Por Omar Colío
El pasado fin de semana los Dodgers de Los Ángeles retiraron
oficialmente el número 34 de Fernando Valenzuela. Si bien el número estaba
retirado de manera extraoficial pues ningún pelotero de los Dodgers lo había portado
desde su despedida del cuadro angelino en 1990, no había sido retirado en forma
porque la escuadra nacida en Brooklyn tenía como regla únicamente retirar los
números de los ex Dodgers que hubieran alcanzado membresía en el Salón de la
Fama.
Sin embargo, esta temporada los Dodgers decidieron romper
con esa regla y por fin honrar el número del estrambótico pitcher sonorense. La
pregunta es ¿Por qué?
No nos vamos a meter con lo absurdo que es el concepto actual del Salón de la Fama de Cooperstown, un recinto donde por ejemplo no están honrados el pelotero que más cuadrangulares pegó en Grandes Ligas (Barry Bonds), el pitcher que más premios Cy Young ganó (Roger Clemens) y el hombre con la mayor cantidad de imparables en la historia, que es el mismo que más veces se ha uniformado con una franela de las Mayores (Pete Rose), eso por no hablar de peloteros como Valenzuela que a lo mejor no tuvieron en sus carreras números taaaan impresionantes, pero sí una enorme significancia cultural en la memoria colectiva de los aficionados. ¡La verdad es que el Salón de la Fama de Cooperstown es una reverenda mamada! Por cierto, ¿Quieren una idea para mejorarlo? ¿Qué tal si en lugar de dejar votar únicamente a los escritores de beisbol—representantes de todo lo rancio y lo privilegiado— dejan votar a la afición?
En fin, el Salón de la Fama es todo un tema, pero no se
discutirá a profundidad en este espacio, aquí trataremos de responder por qué
los Dodgers han honrado y celebrado la carrera de Fernando Valenzuela hasta
nuestros días. La respuesta es simple: justamente por la significancia cultural
que tiene Fernando en la memoria colectiva de los aficionados, particularmente
entre la afición mexicana. Pero, ¿Por qué esto es importante para la escuadra
angelina? Pues por lo mismo que cualquier cosa es importante para una gran
corporación capitalista, por que les significa ganancia económica y política,
esto es, todos los dulces billetes verdes que nuestros compatriotas se ganan
con el sudor de su frente realizando los trabajos más duros en el gabacho y en
el ámbito político borrar de la memoria las atrocidades cometidas en contra de familias
mexicanas para la construcción del Dodger Stadium.
Chávez Ravine es una zona de colinas en Los Ángeles en donde
habitaban familias mexicanas desde que California seguía formando parte de
México. Los vecindarios de La Loma, Palo Verde y Bishop eran hogar de más de 300
familias mexicanas que vivían ahí para la mitad del siglo pasado.
Estas familias fueron en primera instancia engañadas por la
ciudad, que les prometió construir una gran unidad habitacional para que
vivieran, promesa que fue incumplida, pues el proyecto fue tachado de “comunista”
en la época del macartismo y en su lugar la tierra fue vendida por una fracción
del precio a Walter O’Malley para que pudiera construir un estadio para que sus
Dodgers se mudaran de Brooklyn a Los Ángeles.
Para mayo de 1959, las
familias mexicanas que se mantenían viviendo en Chávez Ravine fueron violentamente
desalojadas por la policía angelina (que tiene una larga historia de racismo) y
sus casas fueron demolidas para construir el Dodger Stadium.
En el primer juego de la temporada 1981 comenzó la
Fernandomanía cuando un Fernando Valenzuela de 20 años completó una blanqueada
contra los Astros, la cual comenzó la racha más larga de victorias para un pitcher
novato, mismo que maravilló a la afición con sus inauditos lanzamientos desde
la loma que dejaban paralizados a los bateadores rivales y que enamoró a todo
el mundo con su infantil carisma fuera del diamante.
Todo esto atrajo a la gigantesca comunidad mexicana de Los
Ángeles a abarrotar el Dodger Stadium, la Fernandomanía no sólo le representó ganancias
millonarias a la escuadra azul por los mexicanos que iban al estadio, sino que
posicionó su marca dentro del territorio de nuestro país y ayudó a borrar la
memoria de los violentos e injustos desalojos de la comunidad mexicana en
Chávez Ravine.
Desde entonces, los Dodgers han estado empecinados en
encontrar una estrella mexicana, no sólo por la enorme derrocha económica que representa,
sino para que cuando se asocien las palabras “Dodgers” y “mexicanos” o cuando
sean buscadas juntas en el internet, los resultados sean: Fernando Valenzuela,
Adrián González y Julio Urías y no las familias mexicanas desalojadas de sus
casas para que una empresa privada se vuelva cada vez más y más rica,
aumentando la desigualdad social. El equipo es tan cínico que en mayo (mismo
mes en el que fueron los desalojos) en Dodger Stadium se celebra la noche de la
herencia mexicana.
Es por todo esto que los Dodgers no merecen el milagro que
fue Fernando Valenzuela, pero sí lo necesitan. Lo necesitan para borrar la
memoria de la histórica tragedia de la codicia y la desigualdad, para borrar
las caras morenas de quienes fueron aplastados por los absurdos horrores del
capitalismo.
Aunque este escrito no pretende para nada demeritar la gran
carrera que tuvo El toro de Etchohuaquila en Grandes Ligas, también hay que
decir que Valenzuela ha sido cómplice de este asesinato de la memoria popular, una
vez retirado se ha dedicado a ser embajador y comentarista del equipo (aunque
se va de las transmisiones de radio temprano y sin avisar; Jorge Campos es un
analista deportivo más profesional que El toro), por lo cual hay que señalarlo.
El ser un aficionado al deporte que celebra las hazañas de los atletas en el
campo no nos quita la responsabilidad que tenemos de mantener las cosas en
perspectiva, de no olvidar las cosas que realmente importan, de juzgar a los
responsables de la desigualdad social y sobre todo de recordar las trágicas
ocasiones en las que toda la fuerza del estado fue usada contra el pueblo para
beneficio de los capitalistas.
Desde México les digo: Que chinguen a su madre los Dodgers.
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