipo, que podía estar jugando su último partido como bucanero y que había decepcionado cuando la seda que normalmente adorna sus manos se transmutó en piedra durante el partido pasado y el principio de éste —en el que un error suyo le costó una intercepción a Mayfield que representó 3 puntos en favor de Detroit —. Evans retomó la forma y emergió como una fuerza imparable que llevó a los Bucs a los linderos de las diagonales y que fue invencible durante todo el partido. Baker concluyó su tejido lanzando un globito sigiloso, una parábola que rompió lentamente y fue atrapado por Cade Otton con la gracia de un equilibrista sobre la cuerda floja. ¡Qué va! De un equilibrista que antes de caminar por la cuerda floja debe pender del aire y apartar del camino con un empujón a un elefante. Así nos fuimos tablas al descanso.

En el tercer cuarto, los Leones retomaron la delantera, pero Tampa respondió inmediatamente con Otton, quien destrozó la secundaria de Detroit en la siguiente serie que concluyó con Baker encontrando las diagonales con un simple ¡Plac! de muñeca, muy a su estilo flamenco, al andar quijotesco que imprime a sus pases le dio la bola a Racheed White en una pantalla que el corredor de Tampa llevó hasta la zona prometida para brindarnos a los aficionados al futbol americano el escenario idílico: un juego de postemporada empatado tras tres cuartos.

Conozco bien a Mayfield y a Goff, los dos jugaron para mis amados Rams, los dos lideraron las huestes de mi rebaño. Les puedo asegurar que ambos tienen la capacidad de echarse al equipo al hombro, de convertirse en héroes. Mayfield es Don Quijote, es El Zorro. Goff es un tipo de héroe muy diferente, es el héroe emergente, es el tipo que va por ahí con cara de idiota y bandera de pendejo, pero que en un momento de crisis de la cáscara de piel le emerge una energía antigua y se convierte en un león fiero y sabio que puede conducir su ofensiva hasta los confines del mismo infierno. En ese sentido me recuerda a Eneas. Goff emergió como aquella figura mítica en el último cuarto y guio a su equipo un par de ocasiones a la tierra prometida para darle a los Leones una ventaja que sería definitiva.

Aunque Mayfield lideró un valeroso motín al final del partido y Evans siguió metiendo en problemas a la defensiva local, el esfuerzo de los Bucs fue insuficiente y su destino se selló una vez que Mayfield tiró una segunda intercepción. ¿O no? Quiero decir los Leones se alinearon en formación victoria y comenzaron a arrodillarse aún cuando los Bucaneros todavía tenían un tiempo fuera que les brindaba una mínima oportunidad de todavía empatar el encuentro, pero supongo que para ese punto todos estábamos tan felices por la sufrida afición de Detroit que no nos dimos cuenta, ni siquiera el coach Todd Bowles, ni todo el personal de Tampa. Así que supongo que: ¡Felicidades Lions! y a otra cosa, mariposa.

Green Bay Packers 21-San Francisco 49ers 24.

Antes de iniciar este juego, me pregunté si en verdad Jordan Love tiene algo de Aaron Rodgers y Brock Purdy tiene algo de Tom Brady o sólo es lo que la NFL quiere que crea, supuse que el juego me daría la respuesta.

La lluvia caía poéticamente sobre el coliseo, sobre la arena del dolor y el sadismo moderno para recibir a dos equipos cuyos pasados legendarios los han llevado a encontrarse en la postemporada en el mayor número de ocasiones.

Jordan Love llegó a Santa Clara fulgurando, de su esencia emergía un aura flamígera y luminosa que representaba su evolución paulatina hasta convertirse en el quarterback más encendido del momento. Love luce como un digno sucesor de la dinastía de magníficos quarterbacks que ha tenido Green Bay en las últimas tres décadas y arribó al estadio dispuesto a decapitar a los Niners y acabar con la paternidad que han tenido sobre su equipo en los últimos años. Love y el equipo más joven de la liga se lanzaron temerariamente a la caza de la fiera que supuestamente representa San Francisco, que en el papel parece el equipo más completo, pero Love siguió luciendo como un híbrido entre Aaron Rodgers y Brett Favre y le dio un par de sopapos a la bestia roja que la pusieron groggy. Sin embargo, una y otra vez, Green Bay dejó ir la oportunidad de conectar un golpe que pudiera resultar definitivo.

Era momento de ver si Brock Purdy podía mantener vivo el hechizo que lo hace levitar por encima de toda la NFL, o si por fin le iban a dar las doce a la Cenicienta. La madre naturaleza demostró ser más poderosa que cualquier hada madrina, la lluvia no sólo empapaba el terreno, sino que también diluía el aura mítica que envolvía a Purdy, revelando bajo ella un ser humano hecho de barro, como todos. La esperanza de los aficionados gambusinos  empezó a difuminarse sobre el Silicon Valley más rápido que cualquier rastro de humanidad en las maquinaciones de los psicópatas oligarcas que desde ahí extienden sus garras para asfixiar al planeta.

Pero la enorme cantidad de talento que ha acumulado San Francisco a través de los años le permitió mantenerse en la pelea. Después de un sabroso e intenso toma y daca, de una lluvia de puntos que cayó sobre el emparrillado una vez que el clima mejoró y las ofensivas lograron imponerse en el terreno, el duelo entre Purdy y Love había cumplido con creces en los paladares de los aficionados al juego. Sería el último tramo de este duelo el que lo definiría y nos revelaría si de verdad estos dos jóvenes mariscales son dignos de las comparaciones que los equiparan con quarterbacks legendarios.

Teniendo ventaja de 21-14, Love tiró un pato que más que a un pase de Aaron Rodgers asemejó a una de sus declaraciones públicas, el desafortunado animal salido de la serpentina de Love terminó en las manos del defensivo Dre Greenlaw quien avanzó con el cadáver del pato en las manos, luchando por cada yarda como un tanque tratando de avanzar entre el fango dándole a la jugada una dimensión fresca, divertida y poética.

El primer error de Love le costó tres puntos a su equipo. Sin embargo, el heredero de las glorias de Bart Starr recuperó la compostura y guio a su equipo a una serie ofensiva que fácilmente les pudo dar una ventaja inalcanzable. Desgraciadamente para su causa, el pateador Anders Carlson falló un corto intento de gol de campo que les hubiera dado un margen de dos posesiones en el último cuarto.

San Francisco olio la sangre y no perdonó a su rival. Los alabadísimos esquemas ofensivos de Kyle Shanahan por fin lograron doblegar los criticadísimos esquemas defensivos de Joe Barry. Cobijado por la enorme cantidad de talento ofensivo que lo rodea, Brock Purdy dirigió la serie ofensiva ganadora con la apabullante seguridad de Tom Brady, con la templanza de Joe Montana.

Todavía Green Bay tuvo una oportunidad de empatar o remontar el partido, pero Jordan Love no lució como el mejor Rodgers, sino como el peor Favre y lanzó una intercepción al loco Dre Greenlaw digna de la infamia de las del General, que son recordadas por ser errores garrafales que le costaron múltiples oportunidades de ganar el Trofeo Lombardi a sus equipos. Ya para darle más inri, para resaltar más la estética sobre la que fluyó este encuentro, el loco de Greenlaw decidió no tirarse al suelo con el ovoide para garantizar el triunfo de su equipo, sino nuevamente empezar a correr con el balón, luchando por cada yarda como un tanque tratando de avanzar entre el fango sólo por diversión, arriesgándose a que un fumble le diera otra oportunidad a los Packers.

Pero al final, no pasó nada. San Francisco terminó avanzando de nueva cuenta al Campeonato de la NFC. ¿No irán a cagar la cama por tercer año consecutivo?, ¿verdad?

Houston Texans 10-Baltimore Ravens 34.

Valientes y estúpidos, los jóvenes Texanos arribaron al tártaro de Baltimore. La resplandeciente joya de la corona, C.J. Stroud, regresó al santuario de sus primeros pasos en el mundo profesional, desenvainando la espada de la redención. En ese terreno sagrado donde la primera vez no pudo forjar la alquimia de un pase de anotación, Stroud, con trágica repetición, no logró desentrañar el misterio de la defensiva de Baltimore una vez más. Dándole a su  joven carrera por primera vez una sensación agridulce.

Aun así, la defensiva de DeMeco Ryans jugó con fiereza en la primera mitad e hicieron  que Lamar Jackson tuviera flashbacks de sus decepcionantes actuaciones en playoffs en el pasado. Inclusive los Texanos aprovecharon tener el mejor cuadro de equipos especiales en la liga para devolver una patada de despeje hasta la zona de anotación y que a medio tiempo, este juego estuviera empatado a 10.

Para la segunda mitad, un sol púrpura resplandeció sobre Baltimore. Un torbellino color dolor intenso se apoderó del encuentro. Lamar Jackson, el chamán de Baltimore, ascendió al escenario impulsado por una explosión de energía eléctrica.

Como la negra muerte, Lamar extendió sus prodigiosas alas sobre los Texanos y los despedazó con su afilado pico. Anotó un total de cuatro touchdowns en el partido y desencadenó una tormenta de éxtasis que no se veía en la ciudad de Baltimore desde los oscuros días de la epidemia del crack. Jackson se puso el sombrero de hechicero en el oscuro arte del futbol americano y logró replicar en el caldero del emparrillado la magia y la alegría que normalmente chorrean desde el campo de juego cada que Jackson sale a jugar. Lamar dio de probar esa magia al pueblo de Baltimore por primera vez en un juego de playoffs. Mientras el público enloquecía y el estadio parecía entre una bacanal de victoria y una orgía de emoción desbordante, Lamar Jackson y los Ravens sellaron su pase al Campeonato de la AFC.

 

Pfff, estoy agotado. Estoy hasta la madre de tanto pinche futbol americano y a la vez estoy triste porque ya sólo nos quedan tres juegos. Nos vemos la próxima semana para recapitular los juegos de campeonato. Mi predicción para el Super Bowl es Detroit vs Kansas City. Así que, por favor escríbanme el domingo en la noche cuando se confirme que las teorías conspirativas son ciertas y que el Super Bowl será San Francisco vs Baltimore.

 

 

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