Deslizándome de cabeza



Por Omar Colio

Publicado originalmente el 7 de abril de 2022

¡Sniffffffffff! Así sonaba la grava del diamante cuando me deslizaba de cabeza para estafarme una almohadilla, el mismo sonido que hacía mi nariz cuando inhalaba cocaína. Fracciones de segundo después un cohete estallaba en mi cabeza ¡Pao! ¡Bam! ¡Wham! Una ráfaga eléctrica golpeaba mi cerebro, rebotaba contra todas las paredes de mi cráneo y bajaba rápidamente por mi médula. Todo se iluminaba, de pronto en mi pecho acelerado una ráfaga de confianza en mí mismo se gestaba, me abrazaba, me provocaba una sonrisa eléctrica, me hacía sentir invencible. Todos mis nervios se erizaban mientras mi cerebro daba alegres maromas dentro de mi cabeza, estaba listo para jugar en la Gran Carpa.

Me llamo Tim Raines y yo sobreviví a los 80, una época de luces de neón, sintetizadores y excesos, las horas parecían correr más rápido mientras la vida cotidiana continuaba su irremediable marcha hacia la mecanización, era una época en la que se despilfarraban dinero y neuronas en las mismas proporciones, la ultraderecha gobernaba Norteamérica, fue una época de consumismo, la clase obrera se endeudaba a crédito con los bancos para poder tener “lujos” que antes no imaginaba, fue una década importante para la televisión por cable, la música saltó de la radio y se plasmó en la televisión, si en los 60 y 70 los jóvenes expandieron sus mentes con las drogas psicodélicas, en los 80 pudrieron sus neuronas ante la nueva droga de la televisión por cable, un joven Pablo Escobar contrabandeaba cocaína desde Colombia hasta debajo de las narices del Tío Sam quien la aspiraba a gusto en su trono de mármol, la coca pasó a estar en las narices de toda América, músicos, actores, políticos, oficinistas y deportistas coronábamos así el hedonismo de esta época de plástico que prometía el fin de la Guerra Fría y el triunfo definitivo del capitalismo.

Todo era adrenalina, velocidad, cambio, vértigo, todo tenía que terminar en un orgasmo, yo encarnaba esa vibra cuando patrullaba los jardines del Estadio Olímpico, pero sobre todo cuando corría las bases, podía convertir sencillos en dobletes, dobletes en triples, además era un bateador de promedio que podía batear a ambos lados del plato y tenía poder ocasional, podía robarme una base cuando quisiera, nadie podía detenerme, era el primer bate ideal, (ya no quedan peloteros como yo) era el jugador más divertido y electrizante en toda la Liga Nacional.

A lo mejor estoy mareado, a lo mejor mi cerebro da tumbos al recordar esa época, pero simplemente lo voy a decir. Yo soy el mejor ladrón de bases en la historia de las Grandes Ligas. Por supuesto que Rickey Henderson robó muchas más colchonetas que yo, pero él también posee el récord de más veces atrapado robando, yo tengo un mejor porcentaje de robos que él. ¿Cuántos jugadores pueden decir que estafaron más de 800 bases y tienen un mejor porcentaje de éxito que Rickey Henderson? Exactamente, sólo yo. Rickey era una gacela,  delgado, ágil como un gato, yo era pura potencia, me llamaban “Rock” pues era sólido como una roca y jugaba tan duro como una.

Además yo jugué la mayor parte de mi carrera en Montreal, en uno de los peores estadios en la historia de las Grandes Ligas, el Estadio Olímpico siempre me pareció desolador, siempre estaba helado, el pasto artificial siempre estaba en pésimas condiciones y los aficionados francocanadienses, bueno, francamente son extraños. Todo era desolador, sombrío y frío.

Robar bases es la parte más divertida del juego, la fanaticada se electrifica cuando puedes impactar el juego con tu velocidad, cuando puedes fabricar carreras, cuando puedes poner nervioso al rival con tus piernas, no cualquiera puede hacerlo, sin duda es una apuesta, por eso es emocionante, por eso los trajeados de las universidades de élite que ahora controlan a los equipos son tan renuentes a intentarlo, no se dan cuenta que la mejor manera de jugar beisbol no es hacerlo de la manera más efectiva estadísticamente sino de la manera más divertida, no se dan cuenta que son estas medidas las que han alejado a las nuevas generaciones del juego pues simplemente les parece aburrido.

Para robar bases hay que ser tan rápido y tan cojonudo como Jackie Robinson, hay que tener un timing perfecto, en realidad es una habilidad extrasensorial, no se puede medir a ciencia cierta cuando dar el brinco, quizás por eso me gustaba afilar mis nervios con la coca, eso y bueno, la cocaína es una droga super adictiva, yo inhalaba coca en mi auto antes del juego, en el baño del clubhouse durante el juego y en el auto antes de volver a casa, Tony Montana hubiera estado orgulloso de mí, jugaba con mi vértigo natural y lo potenciaba con la coca, siempre me deslizaba en las almohadillas de cabeza para no romper el pequeño contenedor de coca que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón.

De 1979 a 1981 me robé 27 colchonetas y nunca pudieron atraparme, esos 27 robos consecutivos fueron en ese entonces un récord para iniciar una carrera en Grandes Ligas, no fue hasta 1981 que lograron hacerme out en las bases, a pesar de ser mi tercer año en la Gran Carpa fue hasta ese año que sobrepasé el tiempo de servicio necesario para dejar de ser considerado novato, ¿Extraño, no? En realidad sólo es una medida de los dueños, los seres más codiciosos del mundo, para tener a los peloteros ganando poco dinero por el mayor tiempo posible, en 1985 cuando por fin me convertí en agente libre decidí probar el mercado, para mi sorpresa a pesar de ser una estrella ningún equipo me propuso una oferta, los dueños estaban coludidos en un pacto de caballeros debajo de la mesa para no competir al firmar a los peloteros estrella y mantener los salarios lo más bajo posible.

El beisbol es un juego extraño y 1981 fue una temporada más extraña de lo normal, se vio interrumpida por una huelga de peloteros, el sindicato estaba harto de las prácticas de los dueños y a mediados de junio comenzamos un paro que duró hasta agosto, lo que causó la cancelación del 38% de los juegos de la temporada y la partió a la mitad.

Cuando regresamos a trabajar los genios dueños decidieron que la temporada iba a quedar dividida en dos y que el equipo que liderara su división en cada una de las dos mitades clasificaría a la postemporada y se enfrentaría al equipo con la mejor marca en la otra mitad en una “Serie Divisional”, esa magnifica idea de las mentes más brillantes de América causó que el equipo con el mejor récord en todo el beisbol ese año, los Cincinnati Reds, quedaran fuera de los playoffs por completo y que a pesar de que los St. Louis Cardinals eran el equipo con mejor porcentaje de victorias en nuestra división, la serie divisional la disputáramos nosotros y Philadelphia.

A pesar de todo fue un año mágico para mí, con todo y la temporada recortada  logré estafarme 71 bases, un récord para un novato, y quedé segundo en la votación de novato del año, sólo me ganó un tal Fernando Valenzuela, que además ganó ese año el Premio Cy Young, ese mismo Valenzuela fue el que nos derrotó en casa en el juego decisivo de la Serie de Campeonato de la Liga Nacional, tuvo que jugarse un lunes después de una helada en Montreal, el campo estaba en peores condiciones que nunca, en nuestro primer turno a la ofensiva logré conectarle un doblete a Valenzuela y anoté la carrera de la quiniela, pero a partir de ahí Fernando tiró una joya de pitcheo y no volvimos a anotar, con el juego empatado a 1 en la 9ª Rick Monday bateó el home run de la victoria con el que avanzaron a la Serie Mundial, los aficionados de los Expos llaman a aquel trágico día Blue Monday (Lunes Triste). Los Expos nunca volvieron a la postemporada, en 1994 cuando los tenían el mejor récord en las Mayores una nueva huelga de peloteros estalló y causó la cancelación de la postemporada y la Serie Mundial, unos años después los Expos desaparecerían y se convertirían en los Washington Nationals.

En 1982 seguí usando coca como loco durante los juegos pero esta vez en lugar de dividendos me cobró facturas, mi habilidad en el plato disminuyó, simplemente estaba demasiado nervioso, demasiado estimulado para batear una recta a 150 km/h, ese año me gasté alrededor de 40,000 dólares en cocaína, pero decidí dejarla después de un lanzamiento que mis nervios erizados sintieron cerca de mi cabeza, yo me agaché para esquivarla pero el umpire marcó strike, “¿Estás ciego?” le dije, pero después del juego vi la repetición y él estaba en lo correcto, el lanzamiento en realidad pasó por el centro del plato, yo estaba muy acelerado como para darme cuenta.

Al paso que iba mi carrera no iba durar mucho, verán mi deporte favorito era el fútbol americano, en la preparatoria fui un corredor estrella en el emparrillado además de una ráfaga en la pista de atletismo y un estafador empedernido en el diamante, escogí el beisbol pues en él tenía la mayor posibilidad de tener una carrera más larga, pensé que si iba a la NFL después de 5 ó 6 años como corredor estaría muy magullado como para seguir jugando, ¡Mierda! Después de ello no podría ni cargar cajas, así que opté por el beisbol, después de ese incidente dejé la coca y tuve una carrera de 23 años en las Mayores donde gané dos Series Mundiales con los legendarios Yankees de los 90 ¡Diablos! Jugué tanto que logré jugar en las Mayores junto a mi hijo, algo que sólo habían logrado hacer  los Griffey.

Las drogas han estado presentes en las Grandes Ligas desde el principio, desde que los peloteros jugaban en la tarde y cargaban cajas en la noche, desde que Babe Ruth fumaba, comía y bebía en el dugout y luego salía al plato y bateaba un cuadrangular, desde las anfetaminas en la época del gran Willie Mays pasando por Dwight Gooden, Darryl Strawberry y los fiesteros Mets del 86 hasta los esteroides a principios de este siglo que marcaron la época de Bonds, Sosa y McGwire y hoy en día con los opioides que han cobrado vidas como las de Roy Halladay y Tyler Skaggs.

¿Por qué los peloteros usan drogas? No lo sé, cada uno tendrá sus razones, quizás esté en la naturaleza de un juego eterno que se juega todos los días durante seis meses, quizás se necesite algo extra para salir todos los días a competir frente a miles de malos apostadores borrachos en el estadio y a millones en sus casas, la temporada es un verdadero maratón, duele, te deja un impacto en el cuerpo, quizás es necesario algo extra para salir encendido todos los días y para acallar el dolor crónico con el que cargamos. Quizás no sólo es eso, quizás el uso de drogas es inherente al ser humano, lo que sí sé es que el uso de algunas de estas drogas es peligroso y puede acabar en una tragedia, hoy en día ni siquiera es necesario que un narco famoso inunde las calles con drogas contrabandeadas, hoy las farmacéuticas son los narcos más grandes del mundo, tienen permiso para vender drogas peligrosas y llenarse de dinero pues vuelven a sus consumidores en adictos, las enormes bóvedas de oro en varios bancos que les pertenecen están llenas con las vidas de muchos de sus consumidores.

En 1985 fui citado junto con otros 13 peloteros por el gran jurado de Pittsburgh para testificar sobre el uso de drogas en las Mayores, en los Piratas había tantas drogas que fue citado a testificar hasta el Perico, la mascota del equipo, a pesar de que en ese grupo de peloteros que testificamos había unos excepcionales como Dave Parker y Keith Hernandez, sólo yo he logrado ser entronizado en el Salón de la Fama, por alguna razón los escritores, que nunca jugaron, se han mostrado renuentes a elegir a este prestigioso recinto a peloteros que hayan usado drogas, legales o ilegales, haciendo gala de su “superioridad moral”.

La verdad es que las drogas son un problema de salud, millones mueren al año por su causa, muchos peloteros usan drogas y seguirán usándolas mientras este problema persista. ¿Y los dueños? Bah, los dueños nunca resuelven nada, a ellos sólo les interesa usar nuestros cuerpos para ganar dinero, lo demás no les importa.

Este texto fue publicado originalmente en nuestro antiguo blog, pero ya que Elon Musk y otros más malvados decidieron bajarlo del internet decidimos ser combativos como siempre y volverlo a subir.

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