Cómo el Estado usa al deporte para legitimarse y borrar la memoria histórica

 




Por Omar Colío

"Para mí, fue una gran emoción subir al podio y ver la bandera izada", dice con melancolía Agustín Zaragoza al recordar su tercer lugar en la categoría de peso medio durante los Juegos Olímpicos de México 1968. Apenas tres semanas antes de la premiación, el Estado al que esa bandera tricolor que fue alzada hasta el techo de la Arena México representa había cometido la atrocidad de asesinar a sangre fría a miles de estudiantes y obreros que buscaban un cambio social, las atrocidades cometidas por el Estado el 2 de octubre de 1968 son bien conocidas por todos los mexicanos.

“Nosotros nos enteramos de eso muchos días después, estábamos concentrados en la Villa Olímpica y no nos dejaban salir, ni leer nada, además nadie nos informó de nada”, me dice el veterano pugilista para esquivar con sus ágiles movimientos de cadera mis preguntas respecto a los trágicos acontecimientos acaecidos en Tlatelolco.

Agustín Zaragoza nació el 18 de agosto de 1941 en San Luis Potosí. Su padre, quien fue boxeador, inspiró su interés por el pugilismo, ya que lo hacía pelear con sus primos. Esto hizo que Agustín usara los puños ante cualquier eventualidad, lo que lo llevó considerado un "niño problema", por lo que fue expulsado de varias escuelas hasta tomar la decisión de dedicarse al boxeo a los 17 años.

Como peso welter fue campeón nacional durante una década, misma en la que logró los campeonatos centroamericano y panamericano, sin embargo no logró su clasificación a los Juegos Olímpicos de México debido a una lesión en la nariz que requirió cirugía. Fue entonces cuando debido a su estatura (1.82m), sus entrenadores le sugirieron subir de categoría e intentar clasificar a la justa olímpica en el peso medio, objetivo que logró y ya en la máxima justa deportiva en peso medio, en casa, logró colgarse la medalla de bronce.

“Lo que más recuerdo son las peleas, la primera fue contra un jamaiquino (Oliver Wright) que pegaba muy duro, estuve a punto de tirar la toalla, pero al final, el apoyo de la gente y la vergüenza que me hubiera dado perder el primer combate en casa me hicieron salir adelante y vencerlo. Luego peleé contra el campeón europeo, el checoslovaco (Jan Hejduk), era muy buen peleador, pegaba durísimo, pero gracias al fogueo que habíamos hecho en

Europa previo a los Juegos, lo tenía bien estudiado y logré derrotarlo para clasificar a las semifinales. La Arena México se volvió loca, porque con eso aseguré al menos ganar una medalla de bronce. Pero en las semifinales me ganó un soviético, Alex... ya no recuerdo su nombre (Zaragoza se refiere a Alexey Kisselyov, eventual ganador de la medalla de plata en dicho evento), me tiró en el segundo round, intenté recuperarme, pero me estaba golpeando mucho en la cabeza con jabs, y en ese entonces no se usaba careta, fue entonces que mi entrenador decidió parar la pelea y me quedé con el bronce.” Dice Zaragoza con orgullo al recordar su proeza olímpica.

Aunque se mantiene en una extraordinaria forma física, las huellas del tiempo por fin han empezado a notarse en el cuerpo de Agustín Zaragoza, se ha empezado a encoger, ya no mide los 182 centímetros que dice su carnet olímpico. Ahora se dedica a entrenar a las nuevas generaciones de pugilistas mexicanos, mientras rememora el pasado entre el polvo del gimnasio “Vicente Saldívar”, el viejo púgil es un hombre vivaracho, elegante y amable, cumple con todos los estereotipos que envuelven a los hombres de su generación, esparcidos por todo el país tanto por la cultura oral como por la época dorada del cine mexicano, Zaragoza no es mucho mayor a la mayoría de los estudiantes que participaron en el movimiento del ’68, pero tiene más en común con Pedro Infante que con las víctimas de Tlatelolco, al igual que el cine mexicano de esa época, el medallista olímpico prefiere escamotear los problemas sistemáticos de nuestra sociedad.



A Agustín Zaragoza le gusta hablar del pasado, pero no de ese pasado, prefiere recordar el entusiasmo con el que el público apoyaba a los deportistas mexicanos durante la justa, prefiere recordar con orgullo como Queta Basilio fue la primera mujer en la historia en encender el pebetero olímpico, o el inesperado triunfo de Felipe “El Tibio” Muñoz en los 200m pecho, de “El Tibio” también dice “que es un hombre que ha aportado mucho al deporte mexicano con su experiencia”, lo cual contrasta con la opinión de muchos atletas y periodistas deportivos quienes han señalado los turbios manejos de Muñoz cuando estuvo al mando del Comité Olímpico Mexicano y sus eternos nexos con el Partido Revolucionario Institucional, cuyos miembros en el poder en 1968 y ordenaron la matanza de Tlatelolco.

Respecto a la corrupción dentro del deporte mexicano de alto rendimiento, Zaragoza menciona nunca le tocó ver nada al respecto en su carrera, después sentencia: “Ana Guevara hubiera ganado la medalla de oro en los (400m planos de los) Juegos Olímpicos de Beijing si hubiera repetido su mejor tiempo de esa temporada (2008), pero decidió no participar por pleitos con los directivos, ahora que ella está en la CONADE sigue habiendo quejas por parte de los atletas.”

Y es que el deporte mexicano es un reflejo de nuestra sociedad, no se puede separar una de la otra, los triunfos, las hazañas como la de Agustín Zaragoza, se realizan en medio del caos, de la corrupción que desangra al deporte mexicano y al país entero. Fue contra esta misma corrupción, contra ese mismo despotismo, contra esa misma desigualdad contra la que lucharon el movimiento del ’68 y todos los demás movimientos contra el gobierno que surgieron posteriormente en México.

Es preocupante que Agustín Zaragoza, un hijo del proletariado que se tuvo que ganar la vida a chingadazos, y que todo el deporte mexicano de alto rendimiento prefiera repetir una y otra vez la historia de las pocas hazañas que han logrado deportistas mexicanos y ver hacia el otro lado cuando se tratan temas de política, como si no estuviera directamente ligado a ella, como si el deporte, como fenómeno social, no hubiera sido utilizado por diversos Estados alrededor del mundo, incluyendo el mexicano, como una herramienta de legitimación y distracción en momentos cruciales de la historia. Un caso emblemático en este contexto es como utilizaron los Juegos Olímpicos para tapar las atrocidades ocurridas el 2 de octubre de 1968.



No dudo que Agustín Zaragoza sea un buen maestro de boxeo, pues como mencionó en la entrevista, su primer alumno fue su hermano Daniel Zaragoza, un famoso campeón del mundo mexicano en dos divisiones distintas. Sin embargo, para que la educación sea integral es fundamental que el maestro transmita la memoria histórica para evitar las distracciones lanzadas desde la hegemonía y así evitar que los poderes fácticos se afiancen a nuestra costa. Y esta entrevista me confirma una sensación que está dentro de mí y de una buena parte del pueblo mexicano, sea amante del deporte o no, que los deportistas prefieren no meterse en problemas hablando de política y por ende no utilizan la gran plataforma que tienen para tratar de disminuir la desigualdad que existe en este país. Sólo teniendo presentes las heridas de nuestro pasado se podrá crear un diálogo que lleve a una sociedad más justa.

Perfil: 



Agustín Zaragoza (San Luis Potosí, 1941) es un exboxeador mexicano que ganó la medalla de bronce en la categoría de peso medio en los Juegos Olímpicos de México 1968.Tras su retiro como pugilista, Zaragoza se mantuvo dentro del encordado como réferi internacional (en esta calidad volvió a los Juegos Olímpicos en 1988) y como entrenador de boxeo. Su hermano, Daniel Zaragoza, fue campeón del mundo en los pesos gallo y supergallo entre 1988 y 1997. 


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