Drive to survive

 


Por Omar Colio

Lo primero que pensó Santi cuando vio a su hermana Macarena caer de espaldas y estrellar su cráneo contra el suelo fue: ¡Verga! ¿Qué van a decir mis papás? Había abandonado su posición como hombre responsable de la casa para empezar con su segunda botella de tequila de la noche cuando las niñas tomaron los cuchillos que él había dejado en la mesa para jugar a las piratas y cuando volteó la cabeza para regresar por un segundo a la realidad, vio como la pequeña Ana Sofi, de tan solo seis años,  apuñalaba en el pecho a su hermana gemela.

Santi se quedó impávido, tieso como una estatua, en ningún momento se le ocurrió nunca ir a socorrer a su hermanita, fueron sus otros hermanos, Iker e Iñaki, de 9 y 10 años respectivamente los que corrieron en auxilio de la pequeña Macarena e hicieron presión para tratar de frenar los dos manantiales de sangre que brotaban de su cuerpo, el de la cabeza y el del pecho, que era al que Santi más le preocupaba. Ana Sofi también estaba petrificada, sus ojos estaban llenos de lágrimas estancadas.

¡Tenemos que llevarla al hospital! ¡Santi, vámonos al hospital! Gritaban sin cesar Iker e Iñaki, una bofetada del viento de la realidad absoluta atizó a Santi, quien inmediatamente soltó su margarita, con cuidado de no manchar nada, tomó las llaves del BMW de su padre y salió corriendo hacia el auto, lo encendió pero se dio cuenta que sus hermanos se habían quedado atrás, “¡Chingada madre!, ¿Por qué tardarán tanto?”, pensó.

Mientras esperaba aprovechó para mirarse en el espejo retrovisor, se enfocó en lo más profundo de sus ojos y se aseguró a sí mismo que él era el mejor, que era el hombre adecuado para cumplir esta misión, sólo tenía que probarle al mundo lo que él ya sabía, que era exactamente igual que su ídolo. Todavía no tenía edad para tener un permiso de conducir, pero antes de irse el viejo mismo le había permitido dar unas vueltas en el BMW bajo su supervisión, además había que contar todas las veces que había manejado el auto a escondidas en las noches después de que sus padres hubieran tomado sus pastillas para dormir. Además con el susto ya se le había bajado toda la peda, estaba bien. ¡Puta madre! ¿Por qué tardarían tanto? Pfff, a veces Santi simplemente no podía tolerar la tremenda incompetencia de sus hermanos.

Después de unos minutos que a Santi le parecieron años, por fin aparecieron sus hermanos, Iker e Iñaki llevaban cargando el cuerpo de Macarena, parecía que la sangre había dejado de brotar de las heridas, pero de cualquier manera un mar de sangre todavía le escurría del cuerpo y manchaba todo, la cara de cada uno de los niños había sido salpicada por la sangre de la menor de la familia. Además de estar cargando a Macarena, Iker e Iñaki también parecían estar jalando a Ana Sofi con un lazo invisible. Mientras cargaban el peso muerto de Macarena, los hermanos también se habían tenido que esforzar en convencer a Ana Sofi, —que después de darse cuenta que acababa de apuñalar en el pecho a su hermana gemela, era un mar de lágrimas—de que todo iba a estar bien. Cuando por fin llegaron hasta el auto, Santi presionó el botón para cerrar las puertas con seguro. “¿Qué estás haciendo, Santi? ¡Déjanos pasar!”, gritaron a coro Iker e Iñaki con todas sus fuerzas. “¿Están locos?, ¿Saben lo que cuestan las vestiduras de piel? No, entren a la casa y traigan una toalla, no quiero que manchen el auto de papá de sangre.

Iker e Iñaki no pronunciaron ni una palabra, pero expresaron con la mirada exactamente como se sentían. Santi  les respondió con un gesto que conocían perfectamente, era un gesto que Santi hacía sin esfuerzo, ni siquiera se daba cuenta cuando lo hacía, que era cuando quería advertirle a sus hermanos que si desobedecían su voluntad indudablemente se llevarían una paliza, cada vez que en sus vidas habían desafiado ese gesto se habían llevado una tremenda golpiza, en múltiples ocasiones ambos habían sufrido huesos rotos a causa de la furia de Santi. Así que, ni hablar, se pusieron de acuerdo sólo con los ojos, Iñaki se quedó sosteniendo a Macarena y cuidando de Ana Sofi mientras Iker regresaba a la casa por algo para proteger los asientos de la sangre. Santi encendió la radio, en su estación favorita estaba la canción de Shakira en la que habla de Piqué, yo sé que hay varias, pero me refiero a la primera, Santi amaba esa canción, le subió al volumen a tope, se puso de buen humor y empezó a sacudir la cabeza al ritmo de la música. La sangre de Macarena inundaba el garaje.

Finalmente, Iker volvió muy agitado con el mantel de la mesa, Santi pensó en protestar pero estaba muy ocupado bailando al ritmo de Bad Bunny como para preocuparse mientras Iker e Iñaki envolvían a Macarena en el lujoso mantel turco de su madre, Ana Sofi había dejado de llorar, estaba más pálida de lo que ya era, veía todo con una cara deformada por el horror absoluto, veía las cosas con más claridad que todos. Cuando Iker e Iñaki ya tenían bien envuelta a Macarena, Santi por fin los dejó entrar, los cuatro niños se acomodaron en el asiento trasero, Iker e Iñaki a los costados y Ana Sofi en el medio, Macarena acostada, atravesada entre los tres.

Santi ajustó el retrovisor, cuando se vio en el espejo se dio cuenta que estaba nervioso, lo inquietaba todo el tiempo que habían perdido sus hermanos, pero un segundo después volvió a mirar en lo más profundo de sus ojos, respiró profundo y visualizó la meta, se aseguró a sí mismo que él y sólo él era el hombre indicado para realizar esta misión. Para salvar a su hermanita sólo tenía que probar que era como su ídolo, Checo Pérez. Una ráfaga de confianza recorrió su columna y Santi arrancó el auto en reversa a toda a velocidad, el auto se estrelló violentamente contra la pared del garaje, el impacto hizo que reventara uno de los faros traseros, Iker e Iñaki lograron sostener el cuerpo de Macarena con las uñas, después empezaron a gritarle indicaciones a su hermano, Ana Sofi parecía un fantasma. Los gritos de Iker e Iñaki solamente confundieron y pusieron más nervioso a Santi, que simplemente se echaba en reversa a toda velocidad como un loco sólo para estrellarse contra el garaje nuevamente.

Por obra de un milagro, Santi logró trazar el ángulo adecuado para salir a la avenida al sexto intento, de ahí simplemente aceleró a toda velocidad hasta que los gritos de Iñaki le recordaron que el hospital estaba en la dirección contraria. Santi frenó violentamente, dio vuelta en U y aceleró como si fuera Checo Pérez saliendo de los pits. La sangre de Macarena salió volando y manchó la piel de las vestiduras, Ana Sofi seguía pareciendo un fantasma, Iker había sido golpeado por la realidad absoluta y ahora lloraba, su llanto se le contagió a su hermano Iñaki, Santi volaba a más de 120 km/h, manejaba temerariamente pasándose cada uno de los altos y aunque le costaba trabajo conducir el auto en línea recta, afortunadamente no había autos en la calle a esa hora de la noche.

“Deberíamos llamar a nuestros padres” dijo Iker, “No, déjenlos en paz, ¿Saben cuánto les costó ese viaje a Miami? Si alguno de ustedes los llama, yo mismo lo mato” respondió Santi. Nadie volvió a decir nada al respecto. En la radio sonaba la hora de Luis Miguel, Santi se quedó absorto escuchando Será que no me amas hasta que un grito de Iñaki para prevenirlo de estrellarse contra un poste lo regresó a la realidad, Santi volvió a enfocar su atención en el camino, logró evadir el poste y culpó al comentario de Iker por su descuido mientras se decía que, al igual que Checo Pérez, no iba a dejar que una disputa interna lo alejara de su meta.

Justo pensaba en esto cuando vio su sombra, la luz de los faroles la hacían parecer gigantesca, a pesar de estar a más de 100 metros de distancia lo reconocía, reconocería ese caminar a kilómetros de distancia, era el vagabundo inválido que siempre estaba en esa esquina, Santi lo odiaba, odiaba que siempre estaba sucio, odiaba sus dientes podridos, odiaba que siempre estaba ebrio, odiaba que siempre olía a vómito, odiaba que el sol había ennegrecido más su piel asquerosamente morena. Cruzaba la calle con ayuda de su bastón aprovechando que tenía la luz verde, Santi no tenía tiempo para detenerse a esperar que ese malnacido cruzara la calle, tenía que salvar a su hermanita. Así que simplemente aceleró.

El vagabundo golpeó el auto y salió volando unos cinco metros hasta caer en la acera. Por fortuna todos los que iban sentados en el auto traían puestos los cinturones de seguridad, Santi salió ileso, pero se lamentó cuando abrió los ojos y descubrió que el capó y el parabrisas del BMW habían quedado hechos mierda y que la sangre de Macarena se había esparcido por todo el auto. Iker, Iñaki y Ana Sofi parecían fantasmas, se habían quedado privados, no podían deshacer el nudo de sus gargantas, todos habían sufrido lesiones pero para ese punto ya eran incapaces de sentir dolor. Por suerte ninguna de las lesiones era grave, Iñaki se había roto la nariz, Iker perdió un par de dientes y Ana Sofi sufrió una torcedura de cuello. El vagabundo no se movía, un charco de su sangre le daba de beber a la acera. Iker, Iñaki y Ana Sofi trataban infructuosamente de levantar a su hermana del suelo del auto.

Santi tardó un par de segundos en recuperar la compostura y aceleró. Tenía que ser como Checo Pérez, tenía que cumplir su misión. Mientras dejaban atrás el inerte cuerpo del vagabundo, un vacío empezó a succionar el corazón de los tres niños, era como si la realidad absoluta hubiera terminado de chuparles hasta la última gota de su inocencia, fue Iker el único que pudo deshacer el nudo de su garganta y decir: “Está seriamente herido, deberíamos llevarlo con nosotros”. Pero Santi, hablando en un tono más imponente del que había hablado nunca, casi se podría decir que con un tono adulto dijo: “No, no podemos parar. Debemos salvar a Macarena, cuando lleguemos al hospital simplemente les contaré lo que pasó y ellos vendrán a ayudarlo. Ninguna palabra más fue pronunciada durante el viaje.

Por fortuna para ellos, no tuvieron que atravesarse con más contratiempos en su derrotero porque los hospitales siempre están más cerca de donde viven los ricos,  Santi condujo como un demonio hasta llegar a la bahía de urgencias, donde ya los esperaban dos camilleros que con ayuda de Iker e Iñaki se llevaron el cuerpo de Macarena, tras ellos corría Ana Sofi, sus pasos eran tan desoladores que desgarraban los sentimientos del suelo que pisaban. Santi ni siquiera volteó a ver nada de esto, simplemente le gritó a sus hermanos: “Estaré con ustedes en un instante, voy a estacionar el auto” y emprendió la marcha, había muchos lugares disponibles, pero Santi siguió conduciendo, Checo Pérez todavía no veía la bandera a cuadros, salió del estacionamiento y aceleró lo más que pudo, alcanzó velocidades superiores a los 150 km/h, por lo que a pesar de que había tomado un camino más largo de regreso para no tener que pasar por donde estaba el vagabundo, Santi hizo menos tiempo del hospital a su casa que de su casa al hospital. En cuanto vio la fachada de su mansión, Santi entró en trance, se volteó a ver en el espejo retrovisor pero en lugar de encontrar su rostro encontró el del Checo Pérez, el sonido que emanaba de la radio dejó de ser la música de sus artista favoritos y se transformó en el grito de más de 100,000 gargantas alentándolo, Checo Pérez había visto la bandera a cuadros y cruzado la meta en primer lugar.

Santi bajó del auto y sin darse cuenta pisó el charco de sangre que había dejado su hermana, esto lo hizo afligirse mucho, pues la sangre arruinaba sus nuevos tenis de basquetbol carísimos, Santi tiró una rabieta, pero se aseguró de limpiarse muy bien el calzado para no manchar el interior de la casa. Cuando entró no le prestó atención al lago de sangre de su hermana que inundaba la cocina, simplemente retomó su margarita justo donde la había dejado y pensó: “Todo va estar bien, todo va a estar bien, tal vez mi hermana no esté muerta, tal vez el vagabundo tampoco. Además, ¿Qué más podía hacer? Esto es culpa de mis padres por haberse ido a Miami a tratar de salvar su matrimonio, ellos se encargarán de todo, ellos solucionarán todo una vez que vuelvan, no pueden culparme por haber destrozado el auto en estas circunstancias, soy un héroe, soy un campeón, ¡Misión cumplida! Acabo de probarle al mundo que soy exactamente igual a Checo Pérez.” Esta última afirmación lo hizo sentirse particularmente bien, todo el embrollo que había dentro de él se desanudó, esbozó una gran sonrisa, le dio un gran trago a la margarita, prendió la tele y se puso a ver Drive to survive hasta que se quedó dormido.


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