Se puede cambiar, se puede

 

Por Omar Colío 

Esta es la historia de un rompimiento. Escribo esto la noche en la que Domingo Germán hizo su siguiente apertura después de lanzar un juego perfecto en Oakland. Noche de lunes en Yankee Stadium, nubes grises escupen grandes gargajos sobre el Bronx. Los Orioles están de visita. Sin su jugador estrella—Aaron Judge—en la alineación, estos aburridísimos y escuálidos Yankees de Nueva York no están al altura del divertido equipo oropéndola, no sólo en el diamante, sino también en mi corazón.

Toda mi vida creí ser aficionado de los Yankees, pero cuando veo el naranja del uniforme de Baltimore de Yennier Canó desbordarse de la pantalla e inundarme la sala y el alma — como me inundó en la adolescencia el anaranjado de la Naranja Mecánica de Cruyff — mientras lanza sobre la misma lomita en la que lanzaba Mariano Rivera tratando de evitar una remontada de Nueva York, sé que ya no lo soy más.

Yennier Canó

Este año me gustan los Orioles, son un equipo verdaderamente divertido. Presiento que volarán misteriosamente hacia las profundidades de la postemporada bajo un halo de comedia oscura. Ahora cuentan con Aaron Hicks, un pelotero que decepcionó tanto con el famoso uniforme a rayas de los Yankees que se convirtió en el blanco favorito del odio de la afición del Bronx, pero que ahora con los Orioles la está rompiendo. En la octava entrada, Hicks dio un hit con dos outs y fue abucheado por todo el Bronx, pero yo me levanté de mi asiento para aplaudirle en mi sala. En ese momento supe que mi transformación estaba completa. Ya no era un aficionado a los Yankees, ése era un acto de traición. No se puede hinchar por los Orioles ni en un solo juego sin odiar a los Yankees, los Orioles odian a los Yankees. O sea, todo el mundo odia a los Yankees, pero en cuanto a quién los odia más, los aficionados de los Orioles están en la parte más alta de esa lista, me atrevería que están más alto en la lista de quién odia más a los Yankees que los propios aficionados de Boston. ¿Por qué creen que el exitosísimo periodo de Mike Mussina en Nueva York (2001-2008) coincidió exactamente con el periodo de sequía de los Bombarderos entre sus campeonatos de 2000 y 2009? Ese cabrón no se merecía un anillo de Serie Mundial. Irse de Baltimore a Nueva York fue una verdadera traición, como la de Figo, como la de Frank Sheeran en El irlandés.

Aaron Hicks 

Así que ya no soy aficionado a los Yankees, ¡Que se jodan!, ¡Que les den por el culo! El irle a un equipo que todos los días honra al ejército estadunidense en la 7ª entrada no va conmigo. Soy un ser sensible, odio la política exterior de los gringos, odio a la Máquina, odio la propaganda del Tío Sam, de Moloch, Dios del dinero, que ha sido vomitada sobre nosotros a través de la cultura popular durante toda mi vida. Hay que enfrentarlo, un güey con mis posturas políticas nunca podría ser aficionado de los Yankees, ellos representan todo lo que está mal con este mundo absurdo, ellos representan a quienes cagaron la mierda en la que vivimos, una parte de esa mierda es la contemporánea novena del Bronx que, como toda la mierda, simplemente apesta. Los 14 años de sequía de Nueva York no son por nada, este equipo, que es una parodia de lo que alguna vez fue, ha sido armado por el fétido rescoldo del privilegio blanco, por dos hombres que fueron colocados en puestos de poder no por sus méritos, sino por los privilegios que heredaron, Hal Steinbrenner y Brian Cashman.

Pero no quiero que esto sea una simple crítica del presente de los Yankees que pierda cualquier tipo de relevancia en un par de semanas, esta noche me siento ambicioso, quiero que esto sea un ensayo que se sumerja en las profundidades de la condición humana, quiero que sea una respuesta a la pregunta ontológica: ¿Puede un ser humano cambiar? Particularmente me interesa saber si puede un ser humano cambiar de equipo favorito, lo cual hay quien dice que es un cambio imposible en el corazón de un ser humano..

Como dije, escogí a los Yankees por toda la gran maquinaria de mercadotecnia que me llovió en mis años formativos, la cual me hizo fijarme en su historial ganador, en las épicas historias de Babe Ruth, Lou Gehrig, Joe DiMaggio, Mickey Mantle, Yogi Berra, etcétera, me llenó la boca con el sabor a polvo de la regurgitación hasta el cansancio de la época de gloria de Derek Jeter, Mariano Rivera, Jorge Posada, Bernie Williams, Paul O’Neill, Tino Martínez y demás héroes, que lograron grandes hazañas en el diamante y conmovieron a la afición por lo entretenidos que eran a la hora de jugar pelota. Aunque en la vida real fueran hombres banales tremendamente aburridos, pues las personalidades de todos ellos fueron moldeadas en el cartón del insípido mundo materialista creado por el marketing y el American way of life

El punto es que ninguno de esos carismáticos peloteros con los que creé un vínculo plástico pero poderoso juega en las Grandes Ligas desde hace ya una década, por lo que no tengo razón para seguir aferrándome a los Yankees, a los máximos representantes en todo el deporte del imperialismo gringo. ¡A mierda el Imperio del Mal!, que, por justicia poética, al igual que el Imperio del Mal del que proviene, es cada vez menos poderoso de lo que se cree.

El legendario equipo de los Yankees que ganó 4 títulos en 5 años a finales de los 90, ha quedado en el pasado remoto. 

Así que ¡A la mierda!, yo sabía que esto iba a pasar desde hace unos meses cuando vi The Captain, la serie docomercial de Derek Jeter y no sentí sino un asqueroso sabor a plasticidad. Pero ahora hay un pequeño problema. Sigo amando el beisbol y para que el beisbol sea divertido hay que tener un equipo al cual apoyar, eso y beber mucho. Así que hay que escoger uno. Lo natural sería dar un giro de 180 grados y volverme fanático de Boston, pero nel, los Medias Rojas representan exactamente los mismos intereses que los Yankees, pero son más hipócritas al respecto.

Como dije, este año me gustan los Orioles, y aunque son un equipo con una historia chida y un uniforme cool, la verdad es que me temo que una gran parte del cariño que siento por esta novena proviene de que he pasado los últimos días embriagándome con el mundo construido por The Wire, por lo que tampoco quiero comprometerme con ellos a largo plazo, ¿Qué les digo? Acabo de sufrir una ruptura con el equipo que amé toda mi vida adulta, por el momento no busco comprometerme, pero...

Los Piratas de Pittsburgh vibran a una frecuencia que me gusta, su bandera vuela entre los aires de la rebeldía, son un equipo histórico que representa a una ciudad proletaria, su uniforme es precioso, son un equipo que destella magia, un equipo cuya aura, cuya leyenda trasciende las victorias y derrotas en el diamante, un equipo en la que jugaron fantásticos locos como Roberto Clemente, Dock Ellis, Manny Sanguillén, Willie Stargell, Bill Mazeroski, Barry Bonds, Freddy Sánchez y Andrew McCutchen, me gusta todo eso, me gusta esa sinfonía, me gusta ese ritmo de equipo bohemio, de novena mística, febril, envuelta por un tufo de beatitud alcohólica, un equipo cuya mascota es un perico que en 1985 tuvo que testificar ante el Gran Jurado de Pittsburgh sobrela red de distribución de cocaína en la que había participado. ¿Cómo no enamorarse de los Piratas? No quiero comprometerme aún, pero siendo honesto, tengo fuertes sentimientos por los esta escuadra, quizás un ser humano sí sea capaz de cambiar de equipo. 


 

 

Pirate Parrot, mascota de los Piratas de Pittsburgh

Mi hipótesis se vio sacudida en la 8ª entrada cuando Harrison Bader bateó un palo de dimensiones astronómicas por todo el jardín izquierdo para completar la remontada que hizo que la garganta del Bronx estallara con el clamor de la afición, que frenética gritaba desde el fondo de sus pulmones, uniendo su canto lunático al grito de los fantasmas del jazz y la desesperación que se extiende perennemente por los tímpanos del Bronx, tal como lo hacía en la época de Reggie Jackson. Pero a pesar de que me dejé llevar por la embriaguez del momento, esto no fue suficiente para reconsiderar mi decisión de abandonar a los Yankees, sigo creyendo que el ser humano sí es capaz de cambiar, de soltar la maldad que arrastra. Se puede cambiar, se puede.


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