La flecha del tiempo no se detiene, ni marcha hacia atrás, simplemente
se mueve inmisericordemente hacia adelante a toda velocidad. Ya pasaron cinco
años desde que México le ganó a la Alemania Campeona del Mundo en el Mundial de Rusia. ¡Chale! ¿Neta ya
pasaron cinco años? ¡Que rápido pasa el tiempo! Estoy empezando a creer eso de
que cada año que pasa se te pasa más rápido. La vida se nos va entre las manos
como agua y nosotros vamos acelerando exponencialmente hacia la muerte.
A lo mejor por eso somos hedonistas, buscamos placer en
cualquier cosa, reaparece un viejo personaje en la pantalla y felices pagamos
por verlo, no nos importa que ya no haya nada original, nos aferramos a lo
conocido, gana nuestro equipo y nos ponemos de buen humor, no sólo eso, sino
que además irradiamos felicidad al tirarle mierda a los miserables aficionados
del equipo perdedor.
Me acuerdo del partido como si hubiera sido ayer. Fue una
semana muy extraña, por alguna razón vimos la verga de burro de Zague, todo el
mundo adulaba a Vladimir Putin, Yuri Gazinski voló como Yuri Gagarin para
anotar el primer gol del Mundial, Messi falló un penal contra Islandia y yo
trabajaba de guía de turistas en el centro, después de mis recorridos me iba a
ver los juegos del Mundial en la pantalla gigante que pusieron en el Zócalo entre
fifas, marihuanos, borrachos, representantes de embajadas, curiosos, gente sin
tele, turistas y perdidos.
Pero ese juego fue en domingo, además era día del padre, mi
hermana y yo íbamos a ir a ver a nuestro progenitor después del partido. El
juego lo vi en mi casa con mi hermana y mi excuñado, el soso. Me cayó mal desde
que lo vi por primera vez porque tenía cara de niño bien portado, además le iba
al América, una vez que vimos un clásico de clásicos nada más él y yo en mi
casa le ofrecí una chela y el pendejo no la quiso, ni siquiera festejó cuando
cayó el gol del América, ¡Qué soso! Pero así es mi hermana, le gusta
conseguirse güeyes tontos para poder manipularlos a su antojo.
Total que nos aplastamos a ver el partido, era tan temprano
que ni siquiera se me antojó una chela, cuando el himno mexicano retumbó en el
Estadio Lenin mi excuñado se levantó para cantarlo con todo y saludo a la
bandera, yo como soy anarquista nada más me cagué de risa para mis adentros, el
árbitro pitó y en ese preciso momento millones de doñitas se persignaron y le
mandaron su bendición a los tricolores que enfrentaban al reinante campeón del
mundo, un equipo que un año antes los había vencido 4-1, mi hermana —vestida
con la playera oficial de la Selección Mexicana — miraba su celular y
bostezaba.
Los tricolores empezaron muy bien, yo y mi excuñado
empezábamos a emocionarnos, mi hermana seguía pegada a su teléfono y no se daba
cuenta de nada, yo pensaba: chale, a mi hermana le vale madres el fútbol (hasta
le dice soccer), a lo mejor es porque quiere ser gringa (tiene una bandera
estadunidense colgada en su cuarto; yo en mi pared tengo al Che Guevara). En lo
que pensaba eso se armó sabroso el contragolpe que terminó con el gol del
Chucky Lozano.
¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOLLLLLLLLLLLLLLLLLLLL!
Gritó todo México.
Me levanté a gritar, hasta mi excuñado se levantó a
festejar, nos dimos un high five celebratorio, creo que fue la única vez que lo
toqué. Así seguimos en un éxtasis de dos horas hasta que los tricolores
completaron su obra maestra y vencieron al reinante campeón del mundo.
¡Impreshionanti!
¿Y ahora? ¡Chin! Ni modo, había que
cumplir con el compromiso de ir a comer con mi padre, pero yo tenía que ir a
festejar al Ángel de la Independencia, porque podré ser anarquista pero también
soy pambolero (¡Como Finisterre, el creador del futbolito!) y sobre todo porque no hay nada que me guste
más que la fiesta y no hay mejor fiesta que una peda masiva entre miles de
locos eufóricos.
Así que llegamos, le di a mi padre un
abrazo mecánico en el que no había ni rastro de cariño, me atraganté la
comida y salí lo más rápido que pude rumbo al Ángel, esto quizás les pueda
parecer frío, pero la verdad no me llevo con mi padre, no sólo porque fue un
padre ausente y por sus tendencias fascistoides, también porque es muy aburrido.
Como lo veo todos los mexicanos somos hijos de Pedro Páramo.
Mi hermana, por supuesto, ahí se quedó con su papi.
Llegué, me compré unas chelas y me
encaminé hacia el gigantesco círculo de locos extasiados que daba vueltas
olímpicas alrededor de la Glorieta del Ángel, yo creí que los que iban a hacer su agosto
eran los que vendían latas de chela en mochilas improvisadas como hieleras y
pues sí vendieron pero no tanto como los que vendían aerosoles de espuma de
todos los colores, la euforia colectiva de toda la nación estaba coronada por
litros y litros de espuma que volaba en todas direcciones dañando más y más la
capa de ozono.
Millones de mexicanos celebrando el triunfo de la Selección Mexicana sobre la alemana el 17 de junio de 2018
Luego los mismos vendedores de chela o
espuma recogían las latas para vender el aluminio, vi a varios niños cargando
costales llenos de su cosecha metálica, pensé en el rancho electrónico que se
imaginó el profeta del nopal Rockdrigo González cuando vi a estos campesinos del
Siglo XXI con sus cosechas sintéticas.
De repente un güey bien pedo se me acercó
y me dijo: y lo mejor es que vamos a estar aquí en dos semanas festejando el
triunfo de AMLO. Pobre güey, si supiera que no voto, que me vale madres la
democracia burguesa, que es lo mismo ser esclavo de unos o de otros, que me cae
mal la gente que cree en los políticos, que desde Nietzsche no deberíamos creer
en nada ni en nadie, pero igual le hago una mueca hipócrita y lo dejo seguir en
su camino de alcohol y espuma.
La verdad no todo el mundo se agarró la
celebración como una peda, había un alto porcentaje (mucho más alto del que me
imaginaba) que iba en plan familiar con todo y niños, me reí cuando recordé que
cuando era niño mi padre me tuvo horas esperando en la acera para ver como el
Papa pasaba volando en su papamóvil pero nunca me habría llevado a algo como
esto, no me entristece ni un poco que tengamos valores tan distintos,
honestamente me sigo quedando con los míos.
Ya un poco pedo, navegando estos
sentimientos extraños, me uní a la bola de dicha que rodeaba al Ángel tetón que
vigila Reforma, tras él había nubes, pero no importaba porque la banda decía
que eran de las nubes que adentro traen felicidad. Todos gritamos, cantamos,
brincamos, estallamos en júbilo, de repente una energía invisible nos inundaba
a todos y brincábamos como imbéciles o como locos (es increíble lo mucho que a
veces se parecen estos términos) y los que traían espuma apuntaban hacia el
aire y eyaculaban su felicidad en aerosol que volaba un segundo por los aires y
caía sobre nosotros.
Entonces me di cuenta que lo que nos
llovía no era espuma sino alegría. La alegría nos caía encima y nosotros
saltábamos y abríamos bien la boca y los ojos para que se nos adentrara, pero
lo único que se nos adentraba eran las cenizas de la realidad que volvían a
quemarnos la garganta. La alegría es algo tan efímero como la espuma.
Así estuve, echando fiesta sin cuerpo, siendo parte de la
masa, del colectivo, de eso que tanto le gusta a los marxistas, hasta que ya
era de noche y la fiesta se apagó porque los borrachos se cansaron o se durmieron
o se aburrieron o porque al día siguiente había que trabajar y empecé a caminar
por Reforma, estaba sucia y llena de indigentes, de gente abandonada por la
sociedad a la que le da lo mismo que México gane o pierda en el Mundial porque
eso no les va a dar comida ni techo.
¿De qué chingados sirve que la Selección
Mexicana le gane en el Mundial al campeón del mundo si nos seguimos muriendo de
hambre? Si el corazón de nuestra sociedad está podrido. En eso pensaba mientras
me internaba en la eterna noche.
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