Un par de palabras sobre la Final


 Por Omar Colío 



¡PUTA MADRE!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Del partido de ida no hay nada que decir porque fue un bodrio, si pasaron su noche de jueves viendo cómo se secaba la pintura blanca en las paredes de su marchito cerebro, créanme que pasaron una mejor velada que aquellos que desperdiciamos preciosas horas de nuestra fútil vida viendo este soporífero encuentro que hizo parecer a las aburridas mierdas burguesas como el golf y el automovilismo como emocionantes y épicos eventos deportivos. Pero del juego de vuelta si hay mucho que hablar así que aquí vamos.

Ahí estaba yo, solo. Perdido en la oscuridad de mi sala, la luz del televisor alumbraba mi ridícula imagen, que increíblemente lucía aún más ridícula porque mi cuerpo estaba enfundado en la playera del Guadalajara, en la playera que alguna vez perteneció a Ramón Morales... no a Ramoncito, no al ídolo y gran capitán de las Chivas, sino a Heriberto Ramón Morales. ¿Alguien lo recuerda? Un central duro y rústico que pasó sus mejores años con el Morelia, pero se tomó una tacita de café en el Rebaño Sagrado. Bueno, pues por circunstancias de la vida que no vale la pena detallar, yo tengo un jersey de las Chivas que alguna vez fue suyo. En realidad no me queda, me queda grande y chico al mismo tiempo, y hasta me hace ver más gordo. Pero ¿Qué se le va a hacer? Porto la misma piel que mis padres me tejieron en los albores de mi vida, desde antes de que tuviera capacidad de decidir. Es increíble la cantidad de cosas que uno defiende a muerte sin haberlas escogido, es increíble la cantidad de cosas por las que uno está dispuesto a matar que nos fueron impuestas por nuestros padres, por la hegemonía, por la cultura o por quien sea. ¿Pero qué va uno a hacer? Ni modo que se cambie de equipo. Hay muchas cosas que sí podemos cambiar, hasta el sistema injusto en el que vivimos, pero cambiar de equipo, eso sí que es imposible. Por eso yo estaba ahí, en el abismo del ridículo, portando esa playera que me hace ver mal. Después de todo lo aprendido, a pesar de considerarme a mí mismo como un furioso anarquista que odia cualquier muestra de nacionalismo, estaba yo ahí, absurdamente portando con orgullo la playera del equipo que fue el símbolo del asqueroso régimen que gobernó, enfermó y asesinó a este país durante la mayor parte del siglo pasado.

Por suerte el partido inició de linda manera y no hubo tiempo de pensar en todo eso. Ambos estrategas entendieron que la única manera de sobrevivir era yendo al ataque y en el primer tiempo la final resultó ser un atractivo juego de ida y vuelta entre dos equipos que jugaban con el cuchillo entre los dientes.

Muy temprano en el encuentro, Roberto “El Piojo” Alvarado, un futbolista que como he dicho toda la liguilla, juega como el Bofo Bautista, pero con más hueva, se deshizo de la marca de Luis Quiñones y Javier Aquino con un maravilloso regate, se internó en el área, detuvo el tiempo un instante y disparó un pletórico zurdazo cruzado con el que batió a Nahuel Guzmán e hizo estallar el estadio. El gol de Alvarado fue más bello que el que Alan Pulido le marcó a Nahuel en esa misma portería en la Final del Clausura 2017 y que el que el Bofo Bautista le incrustó a Cristante en La Bombonera en la del Apertura 2006, pero desgraciadamente tras el resultado final lo más seguro es que este bello gol sea olvidado por la historia. Una lástima. Igual que es una lástima que Alvarado sea incapaz de jugar todo el tiempo con esta intensidad en la que suele regalarnos momentos mágicos, si lo hiciera sería una leyenda absoluta del futbol mexicano.

La novela rosa chiva continuó. André-Pierre Gignac, un hombre que alguna vez llegué a temer más que a un tigre real de 350 kilos, demostró que los años no pasan en vano y falló un par de oportunidades que hace apenas unos ayeres hubiera transformado en goles con los ojos cerrados, con el puro instinto. En un tiro de esquina, el equipo de Paunović ejecutó magistralmente una jugada de pizarrón en la que Victor Guzmán logró aparecer solo en el corazón del área felina y marcó el gol que parecía dictar sentencia. Yo ya estaba listo para ir a festejar al Ángel de la Independencia, el estadio de Zapopan estaba listo para convertirse en el teatro donde se llevaría a cabo una gigantesca orgía; sin embargo después de este gol, en los últimos minutos del primer tiempo se empezó a gestar algo, se empezó a respirar una sensación peligrosa, un sentimiento vomitivo, horroroso, sórdido, pero extrañamente familiar. El eco sordo del destino susurraba tragedia, la banshee de la desgracia chillaba sobre la noche tapatía. ¿Qué es eso que se está apoderando de mí? ¿Qué es ese horrible sentimiento que se está apoderando de nosotros? Es el miedo, la némesis de todos los mexicanos.



El equipo felino no bajó los brazos y se fue al ataque logrando imponer sus condiciones al juego. En la segunda mitad Siboldi metió toda la carne al asador y puso a jugar al mismo tiempo a jugadores del calibre de Gignac, Quiñones, Aquino, Nico Ibáñez, el Diente López y Fernando Gorriarán. Puede culparse al planteamiento timorato de Paunović por el dominio que ejercieron los Tigres a partir de la segunda parte, especialmente por haber sacado a Alexis Vega del juego apenas al minuto 61. cuando todavía ganaba 2-0. Es cierto que actualmente Vega no está en su mejor nivel de juego, que en los últimos dos torneos y en el Mundial su desempeño individual estuvo muy por debajo de las expectativas, ¿Pero en serio creían que iban ganar un campeonato de la Liga MX sin un centro delantero y con Vega en la banca en los últimos minutos? ¿Acaso Paunović y Hierro pensaron que era hora de ponerle hielo al juego? ¿Creyeron que en este escenario ellos, es decir las Chivas, eran el Madrid? Si fue así, que ingenuos. ¿Quieren saber por qué Tigres ganó la Final? La respuesta es simple y obvia. Por la calidad individual de sus jugadores. En las instancias definitorias es cuando las diferencias en la calidad del juego de los futbolistas más se notan. Tigres como siempre contaba con la calidad individual de una gran plantilla comprada con sus millones y Chivas apostó al juego colectivo y a que algunos de sus jugadores dieran el do de pecho y pasaran la prueba de fuego, si bien unos como Miguel Jiménez, Fernando Beltrán y Jesús Orozco aprobaron, otros como Pavel Pérez, Alan Eduardo Torres, Chapo Sánchez, Daniel Ríos y el Pollo Briseño demostraron no estar a la altura de la circunstancias en este momento de su carrera.


Como concluimos en el ensayo filosófico del partido de la semana pasada, a veces simplemente tienes que seguir adelante y esperar que el caos obre en tu favor, a los Tigres se les abrió la puerta cuando el Pollo Briseño, uno de esos jugadores que juegan una final con un gigantesco blanco sobre el pecho porque todo el estadio espera el momento en el que van a hacer una estupidez, cortó innecesariamente un balón con la mano y el VAR señaló penal. Si bien Gignac ya no es el mismo que antes, el francés no iba a desperdiciar una oportunidad como ésta, fusiló a Jiménez desde los once pasos y recortó la ventaja del Rebaño a la mitad.

A partir de este momento, la novela rosa de las Chivas se transformó en Miedo y asco en Guadalajara, en el centro de la cancha se podía leer la sentencia con la que abren tanto el libro como la película, escrita en el Siglo XVIII por Samuel Johnson hablando sobre Paunović y sus futbolistas. “Aquel que hace de sí mismo una bestia, se libera del dolor de ser un hombre”. Se podía oír la voz de Raoul Duke diciendo: “Estábamos en Zapopan, al filo del privilegio blanco, cuando la pesadilla nos empezó a golpear”. Para los aficionados rojiblancos la novela rosa se transformó en el más perro de los malviajes, la consciencia de la afición chiva fue transportada a un abismo infernal donde los demonios felinos de la mente se apoderaron de la realidad y el miedo se convirtió en el dueño absoluto de su ser. En ese malviaje de adrenocromo, las sombras de la educación colonialista que recibimos y nos  hace creer que no somos dignos de nada se alzaron como gigantes quijotescos que devoraron cualquier atisbo de esperanza. Cada pensamiento era una danza con la muerte, donde todas nuestras pesadillas cobraron vida y los susurros de la tragedia se volvieron ensordecedores. Nuestro pulso se aceleró, el sudor frío empapó nuestra gastada piel rojiblanca mientras el miedo corría por nuestras venas como un veneno letal. En medio del caos, el mundo se desmoronó y nos sumergimos en un torbellino de desesperación. Fue una danza macabra con nuestros demonios internos, donde el desasosiego y la angustia se entrelazaron en un oscuro laberinto de tormento psíquico. Así como la semana pasada todos sabíamos que el Guadalajara iba a darle la vuelta al partido después de la expulsión de Fidalgo a pesar de la ventaja de dos goles del América, la misma sensación de inevitable tragedia llovía sobre el Rebaño después del gol del descuento.

Fue un terrible malviaje, los aficionados a las Chivas tuvimos que ver paralizados como el equipo se desmoronaba frente a nuestros ojos, como todas nuestras peores pesadillas se volvían realidad. Tuvimos un déjà vu, tuvimos que revivir los peores momentos de aquella final de hace seis años entre estos mismos equipos, cuando una vez que el Guadalajara tomó una ventaja de dos goles, un vendaval felino se le vino encima. Sólo que en esa ocasión el temple, los huevos y la calidad de los jugadores estuvieron acordes a las circunstancia y los tapatíos lograron sacar el triunfo y en ésta tuvimos que ver como el pinche Sebastián Córdova se le colaba por detrás a la débil marca y Alan Mozo y remataba de cabeza en el área chica para empatar el encuentro.



La agonía siguió y siguió. La final seguía con vida, pero las esperanzas del Rebaño ya estaban muertas, el estadio estaba más callado que un cementerio. Las heroicas salvadas de Jiménez y sus defensas no encendieron la chispa de la esperanza, sólo prolongaron el dolor y la agonía. Estaba claro que el equipo regiomontano dominaba en la cancha y en el banquillo y que pronto lograría que el destino se decantara en su favor.

Finalmente en el segundo tiempo extra se armó una hecatombe en el área rojiblanca tras un tiro de esquina, Córdova nuevamente remató a gol con la cabeza en el área chica, pero esta vez su disparo fue milagrosamente salvado en la raya por Victor Guzmán, el mejor jugador del Rebaño en todo el torneo, pero a pesar del heroísmo de Guzmán, la suerte ya estaba echada. El rebote le cayó a Guido Pizarro, la otra parte del trío de leyendas felinas junto a Gignac y Nahuel, quien remató con un fuerte testarazo que se estrelló en la desafortunada cabeza del tronco llamado Alan Eduardo Torres, lo cual hizo que la pelota trazara una parábola inalcanzable para cualquier miembro de las Chivas, no llegó a ella ni Guzmán, ni Jiménez, ni Oswaldo Sánchez, ni Quirarte, ni el Tubo Gómez, ni el Tigre Sepúlveda y el remate de Pizarro se convirtió en el del octavo título para el cuadro norteño.



Cierto es que quedaban diez minutos y que en ellos Córdova salió expulsado y que, como esto fue una pesadilla, Pizarro cometió una mano en el área muy similar a la que le marcaron como penal a Briseño que no fue sancionada. Pero de cualquier manera el espíritu de la afición y del equipo estaban completamente destruidos y Tigres se alzó merecidamente como el campeón del Clausura 2023.



¿El campeonísimo Tigres?

Con este título, este equipo de los Tigres de la era Gignac, Nahuel y Pizarro supera definitivamente al Toluca de Enrique Meza y se consolida como el equipo más dominante que yo haya visto en mi vida. A su vez, afianza a esta dinastía como una de las más poderosas en toda la historia del futbol mexicano. Es cierto que el nivel de nuestro balompié ha crecido mucho desde los sesenta, pero ningún equipo ha sido, ni será tan dominante como lo fue el Campeonísimo Guadalajara, que ganó ocho títulos, siete de los cuales fueron ganados en el periodo de 9 años entre 1957 y 1965. Ah y por cierto, todos esos títulos el Rebaño los consiguió quedando en primer lugar de la tabla luego de un torneo largo, nada de arrastrar la cobija durante la temporada regular y calentarse en la liguilla como han hecho estos Tigres en repetidas ocasiones. Para que se den una idea, desde que Gignac llegó a los Tigres (2015), el cuadro regiomontano sólo ha logrado ser el mejor de la tabla tras un torneo completo (un torneo largo pues, como se juega en Europa) en solamente tres ocasiones.

 Lo cierto es que a pesar de que el dominio de aquellas Chivas es mucho mayor que el de estos Tigres, en cuanto la pregunta de ¿Quién ganaría el utópico partido entre el Campeonísimo Guadalajara y estos Tigres?, ninguna de las dos posibles respuestas me parece descabellada.

 

 

 

 

 

 


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