Por Omar Colio
La mañana del 19 de diciembre de 1948, Steve Van Buren
salió de la cama apesadumbrado por la resaca, echó un vistazo por su ventana y
vio la absoluta blanquitud de la nieve cubriéndolo todo, el cuadro que vio a
través de su ventana era una obra de arte, era una alegoría del invierno tan
poética que estaba a la altura de la de Vivaldi, pero Van Buren no le prestó
demasiada atención, simplemente cerró la cortina y se metió rápidamente debajo
de sus cobijas para evitar que los estragos del frío se mezclaran con los de la
resaca, su mujer lo miraba con ojos de búho, pero Van Buren simplemente le
dijo: “Con una tormenta como ésta no hay manera de que hoy abran la vieja
fábrica” mientras apagaba el mundo.
¿Por cuánto tiempo lo apagó? Es difícil decirlo pues el
mundo estaba apagado y el tiempo no corre por el pesado mundo de los sueños,
pero en algún punto de su deliciosa siesta, Van Buren fue despertado por su
mujer quien lo sacudió violentamente y antes de asegurarse de que su marido ya
había recobrado la consciencia lo puso al teléfono, del otro lado de la línea
estaba su jefe.
—Steve, saca tu pálido culo neerlandés de la cama, te
necesitamos muchacho.
—¿De qué demonios hablas, Greasy? Lo van a posponer. No
podemos jugar así.
—Muchacho, eres un tonto, quizás seas el más tonto hijo
de perra que he conocido y yo he tenido la perra suerte de conocer a muchos
hijos de perra tontos como tú, ¿Tú crees que la NFL va a posponer su juego de
campeonato sólo por una tormenta? ¡Los boletos están agotados hace días!
Créeme, chico, algún día no muy lejano la NFL va a ser más grande que Dios ¡Por
eso jugamos los domingos! Así que sal de la cama y trae tu culo acá, te
necesitamos, hay 10 centímetros de nieve sobre la malla que cubre el césped, la
nieve la ha vuelto tan pesada que el equipo de mantenimiento del estadio no la
puede mover, los jugadores de ambos equipos les están ayudando a hacerla a un
lado. ¡Demonios! Inclusive algunos aficionados han saltado al campo para
ayudar, ¡Ven aquí, chico, necesitamos de ti para poder iniciar este maldito
juego!
Los jugadores de los Philadelphia Eagles y los Chicago Cardinals ayudando a mover la malla previo al Campeonato de la NFL de 1948
Ahora, si cualquier otra persona le hubiera dicho esto a
Van Buren, lo habría tomado por loco, pero Greasy solía ser así, no estaba
loco, simplemente le gustaba bromear, así que Van Buren simplemente dejó
escapar una risita por el teléfono y decidió volver a la cama.
Pero en esta ocasión no logró consolar el sueño, lo
molestaba en demasía la inquisidora mirada de su mujer penetrándole la nuca,
Van Buren sentía dentro de su cráneo el estridente chillido magnético que salía
de los ojos de su mujer, Van Buren se volteó para verle la cara y lo que vio lo
asustó, no importó que él fuera uno de los más duros jugadores de futbol
americano en el mundo, los ojos de su mujer eran los ojos de un águila que fija
la mirada sobre su presa, al verlos, Steve Van Buren recordó quién era y salió
disparado de la cama con la intención de salir volando en dirección al viejo
Shibe Park.
Al salir de su casa se dio cuenta de que la nieve había sepultado
su auto, sacó a su viejo Packard de su helada tumba con sus propias manos,
intentó encenderlo, pero el motor estaba muerto. Ni pedo, habría que usar el
transporte público.
Van Buren llegó a la parada de autobús de Drexer Hill, ahí
tomaría un camión a la calle 69, donde tomaría un tranvía hasta Broad Street,
ahí tomaría el metro hasta Lehigh Avenue y correría unas siete calles hasta
llegar al estadio. Van Buren repitió esto varias veces como un mantra para
evitar congelarse, pero el autobús no llegaba, el gélido viento le golpeaba la
piel, le golpeaba los huesos, soplaba con tanta fuerza que parecía ser capaz de
volarle hasta el alma, los copos de nieve caían inmisericordemente sobre su
cabeza, ya le habían empapado el espíritu.
Van Buren temblaba y el autobús no daba señales de existencia,
la ciudad entera parecía estar muerta y sepultada en una blanca tumba, fue en
este punto en el que empezó a escuchar el
rugir de la afición volando junto con la nieve, esto era una alucinación, pero
Van Buren no lo sabía, sintió el corazón pesado mientras pensaba a que sin él,
los Cardinals los vencerían en el campeonato por segundo año consecutivo, esta
vez a domicilio.
Fue entonces que Van Buren empezó a sentir la lava que
corría por sus venas, sintió calor por primera vez en meses, esto que
posiblemente era un síntoma de hipotermia, Van Buren lo interpretó como una
señal divina, dio unos pasos lejos de la parada y empezó a hacer lo que mejor
hacía en el mundo, correr.
Van Buren corrió y corrió por las calles de Philadelphia,
corrió por las mismas calles por las que años después correría Rocky Balboa,
aunque hay quien dice que esto es mentira, que, en realidad, a Van Buren milagrosamente
le salieron alas y llegó al Shibe Park como un águila.
Van Buren cruzó los vestidores volando, no se detuvo ni
para ponerse el uniforme y el casco, de alguna manera logró colocar cada cosa
en su lugar sin detenerse, corriendo salió al emparrillado, donde se dio cuenta
que ya se jugaban los últimos minutos del último cuarto, pero que las ofensivas
se habían congelado y el marcador permanecía 0-0, sin dejar de correr ni para escuchar
a su coach Greasey Neale, Van Buren entró al campo y simplemente recibió el ovoide
de las manos del quarterback Tommy Thompson, evadió los feroces cuerpos de los
defensivos de Chicago, que entre la nieve parecían sombras fantasmagóricas, y entró
en la zona de anotación para darle a los Philadelphia Eagles el primer título en
su historia.
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