Llegué temprano al estadio, nunca llego temprano, pero el domingo sí. Comprobé que había tenido razón toda mi vida, que es horrible, que es mil veces mejor entrar a las prisas (de preferencia con unas chelas encima), a pesar de que eso signifique andar con un conejo de piedra brincando torpemente en las paredes la preocupación de tener que estar dando vueltas por los angostos y abarrotados pasillos del estadio (hechos con la misma piedra que el conejo) en busca de un imposible recoveco entre el caótico mar de desenfrenados, efervescentes, rabiosos fanáticos al futbol que ya abarrotan y sacuden el templo dominical dispuestos a vivir en carne propia¬—porque así se vive, cada gol del rival se siente como si un ciempiés hecho de agujas caminara por debajo de tu piel— la pasión, el milagro que emana cuando el balón rueda lo más cerca de su corazón posible, a llegar temprano y tener que soportar por horas el tedio, la angustia y la tensión que se acumulan sobre los sentimientos colectivos de la afición desesperada porque por fin arranque el partido.
El viento otoñal soplaba con fuerza y trajo sobre el estadio unas magnánimas nubes que embellecían con su suave majestuosidad el crepúsculo, pero a su vez aplastaban las cabezas de los impacientes aficionados que sucumbíamos a la desesperación de estar esperando el inicio de un partido de vida o muerte sin nada que hacer sino platicar profundamente con nuestra ansiedad o mirar nuestros teléfonos. El viento y las nubes también trajeron un polvo primigenio que emergió de las profundidades de El Pedregal y que voló entre nuestras conciencias como queriendo decirnos algo, como si el Estadio Olímpico Universitario quisiera abrumarnos con sus más de 70 años de vertiginosa historia, como si Diego Rivera estuviera esculpiendo su famoso mural en ese instante, como si Queta Basilio estuviera subiendo por las escaleras para reencender el pebetero, como si Dick Fosbury y Bob Beamon estuvieran saltando sobre nosotros, como si Tommie Smith y John Carlos estuvieran realizando su histórica protesta frente a nuestros ojos, como si Tuca Ferretti estuviera anotando el último gol de su carrera, como si el fantasma de todas las remontadas logradas en este recinto por la inefable garra del equipo universitario estuviera abriendo la boca listo para devorarnos, pero en realidad no era nada, era simplemente viento y polvo, era simplemente una alucinación colectiva causada por la angustia y el aburrimiento. Fue entonces cuando recordé al maestro del periodismo gonzo Hunter S. Thompson. “Pánico y Locura en C.U.”, pensé. Sólo que en esta ocasión el pánico y la locura no provenían ni de las drogas, ni del caótico, anárquico y explosivo ambiente que circunda un evento deportivo de esta dimensión —el cual Thompson descubrió que era mucho más entretenido de experimentar y narrar que el juego en sí —sino de la tensión que hay en la nada, en la aburridísima y estéril nada que es esperar a que el árbitro pite y el balón ruede, la nada previa al partido es un silencioso purgatorio lleno de miedo, paranoia y tedio en el que uno no tiene más remedio que intentar matar el tiempo, esperar desesperado a que los malos tiempos pasen, a la espera de que algún otro aficionado tenga por lo menos la vehemencia de contar un chiste obsceno.
La tensión provenía de la creciente rivalidad entre los Pumas del Club Universidad y las Chivas Rayadas del Guadalajara, de que era un encuentro de liguilla y sobre todo de que las Chivas habían dejado ir vivos a los Pumas tras el juego de ida en Guadalajara, donde el cuadro tapatío dominó a placer al capitalino, pero — en gran parte gracias a una gran actuación del guardameta universitario, Julio González — sólo logró salir de casa con un gol de ventaja, dejando así abierta la eliminatoria. ¡Bah!, ¿a quién engaño? Ni aunque el Guadalajara hubiera sacado 3 ó 4 goles de ventaja la eliminatoria hubiera quedado definida. La inconsistencia, la mediocridad del futbol mexicano profesional hace que cualquier eliminatoria esté abierta todo el tiempo, es por eso que es tan entretenido, es por eso que cada seis meses la liguilla nos regala épicas remontadas. Para observar esa inconsistencia no hay más que voltear a ver a las Chivas, quienes tras perder la final pasada, empezaron muy bien este Torneo Apertura 2023, pero cuyo funcionamiento colectivo se diluyó hasta irse al carajo, hasta caer en el abismo y sufrir dolorosas y humillantes derrotas, ninguna más dolorosa y humillante que la goleada 4-0 ante el América en el Clásico Nacional. Pero a pesar de todo esto, a pesar del paupérrimo desempeño del equipo que causó que la afición pidiera en repetidas ocasiones la cabeza del Director Técnico Veljko Paunović, la mediocridad del resto de los equipos permitió al Guadalajara terminar el torneo en quinto lugar, y eso sólo después de una derrota en la última jornada en esta misma cancha contra estos mismos Pumas que los vencieron 1-0 y los rebasaron en la tabla general para quedarse con la cuarta posición y asegurar que la vuelta de los cuartos de final se jugara en su casa.
Casa que trae malos recuerdos a los aficionados al “Rebaño Sagrado”, pues así como los aficionados chivas pueden presumirle a los universitarios la paternidad histórica que los rojiblancos ejercen sobre los auriazules en Guadalajara, lo mismo pueden presumir los auriazules a los rojiblancos cuando se trata de partidos jugados en C.U., donde las Chivas sólo han podido llevarse la victoria tres veces en todo el Siglo XXI y donde los Pumas habían eliminado a las Chivas en las dos más recientes ocasiones en las que se habían visto las caras en la liguilla sin que el Guadalajara pudiera siquiera anotar un gol; en las semifinales del Clausura 2011 y la más dolorosa en la final del Clausura 2004, donde el cuadro auriazul se coronó en penales. Como aficionado a las Chivas la imagen del Kikín Fonseca celebrando sobre Oswaldo Sánchez todavía me produce ñáñaras y pesadillas.
Kikín Fonseca y Oswaldo Sánchez en la definición vía penales en la Final del Clausura 2004
En todo esto pensaba mientras las manecillas del reloj corrían con la misma hueva con la que corre el jugador promedio de la liga mexicana, la tensión previa al partido crecía y crecía, hasta que de repente, la hora del partido estaba ya tan cerca que la tensión estalló y todos nos reímos de lo estúpido que era todo esto, a fin de cuentas era sólo futbol y no había necesidad de sufrir por un pinche partido de la Liga MX. La Rebel empezó a gritar y a cantar y a loquear desde su hogar privilegiado junto al pebetero y desplegó un tifo, un mural azul y oro que hizo que a todos se nos olvidara la tensión previa al partido y la tensión diaria que cargamos por vivir en una sociedad injusta y nos dispusiéramos a disfrutar del futbol.
Diez minutos antes del silbatazo inicial, los Pumas saltaron a la cancha a cantar su himno que es tan romántico y chauvinista que parece que lo escribió un fascista, tal vez el mismo fascista que escribió el lema de la UNAM. Los jugadores de los Pumas se postraron en el medio del campo y levantaron el puño derecho de una manera inquietantemente parecida al saludo romano y se pusieron a entonar el himno mientras todo el estadio se ponía de pie. Bueno, todo el estadio no, como siempre las Chivas tenían muchos partidarios en tierra hostil, la mayoría instalados en la cabecera sur que es el área designada en C.U. para la barra visitante desde donde salían entusiastas gritos y cánticos a favor del Rebaño Sagrado, que en cuestión de segundos eran vituperados, desacralizados y ahogados por el rugir de los aficionados auriazules. Pero ellos no eran los únicos, por todo el estadio había aficionados a las Chivas infiltrados entre la marea auriazul, desafiando la ira de la afición puma, que, a mis ojos, es la menos respetuosa con la afición visitante en todo el futbol mexicano. Mientras vayan ganando no hay problema, todos somos amigos, pero si la cosa se les pone peliaguda, muchos de ellos dan un giro de 180 grados y se convierten en los peores hooligans que ha visto el futbol mexicano, normalmente esta afición es, al menos en la Ciudad de México, la menos comprensiva y más violenta a la hora de la derrota, la que menos aguanta la disidencia cuando la cosa se pone difícil, muy parecido a cómo reacciona contra la disidencia la universidad a la que este equipo de futbol profesional le robó la identidad y el nombre. Como aficionado a las Chivas me siento mucho más seguro portando los colores de mi equipo en el Estadio Azteca enfrentando al más odiado rival, el América, que en C.U. en un partido contra los Pumas entre la bola de potenciales hooligans, que, como normalmente van a los juegos en el pinche calor del domingo a mediodía, ya están cien por ciento alcoholizado. Es por ello que decidí sólo llevar los colores de la bandera de Francia (que irónicamente representan al equipo más mexicano de todos) en mi corazón y no sobre mi piel, pero en todo el estadio había chivahermanos que portaban altiva y orgullosamente los colores del equipo a flor de piel, así como había otros que los llevaban ocultos debajo de otra prenda, esperando que cayera un gol de los nuestros para poder estallar y arrancarse la piel y alardear sus verdaderos colores, su verdadera naturaleza, nuestra verdadera pasión. Mientras los Pumas cantaban su himno me di cuenta que el muchacho que estaba a mi lado, un flaco no muy alto que venía solo, era chivahermano, pues al igual que yo, se quedó sentado en silencio, lo volteé a ver con una mirada cómplice, él me la devolvió, sin decir una palabra nos reconocimos y nos deseamos suerte.
Después de todas esas horas, cuando ya estaba a punto de gritar de la desesperación, por fin el árbitro hizo sonar su silbato y comenzó el juego. En los primeros minutos el partido siguió en el mismo tono en el que se jugó la ida, el Guadalajara se adueñó de la pelota, impuso su dominio, creó oportunidades de gol y no las concretó. Pero cuando terminó de caer la tarde se oscureció el juego del Rebaño. En las tinieblas, sin que los que estábamos lejos de la cancha nos diéramos cuenta, el equipo felino se agarró los huevos, tomó la pelota y se lanzó al ataque.
Al minuto 13, Jesús Rivas tocó la esférica hacia adelante a Toto Salvio quien la recibió en el extremo derecho de la cancha, al no ver posibilidad de darse la vuelta y encarar, el argentino tocó hacia atrás para Ulises Rivas, quien inmediatamente descargó el balón en Santiago Trigos, quien inmediatamente tocó para el capitán Adrián Aldrete, ya para entonces, en cuestión de segundas la pelota estaba en el lado izquierdo de la cancha. Con precisión quirúrgica la escuadra dirigida por Antonio Mohamed había trazado una herida de lado a lado en el estómago de la defensa rojiblanca, poniéndola en jaque. Rápidamente Aldrete proyectó el balón hacia adelante para Robert Ergas, quien, nótese es el sexto jugador universitario diferente que tocó la pelota y se encontraba solo en el extremo izquierdo, con suficientemente tiempo para centrar, el uruguayo lanzó un centro ponzoñosísimo hacia la olla donde César Huerta y Toro Fernández estaban listo para definir, para firmar la obra maestra, pero el que remató el primer tiro en la frente del Guadalajara fue el primer chiva en tocar el balón en un buen rato, Antonio “Pollo” Briseño, un experto en arruinar obras maestras, un jugador al que la afición le reconoce mucho su entrega, pero duda mucho de su habilidad técnica, quien se lanzó de palomita contra su portería y clavó el primero en propia puerta.
Claro que de esto me di cuenta hasta que vi la repetición en mi casa, en el estadio todo el mundo asumió que el gol lo había clavado César Huerta, pues lo festejó como si hubiera sido suyo. Yo hubiera hecho lo mismo en su lugar, este partido era especial para él, era un partido de revancha, una oportunidad de darle un sopapo en la cara al equipo del que salió pero que nunca aprovechó su potencial, es su oportunidad de expiar su pasado chiva y erguirse para siempre como un ídolo de la afición puma, por eso gritó extático, corrió hacia la afición y reveló bajo el puma gigante de su uniforme una playera que decía “Re Hecho en C.U.”, un mensaje con indirecta para Chivas, que a su vez recordaba la que el entonces jugador de los Pumas y hoy entrenador de la selección nacional, Jimmy Lozano, hiciera icónica en aquel Clausura 2004 en el que los Pumas se coronaron sobre las Chivas.
Los Pumas sabían que ya habían clavado el cuchillo en el cuerpo del rival y era hora de retorcerlo. Tan sólo un par de minutos después del primero, los felinos empezaron a trazar una vertiginosa jugada que surgió desde lo profundo de su territorio, en la que cinco auriazules tocaron el balón ininterrumpidamente para diseccionar la defensa rojiblanca que concluyó con un centro a la olla que no encontró quien lo rematara, pero que Ergas recuperó en el área rival y a pesar de que el charrúa hizo un control deficiente, atrajo la ineptitud de Alan Mozo, el jugador que llegó a las Chivas a cambio de Huerta, quien se le barrió torpemente en el área provocando un penal a favor de los locales.
Huerta no titubeó en tomar la pelota, desde mi punto de vista en la cabecera norte era evidente por la manera en la que el “Chino” estaba perfilado que iba a tirar cruzado, hacia la izquierda del guardameta Miguel Jiménez, quien sin embargo se tiró a la derecha y ni siquiera pudo ver cómo el segundo se clavaba en su portería. Huerta marcó el gol que llevaba soñando desde que salió de las Chivas, mostró de nueva cuenta su camiseta de “Re Hecho en C.U.” y terminó su expiación sacrificando al chivo, para así consolidarse como un ícono más del folklor del equipo universitario, cuya afición lleva al unísono la foto de sus festejos de esa noche como fondo de pantalla en su celular.
Huerta revivió la playera que Jimmy Lozano hizo icónica en el Clausura 2004
El estadio se volvió una fiesta, la algarabía, el éxtasis y la cerveza volaban por toda Ciudad Universitaria, no quedaba más que aguantarse los “Oioioio, oioioioio, el que no salte es un chiva maricón” y los “Goyas” que, a diferencia de los de las manifestaciones políticas, aquí nadie grita “Pública y gratuita” ni “Sin porros” cuando al final se invoca el nombre de la Universidad.
Pumas pudo seguir haciendo más daño, pero el Guadalajara logró irse al descanso solo 2-0 abajo, el que, como dice el viejo adagio, es el marcador más engañoso, o al menos eso yo me decía entre dientes. El chivahermano que estaba sentado al lado mío ya de plano se había hecho amigo de unos aficionados pumas y se estaba emborrachando con ellos, como iban ganando no había problema, pero lo volteé a ver con cara de: cuidado si las Chivas empatan, porque los he visto dar bandazos violentos.
Al inicio del segundo tiempo, Paunović por fin hizo cambios y metió a jugar a Alexis Vega, un jugador con un talento enorme, pero como pasa con muchos cracks mexicanos, sus decisiones de vida más allá de la cancha le han costado que su juego vaya en franca decadencia. Aun así Vega fue un revulsivo por la banda izquierda para el cuadro tapatío y creó peligro en el área rival, a pesar de estos esfuerzos el Guadalajara siguió con su racha sin anotar en C.U. en liguilla.
En un intento desesperado por ir al ataque al minuto 64, “Pollo” Briseño se encontraba en el extremo izquierdo de la cancha, tocó para atrás para Vega, quien perdió la pelota, la defensa universitaria hizo una bonita triangulación que los transformó de defensa a ofensa pues, en cuestión de instantes, Pumas se lanzaba vehementemente al ataque en un contragolpe en el que el rival estaba muy mal parado. Salvio condujo el balón vertiginosamente y con un toque dejó atrás a los Fernandos rojiblancos, Beltrán y González, poniendo a su equipo en una ventajosa posición de dos contra uno, en el borde del área tocó hacia el centro donde ya estaba “Toro” Fernández, quien en lugar de disparar de inmediato, todavía perdió un tiempo y toreó al Chicote Calderón y desde la comisura de los labios del área chica lanzó un riflazo que se convirtió en un maravilloso triangulo cuya hipotenusa hubiera sido vitoreada por el mismísimo Pitágoras, el balón golpeó el travesaño y se incrustó en la meta rojiblanca, siendo éste el tiro de gracia en las esperanzas del equipo tapatío, el tercer gol universitario, que puso cifras definitivas.
“Se acabó” dije en voz alta, al ver el gol de Fernández, el chivahermano de al lado fue más sórdido, “Nos la metieron enterita”, dijo. Yo asentí. Del resto del partido no hay nada más que relatar, el partido estaba muerto y los jugadores lo sabían, sólo cuidaron no salir lesionados. Se podría hacer una crítica de las decisiones tácticas tomadas por Paunović, sin embargo esto sería fútil, la realidad es que el cuadro de Mohamed fue muy superior y, a diferencia de las Chivas en la ida, logró reflejar su superioridad en el marcador.
Del resto del partido me quedo con la imagen de La Rebel brincando extática, desplegando una manta con luces incluidas que decía “Cómo no te voy a querer” y gritando a todo pulmón:
Esta banda esta re loca
Toma alcohol y fuma mota
Tiene aguante y pone huevos
Es la banda del pebetero.
“A huevo”, pensé, qué bueno que se la están pasando bien, a mí me está cargando la chingada.
A destacar sólo un par de cositas más, la primera es que la amistad etílica del chivahermano que estaba a mi lado con el grupito de aficionados pumas llegó a tal grado que terminaron sacándose una foto en la que todos posaban sin playera. Cuando el chivahermano sintió frío, se puso la playera rojiblanca que tenía bajo la sudadera, pero decidió no ponerse la sudadera encima, segundos después pasó un idiota a decirle: “Quítatela, no puedes tener esa playera aquí”, mi compa se sintió amenazado y claudicó, se puso de nuevo la sudadera. “Siempre hay idiotas en C.U. y no me refiero únicamente al estadio”, pensé.
La otra cosa que hay que destacar es que ir al baño es todo un viaje, había pasado tanto tiempo desde mi última vez en el Olímpico Universitario que lo había olvidado por completo. Ir al baño es el verdadero “Pánico y Locura en C.U.”, especialmente al medio tiempo, es un viaje de empujones, arrimones, albures, pánico y paranoia. Cuando se está entre tanto borracho (todos los que van al baño están borrachos, por eso van al baño) uno tiene que cuidarse las espaldas, los bolsillos, el lugar en la fila y hasta las nalgas, aunque de vez en cuando se escuchan cosas graciosas como: “Cámara, apúrense. Los baños son pa’ periquear, no para cagar”.
Así como llegué temprano, también me fui temprano, no necesitaba ver el pitido final, yo sabía que el sueño de ver a mi equipo campeón estaba nuevamente muerto, no necesitaba ver a la afición puma celebrar este triunfo, no necesitaba ver a Huerta expiar su pasado chiva y convertirse en un ídolo de un equipo que odio, sólo necesitaba ir a casa. Salí del Estadio Olímpico Universitario y la noche capitalina me devoró así como devoró las esperanzas del Rebaño, que una vez más es más sangrado que sagrado.
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