Me dicen "El Chaquetas"

 

Por Omar Colío 

Vaya, esto es raro. De seguro muchos de ustedes se estarán preguntando por qué nunca hice esto mientras estaba con vida. La verdad es que la pinche vida me pasó por enfrente rapidísimo —más rápido que los pinches delanteros franceses que corrían como si anduvieran sobre una escoba voladora —y no me dio tiempo de sentarme a hacer algo verdaderamente significativo.

Ahora, en la fría tumba, puedo ver la insignificancia de la vida, en la muerte no hay tiempo, sólo estás suspendido para siempre en la eternidad, sin poder comunicarte con nadie, ni con los vivos, ni con los muertos, lo único que puedes hacer es mirar ciegamente el misterio que es el universo.

Seguramente han escuchado a algún budista loquito que les dice que la vida es sufrimiento, y es cierto, lo que no te dicen es que la muerte es todavía peor. Sí, la vida es sufrimiento, pero la muerte es agonía, la agonía eterna de estar eternamente despierto en un estado contemplativo, sin un cuerpo para hacer algo, sin una boca para cantar, comer o besar, sin manos para poder acariciar, ni nada que acariciarte, sin nadie con quien hablar, probablemente la gigantesca boca del cosmos devore mis palabras, pero no me importa, igual voy a decirlas.

Me llamaba Manuel Rosas, estoy seguro que muy pocos de ustedes han oído hablar de mí, ni siquiera esos clavados en el futbol que veían como yonquis maniacos todos los partidos de la liga mexicana cada fin de semana con su tía—la única que estaba tan chiflada como ustedes— en lugar de salir a jugar con otros niños.

Me decían “El Chaquetas” por chaqueto, no por la acepción de la palabra que quiere decir inexperto, sino porque la neta yo fui un chaqueto literal. Desde chiquitito nada me gustaba más que frotarle el cuello al ganso, así que eso hacía, en mi cuarto, en la sala, en el comedor, en el pasillo, en el patio de la vecindad, en la acera, en la panadería, en misa, en el vestidor, en el campo, siempre que se me presentaba una oportunidad de chaquetearme la tomaba, .casi siempre lo hacía pensando en una chamacona pero a veces lo hacía pensando en el futbol, digo ¿Quién no se ha chaqueteado pensando en la pelota?  


El día de mi boda, apuré al padrecito para que le echara velocidad con la ceremonia, me saqué la foto, me cambié y me fui a jugar, en la foto de mi boda sale el utilero del Atlante con el maletín en el que traía mis cosas y las de mi hermano Felipe.



Escogimos ese día pal bodorrio porque supuestamente ese día no me tocaba jugar, pero los directivos (que desde entonces nos rompían las pelotas a los jugadores) decidieron agendar un partido ese día porque se habían sentido humillados de que tres semanas antes, en su gira por México, el equipo tico Libertad nos había dado un baile y nos había ganado 4-1, entonces decidieron pedirle la revancha y agendarla el día de mi boda, la neta lo que esos cabrones querían, como siempre, era más lana.

La novia pues sí se agüitó un poquito porque sí era de las que a fuerzas quería casarse por la iglesia, pero le dije: “vieja, no mames, ni modo que no vaya a jugar con el Atlante” y llegamos al acuerdo de que nos casábamos, nos sacábamos la foto y me iba a jugar, la luna de miel podía esperar. En cuanto terminó de parpadear el flash de la cámara, agarré al Felipe y le dije “vámonos” y nos fuimos corriendo al Parque Necaxa.

No me malentiendan, sí quería a mi vieja pero no tanto como quiero al Atlante, el amor por el Atlante permanece hasta después de la muerte, es único, por eso quedan tan pocos atlantistas.

Ése es el tan mentado amor a la camiseta. Tienen que entender que en ese entonces los equipos de la Liga Mayor eran iguales a como hoy son los equipos de cualquier liga llanera, equipos de cuates fundados por nuestros familiares y amigos, no nos pagaban ni madres por jugar, todos éramos obreros con trabajos de mierda, después del partido unos pulques, nuestro primer gran delantero, antes que Casarín, fue el gran Juan Carreño, mejor conocido como El Trompo. Le decíamos así por como bailaba, todo era una gran danza para él, llegaba a los juegos borracho, tomaba la pelota y se tambaleaba en la cancha, pero su bamboleo confundía a los rivales que caían al suelo bailados por el Trompito, que era chaparrito y regordete como el Diego y tenía un movimiento de cadera similar. El Trompo —que cada que podía corría a la banda a rehidratarse con pulque —bailó en las canchas mucho antes que Ronaldinho o Zizou, mucho antes que el mismísimo Garrincha y ahora es un héroe de barrio olvidado, un borracho más del escuadrón de la muerte olvidado mucho antes de quedar tieso e irse a dormir para siempre.

El Atlante es el equipo más chido, no sólo porque mis hermanos Juan y Felipe lo fundaron cuando eran unos pinches chamaquitos, sino porque el Atlante es el equipo del pueblo, éramos los prietitos del Atlante contra los fifís, los gachupines del Siglo XX del Asturias, del España y del América. ¡A huevo! Como dice la Tito Tepito: “Les guste o no les guste, les cuadre o no les cuadre, el Atlante es su padre y si no ¡Chinguen a su madre!”.

La historia se olvidó de mí pero yo fui el primero en hacer muchas cosas, yo jugué en el primer partido de la historia de los mundiales, era un chamaco de 18 años, los directivos hicieron un menjurje con jugadores del Atlante, el América, el Marte y el Necaxa y armaron la primera selección mexicana que fue a un Mundial. Yo iba a compartir la defensa con Rafael Garza Gutiérrez “Récord”, era un mamón, ¡Pinche Récord! No en vano fue el primer crema, en serio, ese cabrón fundó al América, un terrible 12 de octubre, tan sombrío como en el que Colón llegó a las Bahamas, él no era más que un pinche morrito de 13 años con su equipito de barrio que conoció a otro pinche morrito ídem de nombre Germán Núñez y juntos fundaron el Club América, así nació el gran antagonista del futbol mexicano, neta, se le da demasiado crédito a Emilio Azcárraga Milmo, pero el cabrón del Récord era la encarnación de todo lo que es el América, la esencia de todo lo que el Ame ha sido, es y será, el ódiame más de carne y hueso, además aunque era una mamada por lo menos era un güey de a de veras y no un pinche magnate descorazonado.

A ese güey también se le ocurrió fundar la selección mexicana, agarró a una bola de pelados del América y se los llevó a jugar a Guatemala el 1 de enero de 1923, México ganó 3-2. Desde ahí Récord se volvió el primer capitán de la selección, en 1930 su enorme nube de arrogancia lo hacía también creerse el entrenador del equipo (y en cierta manera, lo era) aunque nominalmente ese puesto era de Juan Luque de Serrallonga, un perro andaluz que dirigía un equipo de protonazis, el Germania, con el que ni siquiera le había ido bien, pero según conocía las técnicas que ejecutaban en Europa y como los directivos siempre han sido unos malinchistas lo contrataron.

Rafael Garza Gutiérrez, "Récord", fundador del América.



De Veracruz nos llevaron en barco a Nueva York, que ya desde entonces era tan feo, ya estaba atestado de esos monstruosos rascacielos, de esos picos malvados que amenazan con alcanzar el cielo y declararle la guerra a Dios y a los angelitos, lo único que me gustó de Nueva York fue ver a los burgueses desesperados lanzándose desde sus gigantescas torres y hacerse mierda contra el suelo y que nos compraron unos buenos balones ingleses porque todos los que llevamos desde Veracruz ya se habían ponchado.

De ahí zarpamos hacia Montevideo vía Río de Janeiro, nos hicimos 26 días en llegar, no hacíamos mucho, jugábamos cartas, fingíamos camaradería, bebíamos, fumábamos, trotábamos y saltábamos la cuerda, casi no tocábamos el balón porque nos daba miedo que se nos fuera por la borda, no pude juguetear mucho con el cuello del ganso porque me tocó compartir camarote con mi hermano Felipe, él y yo nos convertimos en la primera pareja de hermanos que alinean juntos en un Juego de Copa del Mundo, pero me daba pena chaquetearme teniendo al lado

¡Puto mundial! Ni tiempo para una chaquetita me dio, el primer juego en la historia de las copas del mundo lo jugamos el 13 de julio de 1930 en el Pocitos de Peñarol, en Uruguay era invierno y hacía un frío de la chingada. Estaba nevando, hacía tanto frío que se me encogieron los huevos, el ganso se escondió en su guarida carnosa, Francia jugó de azul claro, nosotros jugamos con la playera guinda, la más hermosa que ha tenido la selección mexicana en su historia, nos desparramamos por la cancha como si fuéramos un chorro de sangre fluyendo por el llano, como una alegoría del llano mexicano del que años después escribiría Juan Rulfo, como un chorro ebrio de vino tinto nos hundimos en el fondo del frío del Pocito mientras veíamos pasar a los franceses que andaban como peces en el agua. Al minuto 19, Liberati venía hacía mí encarrerado y me burló con facilidad, centró a la hoya donde apareció Lucien Laurent que de bolea anotó el primer gol en la historia de los mundiales.

El arquero mexicano Óscar Bonfiglio recibió el primer gol en la historia de los Mundiales



Al medio tiempo ya íbamos abajo 3-0, el pendejo de Luque nomás nos decía excentricidades religiosas, como que la Virgen de Guadalupe estaba rezando por nosotros, en el segundo tiempo ocurrió el milagro, la morenita del Tepeyac (o a lo mejor Mayahuel, la diosa del pulque) inspiró al Trompo Carreño que tambaleándose se llevó a dos franceses -que cuando cayeron al piso parecían estar más borrachos que él, tiró al arco y…¡Gol! El Trompito lo hizo, sólo podía ser el Trompito, que también había anotado el primer gol mexicano en Juegos Olímpicos, inspirado por quien sabe cuántas deidades de la locura hizo su segundo milagro, unos años después la bebida acabaría con su carrera y poco después con él. Juan “El Trompo” Carreño murió como perro, en la calle, a los 31 años. Ah, por cierto, perdimos 4-1.

Juan "Trompo" Carreño, primer mexicano en anotar en un Mundial

Jugamos el segundo partido contra Chile en el legendario Parque Central de Nacional, los chilenos eran mucho mejores que nosotros en todo, hasta para hacer trampa, el primer gol vino precedido de una mano que yo vi clarita, así frustrados seguimos jugando erráticos, yo anoté el segundo gol del partido, el pedo es que fue en nuestra portería, así es, yo anoté el primer autogol en la historia de los mundiales, pero no sería la única marca que dejaría. Ah, por cierto, perdimos 3-0.

Después de eso ya de plano me valió eso de compartir cuarto con Felipe y me chaqueteé, me chaqueteé como no me había chaqueteado nunca, no paré de chaquetearme hasta que el árbitro silbó el comienzo del partido contra Argentina, a lo mejor por eso sucedió un milagro chaquetero, Luque me alineó pero esta vez en la delantera “A ver si ahora sí metes gol en la portería correcta” me dijo el muy cabrón. Por fin pudimos jugar en el Centenario después de que su inauguración se había retrasado por problemas en su construcción, ese día en lugar de estar sufriendo a Stábile y al resto de los cracks argentinos que llegaban y llegaban a la portería de Oscar Bonfiglio y nos hacían un chingo de goles, yo estaba feliz de la vida esperando que el balón llegara al otro lado del campo, de repente me hacía una chaquetita rápida en lo que todos estaban distraídos volteando a ver el balón.

Hasta que de repente cuando estaba por terminar el primer tiempo el balón llegó a mis pies ante la incredulidad de los defensores argentinos, en su desesperación uno de ellos me derribó en el área y el árbitro marcó penal, tomé el baló, me enfrenté en un duelo de miradas con el arquero Ángel Bossio y le gané engañándolo con los ojos. ¡Yo le anoté un gol a Argentina en un Mundial! Ese gol me hizo ser por un buen rato el anotador más joven en la historia de los mundiales, lo festejé con todo haciendo el gesto del ganso aunque para ese punto ya íbamos perdiendo 3-1.

El segundo tiempo fue muy parecido al primero, otro capricho de la bola la hizo aparecer nuevamente en el área argentina, el Trompito Carreño empezó a hacer su maravillosa danza, uno de los defensores argentinos no se la bancó y le tiró una terrible patada y el árbitro volvió a señalar la pena máxima. Yo tomé el balón una vez más, los conocedores saben que anotar dos penales en un mismo partido es muy difícil y éste es el porqué, traté de jugarle la misma treta a Bossio, pero esta vez el cancerbero argentino adivinó mis intenciones y detuvo mi disparo, pero yo salí como una bala al contrarremate y anoté nuevamente ¡A los 18 años yo le anoté dos goles a Argentina en un Mundial! Ah, por cierto, perdimos 6-3 y quedamos en último lugar del mundial, algo que se haría costumbre en ediciones venideras.

Todos regresamos a México con 10 kilos de más y bueno…pues esa es la historia de la primera incursión mexicana en un mundial, ¿Qué pasó con mis récords? Pues Pelé rompió mi récord de anotador más joven cuando a los 17 años anotó 6 goles en el Mundial de Suecia 58, en la final anotó un doblete convirtiéndose en el segundo jugador menor de 20 años en anotar dos goles en un partido de Copa del Mundo (Mbappé es el único otro miembro de ese club). Ya llevo un rato muerto y he observado un puñado de cosas hermosas en el universo, pero no he encontrado nada más poético que el fútbol, después de ese partido el rey de Suecia dijo que Pelé era el mejor atleta que había visto. Imagínense eso, la estirpe más rancia de la blanquitud rindiéndose ante un prietito, que hermoso.

Yo de Pelé no tuve nada, pero acuérdense que sí, sí, simón, Pelé es la verga, pero El Chaquetas Rosas lo hizo antes, por favor no dejen que la historia me olvide, pero sobre todo no dejen morir al Atlante.


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