Horacio Casarín: La Guerra y La Paz



Por Omar Colío

Parte I: La Guerra

Nunca he escrito nada. No sé cómo empezar. Quizás sería bueno empezar por mi nombre. Me llamo Horacio Casarín y ya sé que es estúpido para un narrador empezar diciendo su nombre, pero quien lea esto (si es que acaso alguien además de mí llega a leer esto) debe saber que soy un narrador poco confiable. No porque sea un mentiroso, siempre traté de ser un tipo recto y honesto, sino porque soy un pobre viejo enfermo y estoy empezando a olvidar las cosas.

Escribo esto porque mi hijo y mi doctor me dicen que lo mejor es que escriba ahora que puedo, que después se me va a olvidar. A veces me pregunto si el olvido no es algo bueno, a veces quisiera levantarme de la cama en la mañana y no acordarme de los dolores que me aquejan, los físicos los tengo más o menos bajo control con mis medicinas y la disciplina que hasta la fecha mantengo, todavía procuro ejercitarme diariamente, lo que me da una alta resistencia al dolor, que fue mi amiga en aquellos días en los que jugaba y los defensas me deshacían las piernas a patadas, pero ah…qué daría por despertar una mañana y no sentir estas dolencias metafísicas, estos huecos en mi corazón, sería bueno despertar una mañana y no acordarme de que vi morir a mi María Elena, que me tuve que despedir para siempre de aquella niña de 14 años de la que me enamoré aquel día que me fue a ver al estadio.

Pero además de a ella, también vi morir a mis amigos, a mi madre, a mi padre, a tantos y tantos seres queridos, a lo mejor el lado positivo del mal que me aqueja es que voy a olvidarme de todo eso. Sería bueno despertar una mañana y volver a ser un niño que tiene toda la vida por delante, que se la pasa correteando la pelota porque la pelota es el mundo, que perseguimos ingenuamente toda la vida, nos gusta tenerla pegadita al pie, sentir que la tenemos en control, dominada. Pero todo es una ilusión, pues el único maestro de la pelota es el azar, que es el que la hace botar para un lado o para otro. Me gustaría levantarme una mañana y volver a ser un niño, porque de niño yo ya sabía eso que hoy redescubro en las profundidades del pozo que contiene todo el dolor que he acumulado en mi vida. Sí, sería mejor olvidarlo todo, hacer de los últimos días de mi vida un nuevo comienzo, que me vaya de este mundo como llegué, con el alma en blanco y la consciencia tranquila.

A mi hijo le digo de broma que lo bueno de esto es olvidarme que sobreviví a mi fama, cuando salgo a la calle ya casi nadie me reconoce. Y pensar que yo fui el primer ídolo del futbol mexicano, cuando yo era joven tenía que salir corriendo y esconderme de las hordas de aficionados que me acechaban, alguna vez los aficionados al futbol hicieron una petición para que pusieran mi cara en los billetes, o a lo mejor eso nunca pasó y solo soy un viejo inventando cosas…¿y las aficionadas? Pues sí, también siempre fui muy popular con ellas, nomás que de ellas no corría ni me escondía.

¿En serio yo escribí esto? No recuerdo haberlo hecho, ni siquiera me acuerdo de haberme sentado a escribir. Pfff…¿Pero en serio yo escribí eso?….de seguro ya han de ser los delirios…los delirios que poco a poco me van a volver un loquito que no se acuerda que ya está en los últimos días de su existencia. A lo mejor así morir va a ser más fácil, a lo mejor así me dejo ir, no me aferro a la vida, como me estoy aferrando ahorita, al escribir esto…esa parte sí la entiendo ¿Pero cómo pude escribir que estaría mejor sin acordarme de mi padre? Perdóneme, padre mío, pronto, cuando lo vuelva a ver en la otra vida tendrá usted todo el derecho de regañarme y hasta de soltarme uno que otro trancazo, pero después como siempre me sobará con su misma mano en donde me dio el golpe con ternura y después me dejará besarla y me dirá: “¡Ya pasó! ¡Ya pasó, hijo mío!”, como le hacía cuando yo era un chamaco. Perdóneme, padre, le prometo que a usted no lo olvidaré, a usted le debo todo, yo no habría sido nadie sin usted, no sé cómo le voy a hacer, pero le prometo que no he de olvidarlo, que voy a estar pensando en usted en el momento que la muerte venga por mí.

Me voy a acordar que usted fue un general y que peleó en la Revolución Mexicana y que estuvo al lado de Madero cuando lo traicionaron en la Decena Trágica y que después siguió las huestes de mi General Carranza para llevarle a los mexicanos una nueva constitución y que peleó para que sus hijos no vivieran en un país de jodidos, como usted decía.

Me voy a acordar de cómo cuando yo era un niño chiquito tuvimos que salir huyendo del país porque sus enemigos nos perseguían, me voy a acordar de los Estados Unidos, de sus horizontes gigantescos en los que bailaban todo tipo de colores que a veces nos cegaban con su belleza, de esos elotes más grandes y más coloridos pero menos sabrosos que allá crecen, me voy a acordar de como allá una vez usted me encontró bailando y me tomó del hombro y me dijo que bailar era algo importante para el hombre pero que yo bailaba como mariquita, me voy a acordar de como usted me enseñó a bailar como un hombre, lo cual me ayudó tanto en las canchas como con las muchachas, como me enseñó a ser un hombre hecho y derecho al que le debo todo lo que hice.

Cuando regresamos a México una vez que se calmó la cosa, disfruté de los frutos de la revolución de mi padre, ingresé a las fuerzas infantiles del Necaxa donde debuté a los 17 años, muchos periodistas cuentan que yo fui uno de los famosos Once Hermanos, pero eso es mentira, en realidad yo sustituí a uno de ellos, Hilario López (y anoté gol en mi primer partido), si acaso fui el primer primo.

Con el Necaxa alcancé la gloria junto a Pichojos Pérez, Pipolo Estrada, Abuelo Camarena, Poeta Lozano, Vicente García….y….y….y….cómo sea que se llamaran el resto de los Once Hermanos, inmediatamente me convertí en el goleador y la figura del equipo, con mis pasos de baile fintaba a los defensas. También driblaba muy bien y tenía una definición exquisita con ambos pies, además sabía hacer chilenas, pero mi especialidad eran los remates de cabeza. Me gustaba volar, elevarme sobre el suelo, levitar y luego postrar una obra de arte que fuera directamente al marcador, no importaba si era un remate de cabeza sólido, uno elegante o uno de palomita.

Enamoré a la gente que escuchaba mis goles por la radio o que leía las descripciones de mis dianas en los diarios, me convertí en el primer ídolo de la afición mexicana. En los años 40 yo pude haber sido más grande que Pedro Infante o Jorge Negrete, además era más guapo que ellos pero como el futbol no lo pasaban por la tele mucha gente no se dio cuenta de eso, aunque poco después llamé la atención del gran Joaquín Pardavé quien me contrató para actuar en su película Los hijos de Don Venancio, la primera película mexicana en la que se habló sobre futbol. Para entonces ya defendía los colores del Atlante, equipo que me fichó gracias a que mi General Núñez me ofreció un puesto en el Banco de México, lo cual era indispensable para mí porque en ese entonces a los futbolistas apenas nos pagaban y no se podía vivir del futbol.

El día que Joaquín Pardavé me conoció, me pidió un autógrafo y me dijo que iba a ser grande, más grande que cualquier estrella de la galaxia, ahora soy un viejo olvidado por todos a punto de morir habiéndome olvidado de mí mismo

Con mi actuación en la cancha y en la gran pantalla me gané el corazón de los aficionados al equipo del pueblo y alcancé el cénit de mi fama, seguido iba a los bailes a deleitar a las muchachas con mis gambetas en la pista y así como anoté muchos goles en la cancha, más goles que cualquiera hasta ese punto de la historia del futbol mexicano. También anoté muchos goles fuera de ella, en las porterías que tienen las mujeres en medio de las piernas. El gol siempre ha sido mi obsesión, no me importaba nada más, yo tenía que ser un hombre y anotar, así que eso hacía.

Ya no quiero acordarme de nada, mucho menos de mi carrera, maldigo el momento en el que como tantos otros deambulaba perdido por la casa y me encontré nuevamente con estas páginas, Ah, si escribo esto es sólo porque mi doctor me lo pide y como le va al Necaxa le gustaría que escriba sobre el incendio del Parque Asturias y como mi hijo insiste en que le haga caso a mi médico, aquí va doc, esta es la verdadera historia del incendio del Parque Asturias:

Querido doc, me gustaría empezar esto diciéndole que gracias a mí usted (y todos los aficionados al futbol) no terminan con el culo astillado cada que van a ver un partido, después de ese día se acabaron los estadios de madera.

Era un partido importante en el estadio de la Calzada Chabacano, teníamos que ganarle al Asturias para mantenernos con posibilidades de ganar el título, lo que quedaba del primer campeonísimo del futbol mexicano saltó a la cancha y empezamos a causar peligro sobre la meta del Asturias, los defensas no podían con mis gambetas y no tuvieron de otra que coserme a patadas, por lo menos tres veces me golpearon con entradas tan arteras que si las hubieran hecho en la calle y no en la cancha hubieran pasado la noche en la cárcel, pero el árbitro Fernando Marcos (Sí, ese Fernando Marcos) no hizo nada para detener la violencia. Al minuto 20, José Soto me destrozó la rodilla con una entrada y me dejó fuera del partido, provocando la ira de los aficionados rojiblancos que empezaron a tratar de prender en fuego cualquier cosa de papel que tuvieran entre sus pertenencias, luego la cosa empeoró.

A pesar de jugar con uno menos, el Necaxa seguía ganando, hasta que una vez más Fernando Marcos hizo de las suyas y marcó un penal inexistente a favor del Asturias cuando el partido estaba por concluir, el juego terminó en un empate que acabó con nuestras aspiraciones, nuestra afición —que rugía rabiosa en las gradas— hizo que las tribunas de madera del Parque Asturias ardieran, de nada sirvió que llegaran los bomberos porque llegaron sin agua, tuvieron que ir por pipas y cuando regresaron el Parque Asturias no era más que escombros, no era más que un demoniaco cenicero en el que ardía la ira de los nuestros.

Yo estaba ahí, tirado en el césped, con las piernas destrozadas, observando la hermosa obra del fuego y pensé en mi padre, pensé en como él me enseñó a ser un hombre y a él fue la guerra la que le enseñó a ser un hombre. Como mi padre, fui un hombre y me levanté de esa y de muchas más patadas que me tiró la vida ante la complicidad de Dios, que es un árbitro ciego, patadas que me dejaron cicatrices en el alma de las que ya no quiero acordarme, pero a pesar de que todo lo demás en mi cabeza se derrumba como esa tarde se derrumbó el Parque Asturias, de que ya casi no me acuerdo de ninguno de los buenos momentos, todavía no puedo terminar de olvidarlas.

No quiero volver a encontrarme con estas páginas, a lo mejor sería buena idea quemarlas, pero mi hijo no me deja acercarme al fuego, él las leyó y le gustaron, dice que debería escribir más, en particular me insiste que hable de mi carrera con la Selección Nacional pero la verdad, como Cervantes, yo ya no quiero acordarme de nada. A lo mejor cuando se me olvide que ya no quiera acordarme y si Dios me presta salud y lucidez podría escribir unas cuantas páginas más, pero eso no será hoy, ni mañana, ni probablemente nunca, por lo pronto me voy a mi pozo de oscuridad a esperar a que el Diablo se acuerde de mí y me lleve.

Parte II: La Paz

—¡Tota!, no lo puedo creer, viniste.

— Hola, hijo, sí, hijo, sí, hijo, sí, lo que sea por uno de mis compañeros de batalla.

— Te lo agradezco muchísimo y mi papá también.

— De nada mijo, ¿Cómo está?

— Ay, Tota, pues la verdad, cada vez más mal, la muerte de mamá lo afectó mucho, pero se va a alegrar mucho de verte. ¡Papá! ¡Mira quién vino a verte!, ni más ni menos que la Tota Carbajal.

Horacio Casarín escucha la voz de su hijo y despierta de su siesta, está sentado en un reposet muy cómodo, por su mentón chorrea una notable tira de saliva, a la Tota le parece que en sus ojos no queda ni rastro de inteligencia mientras el pobre Horacio balbucea

- — Hola Ale…And…Arn…Adol…-

—¡Antonio, Horacio! Me llamo Antonio, ¿apoco ya no te acuerdas de mí? — como buen arquero la Tota corta a tiempo el gambeteo verbal del letal delantero.

— Sí, claro, ¿cómo no me voy a acordar del cinco copas?

—¿Y te acuerdas que la primera de las cinco la jugamos juntos?

— Pos qué pasó mi Tota. Podré estar enfermo pero no pendejo, ¿Cómo no me voy a acordar que inauguramos el Maracaná juntos?

— En realidad ya habían jugado ahí un amistoso una semana antes.

—¿Qué?

— Nada, nada, Horacio, que me da mucho gusto verte.

— Me gustaría mucho que hablaran del Mundial. Podrás creer, Tota, que mi papá nunca me ha contado bien a bien esa historia.

— Oh que la…éste con sus historias, bueno mijo, está bien, hoy estoy de muy buen humor porque vino a visitarme una leyenda del futbol mundial y por eso me siento con ganas de hablar, pero primero que nada hazme el favor de servirle un trago a este gañán del Asturias.

—¿Qué pasó, Horacio?, yo no fui del Asturias, era del España, ahí conocí a José Alfredo Jiménez.

— No sabía que habías conocido a José Alfredo. Oye ¿y nunca le pediste que te pintara un cuadro?

La Tota no sabe cómo reaccionar ante este comentario, después de un silencio incómodo, Horacio dice: “Hombre, estaba bromeando” pero su tono no es muy convincente. En este punto la conversación se vuelve derivativa y senil, por lo cual he decidido no reproducir esa parte, en primer lugar para no faltarle al respeto a un viejo enfermo y en segundo porque poco tiene que ver con nuestra historia. Así que lo que leerán a continuación en realidad sucedió varios minutos después, una vez que nuestros protagonistas le entraron sabroso al tequila y cantaron varias canciones de José Alfredo. Envalentonado por esto, el hijo de Casarín decide retomar el hilo de la conversación sobre el Mundial del 50 que le causa mucha curiosidad pues nunca ha escuchado a su padre contar su versión de la historia y sabe que dentro de poco tiempo ya no podrá hacerlo nunca.

— Bueno, bueno, pero iban a hablar del Mundial de Brasil.

— Oh que la chingada, como jode mijo, déjeme disfrutar de este momento con La Tota, ya lo pasado pasado, por eso dejé de escribir, ya no estoy para recordar desgracias.

— Oye, Horacio, pero no fue una desgracia.

—¿Cómo no? Si nos dieron en la madre en todos los juegos.

— Sí, pero ¿Qué ya no te acuerdas? No, mijo, si te contara. La verdad es que el Mundial de Brasil empezó muy parecido a como estamos ahorita, nomás nos bajamos del barco nos dimos cuenta que no nos habían reservado un campo para entrenar, así que ya que estábamos en Río, decidimos entrarle duro a la fiesta. Uy, si hubieras visto a las garotas contonear sus curvas en la playa, en los bares y en los salones de baile.

— Nos la pasábamos de fiesta porque nos dirigía ese borracho asqueroso del América, Octavio Vial.

— Jajaja, no, no digas eso Horacio. No todo fue culpa de Vial y de los federativos. Además en ese entonces la Selección Mexicana era muy diferente, ¿Qué no en el 38 en lugar de ir al Mundial prefirieron ir a los Centroamericanos?

—Sí, ca’ón y luego la Selección desapareció como por nueve años, pfff…y Hugo Sánchez se queja que no pudo jugar un Mundial en su mejor momento.

— Bueno, total que sí pasamos los primeros días entre la samba y las caiprinhas, yo era joven y guapo, pero el que tenía más pegue era tu papá. Ufff, nombre si tu ‘apá era más galán que Pedro Infante y Jorge Negrete juntos, las cariocas se derretían nomás de verle la cara de goleador.

— Jejeje, bueno, sí, un poco, sí, jeje, lo que tienes que entender hijo, es que así como la Selección era muy diferente, también la gente era muy diferente en esa época, vivíamos con la moral más relajada, tienes que entender que íbamos saliendo de una guerra.

— Sí, y el Mundial fue uno de los primeros grandes eventos globales de la posguerra.- Dice La Tota un poco avergonzado, pero contento de que el tequila le ha sentado bien a Casarín, quien parece más lúcido.

— De los detalles ya ni me acuerdo. ¿Me ayudas Tota?

— Claro, pues mira, fue un desmadre, Europa estaba devastada, el mundo seguía siendo un caos, varias selecciones se bajaron del barco del Mundial, lo que hizo que los organizadores dividieran a los equipos en grupos disparejos, sobre todo porque no querían perder la taquilla de los juegos de Brasil, al final esto les pasó factura, porque al juego decisivo los uruguayos llegaron más descansados.

— Sí, sí, sí, me acuerdo que todo el país estaba convencido de que Brasil iba a ganar el Mundial, hasta nos convencieron a nosotros, por eso nos fuimos de fiesta.

— A lo mejor por eso nos llevaron de fiesta, para poder ganarnos más fácil.

— Nombre, Tota, aunque hubiéramos llegado bien descansaditos y entrenaditos igual nos hubieran puesto un baile, ¿Qué ya no te acuerdas del Maracaná?

— Sí, cómo olvidarlo, ver un carnaval de 200,000 personas sobre nosotros fue impresionante.

— Más que impresionante, el escenario era apoteósico, los cariocas en las tribunas estaban teniendo un éxtasis patriótico/religioso, parecía un coro de ángeles anunciando el Apocalipsis, recuerdo los tambores, los cánticos, los bailes, el estadio ardía, ardía como esa vez que vi arder el Parque Asturias, pero más alucinante.

— Luego con toda la pirotecnia que echaron parecía que había empezado la Tercera Guerra Mundial.

— Sí, sí, sí, tronaron cuetes y luego soltaron como 50,000 palomas, en cuanto vi eso pensé en mi padre, pensé en las guerras en las que había peleado, pensé en que las palomas volaban raro, como amenazantes, como acechantes, parecían los aviones franquistas de esa novela de Hemingway que tanto le gustaba a mi padre y de cuyo título no me acuerdo.

—¿Adiós a las armas?

— Por quién doblan las campanas. — Corrige el hijo de Casarín.

—¿Y por quién doblan? — Pregunta La Tota.

— Pues ese día doblaron por nosotros, si nomás de ver la pirotecnia nos espantamos, varios de nosotros jugamos el primer tiempo con los calzones sucios.

— Hablarás por ti, yo no me espanté para nada, es más, fui figura, atajé todas las embestidas de Ademir y compañía.

— Hasta que cayó el primer gol, después los otros cayeron como en cascada.

—Ay, Horacio, no seas tan trágico, tan pesimista, déjame ser el héroe, que el futbol es un juego y es para divertirse.

— Del juego contra Yugoslavia no me acuerdo de nada

— Qué bueno que no te acuerdas, porque harías otro coraje, nos metieron otro baile, los yugoslavos eran fuertes, rápidos y tácticamente muy disciplinados, pero jugaban con la misma magia que los brasileños, no por nada los llamaban “El Brasil de los Balcanes”.

— Y luego jugamos contra Suiza con un uniforme a rayas azules y blancas, ¿de qué equipo era?

— Era el del Esporte Clube Cruzeiro de Porto Alegre. Ojo, el de Porto Alegre, no el de Belo Horizonte.

— Ah, sí, sí, sí, me acuerdo que nos habían invitado a un churrasco un día antes, pero, ¿por qué jugamos con su uniforme?

— Porque nuestra playera guinda se confundía con la de los suizos, entonces la FIFA organizó un volado para ver quien tenía derecho a jugar con su uniforme, lo ganamos, pero por “caballerosidad” le dimos chance a Suiza de jugar con su tradicional playera roja.

—¿Caballerosidad? ¡Ja! Más bien hemos de haber estado de muy buen humor. — dice Casarín cínicamente mientras le da un gran trago a su vaso de tequila.

— Más bien yo creo que teníamos temor de que nos fueran a meter cuatro goles por tercera vez en el torneo, y para aparentar hicimos como que éramos los más guapos del baile.

— Y funcionó, esa vez nada más te hicieron dos goles.

Luego viene otro largo silencio incómodo, La Tota no sabe cómo decirle a Casarín que está omitiendo la parte más importante del relato

— Sí, hombre, pero pues, cuéntale a tu hijo como fue tu gol….¿O qué…ya no te acuerdas?

—¿Cómo no me voy a acordar de que anoté un gol en un Mundial?, va a ser de lo último que me acuerde, se me va a borrar la cara de mi hijo antes que eso, de lo que no me acuerdo es como fue.

— No te preocupes, Horacio, yo sí me acuerdo, lo vi todo clarito desde la otra portería. — Dice La Tota con lágrimas en los ojos, cuando está a punto de describir el tanto nota un charco de sangre a los pies del reposet que viene desde los pantalones de su viejo amigo, en ese instante el Cinco Copas ataja sus palabras y se apresura a ayudar al hijo de Casarín a llevar al primer ídolo del futbol mexicano al hospital.

Desde su llegada al nosocomio, el hijo de Casarín reconoció en la cara de los médicos la misma mirada desesperanzadora que tenían cuando su madre estaba por fallecer. La Tota se quedó en el hospital haciendo guardia como si se tratara de una portería más que debía resguardar. De repente, el hijo de Casarín le informa que su padre ha pedido verlo a solas, el cancerbero accede y entra a la habitación del enfermo.

El hijo de Casarín no puede con todas las emociones que invaden su pecho, necesita saber qué está pasando, se acerca sin hacer ruido a la puerta de la habitación y abre una pequeñísima rendija para poder ver sin que ninguno de los viejos que protagonizan la escena se dé cuenta, nota que la Tota está inclinado sobre la cabeza de su padre, como si le estuviera diciendo algo al oído, cuando el arquero se endereza y se dirige hacia la puerta dándole la espalda al viejo enfermo, el hijo de Casarín se apresura a alejarse de la puerta y empieza a caminar por el pasillo, antes alcanza a notar a su padre esbozando una sonrisa. Cuando La Tota sale, con los ojos llenos de lágrimas, se encuentra con el hijo y le dice: “Bueno, por lo menos ya lo sabe” después sale del hospital para no volver a ver a Casarín nunca.

Mucho se ha especulado sobre qué fue lo que Carbajal le dijo a Casarín esa última noche juntos, el hijo teoriza que La Tota terminó su relato y le contó a su padre como fue su gol en el minuto 89 contra los suizos. Algunos periodistas sagaces, de esos que se saben todos y cada uno de los chismes, han intentado cuestionar al Cinco Copas sobre ese evento, pero La Tota, como el arquerazo que fue, siempre ha atajado todas sus preguntas al respecto y cuando le preguntan ¿Cómo fue el gol de Casarín en el Mundial del 50? Él siempre responde:

— Si quieren saber cómo fue lean las crónicas de la época o vean el video, yo ya dije todo lo que tenía que decir al respecto.

Ésta es la segunda parte de nuestra serie literaria “Historia de México en los Mundiales”, para celebrar el centenario de la selección mexicana estaremos publicando al respecto todo el mes.

Si quieres leer la primera parte da click aquí: https://poesiaultravioleta.blogspot.com/2023/12/me-dicen-el-chaquetas.html

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