El dilema de Paul Breitner

 Por Omar Colio

Originalmente publicado en julio de 2022 

Ese día frente a la pluma y el contrato, Paul Breitner se encontró frente a un dilema, nada nuevo para él, después de todo es alemán, había crecido en una nación dividida entre el capitalismo y el comunismo, una nación dialéctica (el primer paso para entender a Hegel es entender que era alemán).

Pensó en los comentarios de Johan Cruyff, otro futbolista pelilargo y con compromiso social como él, que un año antes dijo que nunca podría jugar con el equipo que en su uniforme blanco lleva la mancha de sangre de la dictadura de Franco y se llevó su revolución a Barcelona.

¿Qué carajos sabe Cruyff? Pensó Breitner, después de todo él le había sacado todo el jugo a la Naranja Mecánica y la había vencido en la legendaria final del Mundial del 74, inclusive en ese juego hizo algo que el más grande genio neerlandés desde Rembrandt no pudo, anotar un gol (de hecho anotó en dos finales de Copa del Mundo, algo que además de él pueden presumir sólo Pelé, Vavá y Zidane, y ninguno de ellos era lateral izquierdo.)

Breitner se meció el bigote, se acarició las patillas, estampó su firma y le dio la mano a Santiago Bernabéu. Así abandonó al Bayern, un equipo que se viste de rojo y se fue al Real Madrid, el equipo más blanco del mundo.

¿Cómo vas a fichar a un comunista? Le decían los sectores más conservadores de la hinchada del Madrid a Don Santiago, que peleó en la Guerra Civil del lado de los franquistas. A Bernabéu no le importaba la ideología del jugador, lo que le interesaba era su habilidad en la cancha, la gente recuerda más a Beckenbauer, pero Breitner era tan bueno como él y además le pegaba mejor a la pelota, el mejor gol del Mundial del 74 no es ninguno de los bellísimos tejidos de la Naranja Mecánica, es el primerito, cuando Breitner apareció de sorpresa por derecha y de tres cuartos de cancha puso un tremendo fierrazo justo en el ángulo superior izquierdo de la portería para castigar a los chilenos, que sólo estaban ahí porque la Unión Soviética se negó a jugar el repechaje en el Estadio Nacional de Santiago, que en el golpe de Pinochet se usó como campo de exterminio de la disidencia.

“No ficho a un comunista, ficho a un guerrero”, dijo Bernabéu que en su maquiavélica mente sabía que si bien los alemanes escribieron el Manifiesto Comunista, también los alemanes masacraron la Comuna de París, Beitner fue un pilar de la germanización del Madrid en los 70 que trataba de contrarrestar al archirrival blaugrana que buscaba practicar el Futbol Total llenándose de tulipanes.

Y sí, Breitner fue un guerrero con los merengues y se convirtió en uno de los favoritos de la hinchada blanca que disfrutaba vitoreando a un jugador con melena digna de cualquier estudiante de la Facultad de Filosofía. Aún en la Casa Blanca, Breitner no olvidó sus principios y en una ocasión donó 500,000 pesetas a la huelga de los trabajadores de la Standard.

Quizás por haber crecido en un país dividido por las potencias, quizás por ser hijo de su tiempo, o quizás por haber estudiado sociología, o quizás por haber batallado con la policía en las manifestaciones mundiales del 68, Breitner decidió pasar la primera mitad de su vida usando pegatinas con el rostro del Che Guevara y llevando el Libro Rojo de Mao a los entrenamientos.

Breitner se volvió un icono pop del izquierdismo, algo así como las playeras del Che Guevara que venden compañías capitalistas con fines de lucro, después de su primera temporada en Madrid se fue a filmar un western, cuando regresó ya no era el mismo, algo había cambiado en él para siempre, comenzó a filmar comerciales , como muchos héroes de la izquierda, poco a poco abandonó la actitud revolucionaria y volteó bandera.

Al igual que Cruyff, Breitner se negó a jugar el Mundial del 78, pero mientras el astro neerlandés lo hizo en protesta por la dictadura militar en Argentina, el alemán se saltó ese Mundial por una disputa económica con la Federación de Fútbol Alemana.

Su regreso a la Mannschaft fue el fin simbólico de su ideología maoísta, antes del Mundial del 82 decidió rasurarse la barba a cambio de la escandalosa cantidad de 150,000 marcos que le pagó una empresa cosmética, lo cual causó revuelo en Alemania.

Así fue como Paul Breitner resolvió su dilema, como buen alemán decidió ser pragmático, decidió ser uno más, decidió dejar de luchar contra la corriente, decidió olvidar a Marx y a Mao y al Che, su lado comunista colapsó años antes de que el lado comunista de su país también colapsara.

El Breitner de la cancha es una perfecta alegoría del Breitner fuera de ella, arrancaba por la izquierda, pero poco a poco se internaba a la derecha.

Este texto fue publicado originalmente en nuestro antiguo blog, pero ya que Elon Musk y otros más malvados decidieron bajarlo del internet decidimos ser combativos como siempre y volverlo a subir.

 

 

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