Por Omar Colio
¡Chinga
a tu madre José Agustín! Nunca me había emputado tanto leyendo una pinche
novela. Quiero darle un putazo en la cara al protagonista. Nel, la neta
quisiera darle un putazo en la pinche jeta al autor. No mames, no puedo creer
que esto se consideró contracultural, la verdad es que en cuestión de tiempo el
libro no es tan viejo, pero el contenido de la novela está completamente
putrefacto, apesta, hay libros escritos veinte años antes que éste que hablan el
lenguaje de los jóvenes del presente, que tocan nuestros corazones y nuestras
almas, este libro escupe en la cara de todo lo que hoy significa ser joven. Entiendo
porque a pesar de que las críticas en su momento fueron favorables, hubo
algunas momias que se lo tomaron con más reservas (Saludos Margo Glantz) pero
para nada son los motivos por los que esta novela me molestó tanto a mí, yo
esperaba justo eso, algo en onda, un hito contracultural que se
sostuviera, una bocanada de aire fresco en la a veces extremadamente seria
literatura mexicana, pero me encontré con este texto rancio, con una novela
fresa y burguesa.
Para
empezar todos los personajes son de la clase más alta y tienen problemas de
clase alta, es decir en realidad no tienen problemas reales. Toda la trama no
es sino las envidias, las mentiras, los secretos y las preocupaciones banales
de un círculo burgués. Los personajes son unos cabrones con todo el mundo, esta
actitud no es ni siquiera inspirada por el deseo juvenil de destruir todo lo
que les parece viejo u opresor, no. Los personajes son así porque quieren
humillar a todo el mundo, en especial a los que son menos privilegiados que
ellos, esto me parece a la actitud que hoy en día adoptan muchos tiktokers
riquillos haciendo bromas estúpidas en las tiendas, los supermercados o a sus
empleados para subirlo a las redes sociales, gran parte de lo que sucede con el
protagonista hoy podría ser parodiado por el youtuber Hank o ser parte de los
posts de Cosas de whitexicans.
El pendejo
de Gabriel Guía pretende ser el Holden Caulfield mexicano y aunque comparte con
el personaje de Salinger la mamonería, lo snob, lo riquillo y lo pinche
quejumbroso, por lo menos Caulfield tenía alma, en el fondo Caulfield es un
personaje redimible, es un pendejín riquillo que por lo menos explora los
rincones oscuros de la vida, pero los personajes de La Tumba son tan
mamones, tan desagradables, tan pendejos, tan blancos que dan ganas de vomitar.
Holden Caulfield es quejumbroso e insufrible, pero tiene algo de entrañable al
menos sabes que es un juez tan duro de sí mismo como es de otros y hasta es
capaz de tener actitudes tiernas (como con la prostituta o como cuando le
compra el disco a su hermanita), en cierto modo es un personaje entrañable, te
sientes mal cuando le pasan cosas malas, sabes que es un pendejo pero porque es
infantil e ingenuo, no por ser un cabrón como Gabriel Guía. Si bien nadie se
ruborizaría ni escandalizaría hoy en día con El guardián entre el centeno
(en su época fue criticada y vetada por el uso de groserías) al menos es una
buena historia, bien escrita y además es un excelente estudio de personaje
¿Cómo hacer entrañable a un personaje tan odioso? Salinger lo logra, José
Agustín no.
Al igual que Caulfield,
Gabriel va por la vida con actitud de: ”Todos son unos idiotas menos yo”, pero
al menos Caulfield llegó a este punto al verse maltratado por la frialdad de su
ambiente, a Gabriel en realidad no lo lastima nadie y en cambio él va por la
vida lastimando a todos los que lo rodean, es simplemente un culero. Gabriel es un enfant
terrible (término que uso sólo para replicar los molestos términos fifís
que el personaje tira a cada rato para sentirse intelectual, un hombre de
mundo) que va por ahí lacerando a todo quien lo rodea, en especial a las mujeres
y a sus amigos, esa es la principal diferencia con El guardián en el centeno,
que mientras a Caulfield esa actitud no le trae más que problemas y el rechazo
del resto de los que lo rodean, Gabriel todo lo que toca lo destruye. Lo cierto
es que al igual que Caulfield, Gabriel no es feliz, al igual que el personaje
de Salinger, Gabriel se odia a sí mismo, pero cuando leí El guardián en el
centeno la verdad es que por momentos llegué a conmoverme con este diálogo
interior, con este odio a todo en espacial a sí mismo, inclusive muy a mi pesar
me llegué a identificar con él en algunas ocasiones, en cambio cuando leí “el
drama” del diálogo interno de La tumba no pude sino sentir en el mejor
de los casos schadenfreude y en el peor de los casos hueva por el sufrimiento
de este culero. Gabriel y su círculo están tan inmiscuidos en el hedonismo y en
la búsqueda por la superioridad sobre los demás que sus momentos de sufrimiento
parecen risibles, son personajes completamente antipáticos.
Lo que
me lleva a lo que me parece que es el principal problema de la novela, el
lenguaje, ¿Quién chingados habla así? Ni siquiera los güeyes más fresas en los
sesenta usaban esos términos , se nota que el autor no logró un equilibrio entre
el lenguaje vernáculo y el lenguaje académico y quedó una mezcla horrenda que
resulta patética, pues los personajes terminan hablando como idiotas ¡Nadie
habla así! Los diálogos hacen que los personajes sean poco creíbles, acartonados y
caricaturescos, esto en lo personal me hizo odiarlos más allá de sus acciones y
actitudes, yo he llorado por la muerte de un antihéroe hijo de puta, pero un
antihéroe hijo de puta real, con problemas reales que lo llevan a la tragedia,
en todos los casos perfectamente expuestos en un lenguaje vivo, lleno de carne
y sangre y cartílagos, no en este acartonado fifí que le sacaría una carcajada
hasta a tu tía más conservadora.
La
trama a grandes rasgos es así: Gabriel Guía es un joven de una familia dinerada
que escribe un cuento “muy bueno” para su clase de literatura (el cual nunca
leemos), el cuento es tan bueno que hace a su compañera Dora decirle al
profesor que Gabriel no escribió el cuento sino que lo plagió, el profesor se
va con la finta y acepta las acusaciones de Dora, inclusive diciendo que ese
cuento fue escrito por Antón Chéjov, en realidad este problema nunca se
resuelve, sólo es una excusa para iniciar la relación entre Gabriel y Dora
quienes comienzan una relación sexoafectiva casual, Dora introduce a Gabriel al
Círculo Literario Moderno, un grupo de jóvenes escritores ricos, esto no
servirá para que Gabriel desarrolle sus habilidades literarias sino para que
convenientemente para la trama vaya conociendo personajes que serán relevantes
posteriormente, durante la parte media del libro Gabriel sostendrá relaciones
sexoafectivas con otras mujeres que son tan banales e insignificantes que no
vale la pena detallarlas, incluida una relación sexual con su tía en una peda
familiar, algo que podría ser fogoso e interesante, pero que es escrito tan a
la ligera y con tan poco detalle de los sentimientos de los personajes que
podría aparecer en Cosas de whitexicans, la vida de Gabriel va a ensombrecerse
a partir de este punto, un día después sale a beber y a chingar al prójimo junto
con su prima Laura (la única escena del libro que medio se sostiene es cuando
él y Laura van a la fiesta del senador), pedísimos se despiden y después nos
enteramos que Laura murió esa noche en un accidente de tránsito, posteriormente
Gabriel conocerá en el Círculo a Elsa y se enamora de ella, la relación es
ambivalente, casi hasta abusiva, pues Gabriel no tiene reparo en hablar todo el
tiempo mal de ella, esto junto con otros “problemas” tan estúpidos que no vale
la pena detallarlos hacen que Gabriel empiece a sufrir una crisis de identidad,
lo cual lo lleva a tener delirios que se van agudizando poco a poco a través
del libro, el delirio empeora después de que Elsa queda embarazada y a petición
de Gabriel (prácticamente a la fuerza) se realiza un legrado, lo cual lleva al
personaje a delirar más y a cuestionarse acerca de su vida y su mortalidad y
llevarnos al melodramático título de la novela.
Otro gran problema del libro
es el final, No me gustó la onomatopeya (el ¡Clic! ¡Clic!) que José Agustín usa
para describir el delirio en la profunda oscuridad de la mente de Gabriel, una
buena onomatopeya puede ser legendaria, puede quedar grabada en la memoria de
la bóveda celeste. Cómo olvidar el ¡cloc-cloc! que hacían los huesos que traía
Rebeca en una caja cuando llegó a Macondo. Inclusive a veces es mejor recurso
literario no detallarlo y dejarlo a la imaginación del lector como hace Camus
en La caída, esa risa puede volverse maniaca y terrorífica en la profundidad
de la mente del lector, puede convertirse en lo que más teme escuchar, la
carcajada de la muerte que lo espera pacientemente, pero el autor opta por esa
onomatopeya mediocre.
Una novela que comienza con
una trama similar es Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, también
en ella un
joven escritor se adentra en el mundo de la literatura, pero en esa novela los
personajes tienen problemas, sufren, ríen, cogen, lloran, todo esto le genera
al lector empatía, son personajes con los que es posible identificarse, este
güey y su círculo son una bola de mamones que no hacen otra cosa que tratar de
humillar al prójimo. Más allá de la clase social a la que pertenecen el
problema de la novela es que no hay una historia interesante, no vemos la
premisa desarrollarse, en Los detectives salvajes Juan García Madero
hace, deshace, escribe, vemos su talento literario en lo que escribe, en cómo
describe a los otros personajes y lo que le pasa, habla de masturbación, de
poesía, de sexo, en La Tumba todas las escenas sexuales son saltadas con
una elipsis, el protagonista dice ser un buen escritor, ¿pero qué prueba
tenemos nosotros de ello? Nunca leemos el dichoso cuento que causa el conflicto
inicial, no leemos nada de lo que escribe y como ya dije el protagonista habla
como idiota, si bien en la prosa mejora tampoco es nada del otro mundo ¿Quién
chingados confundiría esa prosa con Chejov?
Y cuando por fin leemos lo que escribe es tan soso y tan cursi que haría
ruborizarse al mismísimo Benito Pérez Galdós. En Los detectives salvajes
aparecen personajes de todas las clases sociales y sus diálogos o sus escritos
(en la parte que se vuelve una novela epistolar) son consistentes y creíbles,
cada personaje que forma parte del grupo de los real visceralistas[1] está bien trabajado, tiene
su propia forma de hablar bien lograda, es empático y entrañable, no es uno de
los acartonados personajes del Círculo Literario Moderno que carecen de
personalidad (por culpa del autor ya que se nota que los escribió con una hueva
terrible).
Me
podrán decir: Sí güey, pero José Agustín escribió esta novela a los diecisiete
años y maduró como escritor, El rock de la cárcel es una novela fresa
(José Agustín es de los que usan la palabra naco como insulto) pero
disfrutable, te hace reír, lo cual es cierto. Pero no puedo dejar de ser tan
duro con esta novela. No es una novelita inofensiva, queridos lectores, no hay
tal cosa como una novelita inofensiva, sobre todo si es una novela que recibió
premios y buenas críticas en su época y que sigue teniendo el status de un hito
de lo contracultural, tan es así que sigue siendo una lectura obligatoria en
muchísimos programas de educación media superior, ¡Con razón los jóvenes han
abandonado la literatura! Imagínense que les digan que esta literatura es la
más chida, la más en onda, la que más se parece a ellos y encontrarse
con este bodrio que tiene en común con los jóvenes lo mismo que un fonógrafo.
Haciendo
un análisis histórico, es cierto que probablemente el régimen (y la academia) de
ese entonces jamás hubiera permitido que se publicara una obra más atrevida y
más oscura y desmadrosa y por lo tanto más fresca, pero lo que yo cuestiono es
su valor en la actualidad, el verdadero valor que tiene una obra de arte sólo
puede medirse con el tiempo, el tiempo es un juez implacable y justo, sabemos
que El padrino es una de las mejores películas de todos los tiempos
porque sigue impresionando a miles de morritos que la ven por primera vez,
sigue siendo una obra significativa, hoy en día La tumba es una obra
caduca, rancia, me preocupa que al ser en cierto modo innovadora en su tiempo
(para la prehistoria en la que tenía sumida la academia mexicana a la
literatura en ese entonces) y fue considerada contracultural aún sigue siendo
un clásico de las clases de literatura de educación media superior ¿Quién va a
querer pasar tiempo con estos riquillos culeros? ¿Por qué ha de importarme lo
que les pase? me parece que esta novela no es sino testimonio de la represión
de la que era víctima la juventud en esa época, sólo bajo la opresión de las “buenas
costumbres” se podría considerar una novela tan sosa como ésta como algo
contracultural ya que habla de temas tabú para la época sexo, infidelidad,
incesto, alcoholismo y aborto.
Como
conclusión les digo que esta novela deja bien en claro que la contracultura no
es algo que pueda surgir desde arriba, debe surgir orgánicamente desde la base
de la sociedad como protesta y arma ante la represión en la que nos tiene
sumidos el establishment, debe ser un grito de juventud, con lenguaje joven,
real, vivo, no esta abominación, esta novela no tiene nada de eso, es
simplemente un libro fresa.
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