Por Omar Colío
El pasado 9 de diciembre se cumplió un siglo de que la selección mexicana de futbol disputara su primer encuentro oficial. La tarde del 9 de diciembre de 1923 —mientras el presidente Álvaro Obregón le declaraba la guerra a la rebelión delahuertista —por primera vez un equipo de futbol representante de nuestro país saltó a la cancha del Club España para enfrentarse a la selección de Guatemala. El triunfo fue para los nuestros por marcador de 2-1.
Nada ha cambiado en 100 años, en ese entonces la selección nacional también era controlada por el América, equipo que en aquel entonces impulsó la creación del representativo nacional y que hoy es propiedad de Televisa, una entidad que, como todo aficionado al futbol mexicano sabe, es quien verdaderamente mueve los hilos del combinado nacional. El América había realizado una gira por Guatemala en enero de 1923 en la que había enfrentado al Comunicaciones. Para diciembre el cuadro de la capital guatemalteca pagó la visita acreditado como la selección nacional de su país para enfrentar al América reforzado por algunos jugadores de otros clubes capitalinos como el Atlante, combinado que recibió oficialmente la distinción de ser reconocido como el primer representativo nacional mexicano de futbol en la historia.
Como todo aficionado al futbol mexicano sabe, estos cien años de historia de la selección han estado sumidos en una derrotero desgarrador, teñido del color del fracaso y la amargura, elementos que han estado perennemente presentes y han dejado a los eternamente esperanzados corazones de la afición hechos añicos. A pesar de los destellos esporádicos de éxito, el equipo ha caminado por un sendero lleno de sombras, de derrotas devastadoras y excepcionalmente crueles que han dejado cicatrices imborrables en la memoria colectiva. Durante este siglo, la frustración y la desesperación se han adueñado de los corazones de los aficionados y la añoranza de aquella tierra prometida, de aquel futuro en el que la selección mexicana pueda competir para ser campeona del mundo parece haberse desvanecido en un mar de amargas lágrimas, oportunidades perdidas y desencantos futbolísticos.
Y, por supuesto, la crítica a los dueños del balón no se ha hecho esperar, todo aficionado sabe que anteponen el negocio al crecimiento deportivo, que si el objetivo fuera ganar, entonces las cosas se están haciendo al revés. Pero para ellos el objetivo nunca ha sido ganar, nunca ha sido mejorar deportivamente, sino llenarse los bolsillos de dinero haciendo el menor esfuerzo posible y para ello no es necesario invertir recursos y tiempo en crear el mejor equipo posible, sino solamente mantener la rueda girando y tener a la gente embobada e ilusionada con este producto patito.
Si a los directivos les interesara ganar, si les interesara formar un equipo competitivo, invertirían un poco del dineral que ganan con esta gallina de los huevos de oro que es el futbol para formar más jugadores, para que surja la materia prima que le permita al equipo trascender, pero no les interesa. En realidad cada vez es más difícil para la gente de escasos recursos (que es la abrumadora mayoría) si quiera acceder a una cancha decente de futbol .Mientras esto continúe será imposible que la selección mexicana tenga los jugadores necesarios para competir al nivel más alto, pero al parecer a los directivos les atrae más tener un equipo mediocre, un adorable perdedor que cale hondo en los corazones del pueblo, que mantenga a la gente ilusionada y pegada al televisor.
Lo que estos cabrones nos venden no es otra cosa que la misma telenovela de mierda de siempre, la de la chica de escasos recursos (la selección), que se enamora del rico (la copa del mundo), sólo que esta vez, la historia no tendrá final feliz, no lo ha tenido en un siglo, ni lo tendrá en el que sigue.
Dicen que las únicas dos cosas que dan identidad a todos los mexicanos son la selección y la virgen de Guadalupe, ambas son el opio del pueblo, ambas conllevan fe, esperanza, sumisión e ingenuidad. Conllevan no hacer las cosas con tus propias manos, sino sumarte a una jerarquía fuera de tu control, en la que sólo púedes centrar tus esperanzas y tu devoción. Así como la virgen de Guadalupe sirvió para evangelizar a los indígenas y adherirlos como masa que carga al sistema, la selección mexicana de futbol sirve para tener distraído al proletariado y para robarle su valioso tiempo y su escaso dinero.
En este sombrío panorama, surge la pregunta crucial: ¿Cómo podemos cambiar este ciclo interminable de desilusiones y fracasos? Paradójicamente, la respuesta podría yacer en la indiferencia. Si los aficionados desean verdaderamente que la selección mexicana mejore, tal vez la clave sea apartar la mirada, retirar la atención que nutre a los directivos. Solo así, al privarlos de la audiencia y el apoyo incondicional, podríamos lograr que sientan el temor de perder su gallina de los huevos de oro. Los directivos, motivados por el interés financiero, podrían finalmente verse obligados a realizar cambios significativos y a invertir en la formación de talento genuino. La paradoja radica en que, para impulsar la mejora, a veces es necesario retirar temporalmente el apoyo que perpetúa el status quo. Solo entonces, cuando el silencio del público resuene más fuerte que los cánticos de la esperanza rota, podríamos vislumbrar la posibilidad de un cambio real en el destino de la selección mexicana de fútbol.
Así que, si quieres que mejore la selección, no la peles. Ponte a leer un libro, vete de fiesta con tus amigos, sal a conocer a tus vecinos, haz todo menos verla por televisión. Mientras la selección siga siendo redituable no van a cambiar nada. Ya apoyamos a este equipo mediocre con todo nuestro corazón durante un siglo, este segundo siglo lo mejor que podemos hacer por él es ignorarlo.
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