La amante del Tubo Gómez




¡Órale! ¡No empujen! ¡No se dejen caer tan pesadamente! ¡No se arrejunten tanto! ¿Qué no ven que esto es una chatarrería y todo huele re gacho?

Ya nomás la chatarra se me acerca a mí, es porque ya estoy llena de tétanos y herrumbre. Pero antes bien que se me acercaban esos señores tan bien vestidos con suéteres tan bonitos y me acariciaban y me besaban y me pedían favores y lloraban recargados en mí. Ay, qué bonito se sentía todo eso, hasta se sentía bonito sentir el cosquilleo de la pelota cuando me pasaba cerca, nomás que ésa cómo se la pasan pateándola todo el tiempo tiene la piel rugosa y no habla (nomás habla de bulto).

Sé que viéndome es difícil imaginarlo, pero yo una vez fui la por…bueno, para ser más precisos, el poste derecho de la portería sur del Parque Oro, también conocido como Parque Oblatos o como Estadio Felipe Martínez Sandoval. Esta pinche chatarrería alguna vez fue un templo y yo era el altar principal, el meritito lugar donde se gestan todos los placeres del mundo, yo sostenía la red en la que estaban atrapados todos los sueños de los aficionados.

Desde siempre he vivido aquí, pegada a mis dos gemelas siamesas que no hablan mucho, frente a nosotros está (detrás de una montaña de chatarra) nuestra gemela idéntica con la que nunca hemos hablado, por más que me he pasado la vida grite y grite para saludarla ella nunca me ha contestado, a lo mejor no me escucha, a lo mejor ella también quiere saludarme y preguntarme cómo estoy y yo no puedo oírla porque está re lejos, cada vez más lejos.

Estamos aquí porque cuando demolieron el estadio, el terreno lo compró un viejito que era aficionado de hueso colorado del Oro para poner su chatarrería, él pidió que por favor dejaran la cancha como estaba para que todos los días en su descanso de traer chatarra de acá para allá, pudiera volver a pisar el lugar donde pasó los mejores ratos de su vida. Y eso hizo, todos los días, era tierno verlo venir a regar la cancha aunque ya no había pasto, pasearse cerca de mí y mirarme con sus ojos de melancolía.

El viejito se murió ya hace chorrocientos años, sus bisnietos, que son los que ahora son dueños del negocio, ni lo conocieron, pero así como conservan siempre prendida la velita del altar con su foto, también decidieron quedarse con nosotras, pero como a ellos ni les gusta el futbol (nomás les gusta la bebida y sus esos jueguitos electrónicos) pos ahora sí nos dejaron caer toda la chatarra encima.

La gente cree que las porterías somos neutrales, que no tenemos sentimientos, que ingenuos, si también tenemos nuestro corazoncito, además el futbol siempre es más sabroso cuando tienes un favorito. Aunque nadie se dé cuenta, las porterías nos movemos un poquito a la izquierda o a la derecha para tratar que la bola no penetre el marco de nuestros guardametas consentidos.

Yo me enamoré de muchos, me enamoraba de todos los que me trataban bien y me hablaban bonito, me enamoré de tantos que ya ni me acuerdo de sus nombres, del único que me acuerdo era del hombre por el que me derretía, mi eterno amor, Jaime “El Tubo” Gómez.

Ay, no sé qué era lo que más me gustaba de él, a lo mejor era su bigote bien recortado a la jalisciense, a lo mejor eran sus ojitos pizpiretos, a lo mejor era que él era Tubo y yo poste y éramos como primos, a lo mejor era como me acariciaba a mano desnuda y me decía: “Nena de mis ojos, caramelo que endulza mi vida, cadenita que cuelga de mi alma, necesito de tu ayuda, necesito que te pongas viva con todas las bolas que se me vayan, no dejes que entre ningún gol de los contrarios a nuestra casa, hoy necesitamos ganarle al Oro para acercarnos al campeonato, así que cuento contigo, querida, sé que tú eres una Diosa, eres la Diosa Fortuna y estás de mi lado, cariñito, te quiero mucho” muaccccc…y me plantaba un besote y yo me derretía.

Siempre le fue muy bien conmigo, como buena enamorada siempre traté de hacer feliz a mi amado, de darle un buen hogar en el que se sintiera a gusto y el siempre me lo agradecía después de que el árbitro silbaba, me volvía acariciar y me decía: “Muchas gracias nenita de mis ojos, caramelo que endulza mi vida, cadenita que cuelga de mi alma, ya viste como sí se pudo, muchas gracias, nos volvemos a ver pronto mi princesita, mi consentidota, te quiero mucho”  muaccc….y me plantaba otro besote antes de irse.

Conmigo vivió su momento más memorable, no fue una gran atajada, aunque sí lo vi hacer muchas, ni fue alzar un título, aunque sí alzó muchos, fue un día en 1955 cuando estaba jugando contra el Atlas en la Copa de Occidente. El Atlas era el equipo que el Tubo más odiaba, siempre que jugaba contra ellos me encomendaba mucho que por favor no dejara pasar los goles rojinegros, me lo decía con más seriedad y con más ternura y sus manos que me acariciaban siempre parecían más suaves cuando jugaba contra el Atlas.

Ese día el Atlas ni se acercó, los rojinegros se la pasaron correteando a las Chivas, que les metieron una goleada 5-0, el Tubo no tuvo ni que meter las manos, la pelota siempre estuvo del otro lado de la cancha. Total que como todo hombre apasionado sin nada que hacer, el Tubo se aburrió y sacó una revista, me dijo: “perdóname queridita, lucero de mi corazón, nenita de mis ojos, caramelo que endulza mi vida, cadenita que cuelga de mi alma, pero ahora me voy a recargar en ti un ratito”. Y así como si nada el Tubo recargó su espalda en mí y se sentó a leer una revista para deleite de los fotógrafos.

¿Alguien le habrá preguntado al Tubo qué revista estaba leyendo? Yo sé la respuesta, era ni más ni menos que una revista de chamaconas, todas eran jóvenes, lacias, curvilíneas y peludas, como no había ni señas de que el Atlas pudiera generar peligro, el Tubo se dio el lujo de quedarse un buen rato observando cada lunar y cada peca, vi como acariciaba con sus dedos los cuerpos desnudos de las mujeres de papel mientras sentía el roce de su espalda y sentía cosquillas en el hueco del prisma de metal que es mi cuerpo. Me imaginaba que yo era una de ellas y que mi amado me estaba tocando.

Van a creer que estoy loca, pero yo creo que mi amor por el Tubo era correspondido, años después, cuando todavía vivía el viejito se apareció por la chatarrería, su bigote ya era completamente blanco y su piel ya era rugosa, se parecía a la piel del balón con el que se jugaba en aquellos tiempos.

Se puso a platicar con el viejito que lo recibió de buena gana a pesar de que nunca le cayeron muy bien las Chivas, se tomaron un tequila juntos que el Tubo llevaba para agarrar valor, el Tubo se sacudió los restos de tequila que le quedaron en el bigote y muy seriamente le dijo al viejo chatarrero que yo había sido una portería muy importante para su carrera y le preguntó por cuánto dinero me vendía, incluso hasta le ofreció comprarme a precio de oro a pesar de que soy un pedazo de chatarra. Pero el viejito necio no cedió, estaba muy aferrado manteniendo la memoria de su equipo muerto. El Tubo se fue con la cara triste, me dedicó una última mirada con sus ojitos pizpiretos y no lo volví a ver nunca.

Ah, ¿Dónde estás Tubo? Ven a acariciarme una vez más antes de que la herrumbre me devore por completo, ven a tu casa amado mío, quiero escuchar tu voz una vez más decirme: “Nena de mis ojos, caramelo que endulza mi vida, cadenita que cuelga de mi alma, necesito de tu ayuda, porque hoy jugamos contra el Atlas y no podemos dejar que esos nos ganen, si se me llega a ir una bola, por favor tú ponte viva y no dejes que entre en nuestro hogar, en nuestro nidito de amor en el que somos tan felices juntos, así que cuento contigo, querida, sé que tú eres una Diosa, eres la Diosa Fortuna y estás de mi lado, cariñito, te quiero mucho” y muaccccc…que me des un beso, un último beso antes de que me vaya a donde tenga que irme, ¿Dónde estás Tubo? ¿Ya te olvidaste de mí? ¿Ya olvidaste el hogar en el que fuimos tan felices juntos? ¿Dónde estás amado mío? Regresa, por favor, regresa.

 


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