Dos regalos para Francia de parte de la familia Hernández Balcázar

 





Por Omar Colío 



FFFFFF…hace un poco menos frío en Polokwane que en Johannesburgo, pero igual hace un chingo de frío. La verdad es que cada invierno es más frío que el anterior, cuando envejeces tu piel se empieza a hacer más delgada y te empiezas a cagar de frío todo el tiempo, por eso los viejos siempre traemos puesta ropa abrigadora.

Mi hija y mi yerno no querían que hiciera este viaje a Sudáfrica en invierno. Mi hija me dijo: Papá, ¿pero qué tal que te da un aire por allá y te pones mal? Bah, la verdad es que yo creo que a lo mejor no quería cargar conmigo, ya saben que a veces ven a nosotros los viejos se nos ve como una carga, aparte me traen en una pinche silla de ruedas, como si fuera un tullido, como si mis piernas no me hubieran hecho una leyenda del Guadalajara.

Pero con todo y todo, ya estoy aquí y a pesar del frio valió la pena, qué bueno que ocupé esa habilidad que tenemos todos los viejos para ponernos necios, me aferré a venir y mi terquedad rindió frutos. Hoy vi a mi nieto Javier (al que ustedes a lo mejor conocen como Chicharito) anotarle un gol a Francia en un Mundial.

 
"Chicharito" Hernández le anotó un gol a la Francia subcampeona del mundo en Sudáfrica 2010


Ches francesitos, nos la debían, a mí me caen mal desde la primaria cuando me enteré que nos invadieron dos veces, ahora por imperialistas el karma les puso como entrenador un tarado que pone las alineaciones según lo que le dictan los astros, pfff…¡Qué pendejo! Yo podré no tener muchos estudios, pero siempre supe que eso de la astrología eran puras patrañas. Como hombre racional sé que no conocemos todos los secretos del universo. Hasta puedo aceptar que existe una posibilidad de que la energía emanada de los astros influya en nosotros, pero eso de que podamos medirla y con ella precisar las características y los destinos de las personas siempre me ha parecido una reverenda mamarrachada.

Ustedes perdonen mi lenguaje, pero ya estoy viejo y cuando uno está viejo ya le empiezan a valer madre a uno las formas, además yo soy de barrio, como éramos todos los futbolistas de aquella época (no como muchos de los de ahora, que a comparación de nosotros, nacieron en cuna de plata y por eso no sienten verdadero amor por el juego y la camiseta), con mucho orgullo puedo decirles que crecí en el barrio popular de Mexicaltzingo en Guadalajara, junto a Marco Antonio Muñiz y a otros pelados.

Mi padre nos abandonó, por lo que mi madre tenía que hacer tortillas para que pudiéramos sobrevivir. Yo tenía que llevarlas de mi casa al local del mercado donde las vendíamos, así que me la pasaba paseando por el barrio con mi amigo Marco Antonio Muñiz y toda la bola de pelados. No me gustaba la escuela, ni mucho menos trabajar, lo que me gustaba era vagar, jugar billar y sobre todo el futbol.

De jugar en las calles del barrio pasé a jugar a las inferiores del Nacional. De ahí me jalaron para el Guadalajara donde jugué toda mi carrera profesional. El subidón del barrio a la fama del futbol profesional la verdad sí me dejó un poco mareado, el cariño de la afición me hizo sentirme como estrellita de cine, me volví altanero…qué altanero, la verdad me volví un mamón y cuando volví al barrio, el barrio me rechazó. Fue un duro golpe, pero me enseñó una lección de humildad, desde ese momento volví a ser el modesto chico de barrio que siempre he sido. Trabajar con humildad, dedicación y enfoque es el gran secreto para mantener una carrera sólida. Ojalá  que los futbolistas mexicanos no tuvieran que aprender esto a la mala, ojalá que a mi nieto no le pase lo mismo que a mí y no termine volviéndose loco por la fama. Porque si algo aprendí hoy es que Javier va a ser grande, más grande de lo que fui yo, más grande de lo que fue su padre, que fue parte del equipo mexicano en el Mundial del 86. Espero que mi historia le sirva a Javier para que tenga la entereza mental y la inteligencia emocional necesarias para mantenerse estoico ante todo lo que le pase.

Imagínense, yo era tan mamón que hasta le dije que no a la selección, la primera vez que me convocaron les dije: “No, gracias”. El mismísimo Dumbo López, leyenda del futbol mexicano vino por mí hasta mi casa para llevarme a la concentración y yo lo dejé esperando en la puerta. Pero afortunadamente después de mi cambio de actitud, Antonio López Herranz me volvió a tomar en cuenta, esta vez para ir al mundial, y yo no podía decirle que no a un mundial.

Aunque en 1954 la FIFA por fin logró juntar 16 equipos dispuestos a participar en su torneo, decidió usar un sistema de grupos extraño. Cada uno tenía dos cabezas de serie que no se podían enfrentar entre sí (a menos que fuese necesario un juego de desempate) por lo cual, aunque compartíamos sector con Yugoslavia, Brasil y Francia, no nos íbamos a enfrentar contra los balcánicos (qué bueno porque en el 50 nos golearon). Si todo esto les parece confuso es porque lo es, la FIFA siempre ha sido la FIFA, absurda, arbitraria y corrupta. Pero ya hablaremos de la FIFA más adelante.

Tomás Balcázar en 1954


Era un mundial especial para el futbol mexicano, el profesionalismo había cumplido 10 años en nuestro país. Bah, eso del profesionalismo era un decir porque los salarios seguían siendo de risa a comparación con los de ahora y los directivos tenían control total sobre la carrera del futbolista, como me pasó a mí cuando el mismísimo Horacio Casarín quiso reclutarme para ir a jugar en el Zacatepec con un mejor sueldo. Sin embargo los directivos de Chivas no me dejaron y me terminaron firmando por menos años y el mismo sueldo que antes, eso no ha cambiado mucho.

Previo a nuestro debut contra Brasil, el loco de López Herranz declaró ante la prensa mexicana que les íbamos a ganar a los amazónicos de tal manera que los íbamos a hacer olvidarse del Maracanazo, ocurrido apenas cuatro años antes. El equipo rebozaba de optimismo, principalmente porque sabíamos que, a diferencia de las dos participaciones anteriores de la selección mexicana en el mundial, esta vez nos habíamos dedicado a entrenar y no a pasárnosla de fiesta. Pero el juego contra Brasil desnudó la realidad de nuestro futbol. Los brasileños—que jugaban por primera vez en un Mundial con su icónica casaca Verde-Amarela para sacudirse el fantasma del uniforme blanco del Maracanazo—eran simplemente mucho mejores a nosotros. Nos superaban en todos los aspectos del juego, el físico, el técnico, el táctico y el estratégico. Era como si estuviéramos jugando contra gigantes, eran más altos, más fuertes, más rápidos y más inteligentes con la pelota que nosotros. Como billaristas, sabían trazar de la nada el camino invisible que siguen todos los goles. Ya tenían en los pies la magia que siempre los ha caracterizado, ya jugaban bonito pero también eran muy ordenados.

La Tota estaba lesionado, así que la chinga le tocó al pobre Chava Mota, Pinga se le aparecía por todos lados y disparaba en su contra. Pinche Pinga, parecía que se materializaba de la nada en el aire de Ginebra, era rapidísimo, nos clavó dos goles, Didi, Baltazar y Julinho hicieron los otros. Nos ganaron 5-0, nos fue peor que lo que le había ido a los pobres diablos que inauguraron el Maracaná cuatro años antes. Esa vez nomás nos habían hecho 4. Con todo y la tremenda humillación en la cancha, hoy me siento orgulloso de haber compartido cancha con el Jogo Bonito de Didi y de Pinga, pero no serían las únicas leyendas internacionales con las que compartiría la cancha. Todavía me faltaba compartir el campo de batalla con el mismísimo Napoleón.

Raymond Kopa, leyenda del Real Madrid


A pesar de la goleada todavía nos quedaba la ingenua esperanza de calificar a la siguiente ronda, teníamos que ganarle a Francia —que se vio sorprendida en su primer juego — y esperar a que hubiera un ganador en el partido entre Brasil y Yugoslavia para entonces jugar con el eventual perdedor en un partido de desempate. La gran figura de los franceses era Raymond Kopa, su juego era tan poético, que en su famoso libro El futbol a sol y sombra, Eduardo Galeano le dedica un capítulo. Era de origen polaco y de niño había sido minero, por eso era chaparrito, le apodaban el pequeño Napoleón y desde el centro del campo comandaba las tropas francesas que en la primera mitad nos hicieron pedazos. A los 18 minutos Jean Vincent se fue solo por la izquierda como una flecha y cruzó a la Tota, que estaba mal parado, para abrir el marcador. Tratamos de reaccionar, pero no pudimos penetrar en la portería de los franceses, que jugaban duro y sucio, queriéndonos amedrentar a base de patadas, pero aguantamos sus ataques y nos fuimos al medio tiempo perdiendo sólo 1-0.

Al medio tiempo, López Herranz nos metió la caguiza de nuestras vidas. Hasta la fecha los húngaros juran que en la final de este mundial el vestidor de los alemanes estaba lleno de ampolletas, insinuando que el famoso “Milagro de Berna” no fue obra del Espíritu Santo sino de las drogas para mejorar el rendimiento que los alemanes usaron para sorprenderlos en aquella final. Nosotros no necesitamos ampolletas, nada más de oír la caguiza que nos puso López Herranz salimos a jugar mejor…al minuto de juego del segundo tiempo, Raúl Cárdenas pateó desde afuera del área chica y sorprendió al arquero, lo malo es que el arquero al que sorprendió era la Tota y así se convirtió en el segundo mexicano en anotar un autogol en un mundial.

Parecía que se venía otra goleada más en la gris historia de México en los mundiales, pero si algo tenía la selección del 54 era orgullo y fuimos hacia adelante, buscando la muerte digna con la cara mirando al sol. En una jugada que yo empecé por la izquierda, la pelota no fue bien despejada del área francesa y el Ingeniero José Luis Lamadrid disparó un cañonazo que horadó las redes francesas.

El gol de Lamadrid

A partir de ahí tuvimos un poderoso aliado en el público de Ginebra que desde el partido pasado nos había agarrado cariño y que al ver nuestro esfuerzo nos alentó para darle la vuelta a la tortilla. El partido entre Brasil y Yugoslavia (que había empezado 10 minutos antes) había terminado en empate eliminándonos a los dos equipos, ya nada más jugábamos por orgullo y por amor al juego. A 5 minutos del final,  tomé la pelota besando la media luna, me acomodé para disparar sintiendo el embate de dos defensores galos más bravos que Vercingétorix, rozando la línea del área, disparé en medio de ellos con todo el odio histórico que le tenía a los franceses y me llené de gloria.

Balcázar después de anotarle a Francia


¡Por fin! ¡Por fin! Por fin la Selección Mexicana iba a regresar de un mundial aunque sea con 1 puntito, aunque sea con la agridulce y vergonzosa gloria que da un empate…entonces apareció Kopa, el pequeño Napoleón reapareció después de su exilio en Elba y le puso una maquiavélica bola a Vincent adelantito del punto penal que lo ponía en posición ideal para fusilar a la Tota, pero Narciso López —que había sido boxeador y que años después fue parte del Campeonísimo Guadalajara—voló como Superman y le puso el pecho al cañonazo asesino de Vincent, después de atajar el disparo, cayó sobre el balón y alcanzó a despejarlo antes de que Vincent pudiera contrarrematar.

Pero al igual que el del mito, nuestro Narciso murió ahogado en el río. Anque a diferencia del griego, al mexicano lo empujaron, el traidor fue el árbitro español Manuel Asensi, perro de la FIFA, que marcó penal a favor de Francia por una supuesta mano de Narciso, Kopa fusiló a la Tota a sangre fría e inmediatamente después, Asensi pitó el final del partido. Otra vez perdimos.

De lo que les voy a contar a continuación no quedan muchas evidencias porque la FIFA mandó destruirlas, ya que le daba vergüenza lo que pasó en el meritito patio de sus oficinas centrales, en pleno mundial y en el meritito festejo por su 50 Aniversario. Se armó una gresca mucho peor que las que se armaban en el barrio de Mexicaltzingo, en cuanto Asensi pitó el final del encuentro todo el mundo se le fue encima, no sólo la delegación mexicana con todo y directivos (para que no digan que lo que hizo Decio de María en Nueva York fue un acto sin precedentes), sino también el público ginebrino que invadió la cancha y encaró al colegiado reclamándole por su crueldad y descaro. El árbitro, el culero tuvo que salir corriendo como un perro asustado a refugiarse atrás de la policía para salir volando del estadio. Entre la guardia suiza se ha de haber sentido como el Papa.

Y bueno, qué más les digo, supongo que conocen el resto de la historia, volví con el Guadalajara, en el 57 por fin dejamos de ser el equipo del ya merito y ganamos nuestro primer título profesional, después sufrí una lesión facial y mi mujer me pidió que me retirara de las canchas, lo hice a los 27 años, a la misma edad que Jim Morrison dejó las drogas. Tras mi carrera, me dediqué a mi familia y a ser entrenador, como auxiliar técnico gané 5 títulos más con el Campeonísimo Guadalajara, tuve una hija que se casó con un mundialista mexicano y juntos trajeron al mundo a otro mundialista mexicano, y yo me dediqué a aprender, a aprender de la vida que es donde de verdad aprende uno y ahora puedo estar aquí, en Sudáfrica, tan lejos de casa y de las tortas ahogadas, que son la misma cosa, contando historias viejas para no acordarme del frío, para no acordarme que aunque hoy sea la noche más fría de mi vida, la noche de mañana será aún más fría y la que sigue más fría y así hasta que me quede frío para siempre. Les cuento esto para olvidarme que hoy es la noche más caliente de lo que me quede de vida, cómo no va a serlo si hoy mi nieto Javier se llenó de gloria.

Dicen los franceses que estaba en fuera de lugar, yo digo que es muy difícil saberlo, así como es muy difícil saber si Narciso metió la mano hace 56 años, es bueno saber que así como la vida quita también la vida da a veces. Hoy sí ganamos.

En fin, ya es tarde y yo estoy viejo, así que ya ha llegado mi hora de dormir. Ya escucho a mi Lucha gritándome “Tomás, Tomás, ya vente a la cama”, voy a hacerle caso, ahí les dejo esos dos regalos para Francia de parte de la familia Hernández Balcázar.


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