D10s ha muerto

Por Omar Colio



Es oficial, Dios ha muerto. La confirmación de la noticia vino a romper los corazones de millones de cronopios, que ansiosos y embriagados por la extraña neblina de la esperanza, donde diariamente sumergimos nuestros corazones, confiábamos que ésta fuera otra más de nuestras pesadillas, que, aunque aterradoras, son más livianas de habitar que la realidad misma), u otro susto, o una broma retorcida, o un intento más de los buitres capitalistas por hacernos caer en la trampa del morbo y hacernos dar clic en uno de sus anuncios, pero no. No esta vez. Es oficial. La noticia de la muerte de Dios ahora inunda todos los medios informativos del mundo y hasta a la parodia del mundo que son las redes sociales. Como los profetas cínicos vaticinaron, ni siquiera Dios puede escapar de la muerte, ni de que su muerte sea aprovechada por el capitalismo, que como becerro hambriento se acerca a mamar de la teta de su muerte para sacarle a Dios una última tajada. Apuesto que hoy hasta a Nietzsche se le escaparía una lágrima. Vaya manera de comenzar el día. Un recordatorio más de que fue el Diablo quien creó todo esto, toda esta desolación, toda esta miserable vida llena de sufrimiento sin razón alguna más que ir sufriendo de la nada a la nada sólo para satisfacer sus sádicos placeres. De la nada a la nada como fue nuestro héroe, como fue nuestro Dios, como fue nuestro Diego. 

Cayó la noche, me invaden pensamientos misteriosos y difusos. El vacío que aplasta al mundo parece ser más pesado. Desde mi cerrito en la otra Santa Úrsula puedo ver las luces del Azteca, donde Diego tuvo sus tardes más mágicas, donde una tarde de junio ascendió al cielo y gambeteó a todos los ángeles, que a pesar de sus alas no lograron darle alcance al astro regordete que se burlaba de ellos. Fue ahí, a unos kilómetros de mi casa, en la otra Santa Úrsula, donde Diego ascendió al mismo cielo que pudo ver por los agujeros de su pobre techo en Fiorito. Pero como historiador, sé que la historia de un Dios no termina cuando asciende al cielo sino cuando cae de regreso a la Tierra y se hace pedazos. 

Lágrimas de luz caen en Santa Úrsula, el Azteca vela a Maradona, dicen que vieron a su fantasma recorriendo de norte a sur a toda velocidad el césped que ungió de gloria. Por más que lo intentaron, jardineros y guardias no lograron atraparlo, pobres, se estamparon con las sombras de los ingleses que hasta hoy no logran darle alcance.

La noche invade mi cuerpo mientras estoy sentado escribiendo la elegía de Dios, nunca es fácil escribir la elegía de un inmortal, el problema es que la inmortalidad es infinita, ¿Por dónde empezar?, ¿Cómo terminar?, Diego era al mismo tiempo Dios y el Superhombre, Diego era la clase obrera con un par de botines, el Che Guevara del fútbol. Era la gloria y el abismo, el orgasmo y la náusea, de sus ojos salía un aura gigantesca que causaba idolatría y aversión, Diego era una dicotomía andante.



Aunque cuando estaba en la cancha parecía levitar, este Dios tenía los pies en la tierra. Andaba, andaba como todos nosotros, pero su andar era diferente al del resto. Se conducía con la gracia de los gauchos, como todos los ídolos zurdos nacidos en el hemisferio sur, el mundo al revés. A lo mejor era su andar lo que hacía que no pudiéramos dejar de voltear a verlo, lo que nos forzaba a observar su epopeya y su tragedia. Los ojos del mundo lo volteaban a ver atraídos magnéticamente por algo que no existen palabras para describirlo y que ante la pobreza del lenguaje tenemos que llamar carisma, era imposible voltear la mirada y perderse una de las gambetas que hacía dentro y fuera de la cancha, era imposible no ver al pequeño hombre regordete envuelto por un aura fulgurante quitarse a dos hombres con una finta, o burlar a medio universo con una palabra. ¿Cómo no voltear a ver a Dios? ¿Cómo no juzgarlo por sus acciones, inacciones, pecados, blasfemias, puteadas y regates? ¿Cómo no idolatrar a un Dios-humano?, a un Dios imperfecto, a un Dios que nos recuerda a nosotros mismos, a un Dios impregnado por el carisma y la beatitud de quien crece en las duras calles del proletariado, de quien es y nunca deja de serlo. 

¿Qué tal empezar así? En el principio estaba Dios, que se creó a sí mismo, pero Dios se sentía muy solo en la oscuridad del océano primigenio, así que creó al Mundo para tener una pelota con la cual jugar…Hmmm, no lo sé, suena bien, a lo mejor un poco cursi. Hay que tener en cuenta que el Dios del que estamos hablando no es un Dios hecho de esa sustancia etérea y divina de la que están hechos todos esos dioses que habitan en el cielo, el Olimpo, o mejor dicho las páginas de ficción que repican en el inconsciente colectivo, nuestro Dios es un Dios de carne y hueso. Humano, demasiado humano. Pobre, pobrísimo, famélico.. ¿Cómo hablar de la pobreza? ¿Cómo hacerle justicia al horror de vivir en un país destrozado por el imperialismo y la brutalidad de una dictadura militar? ¿Cómo encontrar las palabras para describir el hambre? ¿Se puede describir con palabras? ¿Cómo hacerle justicia al sufrimiento? Cómo describir el hambre, el hambre, el hambre que sufrió todos los días de su infancia y que lo llevó a que se devorara al mundo de un bocado desde esa tarde a los quince años cuando debutó en la cancha de Argentinos Juniors que hoy lleva su nombre, esa noche cuando confirmó ante los ojos expectantes del mundo su romance con el amor de su vida. Ésa que conoció en el fango del potrero donde descubrió que el universo es un campo de fútbol y aprendió a hacer una escalera al cielo y a caminar con ella pegada al pie sobre las nubes.



La pelota, esa alegoría del mundo, esa gordita promiscua que se pasea con tantos amantes y que hoy está llorando, nadie la tocó como Maradona, nadie la acarició como Diego, ella se doblaba y desdoblaba de placer a su gusto, como sólo se desdobló por él. Los hombres sensibles son los mejores amantes y Diego era un hombre con un alma diáfana y delicada forjada en Fiorito, donde nadó entre las sucias lágrimas de barro del Río de la Plata, tratando de mantener la cabeza por encima de toda la mierda, Diego siempre vivió y lloró como los niños, pero como los niños era dueño de una imaginación infinita capaz de trazar ángulos, regates y gambetas imposibles, también como los niños, Diego era caprichoso (los mejores artistas son niños) capaz de trazar con sus piernas obras de una estética envidiada por Picasso, Miguel Ángel y Caravaggio. Maradona se movía con la gracia del tango, pero gambeteaba con la vertiginosidad de la cumbia villera, sus desplantes no pueden ser descritos con palabras, sino con los mejores solos de Miles Davis y John Coltrane. Diego es un personaje de carne y hueso, lejos de la pluma de cualquier escritorcillo, aedo, poeta o profeta, la vida y obra de Diego es imposible de describir con palabras, quizá su único símil se encuentre en la libertad de la música, en la anarquía de aquellos que saben crear espacios que no existen.

Desde el momento en que pisó el césped de la primera división, Diego recorrió toda la Argentina sembrando alegría en todas las canchas, con esa alegre y cínica cadencia enamoró a la redonda, primero a la chiquita con la que se juega al fútbol y después a la grande, a la Tierra. El mundo futbolístico se rindió ante el rey cronopio de las canchas que zarpó rumbo a Europa en una misión de venganza, de colonizador a la inversa, llegó a Barcelona convertido en el Angelus Novus de Klee, desenvainó las alas y la espada de ángel vengador y fue recibido por los inclementes palos del imperialismo que le rompieron las piernas (y las alas).

Derrotado por primera vez en la cancha por la representación de los poderes que lo oprimieron y torturaron en la infancia, Diego encontró refugio en la coca, esa eterna compañera que lo llevó a la gloria y al infierno, pero el verdadero consuelo vino de los suyos, del pueblo. Después de todo, el Diegote siempre fue el Diego de la gente, el Diego del pueblo, que lo veneró incondicionalmente y lo levantó del suelo todas esas veces que la vida le tiró una patada, porque la vida fue el defensa más torpe al que enfrentó Diego y desesperada y cansada de verle el número y el apellido le metió más zancadillas que todos los que en la cancha trataron de romperle las piernas y cuyas patadas lo mantuvieron en agonía hasta el final de sus días.



Así que ¿Qué mejor destino que volver al sur? ¿Qué mejor causa que la del Napoli? Equipo de una ciudad muy importante cultural y económicamente para la historia de la península itálica, pero devastada por la furia de un volcán y por la furia de los actos políticos y económicos de las potencias del norte que la explotan y la empobrecen desde el Renacimiento. Nápoles, perla llameante del sur de la bota, ciudad de pobres campesinos, cuna de miles de ancestros que llevados por el hambre zarparon hacia la Argentina en busca de sobrevivir. Sí, el Napoli, a diferencia de los héroes de Hollywood, nuestro héroe no llevaba el color del cielo en los ojos sino en la playera. 

El teatro de San Paolo presenció los momentos más espléndidos de su carrera. La ópera de la vida se presentaba cada quince días conducida por la batuta del maestro Diego Armando Maradona, quien según la refinada opinión de los críticos italianos conducía mejor que el mismísimo Monteverdi. Desde que llegó se conectó con la afición napolitana que se le entregó como a nadie al verlo dejar tendidos a los fieros defensores del calcio, que combinaban la táctica de los legionarios romanos con la crueldad de los soldados de la mafia. El mago, el artista Maradona lanzó su hechizo sobre los gladiadores con cuchillo entre los dientes y salió victorioso, como un Dios, como una figura mitológica, en Nápoles Diego combinó la agilidad de Aquiles, la astucia de Odiseo y la determinación de Hércules. Invito a los jóvenes poetas a buscar en la red sus goles y dedicarles odas. La maestría en cada una de sus obras de arte no se veía en la península itálica desde los días de Bernini. Y con arte y con magia logró vencer en esa alegoría de la vida que es el fútbol, fue al norte y causó caos, destruyó sus techos de oro y llevó alegría y esperanza a los napolitanos, por esta vez, sólo por esta vez ellos habían triunfado, a través del fútbol de Diego habían vengado metafóricamente las frustraciones que les había causado su historia. Los resultados están ahí, los trofeos que quedarán para siempre en sus vitrinas, dos títulos del calcio, un doblete y una Copa UEFA. Con Diego el Napoli llegó a alturas que nunca había alcanzado antes y que no ha alcanzado desde entonces. 

Pero la ópera necesita drama y después de darle su segundo título a los Pantenopei, Diego probaría su lealtad. Por esos caprichos del destino, o más bien porque en la vida no existen las coincidencias, la semifinal de la Copa del Mundo del 90 entre Italia y Argentina se jugó en San Paolo. La squadra azzurra llena de jugadores del norte contra la albiceleste de Maradona y demás argentinos descendientes de los italianos pobres del sur, al final ante un público espiritualmente dividido, Argentina venció a Italia en penales. Vendetta completa. O al menos así habría sido de no ser por la traición de Edgardo Codesal, que evitó que Diego ganara otra copa del mundo. Poco después del mundial Diego dejaría Napoli sin despedirse después del escándalo de su primer dopping positivo, pero a pesar de eso siguió siendo venerado en Nápoles como un Dios, cada que Diego regresó a la ciudad era día de fiesta, pero si Diego era un Dios para los napolitanos era algo aún más grande para sus compatriotas. 



Las páginas más artísticas de Maradona fueron con el Napoli, pero el evangelio de Diego se escribió en tinta albiceleste. Para los argentinos, ese extraño pueblo sediento de héroes populares, como Eva Perón, Diego representó un escape de los horrores de su historia, un analgésico para el dolor de la eternamente abierta herida histórica de América Latina. La Junta Militar impuesta por el imperialismo del Plan Cóndor mató, torturó y desapareció a millones de argentinos, y en 1982 mandó a morir a miles de jóvenes en las Malvinas, simplemente los abandonaron, los cuerpos de los argentinos fueron enterrados por los ingleses. Muerte. Desolación. Tragedia. Y después vino Diego y volvió a brillar el Sol de Mayo.

Con la albiceleste no únicamente representó a los argentinos, sino a todos los latinoamericanos, a los pobres, a los desfavorecidos, a las víctimas, a los colonizados, a los enfermos, a los hambrientos, a los sedientos, a los ebrios, a los vagabundos y a todos a los que la suerte les ha escupido en la cara. Diego representaba el espíritu de los punks, de todos aquellos marginados que fantasean con darle una cachetada al sistema, pero sobre todo representaba esperanza. Los ingleses no inventaron el fútbol, variantes del juego se practican desde la China Antigua, los ingleses sólo lo reglamentaron, así como impusieron su regla sobre una buena parte del mundo. Que el fútbol sea el deporte más popular del planeta es un testimonio del poder del imperialismo inglés, pero en la cancha los ingleses no son invencibles, el fútbol iguala, humaniza, en el fútbol los imperios son menos poderosos, los dragones que custodian al mundo pueden ser degollados por los héroes del pueblo, como atestiguaron los ingleses en el Estadio Azteca. 

Es mediodía, el padre de faraones y tlatoanis arde con toda su furia sobre el Coloso de Santa Úrsula, cualquiera que haya visitado la Ciudad de México sabe lo estúpido que es jugar a esta hora con el calor, la contaminación y la altura de la Gran Tenochtitlan, pero hay que cuidar los preciosos ratings europeos, una vez más la lógica no se lleva bien con el dinero. A pesar de la enorme cantidad de talento en ambos equipos el partido es ríspido y cansado, tras 45 minutos los miles de aficionados que llenaron el gigantesco Azteca y los millones viendo desde casa atraídos por el amor al fútbol y por el morbo en iguales proporciones no sospechan que esta contienda se convertirá en el partido de fútbol más famoso de la historia. A los cinco minutos del segundo tiempo Diego toma la pelota por la izquierda, conduce y deja atrás a tres ingleses, la defensa británica se cierra como ostra y encierra a Diego con la precisión de un movimiento de la Royal Navy, atrapado en la media luna, Maradona le da un pase a Valdano y pica hacia el punto penal, Valdano trata de devolverle la pared pero no logra controlar la esférica, únicamente la levanta, en su desesperación el defensor  Hodge intenta despejar la pelota pero sólo logra rebanarla, el balón cae desde los cielos hasta el borde del área chica, donde Diego va a buscarlo, frente a él sale a su encuentro el gigante arquero Shilton, pétreo guardia del Palacio de Buckingham, el más feroz de los bulldogs británicos salivando rabia por la boca y cuando todo parece perdido, Diego despega con rumbo al cielo y alza la mano para tocarlo como la alzó Adán en la pintura de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina y entonces sucede el milagro. Con el puño izquierdo al aire como el Che Guevara, Diego impacta el balón y su mano desaparece y se transforma en la mano de Dios, en la espada del ángel redentor, en la mano de la justicia que empuja el balón hasta la meta. Gol de Argentina. Una nuestra por todas las que nos hicieron ellos, un robo, sí, pero uno insignificante a comparación de los siglos de saqueo inglés en la Argentina. El carterista de Fiorito que había robado nuestros corazones ahora se ha robado la billetera de la Reina. Una redención simbólica en el juego que arrogantemente los ingleses llaman suyo.



Pero el partido está lejos del final, aún hay que remar mucho antes de llegar a la otra orilla y después de todo el juego no es sino una alegoría de la vida, y en la vida real los argentinos consiguieron improbables victorias en el Atlántico antes de ser despedazados por la marina inglesa. Menos de cinco minutos después Diego toma la pelota detrás de media cancha y se va de paseo con su incondicional amante, la pisa, da un giro de 360 grados y deja atrás a dos ingleses, conduciendo a toda velocidad únicamente con su prodigiosa pierna zurda burla a Butcher y se enfila hacia al área como una flecha divina, alarga el balón y le quiebra la cadera a Fenwick y va solo al encuentro con Shilton, que esta vez sale temeroso del gigante que tiene enfrente, como comprendiendo que está frente a un Dios, frente a un hombre cuya grandeza no cabe en su cuerpo petiso, como con la certeza de que a nadie le ha calzado mejor aquella frase atribuida a Napoleón: "la grandeza se mide del cielo a la cabeza"; en el último momento Shilton recupera el coraje y se extiende cuan largo es pero sólo alcanza a ver el polvo que han dejado Diego y su amada que se alejan conduciendo hacia la meta, en el último segundo Butcher, que se mantuvo en persecución como el 007, le hace honor a su apellido y le tira una patada criminal a Maradona, pero es muy tarde, la pelota ya está besando la red, Diego se levanta y asciende al cielo a festejar su gol, el gol del siglo, el gol de todos los tiempos. Los cuerpos ingleses quedan regados sobre el campo del Azteca como los cuerpos de los pibes argentinos quedaron regados sobre el campo de las Malvinas. Hoddle, Reid, Butcher, Fenwick y Shilton quedan tendidos, pero también quedan tendidos Margaret Thatcher, el Príncipe Carlos y hasta la Reina queda tendida sobre el césped sagrado del Azteca, en su majestuosa caída salieron volando la corona y las joyas que robaron sus ancestros. 



Catarsis. Para Aristóteles la catarsis es la facultad de la tragedia de redimir al espectador de su dolor al verlo proyectado en los personajes de la obra, una purificación emocional, corporal, mental y espiritual mediante la representación, mediante una experiencia ajena.  La apoteosis del Diego es la catarsis de los argentinos, un momento que ayudó a olvidar un episodio traumático. No más palabras, las palabras no alcanzan para describir un momento como éste, sólo basta escuchar la extática narración de Víctor Hugo Morales para entenderlo todo, pocos momentos en la historia son verdaderamente inefables y éste es uno de ellos, dejemos que el extático silencio lo diga todo. 

El resto de la historia probablemente la conocen, en semifinales Diego venga a Lumumba haciéndole dos goles a Bélgica y en la final le da el pase para el gol del triunfo a Burruchaga para derrotar a Alemania, potencia que dos veces en el Siglo XX intentó establecerse como fuerza dominante del mundo por la vía de la guerra. Muerte al imperialismo. América para los Latinoamericanos. ¡Hasta la victoria siempre! Diego subió al cielo una tarde de junio y después cayó a la Tierra y se hizo pedazos.

Después de la apoteosis vino la caída, Diego pasó la segunda mitad de su vida envuelto en el escándalo, ciertamente Diego como hombre imperfecto cometió errores y no creo que su vida personal deba ser un ejemplo, no creo que nadie deba ser un ejemplo para nadie, los seres humanos somos falibles, corruptibles y estúpidos y Diego no era diferente a todos, fueron sus acciones simbólicas, los rayos de pasión y esperanza de los que llenó el mundo lo que nos hizo creer por un instante que estábamos frente a un Dios, quizás habría que cuestionarnos qué es un Dios, ¿Qué es lo divino? Diego era un héroe hecho de tierra y barro esculpido con la sangre y las lágrimas de todo un continente saqueado y destrozado, la grandeza de sus epopeyas lo volvió tan grande como un Dios en los ojos de algunos, pero no hay que olvidar que el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza, por lo tanto, Dios es humano, Dios la caga, Dios llora, Dios erra, Dios muere.

Ciertamente Diego la cagó muchas veces, pero sus escándalos fueron magnificados por el morbo de los medios de comunicación como consecuencia de su natural búsqueda de justicia, por su brillante incapacidad de cerrar la boca, irritó a los poderosos y a los ladrones de la FIFA que en 1991 lo suspendieron por dopaje, después de una larga suspensión que conllevó un doloroso proceso de rehabilitación, regresó a las canchas con el Sevilla pero simplemente ya no era el mismo, en parte por la suspensión y en parte porque Diego dejó de ser un Dios del perdón y se acercó al hedonismo de los dioses griegos. Como Zeus, disfrutó de su exilio en el Olimpo mientras su país volteaba a verlo preocupado esperando que su mesías una vez más los salvara.

Con su héroe lejos, la selección argentina se tambaleaba, los subcampeones del mundo sufrieron en la eliminatoria mundialista donde fueron humillados en casa por Colombia 5-0 y únicamente lograron clasificarse al repechaje ante Australia. Fue entonces cuando todo el pueblo le pidió a Maradona que volviera, como le habían pedido años antes que volviera a Juan Domingo Perón, como buen caudillo latinoamericano Diego aceptó volver del exilio ante la aclamación popular y en Sidney le puso el pase de gol a Abel Balbo para poner adelante a la albiceleste, tras un empate en Australia y una victoria en el Monumental gracias a un gol de Batistuta, Argentina clasificó al mundial, Diego lo había hecho de nuevo. 

Esta vez había que jugar el mundial en territorio enemigo, después del partido contra Nigeria, la CIA, la FIFA o el Diablo o quizás todos en conjunto le mandaron a un demonio disfrazado de ángel, de enfermera rubia que se lo llevó de la mano al infierno donde le cortaron las piernas. Efedrina fue el nombre de su sentencia, la selección argentina se tropezó de tanto llorar a Diego y colapsó ante Bulgaria y Rumania, así de triste y anticlimático fue el fin de la gran epopeya del Diego en las canchas. 

Pero la epopeya de su vida siguió, más épica que el Gaucho Martín Fierro y más compleja que la Rayuela de Cortázar, alejado de su amada y cansado de que la vida le tirara patadas, Diego empezó a jugar con la muerte, a coquetear con ella, le entró la inquietud que le entra a los Dioses por autodestruirse cuando ven el infinito camino de la inmortalidad frente a ellos. El hombre que paralizaba al mundo con la habilidad de un regate ahora desfallecía después de darle tres patadas a una pelota de tenis, gambeteó la guadaña de la muerte en incontables ocasiones alentado por el apoyo del pueblo que parecía ser lo único que lo motivaba a alejarse de ese camino nihilista que sigue el Dios que al mismo tiempo es el Superhombre, pero tanto caos, tanto vértigo y tanto vacío pudieron con él, calaron en su sensible alma humana, al final terminó convirtiéndose en una parodia de sí mismo, el hombre que no podía quedarse callado ahora no podía hilar ni dos palabras, cuando vino a México a dirigir a Dorados se me encogió el corazón, sentí que el Diego venía a morir a la tierra en la que tocó el cielo, pero al final mi admiración pudo más y seguí atento, vi indignado el acoso que le hicieron los medios al hombre enfermo que vino Culiacán, a los pocos días apagué el televisor asqueado, no sólo por la banalidad de la cobertura mediática sino porque ese no era Diego, ese no era mi héroe, ese no era el Gordo que había gambeteado sabroso al imperio y a la muerte, era un testaferro, un impostor que puesto por el enemigo, por primera vez entendí a la gente que odiaba a Diego, a la gente que le repugnaba Diego le repugnaba su humanidad, nos recordaba demasiado de nosotros mismos. Dios hecho a nuestra imagen y semejanza. Qué bueno que no se murió aquí, nos hubiera aplastado.



Dios ha muerto y nos ha dejado huérfanos, ha acrecentado el vacío de nuestra existencia, hoy volteo al presente y me doy cuenta que todos los seres humanos que admiro están muertos. Pero no lloremos hermanos, brindemos, recordemos las hazañas inmortales de nuestro héroe. La historia no debe recordar a Diego como futbolista sino como icono, Diego era un revolucionario que jugaba al fútbol. Un tipo que con su arte nos dio un poquito de esperanza y que hizo nuestras vidas un poquito más tolerables, brindemos y riamos recordando al rey de los cronopios, al maestro de las canchas, al Dios de los marginados, los pobres y los enfermos.  Brindemos y riamos y que nuestra carcajada se vuelva eterna en su legado inmortal. Che, Diego, querido Diego, que la luna sea tu pelota, que tus rebeldes regates se manifiesten en los pensamientos de la juventud latinoamericana. Espero que cuando llegues allá metas más golazos, que con tu espada vengadora destruyas al impostor que tomó tu lugar, que acabes con su tiranía.


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